Germán Boris Wladimirovich

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Nombre: German Boris Wladimirovich German Boris Wladimirovich
Nacimiento: 1876 Rusia
Fallecimiento: Desconocido Buenos Aires, Argentina
Nacionalidad: Ruso
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Germán Boris Wladirimovich (1876 - ???), anarquista de origen ruso. Fue médico y biólogo pero, salvo el desempeño temporario de una cátedra en Zurich, Suiza, nunca ejerció su profesión, también fue escritor y pintor. En 1909 se dirigió a la Argentina donde realizó actos de anarquismo expropiador.

Primeros Años Y Emigración:

Boris era un socialdemócrata ruso y participó como delegado de esa nacionalidad en el Congreso Socialista de Ginebra en 1904, donde tuvo su primera disidencia con Lenin. De este último decía que era un hombre inteligente, pero de Trotski prefería no hablar. Fue autor de muchas publicaciones, entre ellas, tres libros de sociología. Hablaba a la perfección alemán, francés y ruso y la mayoría de los idiomas y dialectos usuales en Rusia, en castellano se expresaba relativamente bien. Su “hobby” era la pintura. La muerte de su esposa y el tremendo fracaso de la revolución de 1905 inciden en su ánimo. Su carácter de por sí melancólico, comienza a encontrar consuelo en el vodka, bebida que se aficiona luego de sufrir un colapso cardíaco. Dona su casa en Ginebra a sus compañeros de ideas y se va a París, donde decide hacer un largo viaje para descansar y levantar su espíritu. Un amigo le recomienda que viaje a la Argentina. Wladimirovich llega en 1909 a Santa Fe, donde se vincula con los círculos obreros de nacionalidad rusa. Luego de descansar un tiempo en una estancia santafesina se va al Chaco donde vive cuatro años y medio. Se sostiene con el poco dinero que le queda y se dedica al estudio de la región recorriéndola desde el Paraná hasta Santiago del Estero y explora preferentemente en el estero Patiño. Vive frugalmente aunque su afición a la bebida blanca sigue en aumento. En Tucumán le llega la noticia del estallido de la Guerra Mundial. Entonces se dirige a Buenos Aires.

Anarquismo Expropiador:

Después de la Semana Trágica, Boris está obsesionado por la amenaza de los muchachos de Carlés (Liga Patriótica) de matar a “todos los rusos”. Boris ha meditado largamente y se cree en el deber de esclarecer a sus connacionales que viven en Argentina. Esclarecerlos además en lo que significa la Revolución de Octubre. Que él cree que llevará a la libertad integral del hombre. Y por eso lo obsesiona tener una publicación. Para el es fundamental contar con un periódico porque como dirá a los periodistas semanas después “lo que viene de Rusia a la Argentina es la hez del pueblo, sobre todo hebreos, que forman en conjunto una masa incoherente, incapaz de formar un plan serio de carácter revolucionario y mucho menos, llevar a la realidad una gran teoría”. Pero para publicar un periódico hacen falta fondos. Hay 2 posibilidades: contar con los centavitos de los obreros rusos y algún intelectual que deje de comer dos o tres días para ayudar a pagar la impresión del primer número, o si no, ir a lo grande. Y Boris, por su origen, está acostumbrado a no andarse con pequeñeces. Y comienza a madurar un plan. Para ello conversa con el “negro” Chelli es hombre de acción que ha actuado con él en la semana huelguística de enero. De allí nace el plan, porque el chofer es quien tiene el dato de los Perazzo. Wladimirovich contará también con Babby, su compañero de pieza. Un anarquista que lo admira y lo tiene como su maestro. Es capaz de dar la cabeza por Boris.

He aquí el hecho:

El matrimonio Perazzo es joven y los negocios van bien. Tienen una agencia de cambios. Cierran el local a las 19, arreglan sus cosas y regresan juntos a su casa, en el barrio de Chacarita. Para ello toman el tranvía 13 en el centro, que los deja a pocos metros de donde viven. Pedro A. Perazzo suele llevar, cuando se retira del trabajo, un maletín. En los primeros días de la segunda quincena de mayo, la señora de Perazzo ha notado en el negocio que a través de la vidriera la miran unos extraños ojos de extranjero. Primero alguien, más bien rubio, con cara de polaco, y luego otro, de ojos negros, brillantes. Se lo hace notar al marido quien no da importancia al hecho. La noche del 19 de mayo, el matrimonio Perazzo sale a las 19:30 hs del local y toma el obligado tranvía 13 rumbo a casa. El lleva el acostumbrado maletín. Durante el trayecto, la señora está inquieta. Está segura de que el pasajero sentado detrás de ellos es el desconocido con cara de polaco que los ha estado espiando. Se lo dice a su marido quien la tranquiliza aunque no deja de estar alerta porque el ha notado otra cosa extraña: el tranvía es seguido por un automóvil que varias veces se ha aproximado y uno de sus dos ocupantes ha lanzado miradas hacia ellos. Llegan a destino. Perazzo se tranquiliza. Pero al bajar, su señora le tira de la manga del saco y se queda paralizada. El pasajero de cara de polaco ha bajado también en esa esquina. El tranvía sigue su marcha. El auto misterioso para allí mismo y de el baja el de los ojos negros y brillantes. El cara de polaco se abalanza sobre Perazzo con un revolver en la mano. La mujer sale corriendo a gritos. Perazzo se ha quedado tan paralizado que retiene aún más el maletín. El cara de polaco le pega dos o tres tirones pero no logra quedarse con el bulto. Entonces pierde la calma y empieza a disparar a todos lados. En eso llega un tranvía 87 con un bagaje definitivo para los asaltantes: dos agentes de policía en la plataforma. Al ver el insólito espectáculo y oír los tiros, los uniformados sacan sus armas y atacan al auto y al hombre rubio que (ahora sí) ya ha logrado hacerse del maletín. El otro asaltante, que ha bajado del auto, vuelve al mismo al ver que la cosa se pone fea y le grita al que acaba de arrancar el maletín a Perazzo que suba enseguida al vehículo. Pero éste no lo oye; está tan nervioso que huye a pie mientras sigue tirando a cualquier lado. Uno de los balazos va a dar en el pecho del guarda del tranvía 87 quien cae. Otro de los balazos del enloquecido asaltante hiere en un pie a uno de los agentes. El de los ojos penetrantes y el chofer del misterioso automóvil han huido ante la imposibilidad de recoger a su compañero, quien perseguido por el otro agente toma la calle Fraga pero, decididamente, tiene mala suerte. En el número 225 de esa calle viven dos agentes de policía, quienes al oír los tiros han salido a la calle con sus respectivas armas. Al ver venir al asaltante (que ya ha arrojado el maletín en cualquier parte) se parapetan detrás de los árboles y le hacen fuego graneado. El asunto se pone serio: una de las balas le rompe el brazo izquierdo al asaltante quien, enfurecido, va a buscar detrás del árbol donde se esconde al vigilante y le descerraja un mortal tiro en el pecho. Es el último tiro porque ya no le quedan más balas y se mete en un corralón de carbonería. El carbonero, curioso, había salido al portón a mirar y recibe un balazo en un ojo que dispara uno de los agentes perseguidores. El asaltante, sin balas y malherido, se refugia detrás de unas macetas con malvones y helechos donde caerá exhausto y será prendido por sus perseguidores. Todo había terminado mal. Un verdadero “zafarrancho”. Un agente muerto, el carbonero y el asaltante heridos graves (éste último por la pérdida de sangre), y el matrimonio Perazzo y un vigilante heridos leves. Total, para nada.”

El asaltante es curado un poco y llevado al interrogatorio, y es identificado como Andrés Babby, ruso, quién relata una historia totalmente diferente e inexistente para que sus compañeros no caigan presos. Pero en ayuda de la policía llega un anónimo que da la clave: Andrés Babby vivía en una pieza de Corrientes 1970, allí el encargado da una serie de datos más precisos: vive Boris Wladimirovich. La policía pide hablar con él, pero es imposible, el profesor se ha ausentado desde el 19 de mayo. Salió con valijas. La policía intuye que el cerebro de todo esto ha sido Boris y actúa rápidamente. Averigua por las amistades y dan con Juan Matrichenko, un ucraniano. Los empleados de investigaciones le señalan su preocupación por el paradero del buscado porque (dicen) temen que haya sido raptado. El ingenuo y preocupado Matrichenko los consuela rápidamente: no, Boris está en San Ignacio, Misiones. El que puede saber bien qué día salió es el chofer Luis Chelli, porque Wladimirovich usa siempre sus servicios. Mientras se allana el domicilio del chofer (donde encuentran material anarquista y es reconocido por los Perazzo como el que manejaba el coche que intervino en el asalto) se telegrafía a la policía de Posadas, Misiones. En San Ignacio, Misiones, detienen a Wladimirovich. A los policías les parece extraño que ese hombre pueda ser un delincuente. Tiene la presencia de un universitario, de un intelectual. Maneras afables, mirada inteligente. En Posadas causa tanta sensación la captura que el propio gobernador, doctor Barreiro, se hace llevar hasta la comisaría y conversa durante horas enteras con el anarquista. Wladimirovich se declara culpable y único responsable de instigar el asalto. Antes de partir, las autoridades policiales y provinciales se hacen tomar una fotografía para la posteridad.

Boris Wladimirovich junto a gobernador, ministro y policías.JPG

Todos sentados, en estirada actitud, y Boris Wladimirovich detrás de ellos, parado. El preso de “nietzscheano” aspecto, aparece cavilando, ajeno a todo ese despliegue, mientras los importantes funcionarios miran, tensos, el aparato fotográfico.


Luego de largos meses de reclusión en celdas aisladas en la Penitenciaría, el juez Martínez impone 25 años de prisión a Babby, diez a Boris Wladimirovich y uno a Chelli. Cuando le fue comunicada la pena a Boris, éste, sin la menor afectación señaló: “La vida de un propagandista de ideas como yo está expuesta a estas contingencias. Lo mismo hoy que mañana. Ya sé que no veré el triunfo de mis ideas pero otros vendrán detrás más pronto o más tarde”. Pero Boris meses después es conducido engrillado y esposado con un contingente de presos comunes a la lejana Ushuaia. Allá su salud, ya quebrantada, se resintió rápidamente. Los que lo conocieron en el penal señalaron que siguió haciendo profesión de sus ideas entre los presidiarios. Su fin se acercaba apresurado por la mala alimentación, el frío y las palizas que eran el pan diario de aquellos oscuros años del penal. Pero antes de morir iba a protagonizar un hecho que otra vez llevaría su extraña figura a las páginas de los diarios: será el cerebro pensante de la venganza de los anarquistas contra el miembro de la Liga Patriótica, Perez Millan, asesino de Kurt Gustav Wilckens, en la sangrienta secuencia que (en 1923) se sucedió luego de los fusilamientos de la Patagonia.

Venganza Contra Perez Millan:

Wilckens, en un atentado había muerto al teniente coronel Varela, acusado por los anarquistas de haber fusilado a 1500 obreros y peones en la Patagonia. Encarcelado, fue a su vez muerto mientras dormía en su celda por el nacionalista Pérez Millán (Liga Patriotica). Pérez Millán fue hecho pasar por loco y enviado al manicomio de la calle Vieytes para protegerlo y al mismo tiempo zafarlo de la pena que le correspondía por su crimen. Boris Wladimirovich había quedado impresionado por la muerte de Wilckens y enterado de que a Pérez Millán lo habían internado por insano en Vieytes, comenzó a simular un desequilibrio nervioso y la más completa locura después en el penal de Ushuaia. Sabía que los locos de remate, de Ushuaia los trasladaban a las celdas para delincuentes existentes en el manicomio Vieytes. Tanto hizo (no comía, se lo pasaba cantando viejas canciones rusas, y hasta aparecía arrodillado orando) que fue trasladado. El único inconveniente que encontró es que, una vez allí fue llevado a un pabellón distinto que Pérez Millán, quien tenía trato preferencial en una salita especial. Conseguido un revólver que le hicieron llegar los anarquistas porteños (Timofey Derevianka, Simón Bolkosky y Eduardo Vázques), Boris se lo entregó a Lucich, un internado que tenía entrada libre a todas las dependencias. Boris, con su poder de convicción, le dio las instrucciones de cómo debía matar a Pérez Millán. Hasta le dijo la frase que tenía que pronunciar para que quedara bien en claro que se trataba de una venganza: “Esto te lo manda Wilckens". Así lo hizo Lucich. Para los anarquistas esta venganza era una cuestión de honor, de ahí que (aquellos que conocía bien la intervención de Boris en la muerte de Pérez Millán) consideraron al ex noble ruso con una aureola de héroe del movimiento. Los nuevos malos tratos recibidos a raíz de su actuación en el episodio Perez Millán lo llevaron rápidamente a la muerte por lo cual no saldrá de la cárcel. Boris, en los últimos años de su vida, estuvo paralítico de sus 2 miembros inferiores, debiendo arrastrarse por el suelo para poder moverse en la celda, sucio de sus propios excrementos.

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