Otro libro del caso Scala
Hay un libro que en cuanto pueda le echaré un vistazo: El Caso Scala, de Héctor A. González Pérez. Me ha gustado la introducción que hace la Editorial Catarata al mismo, y en general estoy de acuerdo con las afirmaciones que adelanta el autor: que el declive de la CNT no se puede atribuir al terrible montaje policial, con infiltrado incluido, que arrasó la sala de fiestas Scala en 1978, y la vida de cuatro trabajadores, dos de UGT y dos de CNT –se dijo entonces–.
Y como hablo de memoria, lo que sigue a continuación, ni es historia, ni es la verdad. Solo es mi sensación y opinión.
En años posteriores al atentado, es cuando empiezo a recordar que se mencionó eso de que «el declive de la CNT vino tras el Scala». Eso es falso. Solidaridad Obrera en uno de sus números del 79 o del 80, no sé, manifestaba que no se había visto desafiliación masiva tras el atentado, y que la actividad sindical había seguido su rutina. Es lo mismo que percibí yo. A mí ese atentado no me afectó la moral lo más mínimo, ni a la gente que conocía del sindicato. Todos aceptamos inmediatamente la «versión oficial de la CNT» –entonces unida– que era esta: que los compañeros detenidos, eran absolutamente inocentes. No nos metimos en más averiguaciones, porque mi actividad estaba entonces y siempre, alejadísima de Madrid y Barcelona, que eran en esos años los focos de mayor actividad cenetista. Hicimos todo lo que pudimos para defender esa inocencia: en donaciones económicas, en publicidad del caso y de los juicios, y hasta una huelga de hambre hicimos en mi pueblo para llamar la atención. Quienes piensen que hacíamos esas cosas para aprovecharnos de los presos, je, no están bien de la cabeza.
Pero yendo al tema, yo no sé de dónde salió esa idea de que la desafiliación masiva que vivimos en 1980, se produjo por el montaje policial. De alguna nebulosa manera, tiendo a pensar que fue una elucubración que hicieron algunas personas –en medio de la pelea ideológica que había entonces entre (por resumir) partidarios de las elecciones y contrarios a las elecciones– (yo uno de ellos/as). Me da la impresión de que compañeros/as tendentes a crear una organización sindical en condiciones, desplazando fuera de ella a una constelación de grupos y personajes que –podríamos decir– que tenían mitificada la lucha más allá de lo sindical, vieron en esa consigna una justificación a sus planteamientos… Como que más moderados. Yo no creo que fuese nada organizado desde un comité, si no algo más bien producto de la rumorología. Que entonces funcionaba a golpe de teléfono (el que lo tenía), boletín y habladuría. Es que no había internet.
Y es que 1980 fue terrible en desafiliaciones que afectaron no solo a la CNT, si no a todo partido y sindicato. Muchos desaparecieron: la CSUT, el SU, el SOC salvo en Andalucía. UGT, CCOO y USO vieron sus afiliaciones reducidas –por ser moderado– al 80%. Y eso tiene una explicación. Lo primero que en los años de transición tras la muerte de Franco, las afiliaciones eran masivas porque se repartían los carnets. Había gente que los tenía de todos los sindicatos. El cobro de cuotas era complejo porque se tenía que hacer en mano. El control, mínimo. Y lo segundo, que cuando llega el fenómeno de lo que se llamó Desencanto, toda esa sobreafiliación deja de pagar y las cuotas se vienen abajo. Muy abajo.
El Desencanto, es decir, la sensación de que no habría más cambio que el que se estaba viendo, y que la clase obrera, golpeada por una inflación galopante, con pactos sociales que limitaban el sueldo y facilitaban el despido, no veía sentido a pagar unas cuotas que no les valían para nada. Recuerdo a compañeros de trabajo de cuarenta y cincuenta años, que me decían tranquilamente que «si no somos capaces de ponernos de acuerdo en cosas mínimas, ¿cómo vamos a llevar adelante las empresas si las tomamos? Será un caos». Y eso lo decía gente más o menos conciencia (del sector de construcción), que conocía que se había colectivizado en el 36 buena parte de la industria y el campo. Así que la gente que solo quería vivir sin problemas, a lo que se dedicó fue a buscarse la vida y sobrevivir. También la CNT en medio de ese follón de desmoralización, pues cayó en picado.
En fin, que con lo que dice el libro El Caso Scala, de Héctor A. González Pérez, seguro que estoy de acuerdo en todo sin haberlo leído siquiera, nada más que por la reseña.
Con lo que no estoy de acuerdo, es con los artículos, o más bien con el artículo de El Salto (1). Y añado: es solo mi impresión y mi opinión. Sin mala leche, de verdad.
El artículo emplea una terminología «ideológica». Afirmar que empleábamos un «maquillaje impostado», que acusábamos de «infiltrados» en caso de disensión, que éramos incapaces de tener una discusión sana, que éramos grandilocuentes… Eso son tópicos también.
Sí es verdad que había gente pirada en CNT, y algún conspiranoico aquí y allí soltando burradas, y gente con la que hablar es bastante difícil. Lo de la grandilocuencia no lo discuto –en general–, porque tampoco vamos a decir que somos una puta mierda, y a ver qué organización es la que se flagela con la realidad. Lo del «mito de la traición» es para hablarlo despacio. Realmente yo no creo que nuestra incapacidad para el crecimiento se deba a una «traición», si no a cuestiones estructurales que derivan del modelo sindical español de elecciones sindicales. Ahora bien, esas peculiaridades minoritarias (chiflados, fantasiosos, grandilocuentes y acusicas), yo creo que las tienen todas las organizaciones.
Por acabar, como digo, mi opinión es que artículos de ese tipo ocultan los hechos objetivos, ya que nos pinta a los que estábamos en aquella época viéndolas venir, como a una pandilla de chalados, triunfalistas, conspiranoicos. Que viene a ser la etiqueta que se nos plantó entonces de «viejos alejados de la realidad» y «jóvenes violentos sin ni puta idea de nada dominados por la FAI». Ese es el resumen.
Y con ese material, no se desarrolla un proyecto sindical. Estábamos en CNT una mayoría que queríamos sacar adelante un sindicalismo de clase, combativo, participativo. Por eso tomamos la decisión estratégica de no concurrir a las elecciones sindicales. Nos costó sangre, sudor y lágrimas: despidos, pérdida de oportunidades, problemas familiares, juicios, miles de horas de vida gastadas… Y seguimos en ello. Sin esperar nada a cambio... ¡JA!. Como pa esperar una palmadita en la espalda.
Creo que en estos más de cuarenta años, alguna cosa buena hemos hecho. Y pienso que a la hora de «mostrar la historia desmontando tópicos», esa idea de vejestorios del Exilio dirigiendo a jovenzuelos de pañuelo y garrote, habría que dejarla a un lado. Porque de haber sido así la pintura, no habría habido cuadro.
Mil años de vida a la Historia Social, y abajo las pendejadas y cotilleos. Recomiendo –por tanto– la lectura de la historia a través del libro de Héctor y de otros que han ido derribando tonterías y elucubraciones. Y podéis encontrarlo en: https://www.catarata.org/libro/el-caso-scala_147247/
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NOTA
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