Por Rogelio M. Díaz Moreno
El profesor Luis Sexto, en su popular columna del diario Juventud Rebelde, reconviene a cier
tos sujetos sin llamarlos por su nombre por tomarse libertades muy parecidas a las que este servidor se ha tomado, dígase, divulgar por alguna que otra irregular vía mis opiniones críticas respecto a ciertas medidas aplicadas últimamente por el gobierno cubano. En particular, yo recientemente la tomé contra la decisión y Sexto la ha defendido de entregar a inversores extranjeros la administración de centrales azucareros de nuestro país.
En primer lugar, quiero dejar establecida mi consideración por la persona y obra del discrepante, cuyo prestigio, amplio y bien merecido, tiene poca necesidad de que yo abunde más en currículos u honores. Su desacuerdo con los argumentos que despliego en estos ruedos sea yo, o no, la persona cuyas ideas le causan malestar me conduce a meditar con seriedad. La discrepancia de un sabio tómese el cumplido con sinceridad, tal como es extendido, enseña más que la acquiescencia fácil. Aún así, he de persistir en estas ideas, que considero aún no rebatidas, tal vez con mayor grado de detalle y profundización.
En primer lugar, permítaseme reivindicar la dosis cierta de indiscreción que incluye la manera de socialización que aplico. Los problemas que discuto con mis amigos, estamos convencidos, son los mismos que afligen a millones de compatriotas en nuestro verde caimán y tienen un reflejo, en las páginas de nuestra prensa, inversamente proporcional a su extensión y gravedad. No tengo que recordarle a Luis Sexto las deficiencias de nuestros diarios, que él ha sufrido mucho más que yo. Si los medios de divulgación regulares no dan cabida a los sentires, debates, críticas y proposiciones de muchas personas, todo ello se desborda inevitablemente hacia los resquicios de la Internet, la blogosfera, el correo electrónico y hasta el grafiti callejero, en dependencia de las oportunidades y aptitudes de cada cual. Y cuando algún lector discrepa o pide no ser molestado, se ofrecen las correspondientes respuestas o disculpas y se toman las medidas para no volver a perturbar su espíritu.
Ahora, en el tema particular de los convenios con socios extranjeros, es posible que yo deba esclarecer un poco más mi parecer. Estaría de acuerdo, como es natural, con quien me señale que el estado de la planta agroindustrial cubana se caracteriza pr la descapitalización; que se encuentra arruinado por décadas de malas administraciones, insuficientes y deficientes mantenimientos y, cómo ignorarlo o negarlo, padece también de zancadillas colocadas por el malhadado bloqueo estadounidense. Estaría de acuerdo, en principio, con quien adelante la posibilidad de aprovechar oportunidades, socios y mercados extranjeros con los que pueda establecerse una relación de mutua conveniencia.
¿Dónde está entonces el desacuerdo con Sexto? En quién desempeña el papel del socio cubano. Por cinco décadas, la dirección de toda la actividad económica ha estado en manos de funcionarios, de burócratas, en una palabra, del Estado. Los trabajadores, como es harto reconocido, nunca desarrollaron el sentido de propiedad de unas empresas para las que laboraban a cambio, básicamente, de un salario. Que aquel mismo Estado ofreciera privilegios ciertos en otros campos como salud y educación no impedía que, en el puesto laboral, la relación establecida fuera la de patrón autoritario versus trabajador enajenado, en la aplastante mayoría de los casos. Quien pretenda defender otra versión, se da de bruces contra las realidades de productividad paupérrima, la sustracción de todo tipo de productos, mercancías y materias primas, la doble moral y la simulación desarrolladas ante cada instrumento de inspección y control aplicados por los niveles centrales y la refractariedad cada vez mayor a los llamados de conciencia. La dirección de las empresas, la figura rectora, el CEO cubano, no es y no ha sido nunca el cuerpo de trabajadores plantilla de la fábrica, el central, el taller, sino un órgano enajenado de estos, envuelto en brumosas lejanías, poco inclinado a escuchar críticas y más bien dedicado a disciplinar de arriba hacia abajo.
Yo no voy a entrar a analizar ahora si es ese cuerpo de dirección el principal culpable de los males de la empresa cubana llamada socialista, o si los males vienen de más arriba, de las estructuras supremas de dirección. Lo que quiero destacar es que, nunca, en ninguna circunstancia, estuvo la dirección y administración en manos de la clase obrera libre y autonómicamente organizada. Siempre se le consideró como inmadura, no lista, necesitada de liderazgo y conducción por quienes sabían más. Quienes deseaban revolucionar las cosas eran siempre puestos en su lugar. De esa forma, la única producción eficiente en Cuba terminó siendo la de los pequeños agricultores, dueños particulares, tal vez, de la cuarta parte de las tierras y productores de las tres cuartas partes de la comida.
No sé si alguien ha hecho el recuento de la cantidad de experimentos fallidos en la economía cubana. Ya fueran los métodos importados del CAME; la apelación al estímulo moral; la introducción de doble moneda; jabitas de aseo con cuatro jabones, una maquinita de afeitar y un champú que duplicaban el salario efectivo, o la madre de los tomates, el resultado final es siempre el mismo, el irreversible detrimento de la actividad económica y el nivel de desarrollo social. Cada equipo importado, de Oriente u Occidente, del Norte o del Sur, ha terminado subutilizado, deteriorado, oxidado y hasta abandonado por las más disímiles causas… a excepción de los camiones de los transportistas privados, los tractores particulares de los campesinos, los tornos y otras máquinas sencillas de los cuentapropistas actuales o de antes. Siempre había una justificación para mantener, aunque hubiera que maquillarla un poco, la empresa estatal. Siempre había, y se mantiene, las reservas contra el desempeño de los trabajadores autoorganizados.
Yo aceptaría, como posible buena idea, el convenio con el socio extranjero, brasileño, canadiense, ruso o malayo, cuando su contraparte cubana sea un colectivo de personas trabajadoras que administran autonómicamente su centro de trabajo, ya sea central azucarero, mina de níquel, hotel o planta de masa para churros. Un colectivo así, con las potestades necesarias, reconocidas y protegidas por la legislación, con derechos y deberes sobre recursos naturales, maquinarias, actividad comercial y social, etcétera, puede efectuar convenios de este tipo con mucha mayor probabilidad de provecho para sí y para el país, que los mismos funcionarios que cometieron desfalcos masivos en los convenios con empresas de minería, de cruceros, aerolíneas y otras que han sido objeto de fuertes operaciones penales por la Contraloría de la República. Tampoco nos han explicado, en ningún sitio, cómo se ha manejado la cuestión de la opinión de los trabajadores del centro involucrado, cómo se proyectan los cuerpos sindicales al respecto, qué tipo de relaciones tendrán ahora con la nueva administración La variante que yo defiendo, a mi modesto entender, tiene muchas más posibilidades de trascender la pobreza que hoy padecemos; de conseguir que cada persona esforzada alcance en esta vida, no en el futuro de las promesas un estado de bienestar moderado donde se potencien los ideales humanistas de solidaridad, fraternidad, y libre y pleno desenvolvimiento espiritual.
Si la burocracia actualmente enquistada se rehúsa a ceder el control y busca cediendo potestades a administraciones extranjeras salvar una parte del pastel que no quieren compartir, lo condenaré, lo criticaré, lo compararé con todos los antecedentes que me permitan desnudar la falta de patriotismo que exhiben quienes confían más en el inversionista extranjero que en la ingeniosidad y responsabilidad del compatriota que sí está dispuesto a sudar, pero no por un ideal y un discurso abstracto que lleva cincuenta años, básicamente, exigiendo sacrificios. Tampoco es muy difícil descubrir los trapos sucios del subimperialismo regional brasileño, responsable de bastantes atropellos, denunciados y reconocidos entre sus vecinos menos afortunados del área geográfica, así como de uno de los niveles de desigualdad más marcados en América Latina y el mundo, por más que los recientes gobiernos de Lula y la Roussef hayan aliviado un poco las situaciones más extremas. Nadie debe dejar de tener en cuenta que los monopolios y corporaciones trasnacionales son como consta en el Manifiesto Comunista, El Capital y unos cuantos más de raíz capitalista, antes que norteamericana, o alemana, o inglesa, o brasileña. No nos durmamos con el cuento de que hay capitalistas buenos y capitalistas malos, so pena de despertarnos con la desagradable sorpresa de que, para todos ellos, Vale Todo.
Le agradezco al maestro Luis Sexto, una vez más, que haya abordado esta cuestión haya partido de mí o no el impulso que lo movió pues me condujo, de esta forma, a trabajar y meditar más profundamente sobre este tema.












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Comentarios
visiones más equilibradas
Hay muchas tendencias actualmente en Cuba, tanto dentro como fuera del Partido Comunista, que buscan una profundización del proceso revolucionario, mayor participación popular y avanzar en la socialización. En el Observatorio Crítico de La Habana se agrupan algunos de ellos. Hay otras voces muy interesantes que desde dentro y fuera de la isla abogan por cambios a mejor (y no a peor como la gran mayoría de la oposición dicha "democrática"), por poner algunos ejemplos Martínez Heredia, Camila Piñeiro Harnecker o Pedro Campos.
La mayoría de ellas no ocupa ese lenguaje de guerra fría que emplea Octavio Alberola ni ponen en plano de igualdad (como si no hubiera diferencias) los regímenes de propiedad y de seguridad social de Cuba y los existentes en otros países latinoamericanos. Tampoco usan la vara de medir de las democracias burguesas a la hora de marcar qué es y qué no es "democrático" (y por tanto, no sitúan a Cuba, precisamente, a la cabeza de los Estados que violan los derechos humanos, una lista en la que alguien mínimamente racional colocaría antes a Colombia, México, Honduras, Paraguay, Perú, Chile... por citar sólo a algunos). Y valoran en lo que valen las conquistas de la revolución en materia educativa, de salud, de previsión, de soberanía nacional...
¿Lenguaje de guerra fría?
Así, para "aappuu", decir que el "socialismo" castrista evoluciona hacia el capitalismo es un "lenguaje de guerra fría"???
Quizás "aappuu" habría preferido que, en vez de decir "evoluciona" hubiese escrito "es", puesto que todos los ejemplos que cita lo reconocen, aunque lo lamenten e intenten cambiar tal realidad.
Supongo que debe ser eso que le ha motivado a colgar su comentario; puesto que no desmiente tal realidad y sólo se limita a decir que no se deben poner "en plano de igualdad (como si no hubiera diferencias) los regímenes de propiedad y de seguridad social de Cuba y los existentes en otros países latinoamericanos".
Como tampo lo cuestiona al decir que los otros "valoran en lo que vale las conquistas de la revolución en materia educativa, de salud, de previsión, de soberanía nacional..."; pues ese tipo de valoración también se puede hacer al referirse a otros páises capitalistas en los que también hay asalariados explotados por el Estado y por el Capital.
Y en cuanto a usar "la vara de medir de las democracias burguesas a la hora de marcar qué es y qué no es 'democrático'...", "aappuu" debería saber que para los anarquistas todos los Estados violan los derechos humanos; pues lo democrático es, para nosotros, el que todos tengamos el derecho de decidir y no sólo unos pocos, los que mandan. Y también debería saber que si hay cubanos que reclaman "mayor participación popular y avanzar en la socialización" es porque ni una ni otra está en la agenda de la oligarquía revolucionaria que dententa el Poder en Cuba.
sí, lenguaje de guerra fría
De veras que no entiendo ese afán de intentar poner en mi boca opiniones que no me corresponden y de tratar de cerrar el debate afirmando que "todos los Estados violan los derechos humanos pues no son democráticos", "en todos los países hay explotados y explotadores", y generalidades vacías de ese tipo que lo mismo valen para un roto que para un descosido.
Obviamente cuando hablo de sus posiciones, señor Alberola, no me refiero a su escueta, reduccionista y caricaturizadora nota al pie de un artículo por otra parte muy interesante. Me refiero a lo que suele escribir sobre Cuba en particular y su ojeriza frente a los procesos de cambio en Latinoamérica en general.
¿Para quién está escribiendo, a quién se dirige usted? ¿Se ha hecho usted esta pregunta? Si es a la opinión pública con sensibilidad de izquierda, ningunear los logros innegables de la revolución cubana hablando sólo de sus falencias conlleva a enajenarse a este sector y asegurarse de que no le presten la menor atención. Sobre todo si es a la opinión pública cubana, y no hablo de gente con mentalidad de "tercer periodo" estalinista o lo que usted llama "oligarquía", sino para el amplio campo que reconoce los logros de la revolución, y que eso no le ciega para reconocer errores e insuficiencias (la gran mayoría), y que apuesta por una profundización del socialismo y una ampliación del protagonismo popular (una minoría que hay que procurar ampliar). Entre estos últimos reconozco a los compañeros y compañeras del Observatorio Crítico de La Habana o los intelectuales que escriben en Espacio Laical, por ejemplo.