Cuando la coherencia y la objetividad se vuelven lastres
Publicado: 26 Ago 2010, 12:18
Este texto no lo he escrito yo. La persona que lo escribió me ha dado permiso para ponerlo aquí pero no desea participar en el foro.
Lo he colgado porqué estoy de acuerdo completamente con lo que dice, así que tal vez participe en el debate que pudiera surgir ya que no me se callar ni debajo del agua. Pero NO LO HE ESCRITO YO y lo que diga no tiene que ser ni parecerse a lo que dijera el autor/a que de hecho me imagino que me pondría a parir.
Así que nada, un texto para la reflexión. Saluditos y piquitos pacíficos.
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Cuando la coherencia y la objetividad se vueven lastres
Cuando queremos conseguir algo, normalmente queremos hacerlo bien. Tenemos un sincero interés en elegir el mejor camino y cierto temor a darnos cuenta que después de varios días de travesía íbamos en la dirección opuesta. Estas preocupaciones tal vez resulten familiares a quien lea este texto, y no es objeto de este menospreciarlas. Sin embargo, después de ciertos años intentando encontrar mi lugar en la lucha por la libertad y de cambiar incluso radicalmente mi manera de enfocar las cosas, he empezado a intuir que algo no va bien cuando el grado de compromiso de las personas con la lucha libertaria se equipara con su grado de insatisfacción, de represión purista y, en resumen, de miedo continuo a estar haciendo las cosas mal.
Este texto es difícil de redactar, puesto que voy a poner en entredicho cuestiones que habitualmente son criticadas por la izquierda bienestarista para justificar su pasotismo e incoherencia, y en definitiva, para seguir disfrutando de los beneficios que les otorga el Sistema. Quiero aclarar que mi crítica es muy distinta. Voy a defender que la coherencia no es un objetivo primordial pero no voy a usarlo para decir que esta es imposible y que no hay que preocuparse de ella. Voy a mantener una postura relativista pero no para construir una doble moral con la que evitar debatir sobre dilemas morales.
Veo la coherencia como algo extremadamente positivo para uno mismo. Cuando se tiene un sistema de valores, creencias y eso nos lleva a tener una serie de opiniones, uno está sinceramente interesado en ser coherente con él. Si nos hemos encontrado en esa situación (ya que no todo el mundo tiene realmente unos valores, para que nos vamos a engañar) habremos podido experimentar lo frustrante que es estar en contra de algo y encontrarte “atado” a ello. Uno puede estar en contra de las drogas (porque ha descubierto y valorado su daño) y ser un adicto al tabaco o, el gran caso paradigmático, estar en contra del sistema económico capitalista y colaborar activamente con él. Tan paradigmático es este último que cualquiera comprende que tenemos una relación de dependencia difícil de romper con dicho sistema económico, y pocas son las personas que alcanzan grandes niveles de frustración al ver su incoherencia en ese aspecto.
Lamentablemente, en otros casos menos paradigmáticos nuestra dependencia es incluso mayor y sí nos sentimos frustrados, incoherentes y sentimos un obsesivo interés por cambiar la situación. Lo que yo quería criticar es la idea de que nuestra lucha, nuestros valores y nuestras acciones pierden valor (o incluso carecen de él) si no actuamos en completa coherencia con ellos. Este dogma nos ha perjudicado mucho ya que ha provocado que en ocasiones incluso dejemos de actuar o que prioricemos una tal vez faranoica y suicida lucha por la coherencia a la lucha por la libertad.
Sobre este asunto quería aportar una nueva visión: La coherencia nos resulta deseable, pero no olvidemos que es un aspecto de crecimiento personal, no es ni una parte ni mucho menos un prerrequisito de la lucha por la libertad. En muchas ocasiones seremos incapaces de luchar si no somos coherentes, pero también hay situaciones en las que el estrés y la constante rebelión que nos conlleva luchar por la coherencia y mantenernos en ella nos imposibilita luchar por la libertad; eso es contraproducente.
Para entenderlo del todo recurramos a situaciones límites. Una persona 100% coherente es una persona que vive al márgen del sistema, presumiblemente en una zona selvática o boscosa alejada de la presencia civilizada. Esa persona tiene en su mano no colaborar con lo que desprecia, pero a su vez no tiene capacidad de luchar contra ello. Lo único que puede hacer es esperar a que su enemigo le aceche y defenderse como pueda. Eso no es astuto, no al menos cuando el enemigo es el Sistema. Para luchar contra un enemigo de esa embergadura necesitamos establecer planes, estrategias, acercamientos, etc. Eso nos obligará a empaparnos en su entorno, acercarnos a él y hacerle juego. La incoherencia es a veces estratégica. No se trata pues de poner la coherencia en el centro de nuestra vida sino poner en su lugar nuestros objetivos, de manera que podamos valorar cada situación y elegir uno u otro camino en función de esos objetivos. Es muy previsible que en una de esas elecciones escogamos caminos que nos lleven a ser más incoherentes, pero habremos elegido lo que nos pareció más conveniente para lograr lo que queríamos.
Por otro lado está el escabroso tema de la objetividad. Muchas son las personas que han abanderado el relativismo como una crítica simplista al mecanicismo reduccionista que se empeña en simplificar la realidad y disfrazar con un halo de verdad lo que es una mera opinión plagada de dogmas. Pero de esas, muchas son las que han usado ese relativismo para dar credibilidad y moralidad a su total falta de interés por cambiar su estilo de vida y por soltar sus privilegios. Como todo depende, todo es respetable y cada cual debe hacer lo que quiera... Agrupaciones (o individuos, no se) como Último Reducto han hecho una encomiable labor poniendo en evidencia las mentiras de esta gente y por ello os remito a sus fanzines para mayor información. Pero muchas veces la crítica ha defendido una presunta búsqueda de la verdad sincera y no reduccionista. La verdadera objetividad. Bueno, yo tengo cosas que decir al respecto.
Pienso que la mejor manera de conseguir que alguien permenezca en la inacción es convencerle de que actué solo cuando pueda demostrar inequivocamente que tiene la razón (que es objetivo, que sigue la verdad). Esta petición, muy usada por quienes intentan eludir el debate, pero que lamentablemente también nos autoformulamos con mucha frecuencia, es una petición con muy mala baba. Dejando de lado toda la discusión sobre que la ciencia técnicamente no encuentra verdades (que daría para mucho) solo quería remarcar que en la medida en la que las llamadas ciencias quieren establecer modelos que expliquen realidades complejas, fracasan estrepitosamente cayendo en simplificaciones absurdas que pasan desapercibidas a causa de que no entran en conflicto con los valores de la comunidad científica.
Cuando alguien siente menospreciada la ciencia, rápidamente nos recuerda, con palabras más o menos bonitas, que la ciencia funciona por experiencia en muchos aspectos, aunque en otros no, y que por esos aspectos vale la pena. Estoy de acuerdo, y creo que precisamente de eso se trata. De nuevo propongo un cambio de paradigma: Muchas veces nos ponemos en el centro de nuestro razonamiento la verdad, la necesidad de que nuestra manera de pensar, nuestros valores, sean ciertos, respondan a la realidad. Pero incluso la ciencia, sacrosanto centro de la verdad, es valorada y apreciada en función de otro precepto: la experiencia. Yo propongo que la experiencia debe ser la acompañante de los objetivos como centro de nuestro razonamiento.
Pero no nos engañemos, que la experiencia sea muchas veces común, y que confiemos en experiencias ajenas por lo reiterativas que son (las leyes de la termodinámica), no significa que la experiencia sea objetiva. La experiencia al fin y al cabo es relativa, depende del sujeto, y eso saldrá a relucir en asuntos complejos y alejados de las cosas (relativamente) básicas en las que la ciencia ha “demostrado” tener razón (como esas citadas leyes). A estas alturas es ingenuo creer que se va a conseguir establecer una verdad sobre asuntos complejos, y si esperamos con sinceridad a que se establezca esa verdad caeremos en los actos de fe (creer que se tiene la razón cuando técnicamente se trata de una creencia u opinión) o en la inacción (por la incapacidad de encontrar esa verdad).
Aunque de la primera manera se pueda actuar satisfactoriamente (aunque se diga actuar en nombre de la verdad, en esencia se están siguiendo los propios valores y la propia experiencia) el autoengaño del objetivismo es un lujo que sin duda podrán tomarse la gente de las tribus primitivas (que ni se plantean dudar de que su cultura es la verdad) pero no un lujo aceptable para nosotros, los luchadores por la libertad inmersos en el drama de la globalización, de la demagogia y la manipulación masiva del Sistema. Para nosotros es vital entender que los sistemas de valores son relativos y aceptar que podemos dar la espalda a ese mito de que “hay que tener la razón para defender algo”. La razón es innecesaria y engañosa, si actuamos siguiendo nuestra experiencia, nuestros valores y con nuestros objetivos en el horizonte podremos desarrollar una estrategia serena y sincera, consecuente con nuestra manera de ver el mundo, y no nos dejaremos intoxicar por la demagogia moralista del Sistema, siempre emperrada en la búsqueda de la verdad y en la culpabilidad del que se equivoca.
Es importante remarcar que no estoy diciendo nada parecido a que el fin justifique los medios y no estoy haciendo ningún tipo de apología del irracionalismo y la falta de reflexión. Este texto pretende ser una llamada a la estrategia, a la liberación de purismos y prejuicios, a que no le tengamos miedo a tener un sistema de valores, que asumamos que tal vez no es el mejor y que tal vez mañana cambiaremos de opinión. No debemos temer nuestro sistema de valores porqué es la mejor verdad que tenemos en el presente (único momento en el que se puede actuar). El temor por no estar haciendo lo mejor de lo mejor, la frustración de querer vivir como los yanomamis residiendo en Vallecas y no conseguirlo, las interminables discusiones entre profetas portadores de la verdad que nos hacen sentir inseguros funcionan como lastres, lastres que nos impiden actuar con sinceridad, serenidad y reconociendo nuestra voluntad, emociones y deseo de un mundo libre.
Iberia, Agosto del 2010
Anónimo.
Lo he colgado porqué estoy de acuerdo completamente con lo que dice, así que tal vez participe en el debate que pudiera surgir ya que no me se callar ni debajo del agua. Pero NO LO HE ESCRITO YO y lo que diga no tiene que ser ni parecerse a lo que dijera el autor/a que de hecho me imagino que me pondría a parir.
Así que nada, un texto para la reflexión. Saluditos y piquitos pacíficos.
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Cuando la coherencia y la objetividad se vueven lastres
Cuando queremos conseguir algo, normalmente queremos hacerlo bien. Tenemos un sincero interés en elegir el mejor camino y cierto temor a darnos cuenta que después de varios días de travesía íbamos en la dirección opuesta. Estas preocupaciones tal vez resulten familiares a quien lea este texto, y no es objeto de este menospreciarlas. Sin embargo, después de ciertos años intentando encontrar mi lugar en la lucha por la libertad y de cambiar incluso radicalmente mi manera de enfocar las cosas, he empezado a intuir que algo no va bien cuando el grado de compromiso de las personas con la lucha libertaria se equipara con su grado de insatisfacción, de represión purista y, en resumen, de miedo continuo a estar haciendo las cosas mal.
Este texto es difícil de redactar, puesto que voy a poner en entredicho cuestiones que habitualmente son criticadas por la izquierda bienestarista para justificar su pasotismo e incoherencia, y en definitiva, para seguir disfrutando de los beneficios que les otorga el Sistema. Quiero aclarar que mi crítica es muy distinta. Voy a defender que la coherencia no es un objetivo primordial pero no voy a usarlo para decir que esta es imposible y que no hay que preocuparse de ella. Voy a mantener una postura relativista pero no para construir una doble moral con la que evitar debatir sobre dilemas morales.
Veo la coherencia como algo extremadamente positivo para uno mismo. Cuando se tiene un sistema de valores, creencias y eso nos lleva a tener una serie de opiniones, uno está sinceramente interesado en ser coherente con él. Si nos hemos encontrado en esa situación (ya que no todo el mundo tiene realmente unos valores, para que nos vamos a engañar) habremos podido experimentar lo frustrante que es estar en contra de algo y encontrarte “atado” a ello. Uno puede estar en contra de las drogas (porque ha descubierto y valorado su daño) y ser un adicto al tabaco o, el gran caso paradigmático, estar en contra del sistema económico capitalista y colaborar activamente con él. Tan paradigmático es este último que cualquiera comprende que tenemos una relación de dependencia difícil de romper con dicho sistema económico, y pocas son las personas que alcanzan grandes niveles de frustración al ver su incoherencia en ese aspecto.
Lamentablemente, en otros casos menos paradigmáticos nuestra dependencia es incluso mayor y sí nos sentimos frustrados, incoherentes y sentimos un obsesivo interés por cambiar la situación. Lo que yo quería criticar es la idea de que nuestra lucha, nuestros valores y nuestras acciones pierden valor (o incluso carecen de él) si no actuamos en completa coherencia con ellos. Este dogma nos ha perjudicado mucho ya que ha provocado que en ocasiones incluso dejemos de actuar o que prioricemos una tal vez faranoica y suicida lucha por la coherencia a la lucha por la libertad.
Sobre este asunto quería aportar una nueva visión: La coherencia nos resulta deseable, pero no olvidemos que es un aspecto de crecimiento personal, no es ni una parte ni mucho menos un prerrequisito de la lucha por la libertad. En muchas ocasiones seremos incapaces de luchar si no somos coherentes, pero también hay situaciones en las que el estrés y la constante rebelión que nos conlleva luchar por la coherencia y mantenernos en ella nos imposibilita luchar por la libertad; eso es contraproducente.
Para entenderlo del todo recurramos a situaciones límites. Una persona 100% coherente es una persona que vive al márgen del sistema, presumiblemente en una zona selvática o boscosa alejada de la presencia civilizada. Esa persona tiene en su mano no colaborar con lo que desprecia, pero a su vez no tiene capacidad de luchar contra ello. Lo único que puede hacer es esperar a que su enemigo le aceche y defenderse como pueda. Eso no es astuto, no al menos cuando el enemigo es el Sistema. Para luchar contra un enemigo de esa embergadura necesitamos establecer planes, estrategias, acercamientos, etc. Eso nos obligará a empaparnos en su entorno, acercarnos a él y hacerle juego. La incoherencia es a veces estratégica. No se trata pues de poner la coherencia en el centro de nuestra vida sino poner en su lugar nuestros objetivos, de manera que podamos valorar cada situación y elegir uno u otro camino en función de esos objetivos. Es muy previsible que en una de esas elecciones escogamos caminos que nos lleven a ser más incoherentes, pero habremos elegido lo que nos pareció más conveniente para lograr lo que queríamos.
Por otro lado está el escabroso tema de la objetividad. Muchas son las personas que han abanderado el relativismo como una crítica simplista al mecanicismo reduccionista que se empeña en simplificar la realidad y disfrazar con un halo de verdad lo que es una mera opinión plagada de dogmas. Pero de esas, muchas son las que han usado ese relativismo para dar credibilidad y moralidad a su total falta de interés por cambiar su estilo de vida y por soltar sus privilegios. Como todo depende, todo es respetable y cada cual debe hacer lo que quiera... Agrupaciones (o individuos, no se) como Último Reducto han hecho una encomiable labor poniendo en evidencia las mentiras de esta gente y por ello os remito a sus fanzines para mayor información. Pero muchas veces la crítica ha defendido una presunta búsqueda de la verdad sincera y no reduccionista. La verdadera objetividad. Bueno, yo tengo cosas que decir al respecto.
Pienso que la mejor manera de conseguir que alguien permenezca en la inacción es convencerle de que actué solo cuando pueda demostrar inequivocamente que tiene la razón (que es objetivo, que sigue la verdad). Esta petición, muy usada por quienes intentan eludir el debate, pero que lamentablemente también nos autoformulamos con mucha frecuencia, es una petición con muy mala baba. Dejando de lado toda la discusión sobre que la ciencia técnicamente no encuentra verdades (que daría para mucho) solo quería remarcar que en la medida en la que las llamadas ciencias quieren establecer modelos que expliquen realidades complejas, fracasan estrepitosamente cayendo en simplificaciones absurdas que pasan desapercibidas a causa de que no entran en conflicto con los valores de la comunidad científica.
Cuando alguien siente menospreciada la ciencia, rápidamente nos recuerda, con palabras más o menos bonitas, que la ciencia funciona por experiencia en muchos aspectos, aunque en otros no, y que por esos aspectos vale la pena. Estoy de acuerdo, y creo que precisamente de eso se trata. De nuevo propongo un cambio de paradigma: Muchas veces nos ponemos en el centro de nuestro razonamiento la verdad, la necesidad de que nuestra manera de pensar, nuestros valores, sean ciertos, respondan a la realidad. Pero incluso la ciencia, sacrosanto centro de la verdad, es valorada y apreciada en función de otro precepto: la experiencia. Yo propongo que la experiencia debe ser la acompañante de los objetivos como centro de nuestro razonamiento.
Pero no nos engañemos, que la experiencia sea muchas veces común, y que confiemos en experiencias ajenas por lo reiterativas que son (las leyes de la termodinámica), no significa que la experiencia sea objetiva. La experiencia al fin y al cabo es relativa, depende del sujeto, y eso saldrá a relucir en asuntos complejos y alejados de las cosas (relativamente) básicas en las que la ciencia ha “demostrado” tener razón (como esas citadas leyes). A estas alturas es ingenuo creer que se va a conseguir establecer una verdad sobre asuntos complejos, y si esperamos con sinceridad a que se establezca esa verdad caeremos en los actos de fe (creer que se tiene la razón cuando técnicamente se trata de una creencia u opinión) o en la inacción (por la incapacidad de encontrar esa verdad).
Aunque de la primera manera se pueda actuar satisfactoriamente (aunque se diga actuar en nombre de la verdad, en esencia se están siguiendo los propios valores y la propia experiencia) el autoengaño del objetivismo es un lujo que sin duda podrán tomarse la gente de las tribus primitivas (que ni se plantean dudar de que su cultura es la verdad) pero no un lujo aceptable para nosotros, los luchadores por la libertad inmersos en el drama de la globalización, de la demagogia y la manipulación masiva del Sistema. Para nosotros es vital entender que los sistemas de valores son relativos y aceptar que podemos dar la espalda a ese mito de que “hay que tener la razón para defender algo”. La razón es innecesaria y engañosa, si actuamos siguiendo nuestra experiencia, nuestros valores y con nuestros objetivos en el horizonte podremos desarrollar una estrategia serena y sincera, consecuente con nuestra manera de ver el mundo, y no nos dejaremos intoxicar por la demagogia moralista del Sistema, siempre emperrada en la búsqueda de la verdad y en la culpabilidad del que se equivoca.
Es importante remarcar que no estoy diciendo nada parecido a que el fin justifique los medios y no estoy haciendo ningún tipo de apología del irracionalismo y la falta de reflexión. Este texto pretende ser una llamada a la estrategia, a la liberación de purismos y prejuicios, a que no le tengamos miedo a tener un sistema de valores, que asumamos que tal vez no es el mejor y que tal vez mañana cambiaremos de opinión. No debemos temer nuestro sistema de valores porqué es la mejor verdad que tenemos en el presente (único momento en el que se puede actuar). El temor por no estar haciendo lo mejor de lo mejor, la frustración de querer vivir como los yanomamis residiendo en Vallecas y no conseguirlo, las interminables discusiones entre profetas portadores de la verdad que nos hacen sentir inseguros funcionan como lastres, lastres que nos impiden actuar con sinceridad, serenidad y reconociendo nuestra voluntad, emociones y deseo de un mundo libre.
Iberia, Agosto del 2010
Anónimo.