Como decíamos ayer… Verás Chief, tu último mensaje, a pesar de que te parezca increíble por lo escueto, abre una cantidad ingente de cuestiones que no pueden tratarse sin abrir otras tantas como matrioskas.
Antes de nada he de decirte que sobre lo que planteas (Individualismo-Dimensión Social-Egoísmo-Sensibilidad), un amigo está preparando un libraco (ya va por las 301 páginas) que algún forero ya ha ojeado, y que trata de romper determinadas fronteras, tabúes o prejuicios en torno a la dicotomía Individuo-Sociedad, Individualismo-Socialismo, Egoísmo-Altruismo. Para no destripar ese montón de páginas ni inundar esto de citas deja que te haga una breve exposición (si te aburres me lo dices y desisto de torturarte con el tema más adelante).
En todos los clásicos Anarquistas (con excepción de Stirner), puede encontrarse miles de pasajes defendiendo las bondades de la Sociedad neutra, como construcción, y sobre todo de una Sociedad “mejorada”, “revolucionada”. Lo que parece menos lógico es encontrar ardientes muestra de Individualismo, en ocasiones feroz, y de condena de valores como el gregarismo e incluso la obligatoriedad del trabajo común y la “colaboración” (no confundir esto con el Apoyo Mutuo o la Solidaridad, sino con la necesidad de hacer las cosas en conjunto). Godwin ejemplifica mejor que nadie esta mezcla Individualista-Societaria, pero está presente en todos, desde Proudhon a Kropotkin, pasando por el “anti-individualista” Malatesta y por Reclús y Goldman.
Con esto trato de decirte que el Anarquismo, como ya sabes, es experto en fijar antítesis no planteadas (Estado-Orden, Ley-Justicia, Dios-Bien), pero también en barrer dicotomías y fusionar conceptos aparentemente antagónicos (Anarquía-Orden, Libertad-Igualdad, Individualismo-Societarismo).
Así, con el paso de los años, desde las exegesis de Nettlau y Rocker hasta hoy, nos hemos dado cuenta de que (sin dejar de existir tesis irreconciliables) algunos planteamientos teóricos dispares no lo eran en realidad tanto. El Humanismo de Godwin y cía. podría parecer opuesto al antihumanismo de Stirner, y así es en el papel. Si leemos que Stirner crítica el Humanismo porque habla de una “especie abstracta” para no tener que preocuparse de los sujetos concretos (tal y como demuestra la caridad cristiana) vemos que no difiere en nada de las teorías de Bakunin sobre como las abstracciones tienden a reducir a los hombres a la condición de conejos o a los consejos de Godwin de no convertir a los hombres en “maquinas” mirándolos en general. Así podríamos comparar el cientifismo de Kropotkin y el escepticismo antideterminista de Malatesta, y concluir que, desde esquinas bien enfrentadas, los dos consideraban que la Ciencia era un privilegio con el que las clases acomodadas justificaban su preeminencia (sin dejar ambos de reconocerle un “valor incuestionable” al estudio científico [Kropotkin definía incluso la Anarquía en clave científica y mecánica, como un fenómeno cinético]). El etcétera se hace largo e innecesario. Empero, sobre el asunto que nos ocupa, aún queda una desmitificación más.
Cierto “individualismo”, cierta filosofía que se ha dado tal nombre, que mi amigo llama “aristocratismo”, ha propuesto siempre como sinónimo de Individuo al hombre fuerte y avasallador, como referente de su “ideología” el “¡ay de los vencidos!”, como representación de su corpus las teorías del “egoísmo/individualismo áspero” (como lo llamaba Goldman), del “todo para mí y los demás a mirar y aplaudir”, de la “moral de esclavos y señores”, de la ley del más apto. Eso, según lo entiendo, no es más que autoritarismo, dependencia exclusiva del mismo ente social al que se desprecia y sin el cual, sin cuyo trabajo y adoración, ese “individualista” no podría vivir porque depende de una cohorte de lacayos. Es el “individualismo” de los Emperadores; es “individualismo” de sótano.
El Individualismo Libertario no tiene nada que ver con eso. Si Godwin, Stirner, Thoreau, Armand, Libertad, Ryner, Monanni, etc., niegan la colaboración con quien no gusta, la participación en colectivos que requieran que deleguemos nuestra autonomía, la nulidad de las mayorías –de su poder- tanto como la de las casta de individuos ilustres (todo ello acorde con el grueso del “pensamiento Anarquista”), si algunos incluso niegan la necesidad de que exista la Sociedad (una minoría –aunque ruidosa y lúcida- dentro de los Individualistas) o por lo menos su carácter benefactor, ninguno de ellos niega la empatía, la sensibilidad con el dolor ajeno, la mano tendida entre los caídos, el establecimientos de las más múltiples y diversas relaciones interpersonales, y son muy pocos los que niegan la necesidad de la organización (Stirner, el antisocial, es por la contra un enamorado de la asociación).
Con esto quiero decirte que lo que tú tomas por “moral social” (preocuparse por el prójimo) para un individualista es “sensibilidad amoral” (preocuparse por el prójimo). Hace lo mismo, llega a las mismas conclusiones, pero lo hace porque cree que son sus fibras personales las que le impulsan a restañar el dolor ajeno (Stirner hablaba, en contra de la ralea liberal, que si alguien no puede trabajar [niño, anciano o enfermo] compramos su sustento porque no queremos que nos priven de la ausencia de unas vidas que nunca, por mucho que paguemos, puede pertenecernos [
1]) y no la presión de una educación, de un desenvolvimiento colectivo. En definitiva tu “moral social” no difiere en nada de su “amoralidad individual”. Tú puedes creer que se produce por una “sensibilidad adquirida en grupo” (por poner un ejemplo) y él por unos sentimientos que germinaron en solitario y que florecieron al contacto con el “otro”. Poco importa.
De igual modo pasa con lo que tomas (tomamos) por Egoísmo. Ya hemos hablado del “egoísmo feroz”, pero cuando muchos Individualistas hablan de Egoísmo (concepto que según ellos explican comprendo pero que no me es necesario compartir), lo hacen desde un punto de vista que no guarda mucha diferencia con las proclamas altruistas. Ya Kropotkin hablaba en defensa del egoísmo como “instinto natural” (lo cual no comparto) y decía: “El acto más repugnante, como el más indiferente, o el más atractivo, son todos igualmente dictados por una necesidad del individuo. Obrando de una u de otra manera el individuo lo hace porque en ello encuentra un placer, porque se evita de este modo o cree evitarse una molestia. He aquí un hecho perfectamente determinado, la esencia de lo que se ha llamado la teoría del egoísmo” (
La Moral Anarquista, 1890 [lo mismo dice Montseny, Malatesta y un largo etc.]. Sin embargo, sin querer extirpar esta “pulsión”, coloca por encima de ella el altruismo, tal y como hacía Malatesta, y yo concluyo que para ellos el Egoísmo nos hacía Humanos (Individuos) pero el Altruismo nos convertía en Libertarios.
Sea como fuera (enemistados ambos con Stirner y Tucker), nada tendrían que objetar al sentido profundo de las palabras de Stirner si hubiera habido más entendimiento (tal y como señala Nettlau [si bien es cierto, que en los textos de Stirner hay dos o tres fanfarronadas sobre la “utilización del prójimo” que, aun comprendiendo su afán de
provocateur, nadie podría tragarse sin sales, y que por lo demás contradicen al resto del texto –tal y como el antisemitismo puntual de Bakunin contradice su igualitarismo constante-]). Para Stirner Egoísmo significa lo mismo que para los viejos sindicalistas fini-primeseculares (XIX-XX) o para los antiteistas de entonces. Si estos decían que había que dejar de pensar en que el patrón nos da la pitanza o en que Dios vela por nosotros, y que había que tratar de vivir mejor aquí y ahora, lo que Stirner viene a plantear es que toda la vida hemos sido receptores pasivos del egoísmo ajeno: el egoísmo del Rey, del Sacerdote, del Empresario. Afirma que la única forma de dejar de “mirar por ellos” es empezar a “mirar por nosotros”. Su Egoísmo es horizontal porque llama a todos a su práctica -a todos los de abajo-, y no es más que su propuesta para empezar a desentender las necesidades de los líderes y empezar a preocuparnos por las propias.
Acabado este punto, y creyendo haber demostrado que muchas veces se llaman y experimentan de forma distintas cosas que en realidad buscan lo mismo (la solidaridad entre miembros de la sociedad-la solidaridad entre individuos asociados; preocuparse por el prójimo en un enclave colectivo o hacerlo itinerantemente en grupos aislados), creo que no tengo más que aportar.
Sin embargo, estoy en desacuerdo con esto:
Tampoco creo que debamos hacer una suma total de nuestras interacciones humanas como si fuésemos tenderos para aprobar o condenar algo que inevitablemente existe mientras seamos una especie gregaria: la sociedad. Es como clamar contra el sistema digestivo.
No creo que lleguemos a un acuerdo en este punto porque partimos de ópticas muy dispares (aunque no adelanto acontecimientos). Para ti, como para Bakunin, la Sociedad es algo fatal, inevitable, como una función fisiológica. Lo mismo piensan Individualistas como Ryner que, maldiciendo la Sociedad, dice que es eterna como la muerte. Yo, por el contrario, no creo que el “hombre” esté obligado a ser nada, tampoco un animal social.
Si el Individualismo les lleva a algunos a convertirse cenobitas que se refugian en las montañas y maldicen la mirada de sus semejantes, y a otros a huir de la Civilización pero siempre con condescendencia y hospitalidad hacia sus habitantes menos intoxicados (como hacia Thoreau), a otros les mueve a vivir entre sus supuestos iguales pero sintiéndose un extraño (tal y como decía Armand), esto es así porque hay múltiples formas, múltiples sensibilidades, con las que afrontar el fenómeno social. Si todos nacemos en sociedad (no todos), no todos queremos seguir en sus límites, y si los recorremos nos sentimos extraviados. Decir que una invención humana es forzosamente “lo que hay” mientras la especie dure en su forma actual es tanto como decir que la jerarquía es incuestionable e inamovible mientras el mundo siga rotando. La sociedad también es un invento animal, como la jerarquía, pero ni todos los animales viven en sociedad ni todos conforman jerarquías. Lo natural o connatural a una especie, lo que “existe” y “existirá” no es más que una entelequia. Las personas no están obligadas a ser más que aquello que quieren ser o lo que, en nuestras circunstancias, les dejan (y obligan) ser.
Los Anarquistas (la mayoría) han creído siempre que, después de la “Liquidación Social”, podrá fundamentarse una Comunidad Humana sobre nuevos valores. La mayoría ha creído también que el hombre es social por natura (algunos pocos por interés) y que el “hombre” solo, el “hombre no-social”, no es libre ni “hombre”. No obstante, parece que también esa misma mayoría comprendió que no se puede dejar todo trazado según un plan de futuro cerrado, que no se puede saber cómo derivaran las personas, ni cómo enfrentarse a las que ya iban proponiendo el cambio. En esas circunstancias casi todos hicieron sus propuestas ideales (comunas pequeñas temporales y quebradizas, otras más estables, grandes enclaves sociales, asociaciones de egoístas), y gran parte fue lo suficientemente flexible para comprender que la Sociedad no está hecha, a titulo fatal, para todos (como no lo están por mucho que nos insistan, las más diversas innovaciones “humanas”). Montseny habla del derecho del individuo a la soledad; Godwin nos dice que la desaparición de la propiedad privada no supone comidas en común, almacenes comunes y ni siquiera vida en común (
2) –aun cuando es un societario a carta cabal–; Renzo Novatore nos decía que incluso en la Sociedad más perfecta siempre habrá vagabundos corriendo por sus márgenes; Biofilo Panclasta lo vivió en propia carne; Prada nos decía que en la Sociedad Anarquista el Individuo lo sería Todo y el Estado Nada (como Grave y Malato); Bakunin mismo se sorprendía por los estúpidos anacoretas que se aislaban del mundo, pero los reconocía como la única excepción a sus postulados sociales; Bellegarrigue creía en la Sociedad pero no se consideraba hijo de ninguna cultura, de ninguna tradición, ni grupo humano, y clamaba orgulloso porque según pensaba el mundo nació con él y con él moriría; Coeurderoy llamaba a los cosacos para que arrasaran Europa y amaba retornar a la vida nómada; Palante, Stirner, Igualada y un voluminoso etc., afirmaban que la Sociedad no estaba hecha para ellos y que si tuvieran la oportunidad (sin presiones gubernamentales) prescindirían de la misma. Y así multitud de ejemplos.
Bien ¿qué hacemos con la multitud de personas que no se sienten sociales, por mucho que les digan que eso es cómo no sentirse mortales, y que quieren disfrutar de la vida en solitario, de encuentros casuales o de afinidades a corto plazo? He llegado a la conclusión, como muchos de los citados, que una “realidad Anarquista”, sólo merecerá tal nombre si en ella hay cabida para la Sociedad que la mayoría busca, para micro sociedades frágiles y para los Individuos errantes que abominen de ambas. Que la Sociedad sea para el que la quiera o no para el que no, he ahí todo. Y el que no crea que tiene 11 metros de tubo digestivo por dentro y quiera dejar de digerir que lo haga si tal es su voluntad (lo mismo digo en función del alcohol, las drogas y demás). Sólo podemos intentar persuadirle de que no se lastime (como al asocial de que estaría mejor entre nosotros), pero tomar por una fatalidad aquello a lo que un acto de voluntad puede poner fin (la evisceración) es empezar por marcar las cartas ajenas y limitarle la jugada al prójimo. En definitiva, prefiero a una persona que se auto engañe que una que “sepa la verdad” pero a la que se la deba forzar a “creer” (sé que esta no es tu intención Chief, es que como verás el texto ya casi parece un ensayo y argumento sin personalizar).
Concluyo por tanto que no es importante si mis planteamientos adolecen de “componente social”, creo que la Sociedad es como Dios o la Patria: para el que la quiera. Estaré en paz con ellos mientras no se me impongan. Como la Patria no existe de forma unidimensional casi siempre se colectiviza, ergo no hay acuerdo posible; aunque Dios puede “adorarse” en soledad, parece que siempre exige tener fieles, así que también lo veo difícil; pero si la Sociedad, proyecto colectivo donde los haya, dice poder formularse, según plantean los Anarquistas, sin obligarme a mí, no hay confrontación posible a menos que se desdigan los compañeros. En ese caso la “dimensión social” de mis argumentos puede entenderse indistintamente como “sensibilidad individualista”, “altruismo asocial” o “solidaridad antigregaria”. A sentir en carne propia el dolor ajeno se le puede llamar de muchas formas, y puede no experimentarse hundido entre bloques de casas y el asfalto de la ciudades, aun rodeado de miles de personas, y si en un encuentro casual con un semejante sin nadie más a miles de kilómetros a la redonda… Puede darse incluso sin contacto, cuando en soledad pensamos en cómo ayudar a enmendar la vida de nuestros iguales (si así lo requieren) y cuando enfocamos nuestros gestos según ese ángulo.
Bueno, se nota que llevaba tiempo sin escribir en el foro. Es verdad que hay alguna pincelada sobre el alcohol, pero como el tema es tan inabarcable reconozco que esta vez he hablado de lo divino y lo humano con demasiada prolijidad. Si no se me requiere no acaparo más el tema.
Cordialmente, Salud y disculpen las molestias.
1 “Y hasta podemos sostener con nuestro propio pecunio a los achacosos, los enfermos y los ancianos, para que la miseria no nos los arrebate. Si queremos que vivan, debemos comprar la satisfacción de ese deseo. Digo bien: que la compramos; no pienso de ningún modo en una miserable limosna. Su vida es también su propiedad, incluso para quienes no pueden trabajar; y si queremos (no importa por qué razón) que no nos priven de esa vida que les pertenece, no hay otro medio de obtener ese resultado que comprándolo” (Stirner, El Único y su Propiedad, 1844).
2 “¿Para qué han de instituirse comidas en común? ¿Acaso he de sentir hambre al mismo tiempo que mi vecino? ¿He de abandonar el museo donde trabajo, el retiro donde medito, el observatorio donde estudio, para presentarme en un edificio destinado a refectorio en lugar de comer donde y cuando lo exige mi deseo? ¿Para qué almacenes comunes? ¿Para transportar nuestros productos a un lugar determinado, a fin de volverlos a buscar a ese lugar? ¿O es que semejante precaución se considera necesaria, después de cuánto hemos dicho sobre el imperio de la razón en una sociedad igualitaria, para prevenimos de la maldad y la codicia de sus miembros? Si así fuera, en nombre de Dios, descartemos toda posibilidad de justicia política y aceptemos la opinión de quienes afirman que la práctica de la equidad es incompatible con la naturaleza humana. Una vez más, cuidémonos de reducir a los hombres a la condición de mecanismos inanimados. […]. Un hombre solitario se ve obligado a menudo a postergar o a sacrificar la realización de sus más elevados pensamientos, en aras de su propia utilidad. ¿Cuántos designios magníficos han perecido en germen, a causa de tal circunstancia? El mejor remedio al respecto consiste en la reducción de las necesidades personales hasta el mínimo posible y en la simplificación de los medios de satisfacerlas. Es peor aún cuando nos vemos obligados a consultar la conveniencia de los demás [Nota mía: lo cual vuelve a tener relación con lo del alcohol] (Godwin, Investigación sobre la justicia Política, 1793).