Cuando el dedo señala la luna... el tonto mira el dedo
Publicado: 11 May 2008, 23:45
F. García Moriyón / Red-Libertaria
Cuando el dedo señala la luna…
Quienes nos movemos en el ámbito del pensamiento y la práctica política del anarquismo estamos bien acostumbrados a una crítica siempre sencilla: las propuestas de los anarquistas son tan interesantes como irrealistas. No merece la pena esforzarse por algo que nunca va a suceder. Mejor gestionar lo que hay que perderse con sueños más propios de ilusos que de personas ilusionadas.
La crítica conviene tomársela en serio, si bien no debemos dejarnos llevar por un aceptación sin más de la misma, mucho menos por un implícito reconocimiento de nuestra impotencia política. No hemos optado por el anarquismo para satisfacer ilusiones infantiles o para librarnos de toda crítica reclamando la pureza de ideales tan perfectos como inasequibles. Somos anarquistas por realismo político y por coherencia moral.
En contra de lo que algunos pueden suponer o manifestar de forma explícita, las principios básicos del anarquismo son los más realistas que puedan darse en la vida política y social de los seres humanos. Conviene recordar una vez más que, si miramos lo ocurrido en los dos últimos siglos, desde las dos grandes revoluciones, la de Estados Unidos y la de Francia en el s. XVIII, no resulta difícil mantener que el anarquismo fue y sigue siendo la teoría y la práctica que se tomó en serio los ideales democráticos e intentó convertirlos en realidad.
Se los tomó en serio porque mantuvo con energía los tres pilares de la configuración contemporánea de la democracia sin renunciar a ninguno de ellos. Mantuvo desde el principio que era necesario optar a un tiempo por la libertad, la igualdad y la fraternidad, de modo y manera que ninguno de ellos se impusiera a los demás. Aceptó muchas de las críticas planteadas por los liberales radicales, pero no les siguió en su abandono de la solidaridad como motor de la vida social. Del mismo modo se sumó a las pretensiones de igualdad y solidaridad expuestas por los socialistas de diferentes tendencias, pero sin considerar en ningún momento que la libertad era un prejuicio pequeño burgués ni aceptar que la dictadura del proletariado podía convertirse en motor de la revolución social.
Del mismo modo se tomó en serio el impulso inicial de aquella gran apuesta por un nuevo modelo de organización social democrática. Los ilustrados se levantaron contra un estado absolutista y la toma de La Bastilla, una cárcel ejemplar de la arbitrariedad de todo poder, se convirtió en acto simbólico de rebelión en busca de una sociedad sin humillados ni oprimidos. Reclamaron la autonomía del individuo, capaz de tomar decisiones por sí mismo y propusieron la división de poderes como táctica adecuada para evitar la reproducción de nuevos poderes absolutos.
Los anarquistas aceptaron el reto y lo llevaron hasta el final. Los seres humanos en efecto no tenemos precio sino valor y nuestra dignidad no está nunca en cuestión. No hemos nacido para obedecer ni para doblar la rodilla ante nadie, sino para valernos por nosotros mismos, eso sí, en colaboración permanente con quienes nos rodean puesto que necesitamos a un tiempo su reconocimiento y su apoyo. Somos autónomos, pero no independientes, puesto que el tejido social es el tejido de la solidaridad y del apoyo mutuo.
Y el poder es sin duda el enemigo, por lo que es justo y necesario dividirlo para evitar su crecimiento fuera de control. Pero hay que hacerlo también hasta el final, buscando su completa fragmentación que termine en la total disolución del mismo. Sólo aplicando de forma constante modelos federales y autogestionarios de organización, solo acudiendo a la rotación y al empoderamiento de todos los ciudadanos, construiremos una sociedad en la que se orillen los riegos de un poder corruptor.
Mal asunto es, por tanto, acusar de ilusos a quienes se tomaron en serio los grandes ideales que sirven de legitimación a casi todos los gobiernos actuales. Es tanto como decir que todo aquello que justifica los modelos vigentes de gobierno y organización social no pasa de ensoñaciones de ingenuos inoperantes. A no ser que hagamos un ejercicio de completo cinismo y pasemos a admitir que se trata de simple ideología, pero que la realidad política funciona de otro modo que no debe en ningún caso ser reconocido de forma explícita. Incluso se puede proponer, como hacen algunos neo-conservadores, que padecemos un exceso de democracia y que hay que defender con mayor contundencia propuestas que pongan en manos de quienes saben y pueden la gestión real de la vida pública.
Ciertamente a eso no estamos dispuestos ni lo estaremos nunca. Eso sí, nuestro compromiso con la democracia nos aleja tanto del cinismo efectivo como del conservadurismo reaccionario. Creemos y seguimos creyendo que esos ideales no deben en ningún caso ser arrumbados en el baúl de objetos inútiles. A partir de ellos y con ellos siempre presentes podremos abordar en mejores condiciones la acción socio-política.
Es cierto que nunca llegarán a estar del todo realizados, pero eso no disminuye su valor, sino que lo incrementa al convertirlos en ideas reguladoras de nuestro comportamiento gracias a las cuales siempre podremos revisar y modificar lo que hacemos. Perderlas como referencia, dejar de verlas realizadas en todas y cada una de las cosas que emprendemos, equivale a abandonar lo que hace posible una acción política realista y eficaz. Optar decididamente por ellos es lo que nos distingue. De otras opciones políticas.
Creo que una cita de Ricardo Mella, uno de los más finos pensadores del anarquismo en su período clásico, expresa muy bien el sentido profundo de este ideal que, por serlo, es eficaz y al mismo tiempo nunca del todo realizable. «Vayamos tras el hombre nuevo, trepemos animosos por los abruptos riscos; que la fe, sin embargo, no nos ciegue hasta el punto de olvidar que no hay un término para el desenvolvimiento humano; que el ideal se aleja tanto más cuanto más a él nos acercamos; que la cima, en fin, es inaccesible».
Como bien decía uno de los grafitos del mayo del 68: somos realistas precisamente porque pedimos lo imposible.
… el tonto mira el dedo
Ciertamente, como decía antes, el anarquismo se caracteriza por mantener las exigencias fundamentales de una sociedad digna del apelativo de democrática, sin hacer renuncias ni concesiones. Es posiblemente por eso por lo que termina siendo siempre una de las opciones políticas más radicales, esto es, que va más a la raíz de los problemas y de las posibles soluciones.
Siendo, como es, una opción teóricamente buena e irrefutable, lo importante es que no nos quedamos en una variante de la torre de marfil o en una propuesta cátara, esto es, un planteamiento que caería en el error de considerarnos a nosotros mismos los puros e intachables, mirando a todos los demás por encima del hombro, como si fuera unos vendidos o unos traidores. Es más, si leemos los programas que animan a todos los partidos o sindicatos, por centrarme en las organizaciones con marcada intención de intervención social, todos ellos también se declaran fervientes defensores de los ideales democráticos.
La singularidad de la propuesta anarquista radica más bien en hacer una observación de hondo calado práctico: la democracia no es sólo una meta que debamos alcanzar al final de un proceso; la democracia es el camino. En el fondo es una propuesta coherente con un principio básico del anarquismo: el fin no justifica los medios, o lo que viene a ser lo mismo, si quieres alcanzar democracia, empieza por practicarla. La libertad, la igualdad y la fraternidad no vendrán algún día como si del Santo Advenimiento se tratara; vendrán si hoy mismo, aquí y ahora, las ponemos en práctica.
Puestas así las cosas, la acción política inmediata, la intervención social en los conflictos cotidianos que acompañan indefectiblemente a la vida comunitaria de los seres humanos, dispone de criterios claros y sencillos para evaluar si lo que hacemos contribuye a una real transformación social o simplemente se queda en cambios aparentes que logran que nada cambie. No queremos quedarnos mirando el dedo, ni siquiera queremos una variante del dedo más presentable que las anteriores, queremos la luna, como ya decía al principio.
Cierto es que, una vez que optamos por considerar que la democracia es el camino, sabemos de sobra que nunca será una realidad completamente realizada. Nunca llegaremos a la sociedad reconciliada consigo misma en la que todo sea acorde a nuestras grandes aspiraciones. Y en eso está precisamente el secreto, y la gracia, de la acción política. Admitido que no hay salvación en el futuro, nos ponemos manos a la obra en el presente y procuramos denodadamente, sin desánimo ni relajación, conseguir que sea el presente el que cumpla con los requisitos democráticos.
Y lo bueno del asunto es que funciona. Como decía Thoreau, una vez que alguien dice basta, que se niega a seguir obedeciendo y sometiéndose a las normas sociales establecidas, se pone en marcha la revolución, entendida en este sentido más profundo y más sólido. Basta con que hagamos un repaso de las diferentes y muy variadas propuestas que circulan por el mundo globalizado para lograr mantener y potenciar un apreciable grado de sensatez en las relaciones humanas. Al final de esa recapitulación nos damos cuenta de que las cosas funcionan si y en tanto que se ajustan a los criterios democráticos.
¿Pretendemos de verdad incidir en la vida social desde una acción organizada? Pues ya podemos empezar por construir de abajo arriba, pues todo lo que intenta introducirse sin contar con el protagonismo directo de los implicados, termina siendo sustancialmente inútil. Claro está que no es sencillo conseguir que la gente se implique y participe, sin duda alguna muchos son los que terminan cediendo y delegando, del mismo modo que son también muchos los “líderes” que terminan suplantando la capacidad de decisión de la gente. Sin embargo, eso no quita la observación elemental: la acción mantendrá su capacidad de incidir socialmente en tanto que se mantenga esa dinámica que va de abajo arriba, y decaerá al mismo tiempo que esta se desvanece.
¿Buscamos un mundo libre, en el que nadie oprima a nadie y todos puedan ejercer de hecho la capacidad de elegir su propia vida? Pues también aquí nos damos de bruces con una realidad práctica similar. La gente solo aprende a ser libre ejerciendo su propia libertad en todos los ámbitos, y eso desde la infancia hasta la vejez. Claro está que cometerán errores, pues no hay nadie en posesión de la verdad o la línea correcta que pueda garantizar que sus opciones van a ser las adecuadas. Pero no hay otra salida: o te atreves a decidir por ti mismo, o no haremos nada y nada funcionará realmente.
¿Queremos un mundo de iguales, en el que nadie valga más que nadie y se aplique con rigor el principio básico de a cada uno según sus necesidades y de cada uno según su capacidad? Pues más de lo mismo, empecemos aquí y ahora por ejercer la igualdad, hagamos que la gente rote en las posiciones, optemos porque la voz de todos sea escuchada y sus opiniones sean tenidas en cuenta llegado el momento de tomar decisiones. Cierto es que se mantendrán las diferencias y cierto es también que con alguna frecuencia volverán a degenerar hasta convertirse en desigualdades discriminatorias.
Pero también aquí la acción se mantendrá fresca y creativa, innovadora y eficaz, en tanto en cuanto practiquemos la igualdad. ¿Hemos optado por un mundo fraterno y solidario? Pues manos a la obra y actuemos basados en el apoyo mutuo, conscientes plenamente de que los seres humanos nos necesitamos unos a otros y que la mejor manera de resolver los problemas que nos acosan es aquella en la que los intereses personales se ajustan a los intereses colectivos y en la que la unión de todos, unión no uniformadora sino enriquecedora, incrementa las posibilidades de éxito y de bienestar colectivo e individual. Sin duda alguna habrá quienes busquen el atajo de su propio egoísmo y piensen que lo mejor es actuar bajo el lema de “sálvese el que pueda”. Sin embargo, se equivocan de medio a medio, puesto que los atajos insolidarios no llevan a ningún sitio.
Es así de sencillo y así de claro. La acción social es eficaz en la medida en que las personas implicadas ponen en juego los principios de libertad, igualdad y fraternidad. Y es tan eficaz, que incluso es capaz de ir haciendo frente a quienes optan por lo contrario y remediando los entuertos que estos últimos provocan. Eso exigirá, sin duda, un notable derroche de energías, una gran fuerza moral y habilidad para ir encontrando soluciones concretas en cada momento.
No importa mucho. Mi tesis fundamental es que el anarquismo es la propuesta social más coherente y más eficaz. En ningún momento he dicho que sea la más sencilla ni la más cómoda. No olvidemos que nosotros queremos la luna y no nos conformamos con el dedo.