Legalización y despenalización de las "drogas"
Publicado: 26 Oct 2007, 00:03
"Hay que ver lo rentable que les ha resultado a determinados inquisidores haber convertido el vicio de unos cuantos en problema de todos". Ésta es la gran conclusión a la que llegó Usó tras una costosa investigación que había nacido fruto de la casualidad. Si no fuera por un estudio que comenzó sobre la Unión Patriótica —un partido fantasma creó el general Primo de Rivera para legitimar su régimen—, este valenciano de 38 años nunca hubiera metido sus narices en la prensa de los años 20. Ni hubiera descubierto que, ya entonces, las noticias sobre drogas eran ya muy frecuentes.
"No sabía si aquello había sido investigado alguna vez, pero me presenté en el despacho de Escohotado con un montón de folios mecanografiados en los que había ordenado y transcrito cada una de las informaciones encontradas a lo largo de los últimos cinco años". Fue entonces cuando Antonio Escohotado le convenció de que, frente a la cruzada contra las drogas, había una postura más inteligente que el simple rechazo o adhesión: investigar y difundir la historia de las drogas en España y desde España.
Así nació Drogas y cultura de masas. España (1855-1995), una aparente crónica de hechos que, más allá de la recopilación e interpretación histórica, contextualiza la transformación de la imagen del usuario de drogas a lo largo de un siglo en el que se ha gestado, desarrollado e implantado el llamado 'problema de drogas'.
-¿Cómo y cuándo se constituye el 'problema' en España?
-Es algo de lo que ya se habla en la prensa de los años 20, cuando se acusa al consumo de morfina y cocaína en cabarets y music-halls de ser "el principal problema" que en aquel momento presentan ciudades como Barcelona o Valencia. Sin embargo, hasta 1961, con la firma del Convenio de Naciones Unidas, no se establecen las bases de la situación actual. El uso de drogas pasó de ser un asunto médico y, en última instancia, ético a ser un tema de competencia policial (no en vano se crea en ese momento en España la Brigada de Estupefacientes).
-Pero el espíritu que alimenta la cruzada contra las drogas está presente mucho antes de 1961...
-Claro, por ejemplo, en 1933 se promovían en Barcelona campañas para moralizar la vida pública, con vigilancia específica y sanciones a determinados locales de la ciudad donde se exhibían espectáculos obscenos, circulaban revistas pornográficas y se consumían drogas. En realidad, la cruzada contra las drogas se manifestaba a través de ese tipo de campañas como derivación de una preocupación obsesiva por reprimir toda práctica sexual que eludiera la procreación. Hasta tal punto que cabe preguntarse, ¿qué preocupaba realmente más a aquellos puritanos? ¿Que la gente se diera a la ebriedad con sustancias consideradas eufóricas o que bajo sus efectos se entregaran a los goces del sexo?
-¿Qué preocupaba?
-Bueno, tanto los próceres morales como las autoridades gubernativas hablaban de proteger la integridad de la Patria y de la Raza. En realidad, el mismo modelo se repetirá en todo el mundo una y otra vez: los responsables de la droga (sea la que sea) siempre serán extranjeros, gente venida de fuera. En la Francia de los años 20, se acusó a inmigrantes judíos del extinguido Imperio Austrohúngaro de traficar en cocaína; en EEUU, durante los años 30, se culpó a chicanos de haber introducido algo tan espantoso como la marihuana; en los años 40-50, se generalizó la idea de que la China comunista pretendía la decadencia de Occidente a través de la heroína... Pero lo cierto es que, en España, la I Guerra Mundial significó un antes y un después. La neutralidad española abrió las puertas a una riada de gentes (put@s, espías, desertor@s...) que trajeron consigo "obscenidades" —la felación, el alcohol de destilación, la cocaína— hasta el momento desconocidas por la mayoría de los españoles. Los locos años 20 se vivieron antes en tierras catalanas que en el centro de Europa. En un momento en que los hombres morían por millares en suelo francés o alemán, Barcelona vivía una explosión de la vida nocturna alucinante, que convulsionó a la rígida y tradicional clase dirigente española de la época.
- Hablas de un momento en el que el consumo de drogas carecía aún de estigma social. En tu libro recurres a la figura de Santiago Rusiñol (pintor, escritor, y actor catalán) para ilustrar la psicología y sociología del toxicómano antes de la creación del 'problema'.
-El consumidor de principios de siglo solía ser una persona adulta; bien integrada a nivel familiar y social, que no tenía que delinquir para garantizarse el consumo; que solía padecer una enfermedad que le producía un dolor insoportable; que consumía de forma autocontrolada, es decir, sabiendo qué tomaba y para qué lo tomaba; y que normalmente no llegaba a desarrollar una carrera toxicomaníaca al uso.
-Un consumidor que decide por sí mismo si está usando o abusando de una sustancia...
-A principios de siglo, la diferencia entre uso y abuso en España era una cuestión exclusivamente ética, que en cualquier caso establecía el propio individuo: tú eres quien decides si estás usando o abusando de un determinado producto. En 1918, el Estado resolvió que establecer dicha distinción era competencia de los médicos. En la práctica, toda droga que recetara un médico, por mucha cantidad que fuera, se consideraba uso; por contra, cualquier cantidad de droga no recetada por un facultativo, aunque fuera mínima, era conceptuada como abuso. Más tarde, tras la firma de la Convención Única de Naciones Unidas sobre Estupefacientes (1961), el abuso vendrá determinado por la propia sustancia. Por definición, a partir de ese momento, hay sustancias (p. ej.: el cannabis) cuyo uso, al no poder ser legalmente recetado, será considerado abuso en cualquier caso.
-¿Cómo ha influido la implantación del 'problema de la droga' en la percepción que la sociedad tiene sobre su consumo?
-La toxicomanía, en principio, se contempla como una conducta a medio camino entre el crimen y la enfermedad. En función de los tiempos que corran —y de los intereses establecidos— predomina un extremo más que otro. Hoy, la toxicomanía es percibida como una enfermedad. Se habla de gente que consume porque tiene una predisposición morbosa. No es casual que la adicción venga siendo contemplada en los manuales de diagnóstico de enfermedades mentales. ¿Por qué son considerados los psiquiatras "expertos" en consumo de drogas?
-¿Por qué?
-Se ha producido un trasvase de una visión religiosa del mundo a una concepción científico-terapéutica del mismo. Las metáforas religiosas se sustituyen por interpretaciones psiquiátricas. El hombre deja de ser percibido como un sujeto que actúa en y sobre el mundo para ser concebido como un organismo que simplemente reacciona a influencias externas. Lo que antes era pecado ahora es enfermedad; lo que era tentación es ahora compulsión.
-¿Por dónde pasa el control social del que hablas en Drogas y cultura de masas?
-Si consideras la toxicomanía un delito tienes autoridad para estigmatizar a determinadas personas y apartarlas en establecimientos penitenciarios; si la consideras una enfermedad, no podrás encerrar la cárcel a las personas por el hecho de consumir drogas, pero, sin duda, las someterás a tratamiento (lo cual no quiere decir que parte de ese tratamiento no pueda traducirse en un ingreso coactivo en cualquier centro especializado). En definitiva, el cuerpo social necesita tratar a ciertos individuos, reciclándolos o procesándolos —bien terapéutica, bien criminalmente—, y ese tratamiento siempre justificará ciertas medidas de control social, que muchas veces afectarán no sólo a esas personas en concreto, sino a toda la sociedad.
-El tráfico de drogas constituye uno de los delitos más graves que contempla el nuevo Código Penal...
-Sí, la situación actual es muy curiosa: si un empresario contamina el aire o el agua (elementos naturales que necesitamos todos), se le acusa de un delito ecológico; si un camello le pasa una papela de caballo a una persona, se le acusa de un delito contra la salud pública (es decir, contra la salud de todos).
-¿Cuál es tu interpretación del concepto de Salud Pública?
-Es un concepto de la Ilustración, formulado por primera vez a finales del s. XVIII por Gaetano Filangieri, un jurisconsulto napolitano. Inicialmente respondía a una incipiente preocupación de los monarcas por la salud de sus súbditos. En virtud de tal preocupación, se criminalizó toda conducta o acto que pudiera poner en riesgo o dañar la salud, no de un individuo, sino de todo un colectivo. Prácticamente, vendrían a coincidir con lo que hoy llamamos 'delitos sanitarios': desenterramiento de cadáveres (tanto de animales como de personas), venta de fármacos deteriorados, que contuvieran otros ingredientes distintos a los anunciados, sustitución de unos fármacos por otros... De hecho, si las drogas han acabado cobrando significado propio en relación al concepto Salud Pública, es porque en su día fueron consideradas fármacos. Pero si a finales del s. XVIII las drogas hubieran tenido el caracter de ilicitud que revisten actualmente, nuestros antepasados ilustrados seguramente las hubieran relacionado con de delitos de suicidio, homicidio o asesinato (por envenenamiento), pero difícilmente con la Salud Pública.
-Dicen que la droga mata...
-Una cosa es garantizar la salud de los ciudadanos, como un importante patrimonio colectivo a defender, pero otra cosa es imponerla. Hoy, como hemos perdido cierta perspectiva histórica, en nombre del Estado del Bienestar, estamos llegando a verdaderos absurdos, como la formulación de ése (y otros) eslogans similares.
-Según apuntas en tu libro, el mismo absurdo que ha caracterizado la historia legal española en materia de drogas, ¿no?
-Yo, en este caso, hablaría más bien de ambigüedad. Con independencia del contexto internacional, durante la época contemporánea, el Estado español ha ido alternando períodos de mayor o menor permisividad y tolerancia política, con otros de auténtica dictadura, pero, a efectos prácticos, nunca ha funcionado como un estado no confesional, laico, de verdad. Cualquier cosa contraria a la moral católica ha sido perseguida por definición. Durante muchas épocas, ni siquiera habría hecho falta desarrollar una legislación específica en materia de drogas.
-Por poner otro ejemplo: ¿es posible que el franquismo sostuviera en materia de drogas una política más progresista que la actual?
-¡Mujer, yo no diría más "progresista"! Pero sí más eficaz e inteligente, en algunos aspectos. Por ejemplo, la dispensación controlada de opiáceos (especialmente morfina) y cocaína, a través del denominado carnet de "extradosis" o "dosis extraterapéutica", funcionó en España desde 1935 hasta 1968. Ya entonces se llegó a la conclusión de que puede haber personas cuya inveterada adicción haga preferible que persistan en ella, lo más controladamente posible, a una desintoxicación forzosa. Si dejó de funcionar este suministro controlado no fue a causa de ningún tipo de problema social o sanitario, sino porque la firma de la Convención Única de Estupefacientes de Naciones Unidas (1961) era incompatible con esa vía.
-¿Se puede hablar de entonces de excepcionalidad del Estado español en el contexto internacional?
-En España, efectivamente, se han dado situaciones absolutamente excepcionales. Por ejemplo, recuerdo un programa de La clave en el que Antonio Escohotado (marzo'82) se expresó en términos totalmente antiprohibicionistas o, más recientemente, otro programa televisivo de máxima audiencia, como Moros y Cristianos (septiembre'97), en el que se debatió acerca de una supuesta legalización de las drogas y apenas un 39% se mostró partidario de mantener la prohibición, mientras más de un 60% se decantó por revocarla. Esto es sencillamente inimaginable en cualquier otro país.
-¿De verdad crees que aquí ganaría el "sí" en un referéndum sobre la legalización?
-Lo que en el fondo pretende tanto la política prohibicionista, como la denominada prevención, es que la gente no consuma ningún tipo de sustancia psicoactiva. Es una política orientada a luchar contra la ebriedad, contra el placer autoinducido, contra algo innato y consustancial a la especie humana (y seguramente a muchas especies más). Estoy convencido de que planteando la cuestión de manera no tendenciosa ganaría ampliamente una opción despenalizadora, especialmente si la gente tuviera acceso a una información veraz, objetiva y desapasionada. Ahora bien, lo que tampoco cabe esperar es que la gente vaya a salir a la calle a exigir la despenalización de las drogas con gritos y pancartas.
-¿Por qué no?
-Existen ciertas cuestiones (como el derecho a la eutanasia) que, por el momento, están fuera del debate público, es decir, son políticamente innegociables; pero, seguramente obtendrían respuestas sorprendentes si fueran sometidas a referendum. Son asuntos en los que cualquier Gobierno adopta una actitud contemporizadora, en el sentido más estricto del término. Tendrían que ser EE.UU., o Alemania, o Francia, o cualquier otro país con más peso específico en el concierto internacional los que revisaran sus leyes en este sentido para que en España se planteara algún cambio.
-¿Cómo defines el consumo de drogas en los 90?
-Responde totalmente al concepto de ebriedad moderna: las drogas han dejado de ser un simple vehículo, para convertirse en un fin en sí mismas. Creo que el consumo de drogas se ha incorporado definitivamente al paquete de ritos juveniles. Creo que el deseo de ebriedad es algo inherente a la especie humana —como he dicho antes—, una constante en la historia de la humanidad. En su intento de ir eludiendo prohibiciones se decantará por unas u otras sustancias, pero siempre ha estado y estará ahí.
-¿En qué dirección vamos ahora?
-Seguramente, dentro de la historia de las drogas, la década de los 90 quedará vinculada al extasis. Pero, las denominadas genéricamente "drogas de diseño" (MDMA y análogos) han surgido como respuesta a la Prohibición. Se puede coartar, reprimir, nuestra tendencia a la ebriedad en relación a determinadas sustancias, pero entonces buscaremos y recurriremos a otros vehículos para acceder al estado de ánimo deseado. Como las drogas eufóricas tradicionales están en manos de monopolios —mafias o Estados—, y la química progresa mucho más rápidamente que la burocracia sobre la que se asienta la Prohibición, finalmente se han impuesto unas sustancias psicoactivas que no necesitan de grandes laboratorios para su elaboración, ni grandes infraestructuras de tráfico. Por lo demás, se trata de productos más acabados, con menos "aristas", de efectos menos duraderos, poco o nada adulterados, más baratos... y en constante evolución.
-¿Puedes establecer un perfil de consumidor para cada tipo de sustancia?
-No creo que exista un perfil definido, especialmente desde que se impuso un régimen de Prohibición. Como soy historiador y no psicólogo, ni psiquiatra, a mi juicio puede ser más determinante el contexto social que el carácter del sujeto y las propiedades de sustancia en cuestión. Por ejemplo, antes de la I Guerra Mundial, la cocaína era considerada como cualquier otro fármaco; durante los años 20 se convirtió en un símbolo de cosmopolitismo y estatus social; en los años 30 generó fama de droga prostibularia; una década más tarde, con la carestía que se generó tras la guerra civil y la II Guerra Mundial, volvió a recuperar su valor como anestésico local; en los 80 se convirtió en uno de los principales referentes para los que disfrutaban de éxito económico y social y para quienes aspiraban a ello; ahora, en los 90, se ha extendido y popularizado tanto su consumo que no creo que exista ningún perfil definido. Nos movemos en un mundo de estereotipos, generados por la Prohibición y promovidos por los medios de comunicación, que responden a unos criterios muy subjetivos y, desde luego, nada farmacológicos.
-¿Como cuáles?
-Los precios, por ejemplo. Policía, políticos, medios de comunicación... todo el mundo pone un énfasis especial en los fabulosos beneficios que genera del tráfico de drogas a gran escala, a nivel importación-exportación, pero nadie dice cuáles son los precios de coste reales, a nivel producción, de estos mismos productos (que suelen ser irrisorios). Sin embargo, cualquier cosa que se presente como cara y prohibida, se convertirá inmediatamente en algo deseable. En este sentido, no deja de resultar curioso observar —en la calle o en cualquier reportaje de televisión al uso— a un toxicómano, o ex toxicómano, evocando con cierto orgullo los millones que se ha metido por la vena o por la nariz, cuando el gramo de cocaína cuesta prácticamente lo mismo que hace veinte años y el de heroína (brown) ha bajado en este mismo tiempo. Se sigue presentando a las drogas como productos caros, y naturalmente prohibidos, con lo que siguen siendo algo fascinante para la mayoría de la gente.
-Hablas en tu libro del haschís como paradigma del enfrentamiento entre autoritarismo y derechos civiles...
-La cuestión del haschís, aquí, ofrece un caso un tanto particular o excepcional. Ante todo, no podemos olvidar la proximidad del Estado español a algunas zonas productoras. Esta circunstancia geográfica se ha visto reforzada históricamente por algunos factores políticos, económicos y hasta bélicos. Me refiero al "protectorado" que ejerció el Gobierno español en Marruecos, desde 1912 hasta 1956. Durante aquellos años no fueron pocos los españoles (funcionarios civiles y militares, soldados, marineros, artistas en gira, etcétera) que se iniciaron en su consumo allí. Luego, resulta que la columna vertebral del ejército de Franco, o sea, del bando vencedor en la guerra civil, le pegaba al kif y la grifa en cantidad. En consecuencia, durante los años de la autarquía las autoridades hicieron la vista gorda con el consumo de derivados del cannabis. A pesar de la reivindicación de la marihuana por los jóvenes contestatarios de los 60 y los 70, lo que determinó el final de la inhibición por parte de las autoridades, en España existía una experiencia y una subcultura cannábica que venía de antiguo. Por eso, al aprobarse en 1992 la denominada ley Corcuera, que puede inscribirse en la tradición legislativa española más autoritaria, la misma que dio lugar a la ley de Vagos y Maleantes (1933) y la ley de Peligrosidad Social (1972), es cuando comienza a articularse un movimiento antiprohibicionista en España.
-Uno de tus últimos objetos de estudio ha sido, precisamente la aplicación de la ley Corcuera en España. ¿Qué conclusiones has sacado?
-En principio, la ley Corcura tiene dos propósitos, bien definidos: uno punitivo (art. 25.1), que se materializa en una sanción, que en su expresión mínima será de 50.000 ptas., y otro terapéutico (art. 25.2), que se consigue si la persona sancionada opta por seguir un tratamiento de deshabituación. Es curioso, en este sentido, que la inmensa mayoría de los ciudadanos sancionados prefieran pagar una multa, y persistir en el consumo, que someterse a un tratamiento gratuito, lo cual viene a cuestionar la noción de enfermedad en relación con las drogas. Aunque las autoridades no se preocupan de decodificar las sanciones, para saber en cada caso caso qué sustancia ilícita ha provocado la aplicación de la ley, es seguro que más del 90% de las multas recaen sobre usuarios de cannabis. Por lo demás, también llama poderosamente la atención la desigual aplicación de la ley Corcuera, según Comunidades Autónomas, p. ej.: mientras en la Comunidad Valenciana se vienen poniendo unas 27 multas por cada 10.000 habitantes, en Galicia no llega a dos multas y en Euskadi no llega a un multa, por la misma cantidad de personas.
-¿Cómo nace el antiprohibicionismo en España?
-En realidad, el antiprohibicionismo es tan antiguo como el prohibicionismo. De hecho, durante los años 20 ya tiene perfectamente articuladas las bases de su discurso. Pero, ya te puedes imaginar que con dos largos período de dictadura militar (con el general Primo de Rivera, de 1923 a 1930, y con el general Franco, entre 1939 y 1975) las tesis antiprohibicionistas no tuvieran demasiadas oportunidades de expresarse. Ya en los años 80, las figuras de Antonio Escohotado y Fernando Savater resultarían fundamentales para la consolidación de una corriente de pensamiento antiprohibicionista. Sin embargo, si el antiprohibicionismo ha superado ese nivel de planteamiento teórico y ha salido a la calle, plasmado en una actitud y llegando a constituir un auténtico movimiento social, ha sido gracias precisamente a la ley Corcuera.
-¿Estrategia política?
-En España, muchas personas no acabamos de entender que la prohibición esté planteada en términos sanitarios, cuando, en el fondo, es más un asunto ético y, en última instancia, político. O sea, ¿tenemos, o no, derecho a gestionar libremente nuestro cuerpo?, ¿tenemos, o no, derecho a automedicarnos? Esta es la cuestión... Por las calamidades que producen, nadie puede pensar que las armas sean menos perjudiciales que las drogas; sin embargo, hemos aprendido a reconocerles usos subjetivos (militares, policiales, cinegéticos y hasta lúdicos) y nadie se escandaliza por ello. ¿Por qué somos incapaces de hacer lo mismo con las drogas prohibidas?
-¿Qué ha conseguido hasta hoy el movimiento antiprohibicionista?
-Plantear el debate a nivel social y, lo que es más importante, convencer, haciendo prevalecer sus tesis sobre los planteamientos prohibicionistas. El gran reto, ahora, es cómo llevar esa reivindicación al terreno de lo político, cómo conseguir que los partidos se impliquen en el debate, no como han hecho hasta ahora, que lo han eludido todo lo que les ha permitido su agenda. Es decir, conseguir que deje de ser un tema políticamente innegociable.
-Pero ya existen partidos en cuyo programa se incluyen cambios importantes en materia de drogas...
-Es cierto que ha habido alguna formación política, como Izquierda Unida, que han propuesto algún que otro cambio sustancial... pero, no nos engañemos, IU difícilmente ganará unas elecciones, y si lo hiciera, no creo que llevara a la práctica lo que propone en su programa electoral.
-¿Por qué no?
-Bueno, podría demostrarlo a nivel de política municipal. Hay muchos ayuntamientos en España gobernados por IU y no han desarrollado ninguna iniciativa en esta línea. Cuando se les critica, se escudan en la falta de poder real en la gestión, de no poder enfrentarse a leyes autonómicas ni del Estado. Es falso: la capacidad de autonomía a nivel municipal ofrece posibilidades sin tener que provocar ningún enfrentamiento de competencias.
-Las asociaciones antiprohibicionistas han hecho de tu obra una de sus armas teóricas. Tú no perteneces a ninguna asociación: desde la perspectiva de la independencia, ¿cómo ves el movimiento antiprohibicionista en España?
-En un año, más o menos, que vengo tomando parte en actos de signo antiprohibicionista, he podido comprobar que la Coordinadora de Organizaciones por la Normalización del Cannabis ni siquiera tiene elaborado un mailing de las asociaciones integradas en ella. Es decir, ni ellos mismos saben quiénes son, cuántos son, dónde están encuadrados... lo cual me parece que da el nivel real del movimiento antiprohibicionista en España en estos momentos.
-La falta de organización es entonces uno de los retos a plantearse...
-Sí, desde luego, además de la estrategia, la táctica... Pero existe otra rémora en el movimiento antiprohibicionista: entre la gente que teóricamente se opone a la Prohibición, hay muchas personas que, en el fondo —y, probablemente, sin ser muy conscientes de ello—, prefieren que las drogas sigan siendo algo prohibido, una especie de tabú. Porque, si dejaran de estar prohibidas y su consumo dejara de ser perseguido, también dejarían de simbolizar cierta actitud de rebeldía, de rechazo, ante el convencionalismo social.
-En el momento actual, ¿es posible en España la legalización de las drogas?
-En el caso del cannabis, tal y como van las cosas, podría ser factible dentro de algunos años. Y ya sería un paso, porque a los ojos del represor tan censurable es fumarse un porro como esnifar una raya de cocaína. Lo triste es que si volvemos al estadio anterior a 1918 —es decir a una época de despenalización o libertad farmacológica— no será directamente, como consecuencia de una recuperación de derechos civiles básicos frente a la intromisión cada vez mayor del poder del Estado en el ámbito de la privacidad del individuo, sino a través de la vía del terapeutismo. No sé, me parecería lamentable tener fingir asma, o glaucoma, o insomnio, para que un médico me extendiera una receta que me permitiera comprar legalmente marihuana en una farmacia. Además, ¿por qué en una farmacia y no en una herboristería o en una tienda de dietética y productos naturales? ¿Por qué no puede tenerse en casa en una maceta, como se tiene aloe o cualquier otra planta medicinal? La solución terapéutica es, en el fondo, una forma de seguir negando el uso lúdico de drogas.
-Con el PP o con een el Gobierno, ¿crees de verdad en una futura legalización del cannabis?
-En realidad, y con independencia del partido que tenga el poder en España, la principal dificultad que veo de cara a la normalización del cannabis es que los Ejecutivos, en materia de drogas (más incluso que en otros asuntos), están absolutamente subyugados a la voluntad política de Tío Sam. Así que.
"No sabía si aquello había sido investigado alguna vez, pero me presenté en el despacho de Escohotado con un montón de folios mecanografiados en los que había ordenado y transcrito cada una de las informaciones encontradas a lo largo de los últimos cinco años". Fue entonces cuando Antonio Escohotado le convenció de que, frente a la cruzada contra las drogas, había una postura más inteligente que el simple rechazo o adhesión: investigar y difundir la historia de las drogas en España y desde España.
Así nació Drogas y cultura de masas. España (1855-1995), una aparente crónica de hechos que, más allá de la recopilación e interpretación histórica, contextualiza la transformación de la imagen del usuario de drogas a lo largo de un siglo en el que se ha gestado, desarrollado e implantado el llamado 'problema de drogas'.
-¿Cómo y cuándo se constituye el 'problema' en España?
-Es algo de lo que ya se habla en la prensa de los años 20, cuando se acusa al consumo de morfina y cocaína en cabarets y music-halls de ser "el principal problema" que en aquel momento presentan ciudades como Barcelona o Valencia. Sin embargo, hasta 1961, con la firma del Convenio de Naciones Unidas, no se establecen las bases de la situación actual. El uso de drogas pasó de ser un asunto médico y, en última instancia, ético a ser un tema de competencia policial (no en vano se crea en ese momento en España la Brigada de Estupefacientes).
-Pero el espíritu que alimenta la cruzada contra las drogas está presente mucho antes de 1961...
-Claro, por ejemplo, en 1933 se promovían en Barcelona campañas para moralizar la vida pública, con vigilancia específica y sanciones a determinados locales de la ciudad donde se exhibían espectáculos obscenos, circulaban revistas pornográficas y se consumían drogas. En realidad, la cruzada contra las drogas se manifestaba a través de ese tipo de campañas como derivación de una preocupación obsesiva por reprimir toda práctica sexual que eludiera la procreación. Hasta tal punto que cabe preguntarse, ¿qué preocupaba realmente más a aquellos puritanos? ¿Que la gente se diera a la ebriedad con sustancias consideradas eufóricas o que bajo sus efectos se entregaran a los goces del sexo?
-¿Qué preocupaba?
-Bueno, tanto los próceres morales como las autoridades gubernativas hablaban de proteger la integridad de la Patria y de la Raza. En realidad, el mismo modelo se repetirá en todo el mundo una y otra vez: los responsables de la droga (sea la que sea) siempre serán extranjeros, gente venida de fuera. En la Francia de los años 20, se acusó a inmigrantes judíos del extinguido Imperio Austrohúngaro de traficar en cocaína; en EEUU, durante los años 30, se culpó a chicanos de haber introducido algo tan espantoso como la marihuana; en los años 40-50, se generalizó la idea de que la China comunista pretendía la decadencia de Occidente a través de la heroína... Pero lo cierto es que, en España, la I Guerra Mundial significó un antes y un después. La neutralidad española abrió las puertas a una riada de gentes (put@s, espías, desertor@s...) que trajeron consigo "obscenidades" —la felación, el alcohol de destilación, la cocaína— hasta el momento desconocidas por la mayoría de los españoles. Los locos años 20 se vivieron antes en tierras catalanas que en el centro de Europa. En un momento en que los hombres morían por millares en suelo francés o alemán, Barcelona vivía una explosión de la vida nocturna alucinante, que convulsionó a la rígida y tradicional clase dirigente española de la época.
- Hablas de un momento en el que el consumo de drogas carecía aún de estigma social. En tu libro recurres a la figura de Santiago Rusiñol (pintor, escritor, y actor catalán) para ilustrar la psicología y sociología del toxicómano antes de la creación del 'problema'.
-El consumidor de principios de siglo solía ser una persona adulta; bien integrada a nivel familiar y social, que no tenía que delinquir para garantizarse el consumo; que solía padecer una enfermedad que le producía un dolor insoportable; que consumía de forma autocontrolada, es decir, sabiendo qué tomaba y para qué lo tomaba; y que normalmente no llegaba a desarrollar una carrera toxicomaníaca al uso.
-Un consumidor que decide por sí mismo si está usando o abusando de una sustancia...
-A principios de siglo, la diferencia entre uso y abuso en España era una cuestión exclusivamente ética, que en cualquier caso establecía el propio individuo: tú eres quien decides si estás usando o abusando de un determinado producto. En 1918, el Estado resolvió que establecer dicha distinción era competencia de los médicos. En la práctica, toda droga que recetara un médico, por mucha cantidad que fuera, se consideraba uso; por contra, cualquier cantidad de droga no recetada por un facultativo, aunque fuera mínima, era conceptuada como abuso. Más tarde, tras la firma de la Convención Única de Naciones Unidas sobre Estupefacientes (1961), el abuso vendrá determinado por la propia sustancia. Por definición, a partir de ese momento, hay sustancias (p. ej.: el cannabis) cuyo uso, al no poder ser legalmente recetado, será considerado abuso en cualquier caso.
-¿Cómo ha influido la implantación del 'problema de la droga' en la percepción que la sociedad tiene sobre su consumo?
-La toxicomanía, en principio, se contempla como una conducta a medio camino entre el crimen y la enfermedad. En función de los tiempos que corran —y de los intereses establecidos— predomina un extremo más que otro. Hoy, la toxicomanía es percibida como una enfermedad. Se habla de gente que consume porque tiene una predisposición morbosa. No es casual que la adicción venga siendo contemplada en los manuales de diagnóstico de enfermedades mentales. ¿Por qué son considerados los psiquiatras "expertos" en consumo de drogas?
-¿Por qué?
-Se ha producido un trasvase de una visión religiosa del mundo a una concepción científico-terapéutica del mismo. Las metáforas religiosas se sustituyen por interpretaciones psiquiátricas. El hombre deja de ser percibido como un sujeto que actúa en y sobre el mundo para ser concebido como un organismo que simplemente reacciona a influencias externas. Lo que antes era pecado ahora es enfermedad; lo que era tentación es ahora compulsión.
-¿Por dónde pasa el control social del que hablas en Drogas y cultura de masas?
-Si consideras la toxicomanía un delito tienes autoridad para estigmatizar a determinadas personas y apartarlas en establecimientos penitenciarios; si la consideras una enfermedad, no podrás encerrar la cárcel a las personas por el hecho de consumir drogas, pero, sin duda, las someterás a tratamiento (lo cual no quiere decir que parte de ese tratamiento no pueda traducirse en un ingreso coactivo en cualquier centro especializado). En definitiva, el cuerpo social necesita tratar a ciertos individuos, reciclándolos o procesándolos —bien terapéutica, bien criminalmente—, y ese tratamiento siempre justificará ciertas medidas de control social, que muchas veces afectarán no sólo a esas personas en concreto, sino a toda la sociedad.
-El tráfico de drogas constituye uno de los delitos más graves que contempla el nuevo Código Penal...
-Sí, la situación actual es muy curiosa: si un empresario contamina el aire o el agua (elementos naturales que necesitamos todos), se le acusa de un delito ecológico; si un camello le pasa una papela de caballo a una persona, se le acusa de un delito contra la salud pública (es decir, contra la salud de todos).
-¿Cuál es tu interpretación del concepto de Salud Pública?
-Es un concepto de la Ilustración, formulado por primera vez a finales del s. XVIII por Gaetano Filangieri, un jurisconsulto napolitano. Inicialmente respondía a una incipiente preocupación de los monarcas por la salud de sus súbditos. En virtud de tal preocupación, se criminalizó toda conducta o acto que pudiera poner en riesgo o dañar la salud, no de un individuo, sino de todo un colectivo. Prácticamente, vendrían a coincidir con lo que hoy llamamos 'delitos sanitarios': desenterramiento de cadáveres (tanto de animales como de personas), venta de fármacos deteriorados, que contuvieran otros ingredientes distintos a los anunciados, sustitución de unos fármacos por otros... De hecho, si las drogas han acabado cobrando significado propio en relación al concepto Salud Pública, es porque en su día fueron consideradas fármacos. Pero si a finales del s. XVIII las drogas hubieran tenido el caracter de ilicitud que revisten actualmente, nuestros antepasados ilustrados seguramente las hubieran relacionado con de delitos de suicidio, homicidio o asesinato (por envenenamiento), pero difícilmente con la Salud Pública.
-Dicen que la droga mata...
-Una cosa es garantizar la salud de los ciudadanos, como un importante patrimonio colectivo a defender, pero otra cosa es imponerla. Hoy, como hemos perdido cierta perspectiva histórica, en nombre del Estado del Bienestar, estamos llegando a verdaderos absurdos, como la formulación de ése (y otros) eslogans similares.
-Según apuntas en tu libro, el mismo absurdo que ha caracterizado la historia legal española en materia de drogas, ¿no?
-Yo, en este caso, hablaría más bien de ambigüedad. Con independencia del contexto internacional, durante la época contemporánea, el Estado español ha ido alternando períodos de mayor o menor permisividad y tolerancia política, con otros de auténtica dictadura, pero, a efectos prácticos, nunca ha funcionado como un estado no confesional, laico, de verdad. Cualquier cosa contraria a la moral católica ha sido perseguida por definición. Durante muchas épocas, ni siquiera habría hecho falta desarrollar una legislación específica en materia de drogas.
-Por poner otro ejemplo: ¿es posible que el franquismo sostuviera en materia de drogas una política más progresista que la actual?
-¡Mujer, yo no diría más "progresista"! Pero sí más eficaz e inteligente, en algunos aspectos. Por ejemplo, la dispensación controlada de opiáceos (especialmente morfina) y cocaína, a través del denominado carnet de "extradosis" o "dosis extraterapéutica", funcionó en España desde 1935 hasta 1968. Ya entonces se llegó a la conclusión de que puede haber personas cuya inveterada adicción haga preferible que persistan en ella, lo más controladamente posible, a una desintoxicación forzosa. Si dejó de funcionar este suministro controlado no fue a causa de ningún tipo de problema social o sanitario, sino porque la firma de la Convención Única de Estupefacientes de Naciones Unidas (1961) era incompatible con esa vía.
-¿Se puede hablar de entonces de excepcionalidad del Estado español en el contexto internacional?
-En España, efectivamente, se han dado situaciones absolutamente excepcionales. Por ejemplo, recuerdo un programa de La clave en el que Antonio Escohotado (marzo'82) se expresó en términos totalmente antiprohibicionistas o, más recientemente, otro programa televisivo de máxima audiencia, como Moros y Cristianos (septiembre'97), en el que se debatió acerca de una supuesta legalización de las drogas y apenas un 39% se mostró partidario de mantener la prohibición, mientras más de un 60% se decantó por revocarla. Esto es sencillamente inimaginable en cualquier otro país.
-¿De verdad crees que aquí ganaría el "sí" en un referéndum sobre la legalización?
-Lo que en el fondo pretende tanto la política prohibicionista, como la denominada prevención, es que la gente no consuma ningún tipo de sustancia psicoactiva. Es una política orientada a luchar contra la ebriedad, contra el placer autoinducido, contra algo innato y consustancial a la especie humana (y seguramente a muchas especies más). Estoy convencido de que planteando la cuestión de manera no tendenciosa ganaría ampliamente una opción despenalizadora, especialmente si la gente tuviera acceso a una información veraz, objetiva y desapasionada. Ahora bien, lo que tampoco cabe esperar es que la gente vaya a salir a la calle a exigir la despenalización de las drogas con gritos y pancartas.
-¿Por qué no?
-Existen ciertas cuestiones (como el derecho a la eutanasia) que, por el momento, están fuera del debate público, es decir, son políticamente innegociables; pero, seguramente obtendrían respuestas sorprendentes si fueran sometidas a referendum. Son asuntos en los que cualquier Gobierno adopta una actitud contemporizadora, en el sentido más estricto del término. Tendrían que ser EE.UU., o Alemania, o Francia, o cualquier otro país con más peso específico en el concierto internacional los que revisaran sus leyes en este sentido para que en España se planteara algún cambio.
-¿Cómo defines el consumo de drogas en los 90?
-Responde totalmente al concepto de ebriedad moderna: las drogas han dejado de ser un simple vehículo, para convertirse en un fin en sí mismas. Creo que el consumo de drogas se ha incorporado definitivamente al paquete de ritos juveniles. Creo que el deseo de ebriedad es algo inherente a la especie humana —como he dicho antes—, una constante en la historia de la humanidad. En su intento de ir eludiendo prohibiciones se decantará por unas u otras sustancias, pero siempre ha estado y estará ahí.
-¿En qué dirección vamos ahora?
-Seguramente, dentro de la historia de las drogas, la década de los 90 quedará vinculada al extasis. Pero, las denominadas genéricamente "drogas de diseño" (MDMA y análogos) han surgido como respuesta a la Prohibición. Se puede coartar, reprimir, nuestra tendencia a la ebriedad en relación a determinadas sustancias, pero entonces buscaremos y recurriremos a otros vehículos para acceder al estado de ánimo deseado. Como las drogas eufóricas tradicionales están en manos de monopolios —mafias o Estados—, y la química progresa mucho más rápidamente que la burocracia sobre la que se asienta la Prohibición, finalmente se han impuesto unas sustancias psicoactivas que no necesitan de grandes laboratorios para su elaboración, ni grandes infraestructuras de tráfico. Por lo demás, se trata de productos más acabados, con menos "aristas", de efectos menos duraderos, poco o nada adulterados, más baratos... y en constante evolución.
-¿Puedes establecer un perfil de consumidor para cada tipo de sustancia?
-No creo que exista un perfil definido, especialmente desde que se impuso un régimen de Prohibición. Como soy historiador y no psicólogo, ni psiquiatra, a mi juicio puede ser más determinante el contexto social que el carácter del sujeto y las propiedades de sustancia en cuestión. Por ejemplo, antes de la I Guerra Mundial, la cocaína era considerada como cualquier otro fármaco; durante los años 20 se convirtió en un símbolo de cosmopolitismo y estatus social; en los años 30 generó fama de droga prostibularia; una década más tarde, con la carestía que se generó tras la guerra civil y la II Guerra Mundial, volvió a recuperar su valor como anestésico local; en los 80 se convirtió en uno de los principales referentes para los que disfrutaban de éxito económico y social y para quienes aspiraban a ello; ahora, en los 90, se ha extendido y popularizado tanto su consumo que no creo que exista ningún perfil definido. Nos movemos en un mundo de estereotipos, generados por la Prohibición y promovidos por los medios de comunicación, que responden a unos criterios muy subjetivos y, desde luego, nada farmacológicos.
-¿Como cuáles?
-Los precios, por ejemplo. Policía, políticos, medios de comunicación... todo el mundo pone un énfasis especial en los fabulosos beneficios que genera del tráfico de drogas a gran escala, a nivel importación-exportación, pero nadie dice cuáles son los precios de coste reales, a nivel producción, de estos mismos productos (que suelen ser irrisorios). Sin embargo, cualquier cosa que se presente como cara y prohibida, se convertirá inmediatamente en algo deseable. En este sentido, no deja de resultar curioso observar —en la calle o en cualquier reportaje de televisión al uso— a un toxicómano, o ex toxicómano, evocando con cierto orgullo los millones que se ha metido por la vena o por la nariz, cuando el gramo de cocaína cuesta prácticamente lo mismo que hace veinte años y el de heroína (brown) ha bajado en este mismo tiempo. Se sigue presentando a las drogas como productos caros, y naturalmente prohibidos, con lo que siguen siendo algo fascinante para la mayoría de la gente.
-Hablas en tu libro del haschís como paradigma del enfrentamiento entre autoritarismo y derechos civiles...
-La cuestión del haschís, aquí, ofrece un caso un tanto particular o excepcional. Ante todo, no podemos olvidar la proximidad del Estado español a algunas zonas productoras. Esta circunstancia geográfica se ha visto reforzada históricamente por algunos factores políticos, económicos y hasta bélicos. Me refiero al "protectorado" que ejerció el Gobierno español en Marruecos, desde 1912 hasta 1956. Durante aquellos años no fueron pocos los españoles (funcionarios civiles y militares, soldados, marineros, artistas en gira, etcétera) que se iniciaron en su consumo allí. Luego, resulta que la columna vertebral del ejército de Franco, o sea, del bando vencedor en la guerra civil, le pegaba al kif y la grifa en cantidad. En consecuencia, durante los años de la autarquía las autoridades hicieron la vista gorda con el consumo de derivados del cannabis. A pesar de la reivindicación de la marihuana por los jóvenes contestatarios de los 60 y los 70, lo que determinó el final de la inhibición por parte de las autoridades, en España existía una experiencia y una subcultura cannábica que venía de antiguo. Por eso, al aprobarse en 1992 la denominada ley Corcuera, que puede inscribirse en la tradición legislativa española más autoritaria, la misma que dio lugar a la ley de Vagos y Maleantes (1933) y la ley de Peligrosidad Social (1972), es cuando comienza a articularse un movimiento antiprohibicionista en España.
-Uno de tus últimos objetos de estudio ha sido, precisamente la aplicación de la ley Corcuera en España. ¿Qué conclusiones has sacado?
-En principio, la ley Corcura tiene dos propósitos, bien definidos: uno punitivo (art. 25.1), que se materializa en una sanción, que en su expresión mínima será de 50.000 ptas., y otro terapéutico (art. 25.2), que se consigue si la persona sancionada opta por seguir un tratamiento de deshabituación. Es curioso, en este sentido, que la inmensa mayoría de los ciudadanos sancionados prefieran pagar una multa, y persistir en el consumo, que someterse a un tratamiento gratuito, lo cual viene a cuestionar la noción de enfermedad en relación con las drogas. Aunque las autoridades no se preocupan de decodificar las sanciones, para saber en cada caso caso qué sustancia ilícita ha provocado la aplicación de la ley, es seguro que más del 90% de las multas recaen sobre usuarios de cannabis. Por lo demás, también llama poderosamente la atención la desigual aplicación de la ley Corcuera, según Comunidades Autónomas, p. ej.: mientras en la Comunidad Valenciana se vienen poniendo unas 27 multas por cada 10.000 habitantes, en Galicia no llega a dos multas y en Euskadi no llega a un multa, por la misma cantidad de personas.
-¿Cómo nace el antiprohibicionismo en España?
-En realidad, el antiprohibicionismo es tan antiguo como el prohibicionismo. De hecho, durante los años 20 ya tiene perfectamente articuladas las bases de su discurso. Pero, ya te puedes imaginar que con dos largos período de dictadura militar (con el general Primo de Rivera, de 1923 a 1930, y con el general Franco, entre 1939 y 1975) las tesis antiprohibicionistas no tuvieran demasiadas oportunidades de expresarse. Ya en los años 80, las figuras de Antonio Escohotado y Fernando Savater resultarían fundamentales para la consolidación de una corriente de pensamiento antiprohibicionista. Sin embargo, si el antiprohibicionismo ha superado ese nivel de planteamiento teórico y ha salido a la calle, plasmado en una actitud y llegando a constituir un auténtico movimiento social, ha sido gracias precisamente a la ley Corcuera.
-¿Estrategia política?
-En España, muchas personas no acabamos de entender que la prohibición esté planteada en términos sanitarios, cuando, en el fondo, es más un asunto ético y, en última instancia, político. O sea, ¿tenemos, o no, derecho a gestionar libremente nuestro cuerpo?, ¿tenemos, o no, derecho a automedicarnos? Esta es la cuestión... Por las calamidades que producen, nadie puede pensar que las armas sean menos perjudiciales que las drogas; sin embargo, hemos aprendido a reconocerles usos subjetivos (militares, policiales, cinegéticos y hasta lúdicos) y nadie se escandaliza por ello. ¿Por qué somos incapaces de hacer lo mismo con las drogas prohibidas?
-¿Qué ha conseguido hasta hoy el movimiento antiprohibicionista?
-Plantear el debate a nivel social y, lo que es más importante, convencer, haciendo prevalecer sus tesis sobre los planteamientos prohibicionistas. El gran reto, ahora, es cómo llevar esa reivindicación al terreno de lo político, cómo conseguir que los partidos se impliquen en el debate, no como han hecho hasta ahora, que lo han eludido todo lo que les ha permitido su agenda. Es decir, conseguir que deje de ser un tema políticamente innegociable.
-Pero ya existen partidos en cuyo programa se incluyen cambios importantes en materia de drogas...
-Es cierto que ha habido alguna formación política, como Izquierda Unida, que han propuesto algún que otro cambio sustancial... pero, no nos engañemos, IU difícilmente ganará unas elecciones, y si lo hiciera, no creo que llevara a la práctica lo que propone en su programa electoral.
-¿Por qué no?
-Bueno, podría demostrarlo a nivel de política municipal. Hay muchos ayuntamientos en España gobernados por IU y no han desarrollado ninguna iniciativa en esta línea. Cuando se les critica, se escudan en la falta de poder real en la gestión, de no poder enfrentarse a leyes autonómicas ni del Estado. Es falso: la capacidad de autonomía a nivel municipal ofrece posibilidades sin tener que provocar ningún enfrentamiento de competencias.
-Las asociaciones antiprohibicionistas han hecho de tu obra una de sus armas teóricas. Tú no perteneces a ninguna asociación: desde la perspectiva de la independencia, ¿cómo ves el movimiento antiprohibicionista en España?
-En un año, más o menos, que vengo tomando parte en actos de signo antiprohibicionista, he podido comprobar que la Coordinadora de Organizaciones por la Normalización del Cannabis ni siquiera tiene elaborado un mailing de las asociaciones integradas en ella. Es decir, ni ellos mismos saben quiénes son, cuántos son, dónde están encuadrados... lo cual me parece que da el nivel real del movimiento antiprohibicionista en España en estos momentos.
-La falta de organización es entonces uno de los retos a plantearse...
-Sí, desde luego, además de la estrategia, la táctica... Pero existe otra rémora en el movimiento antiprohibicionista: entre la gente que teóricamente se opone a la Prohibición, hay muchas personas que, en el fondo —y, probablemente, sin ser muy conscientes de ello—, prefieren que las drogas sigan siendo algo prohibido, una especie de tabú. Porque, si dejaran de estar prohibidas y su consumo dejara de ser perseguido, también dejarían de simbolizar cierta actitud de rebeldía, de rechazo, ante el convencionalismo social.
-En el momento actual, ¿es posible en España la legalización de las drogas?
-En el caso del cannabis, tal y como van las cosas, podría ser factible dentro de algunos años. Y ya sería un paso, porque a los ojos del represor tan censurable es fumarse un porro como esnifar una raya de cocaína. Lo triste es que si volvemos al estadio anterior a 1918 —es decir a una época de despenalización o libertad farmacológica— no será directamente, como consecuencia de una recuperación de derechos civiles básicos frente a la intromisión cada vez mayor del poder del Estado en el ámbito de la privacidad del individuo, sino a través de la vía del terapeutismo. No sé, me parecería lamentable tener fingir asma, o glaucoma, o insomnio, para que un médico me extendiera una receta que me permitiera comprar legalmente marihuana en una farmacia. Además, ¿por qué en una farmacia y no en una herboristería o en una tienda de dietética y productos naturales? ¿Por qué no puede tenerse en casa en una maceta, como se tiene aloe o cualquier otra planta medicinal? La solución terapéutica es, en el fondo, una forma de seguir negando el uso lúdico de drogas.
-Con el PP o con een el Gobierno, ¿crees de verdad en una futura legalización del cannabis?
-En realidad, y con independencia del partido que tenga el poder en España, la principal dificultad que veo de cara a la normalización del cannabis es que los Ejecutivos, en materia de drogas (más incluso que en otros asuntos), están absolutamente subyugados a la voluntad política de Tío Sam. Así que.