Ricardo Mella, tan actual como hace 100 años.
Publicado: 03 Jun 2007, 09:45
Barcelona. 1895.
El. TRABAJO, ¿ES UNA NECESIDAD FISIOLÓGICA?
No me propongo hacer ahora detenido estudio de esta
cuestión. Limitareme a exponer algunos razonamientos que
pueden servir de punto de partida para un más profundo
análisis del problema.
A las objeciones que los autoritarios hacen a la practicabilidad de las ideas anarquistas y, sobre todo a la afirmación del trabajo voluntario en una sociedad libremente organizada, replícase generalmente que, siendo el trabajo
necesidad fisiológica para el individuo, todos trabajarán voluntaria y espontáneamente, supuestas las condiciones de igualdad y solidaridad entre los hombres.
La réplica en tales términos hecha contiene una petición de principio: ¿Es el trabajo necesidad fisiológica?
Modo de actividad es el trabajo. El individuo en su estado
natural es necesariamente activo porque el ejercicio se deriva
|inmediatamente de órganos y de músculos. Es por tanto, el
ejércicio necesidad fisiológica a la que nadie puede escapar.
Pero el trabajo no es el ejercicio propiamente dicho, no es el
ejercicio en su sentido genérico, sino una determinada y bien
definida especie de ejercicio en vista de un fin dado. El tra-
bajo es el ejercido útil. Útil entiéndase, no sólo para el sujeto
que lo ejecuta, sino también para sus semejantes; útil para
aquel en lo que afecta a su organismo por la satisfacción de
la necesidad de ejercicio; y útil también por lo que atañe a
la economía individual y social, a la alimentación, al abrigo,
al vestido, etc. Porque el ejercicio, en general, puede carecer
de la condición de utilidad fuera del beneficio fisiológico del
individuo que lo ejecuta, y en esto precisamente se diferen-
cia del trabajo propiamente dicho. Un individuo cualquiera
emplea sus energías, su actividad, en la gimnasia, en los
ejercicios atléticos, en el deporte hípico o velocipédico, en la
caza, etc. Lo hace, al parecer, por recreo y pasatiempo; res-
ponde de hecho a necesidades fuertemente sentidas. Para él,
pues, es útil este ejercicio pero resulta, bajo el punto de vista
social y económico, improductivo para los demás y para si
mismo. En este caso, el sujeto en cuestión hace ejercicio, pero
no trabaja.
Otro individuo, por el contrario, aun sin necesidad de
ello por su posición en la sociedad, dedica su actividad a la
producción de artefactos cualesquiera, o bien cultiva su
huerto, al parecer por pasatiempo también, pero respondiendo
de hecho a las mismas necesidades del primero. Pues para
este segundo sujeto es útil el ejercicio que ejecuta y lo es
asimismo para sus semejantes; útil para él fisiológica y eco-
nómicamente; productivo para él y para los demás hombres.
En este caso hay ejercicio y hay trabajo.
Es pues, el trabajo un modo especial de la actividad,
como ya queda dicho; es una determinada clase de ejercicio;
pero no es toda la actividad ni todo el ejercicio. Se puede
hacer ejercicio muscular y mental sin trabajar, en el sentido
social y económico de la palabra, y, por consiguiente asi
mismo satisfacer la necesidad fisiológica del ejercicio mental
y corporal sin trabajar.
La conclusión es terminante y precisa. Contestar que en
una sociedad libre todo el mundo trabajará porque el trabajo
es necesidad fisiológica de la que nadie se puede excusar,
equivale a sustituir una incógnita por otra en el problema,
dejando la cuestión, en pie y conduciendo los razonamientos
del común de las gentes a la negación de la posibilidad del
trabajo libre. Cualquiera podrá replicar que muchos
satisfarán la incuestionable necesidad de ejercicio en diversiones
y pasatiempos inútiles por lo improductivos.
En mi opinión, no es la necesidad fisiológica del ejercicio
muscular y mental la que hace posible el trabajo voluntarlo.
Es más bien la necesidad poderosísima de alimentarse, de
vestirse, de abrigarse; es la necesidad de «vivir» la que nos
induce a trabajar, es decir, la que nos dirige al ejercicio útil,
la que nos obliga a emplear nuestra actividad en vista de un
fin común por beneficio propio y ajeno. Sin el acicate de
estas necesidades, la actividad humana marcharía sin rumbo
y sin objeto positivo en el orden social y económico de la
existencia. Tal ocurre a las clases aristocráticas y adineradas.
Prevista de antemano la satisfacción de las necesidades pri-
mordiales, malgastan su actividad en juegos y vicios que
fomenta la holganza.
Pero en una sociedad libre, donde todos los individuos se
hallarán en condiciones de igualdad económica, donde la
riqueza no fuera el patrimonio de unos cuantos, sino de
todos, ¿sería de temer que la mayor parte de los hombres no
quisiera trabajar voluntariamente? Yo digo que no, sin nece-
sidad de afirmar que trabajarían porque es necesidad fisio-
lógica el trabajo. Trabajarían voluntariamente, porque
tendrían necesidad de comer, de vestir, de leer, de pintar,
etc., y los medios de satisfacer todas estas necesidades no. les
serían dados graciosamente por ninguna providencia de nuevo cuño.
Se me dirá que resulta entonces, en fin de cuentas, que
el trabajo es necesario para vivir. Si, lo es, sin duda alguna;
es necesario individual y soclalmente, como derivación de las
necesidades fundamentales de alimentarse, vestirse, etc. Es,
no obstante, una necesidad de segundo orden para el orga-
nismo, no sentida mecánicamente; una necesidid de la que
el individuo se da cuenta después de una operación analítica
provocada por el hecho de la convivencia en sociedad; mien-
tras que las otras necesidades son primarias, son las que nos
conducen a la sociabilidad, y, por tanto, al trabajo y a la
comunidad.
Por esto mismo, porque la razón positiva del trabajo
voluntario y libre descansa en todas las necesidades fisioló-
gicas, psíquicas y mentales, es de todo punto inconveniente
argumentar en falso con la afirmación de que el trabajo es
necesidad fisiológica cuando, como hemos visto, esta afirma-
ción se reduce al ejercicio muscular y mental que, sin duda,
puede ser ejecutado sin provecho para el individuo y para la
comunidad, aun cuando al individual organismo acomode
y plazca.
La mayor o menor facilidad en resolver un problema
depende en gran parte de la forma en que se plantea, de los
elementos suministrados para el cálculo. Asi, la demostración
de la practicabilidad de una doctrina corresponde a la manera
más o menos fundada de establecer sus elementos
lógicos.
Reducida la cuestión a sus verdaderos y más sencillos
términos, es siempre fácil resolverla si la razón y la expe-
riencia abonan la solución propuesta.
Tal es, en mi concepto, el medio adecuado para demostrar
la posibilidad del trabajo voluntario, sin apelaciones a
principios no bien fundados.
Madrid, 1 de julio de 1899.
CRITICA SOCIAL
LA FORMULA 606
No se tema que profanemos el santuario de la ciencia.
Estamos ayunos de los conocimientos que son indispensables
para penetrar en el templo.
Pero desde la puerta o tan lejos como se quiera, permi-
tásenos decir unas pocas palabras.
El mundo se ha alborozado ante el prodigioso descubri-
miento que da en tierra con una de las causas más poderosas
de podredumbre social. Y no es para menos. Estamos llenos
de cacas, de pestilencias, de lepras. Somos un organismo
putrefacto, cubierto de úlceras, saturado de purulencias re-
pugnantes. Sífilis, tuberculosis, cáncer, endemias y epidemias,
trabajan nuestros misérrimos huesos y nuestras flácidas car-
nes. Nos encorvamos tristemente hacia la tierra que ha de
recibir nuestros míseros restos.
¡Lucha titánica la de aquellos hombres sabios que dispu-
tan a la muerte sus despojos!
Es un éxito, un triunfo colosal, la fórmula 606 que acaba
con los estragos de la sífilis. Será otro éxito, otro colosal
triunfo el de cualquier otra combinación que ponga coto a la
tuberculosis, al cáncer, a la lepra. La ciencia triunfa, trlun-
fará siempre de la corrupción humana.
Pero doloroso es declararlo. Los Sabios se esfuerzan en
vano. Héroes de lo desconocido, laboran por lo imposible.
Curarán la sífilis, pero los sifilíticos se multiplicarán,
mañana; como hoy y como ayer. Curarán la tuberculosis y
los tísicos retoñarán en el campo y en la ciudad, siempre
igual. Ellos no suprimen ni el mal ni sus causas, y el mal
resurgirá siempre porque sus causas persisten. Un remedio
cura, pero no previene la dolencia. Aun con las vacunas
inmunizantes, la viruela y otras enfermedades análogas con-
0 de agosto 1912.)
Literaturas bélicas.
Loss espíritus superiores han dado en la flor de ponderar
las excelencias de la guerra. El valor, la audacia, la temeridad,
son las virtudes primordiales. La guerra hace los hombres
fuertes y heroicos. Las razas se mejoran, progresan, se
civilizan por las artes de guerrear sin tregua. De la lucha
entre hermanos, a cañonazo limpio, sale la humanidad purificada
y ennoblecida.
Eso es el anverso. El reverso va enderezado contra el
pacifismo. En la dulcedumbre de la vida tranquila, ordenada,
iRmorosa, se agostan las masculinas energías, las razas dege-
neran y se extinguen. La paz es un narcótico. El mundo se
convierte en montón de cobardes y enclenques. De la paz
entre los humanos, en la vida muelle y regalada de las nece-
dades satisfechas, sólo puede surgir la humanidad extenuada
El dilema final se comprende claramente.
La literatura actual está impregnada de estos barbarismos
guerreros. Como si obedecieran a una consigna, los
escritores de los más diversos matices entonan himnos entusiásticos
al bélico ardor de los combatientes.
Es un flujo y reflujo de la espada a la pluma y de la pluma a la espada.
Despierto y en acción el apetito conquistador de las naciones,
fluye naturalmente de la literatura el canto épico
de las batallas. De los campos sembrados de cadáveres vuelven
los cuervos con los picos ensangrentados y con sangre
escriben. También cuando vuelven de las charcas escriben
con cieno. El literato es lacayo de todos los éxitos.
Y allá en la lejanía, donde la muchedumbre en manada
rinde la vida sin saber a qué ni por qué, repercute el rasguear
de las plumas belicosas que empuercan de sangre y
cieno el papel en que escriben. La sugestión convierte los
borregos en lobos.
Si la serena, irrefutable filosofía de un Spencer muestra
que la humanidad evoluciona rápidamente del estado guerrero
al estado industrial; si la voz poderosa de cien genios
clama por el término definitivo de las matanzas inútiles;
si el griterío multitudinario atruena el espacio en demanda
de paz y sosiego, ¡qué importa eso a los serviles
y lacayunos emborronadores de cuartillas!
Hay una fuerza todopoderosa a quien servir, y la retórica
se arrastra humilde a sus pies. Si esa fuerza se llama Estado,
la retórica se engalla enderezando el discurso por los senderos
trillados de las grandezas y de las heroicidades nacionales-
Si se llama Capital, la retórica se torna financiera y apologística
de los grandiosos adelantos de la industria moderna. Si
se llama Iglesia, la retórica trueca la pluma por el hisopo,
viste el sayón de inquisidor y se postra humilde ante
los vetustos muros de las tétricas catedrales. La fuerza, triunfante^
es Dios, trino y uno, en cuyo altar se hace el sacrificio de
todo lo que debiera ser más caro al hombre.
Pero si la fuerza se llama proletariado en rebeldía,
exaltación utópica, pensamiento emancipado, entonces
la retórica se alza, iracunda, y, sobre la turba soez de los
desarrapados fulmina los rayos de su cólera.
¡Miserable ramera que brinda la piltrafa del sexo averiado
al ansia loca de todas las decrepitudes!
La guerra no engendra el valor y la audacia y la teme-
ridad. La temeridad, la audacia y el valor se prueban
descendiendo a la mina centenares de metros bajo la superficie
bañada por el sol; se prueban sosteniéndose en lo más alto
de un edificio sobre cimbreante tabla suspendida de una
deshilachada cuerda; se prueban con el trabajo impasible en el
infierno de las fundiciones y de las forjas; se prueban en las
máquinas y los topes de los barcos, en los tenders de las
locomotoras, en las bregas con la tempestad, en las rudas
luchas con la naturaleza,. El hombre se templa en la conquista
del planeta que habita, de la atmósfera que le rodea, del
espacio sin límites poblado de bellos e innumerables mundos.
En la guerra sólo hay un momento de locura tras un
supremo esfuerzo del espíritu de conservación. Antes nada,
después nada, como no sea cobardía, miedo de perder la
vida, horror de la sangre, del bruñido acero, de la bala
mortífera. La manada en montón, cobra ánimos apretujándose
contra los repetidos asaltos del temor. Y luego, la procesión
de inválidos, los detritus de las batallas, las caravanas de
vagos, desmoralizados, corrompidos, traen a las ciudades y
a los campos el estimulo a la holganza, a la depravación, al
desorden, al desenfreno. La guerra tiene por secuela el envi-
lecimiento.
La literatura épica es el cebo con que el poder sugestiona
a las masas, el espejuelo para atraer incautos a las mallas
de la red, hábilmente tendida.
Hacen falta borregos, dóciles instrumentos de matanza,
gentes propicias al sacrificio, y la literatura belicosa lanza
sus estrofas heroicas a la heroicidad de las naciones. ¡Mise-
rable ramera que brinda la piltrafa del sexo averiado al an-
sia loca de todas las decrepitudes!
(«EL LIBERTARIO», núm. 1. Gijón 10 de agosto 1912.)
I
El bu del aumento de la criminalidad es un tópico del
que se echa mano cuando conviene para justificar mayores
atropellos, más grandes atrocidades. Es la hidra revolucionaria
traducida al idioma de los leguleyos. !Ay de los hombres
de bien que tiemblan ante estos augurios! La nota de delincuencia
caerá sobre ellos y la prisión los engullirá vorazmente.
El Estado quiere eunucos, quiere siervos, quiere
parias. Está famélico.
Si la criminalidad aumenta es porque disminuye atrozmente
el bienestar de unos mientras crece, fuera de toda
ponderación, el de otros; es porque la alegría se recluye en
un puñado de afortunados y se niega a la muchedumbre sin
amparo; es porque la salud anda quebrantada en todas partes.
Después de los tormentos de la miseria, la brutal exhibición
del lujo y del hartazgo; después de los dolores y de
las lágrimas de la multitud, las bacanales indecentes de los
poderosos, alegres con la alegría del mono. Y sobre todo esto,
que es bastante, la neurosis, la sífilis, la tisis, el alcoholismo
corroyendo las entrañas de la humanidad. ¡Son un grano de
anis estas causas fisiológicas, psicológicas y sociológicas de la
criminalidad!
¿Qué ridículo remedio se pondrá con esa ridicula ciencia
ofícial a 17.000 francos anuales? ¿Qué ridiculo remedio se
pondrá con esa ridicula tutela postescolar,, con esos empleados
científicos en las prisiones? ¿Qué ridículo remedio proporcionaria
la vuelta a la escuela religiosa, ni peor ni mejor
que la escuela cívica, tan cara a los republicanos?
El pan, el pan, señores hartos; el pan para el cuerpo y
el pan para el alma; el bienestar, la alegría, la salud para todos:
ese es el remedio, señores imbéciles de la ciencia oficial,
del periodismo profesional, del hampa política que sólo os
proponéis continuar el estruje de vuestros rebeldes subordinados.
Bienestar, alegría y salud, ¿cómo podríais darlas?
Emplastes de ciencia, cataplasmas de educación no bastarán
a contener el avance humano por la conquista de cuanto tenéis detenido
y detentado y por tenerlo lanza al crimen a la multitud desheredada,
Los bárbaros llaman a vuestras puertas de granito. Abridlas o serán derrumbadas.
(«EL LIBERTARIO», núm. 3. Gijón 24 de agosto 1912.)
los que imperan.
A medida que adquiere el burguesismo su pleno desenvolvimiento,
se acrecienta el imperio de los mediocres.
En todos los órdenes de cosas triunfan las medias tintas,
lo indefinido, lo anodino. En el de las ideas, las mayores
probabilidades de éxito corresponden a los que carecen de
ellas. En el de los negocios y el trabajo, a los que, ignorándolo
todo, parecen saber todo. El fenómeno es fácilmente explicable.
La burguesía se ha dado buenas trazas para que todas
las actividades y capacidades sociales concurran a la caza de
la peseta. Ha sentado como axioma que para ser buen comerciante
es un estorbo la abundancia de conocimientos. Ha
reducido a máquinas de trabajo a los productores. Ha convertido
en sirvientes a los artistas y a los hombres de ciencia.
Ha suprimido al hombre y sustituido por el muñeco automatíco.
El resultado ha sido fatalmente la multiplicación de las
nulidades con dinero. Dentro de poco gobernaran los imbéciles.
El triunfo es totalmente suyo.
La fatuidad de estos horrendos burgueses que llenan la
via pública con su prosopopeya y su abultado vientre, la soberbia
de estos burdos mercachifles que apestan a grasas y
flatulencias; el ridículo orgullo de estos sapos repugnantes
que graznan con tono enfático, son las tres firmes columnas
de la mediocridad vencedora.
Por donde quiera, el hombre inteligente, el artista, el
estudioso, el sabio, el inventor, el laborioso, tropiezan indefectiblemente
esas moles de carne de cerdo con atavio de persona. Son la valla
que cierra el paso a toda labor creadora, a toda empresa de progreso,
a todo intento de innovación.
Para la burguesía es pecaminoso pensar alto, sentir hondo
y hablar recio. No hay derecho a ser persona.
Serviles de nacimiento, no transigen con quien no se
someta a su servidumbre. Poco a poco van poniendo a todo el
mundo bajo el rasero de su misera mentalidad y así dirigen
la industria gentes ineptas; gobiernan el trabajo hombres
inhábiles; está en manos de los más incapaces la función
distributiva de las riquezas; de los torpes, la administración de
los intereses. Sobre todo esto se levanta la categoría privilegiada de los holgazanes avisado que maneja el cotarro público.
Si algún hombre de verdadero valor alcanza la cumbre,
allá arriba se degrada, se envilece y claudica. Prontamente
va a engrosas el numeroso ejército de la mediocridad
triunfante.
No se pregunta a nadie cuánto sabe y para qué sirve
cuanto tiene en dinero o en flexibilidad de espinazo.
Poseer o doblarse bastante para poseer; he ahí todo.
Con semejante moral los resultados son, en absoluto,
contrarios al desarrollo de la inteligencia y de la actividad.
Por debajo de la aparatosa fachada del progreso y de la civi-
lización, bulle la ignorancia osada, duena y señora de los destinos del mundo.
Con semejante moral se convierten en estridencias de pésimo gusto, las más sencillas verdades proclamadas en alta voz. Cualesguiera idealismos, aspiraciones o generosas demandas, son traducidas por la turba adinerada
como delirios insanos cuando no como criminales intentos.
. La locura y la delincuencia empiezan donde acaba la vulgaridad
y la remploneria del burgues endiosado.
El imperio de los mediocres acabará con el vencimiento
de la burguesía. Entre tanto será inútil disputarse el domino del
mundo.
(«EL LIBERTARIO», núm. 20. Gijón, 21 Diciembre 1912
LA OBRA DE LA CIVILIZACIÓN
La vida civilizada consiste principalmente en suplantar
a la Naturaleza con todo género de artificios. A la esponta-
neidad de los movimientos, de los impulsos y de las acciones
sustituye la reglamentación y la disciplina educativa, que
viene a ser una verdadera domesticación sistemática. Asi,
civilizar es lo mismo que ahogar en germen toda libertad,
toda inclinación; todo impulso natural. El hombre civilizado
piensa y obra cronométricamente y a la medida impuesta
por los educadores en la niñez. La diafanidad del pensa-
miento, la sencilla pureza de los afectos, la franca pureza
de los actos, son cosas vitandas. Hasta respecto de las ener-
gías orgánicas se ha hecho del hombre un muñeco. ¿Para
qué necesitamos de la fuerza física? Abundan los bonitos
juguetes que matan. Gracias a ellos se ha podido formular
una grave sentencia: el revólver ha igualado a todos los
ciudadanos.
De acuerdo con el ideal civilizador, lo esencial es hacer
hombres poderosos por su inteligencia y poderosos por su
disciplina; poderosos por sus medios defensivos y ofensivos.
La Naturaleza nos los entrega torpes e indisciplinados y,
además, del todo indefensos e inofensivos. La civilización
los transforma. Su obra es maravillosa.
Mas hétenos aquí que los civilizadores se sienten un poco
avergonzados de su talla y de su fuerza. La igualdad ante
el revólver no les place. Siempre hay un arma más fuerte
en manos de un hombre más decidido. El atletismo se hace
moda. Y hasta la frase: hacer un buen bruto, tórnase elegante.
No hay temor, sin embargo, de una vuelta a la naturaleza.
El contrasentido de la civilización no se confiesa. Se insiste
en el artificio Gimnasia de salón, gimnasia sueca, gimnasia
de circo; ejércitos de exploradores, regimientos de pequeños
soldados bandadas de fornidos jugadores; todos los deportes
de la fuerza se ponen a contribución a fin de obtener buenos
y poderosos puños. Por supuesto, todo muy reglamentado,
absolutamente rítmico, estrechamente disciplinado. Nada de
movimientos fuera de tiempo y de compás. Nada de ejercitar
la energía sin cuentagotas. Nada de libertad y de esponta-
neidad en la acción. ¿Qué seria de la educación física sin la
batuta del director de orquesta?
Hace días publicaba cierta ilustración francesa un
hermoso grabado en el que se veía a un grupo de señoritas
alemanas en las ridiculas posturas gimnásticas, todas a
una verificaban los mas extraños movimientos. Planchas,
piruetas, cabriolas, de todo se hacia acompasadamente v a
la voz de mando.
Pensamos en seguida que aquellas señoritas se hacían
mucho más vigorosas y sanas y serían también más felices
corriendo libremente por la pradera, persiguiéndose en la
grave frondosidad del bosque, brincando por peñas y riscos
o bañándose en el sol sobre la cálida arena de la playa.
Pensamos en seguida que los pulcros jayanes que pierden
su tiempo en los salones de esgrima, en los juegos de pelota,
en las carreras de caballos, en los deportes náuticos, estarían
mucho mejor correteando por playas, bosques y praderas
tras las lindas mozas de rosados colores que Invitan a besos;
estarían mejor trepando a los árboles para alcanzar a sus
adoradas los ricos frutos de la pródiga naturaleza; estarían
mucho mejor en plena libertad de acción y pasión. El
muñeco mecánico no es de ningún modo preferible al hombre
natural.
No es sin embargo, éste el peor aspecto del contrasentido
en que incurre la civilización. Allá se las hayan los pudientes
con su mal gusto por los artificios gimnásticos.
El lado peor, irritante e insoportable de tal contrasentido
es que se entregue la juventud dorada al ejercido físico
improductivo, mientras se obliga a la masa proletaria a un
exceso de trabajo agotador para que la holganza privilegiada
pueda continuar sus estériles y enervantes devaneos.
Trabajar unos hasta extenuarse, y que otros, para divertirse,
le pongan ridiculamente a mover brazos y piernas y tronco
sin finalidad ni provecho, es el colmo del absurdo civilizado.
¿Se quiere al hombre vigoroso y sano? El trabajo libre,
compartido por hombres libres e iguales, seria el más bello
de los deportes y el más sano de los ejercicios. No hay
igualdad comparable a la que se adquiere en plena Naturaleza.
No hay vigor más firme que el que se obtiene en el
ejercicio de una obra cualquiera, espontáneamente adoptado
a su objeto. No hay salud más duradera que la que se gana
en el desarrollo armónico de una vida que a si mismo se
ordena, trabajando o gozando, según place en cada momento.
La libertad y la espontaneidad en el desenvolvimiento de las
aptitudes del hombre, constituyen la sólida base de su salud
y de su dicha.
La civilización podrá conseguir que los alfeñiques de la
burocracia y de la burguesía lleguen a ser capaces de tirar
de un carro mejor que cualquier bestia, pero no logrará
hacer de ellos hombres sanos y dichosos. La salud será en
esas gentes una cosa sobrepuesta; la dicha, una mueca de
hastio.
Y, entretanto, los poderosos músculos del campesino y
el obrero, pese a la bárbara carga del trabajo esclavo,
seguirán desarrollándose y seleccionándose al par que se
educan por la inteligencia y por el creciente dominio de la
técnica, hasta que, por una inevitable reacción de la Naturaleza,
el hombre que trabaja voltee de un soberano revés
al hombre que se complace en la caricatura del trabajo.
Los contrasentidos de la civilización durarán lo que dure
la inconsecuencia de las multitudes. Parécenos que los tiempos
actuales, no obstante la recrudescencia de todas las
barbaries históricas, están gritando que la inconsciencia
acaba.
Por pequeña que sea la minoría de los capacitados para
la revolución, es una minoría temible.
(«ACCIÓN LIBERTARIA», núm. 11. Madrid 1 de agosto 1913.)
RICARDO MELLA65
EDUCACIÓN LIBERTARIA
POR LOS BARBAROS
Maravíllame el aturdido despertar de una porción de
inteligencias jóvenes a las ideas nuevas. Y digo nuevas,
sometldo un tanto a los serviles modismos de una pobre
literatura que se hincha con palabras y se nutre de vaciedades.
Nuevas no lo son. Cualquier postura que se tome se
acomoda bien a ésta o aquella filosofía del tiempo viejo.
Quitad las formas y las influencias de la época, y lo hallaréis
todo, mejor o peor definido, en la sabiduría vulgar y en la
'sabiduría de casta. Cuestiones de método, injerto de ciencia
desenvuelta en raquíticos arbustos de especulación naciente,
refinamientos de la nerviosidad contemporánea, es cuanto de
novedad puede ofrecerse al incauto lector que busca en el
libro orientaciones sanas para su cerebro. Lo mismo en el
periodo sociológico, que el político y el teológico, se debata
un asunto primordial, un problema único, pero amplísimo,
que abarca la existencia individual y la existencia de la
humanidad entera: el derecho al desenvolvimiento integral.
En cada tiempo, los términos del problema afectan una
forma diferente; pero la incógnita permanece irreductible-
mente lo mismo. Y es que, procediendo los hombres por
tanteos, a la hora actual todavía no se sabe si hemos dado
con la ecuación que, ligando por sus verdaderas relaciones
los términos verdaderos de la cuestión, nos ha de facilitar
el hallazgo inmediato del valor real de la incógnita.
La anulación del individuo se llama un día fe, después
ciudadanía; el trabajo se organiza un tiempo en la esclavitud,
en la servidumbre luego, en el salariado finalmente. Y
al nacer de las teorías redentoras implica siempre las mismas
pretensiones; ya se llame libre examen, ya igualdad ante la
ley o bien emancipación del esclavo y supresión de la servi-
dumbre, para venir a parar, como último término, en la
libertad total de manifestación y de acción y en la igualdad
económica y social. En suma: grados diferentes de una misma
aspiración que se resume en lo que hemos llamado el derecho
de desenvolvimiento integral de la personalidad como productor
y como hombre.
En nuestros días, cuando el pensamiento ha formulado
los mayores atrevimientos, hallada, según creemos,
la ecuación definitiva del problema, las inteligencias se han lanzado
resueltamente por el sendero de las sorpresas intelectuales.
Empiezan las singularidades, las posturas airosas, los gestas
bellos, y en la infecundidad de un diletantismo personalisimo,
se consuma la obra extraordinaria del levantamiento de una
Babel a la mayor gloria de los egoísmos individuales. En el
despertar de la juventud sólo hay por el momento una cosa
buena, noble, pura: la bondad del propósito. Pero a partir
de esta bondad, cada uno mira para si mismo y con mayor
intensidad hacia el exterior de oropeles y plumajes que
hacia dentro, donde radica el entero y positivo valor de la
personalidad. La multitud queda sacrificada cuando no
sumida en el desprecio olímpico de los escogidos: puesta en
cruz antes, puesta en cruz ahora, puesta en cruz siempre.
Así como tuvo Proudhon y tuvo Marx sus satélites, asi -
como los astros brillantes de la escuela filosófica alemana
hicieron su obra de proselitismo v dividieron las inteligencias
en tantas cuantas legiones requerían sus distingos sutiles;
así también nuestra juventud, nuestros apóstoles, nuestros
novísimos precursores hanse dividido hasta lo infinito,
sumidos en la beatitud contemplativa de unas cuantas tesis
hermosas, chocantes a veces, a veces crueles y antihumanas.
Marx y Bakunln, Stírner y Nietzsche, Spencer y Guyau,
todos los que han puesto en la labor especulativa un poco
de arte o un poco de ciencia, todos los que han dado una
nota vibrante, tienen a su devoción entusiastas partidarios
cuya visualidad es apta solamente a través de un cristal
único de coloración invariable.
Y allá van los preconizadores, jóvenes y viejos, atrope-
lladamente tras un mundo nuevo, una sociedad libre,
mientras su mentalidad se extravia en el angosto cauce del
dogma y de la secta, mientras su neurósica afectividad se
diluye en una egoística moralidad infecunda, muerta. No
hay liberación allí donde el exclusivismo de una tesis seca
las fuentes de la verdad amplia, grande y generosa. No hay
liberación allí donde sólo repercute armoniosamente un
ritmo único. No hay liberación ni mental ni moral. Hay
reproducción, bajo nuevas formas, de las viejas preocupacio-
nes y de las viejas inmoralidades.
La propaganda marcha asi envuelta en todo género de
errores y particularismos. Quien sólo para mientes en las
necesidades materiales; quien canta monótonamente las
excelencias de una vida que hasta ahora no merece la pena
de ser vivida; quien se enajena en la contemplación arrobadora
de la belleza harto lejana en medio de las miserias y
de los horrores del momentó; quien se encarama a las alturas
de la superhombría y mira con desdén olímpico la pequeñez
de los microbios, que trabajan como lobos y sudan sangre
para que todo esto que vivimos no se derrumbe; quien, en
fín, después de recorrer toda la escala del humanismo senti-
mental, va a encenagarse en la charca del más bestial
egoismo elevado a la categoría de Suprema ley de los hombres.
Entretanto, los supervivientes de la esclavitud
y la servidumbre, los mismos jornaleros del surco, del taller y
de la fabricar, la masa ignorante y grosera que dicen algunos,allá
se debate y revuelve rabiosa contra, todas las fatalidades
ambientes que la aniquilan. Sojuzgados, sometidos,
materialmente anulados como hombres por falta de lo que gozan
hasta las bestias, ¿qué gran obra no es la de los obreros. qué
sin sutilezas filosóficas o artisticas está transformando el
mundo en el fragor de las luchas comtemporaneas?
La chispa, la luz, estará allí en la mentalidad de los precursores;
la acción está aquí en el impulso irresistible de los bárbaros.
¿Hay dualismo? Si existe búsquese su origen en la seque-
dad y el particularismo de los intelectuales, palabreja inven-
tada en mal hora para acusar la existencia de una causa
más, cuando es preciso que no quede sobre toda la tierra
ni un solo muro,ni un solo valladar, ni una divisoria, ni un
amojonamiento.
Preconizamos una sociedad nueva a nombre de ideales
amplísimos de emancipación integral. ¿Nos hemos emanci-
pado nosotros mismos moral e intelectualmente? Mostramos
a cada paso nuestros exclusivismos hasta el punto de que
mientras abajo — permítaseme este lenguaje clásico de los
tiempos heroicos de la sensiblería democrática y socialista —
que mientras abajo, digo, se bate el cobre todos los días,
arriba, entre los que alardean, quedamente o en alta voz,
de una superioridad harto dudosa, se bate... la tontuna teo-
rizante, se hace alarde de. fatuidades intelectuales necias y
se libra la batalla de los mezquinos personalismos y de los
rencorcillos mal encubiertos.
Se me dirá que entre la multitud grosera e ignorante,
que asi entre los campesinos extenuados por un trabajo
aplastante, como entre los obreros industriales embrutecidos
por la fábrica, cuando no por la taberna, también la pasión
hace estragos y el raquitismo de miras y la envidia y el en-
cono esterilizan la fuerza necesaria a la emancipación per-
sonal y a la emancipación colectiva. Mas cuando esa fuerza
es sacudida por cualquier circunstancia, la legión de esclavos
sobrepónese a todas las minucias; y entonces es menester
entonar himnos a la bravura, al espíritu grande de solidaridad,
a los arrestos heroicos de los bárbaros. Hablad de
aquel mágico erguirse del proletariado barcelonés, hablad
del obrero de La Coruña, de Badajoz, de La Línea, de Se-
villa v de tantas ciudades que hicieron en pocas horas por
el advenimiento de la revolución más que las innumerables
y largas tiradas de artículos y de discursos de los intelectuales.
Salid de España: Holanda, Italia, Norte América, la
República Argentina, ¿no han presentado en linea de batalla
enormes masas conscientes de trabajadores solídarios en la
más amplia y generosa labor humana?
Es menester aniquilar el prurito teorizante, dar garrote
vil a todos los exclusivismos: al dogma, al espíritu sectario.
¿Autoliberación se ha dicho? Pues es preciso desembarazare
de los prejuicios de escuela, de los errores de método, de los
vicios de estudio. Todo es verdad fuera de cualquier particu-
larismo doctrinal. Exáltese cuanto se quiera la personalidad,
que contra el encogimiento cobarde del individuo sometido
a todas las brutalidades de la fuerza que le anula, grande,
formidable es necesario que sea la reacción provocada. Cán-
tese con fuerte y vigorosa voz la vida, la vida digna de ser
vivida que contra el moribundo aliento de una humanidad
sojuzgada, famélica y enferma, enérgica, decisiva ha de ser
la pócima que le retorne a las esplendideces de la existencia
sana alegre y satisfecha. Ríndase a la belleza, el arte, el tri-
buto de los más puros entusiasmos, que contra la fealdad
espantosa de una sociedad que se arrastra en todas las pes-
tilencias y suciedades de la bestialidad, ha de ser necesaria-
mente poderoso el reactivo. Llevemos tan allá como quepa
en los espacios de nuestra mentalidad la supremacía del
hombre, su propio yo como eje de toda la existencia; que
habituados a la vida servil, somos incapaces de comprender
que todo se deriva de nosotros mismos y que el más hermoso
ideal de todos los ideales es aquel que formulamos al afirmar
que la labor de los siglos y de las generaciones no es para
el hombre más que uno: el de superarse a sí mismo. Vayamos
tras el hombre nuevo, trepemos animosos por los abruptos
riscos; que la fe, sin embargo, no nos ciegue hasta el punto
de olvidar que no hay un término para el desenvolvimiento
humano; que el ideal se aleja tanto más cuanto más a él
nos aproximamos; que la cima, en fin, es inaccesible. Pero
abramos de par en par las puertas de nuestro entendimiento,
reuniendo en una amplia síntesis el contenido de la aspiración
suprema, de la cual no son más que elementos componentes
todas esas parciales doctrinas que parecen dividir a
las falanges que preconizan una sociedad libre. El desarrollo
integral de la personalidad, el anarquismo sin prejuicios, sin
particularismos, tal es la expresión genérica, universal, posi-
tiva de tantas y tantas al parecer divergentes tesis de nues-
tros jóvenes, de nuestros precursores y de nuestros propa-
gandistas.
Cuando esto se haya hecho habrá comenzado la autoliberación,
cuya necesidad viene impuesta por el desarrollo de las ideas
y las exigencias de la lucha. Pero no habrá hecho
más que comenzar. Faltará todavía que nadie se encierre en
su torre de marfil, que nadie pretenda quedarse en las cumbres
del saber, engreído que se desvanece con los zahumerios
de su propia soberbia. Antes que seres pensantes, antes que
artistas, somos animales de carne y hueso que necesitamos
nutrirnos, llenar el estómago, cumplir todas las funciones
fisiológicas, acallar la bestia para que el hombre surja. Es
menester mirar a las multitudes que mal comen y mal visten,
que lo ignoran todo porque de todo carecen, que arrastran
una existencia más miserable que la de los brutos; y mirarlas,
no por caridad ni por humanidad sino porque tienen el
mismísimo derecho, a su total desenvolvimiento que el más
pulcro, el más sabio, el más esteta de los intelectuales, de los
escogidos; porque la emancipación, para ser real y efectiva,
ha de ser universal, que en medio de un rebaño de hombres
nadie podría gloriarse de gozar libertad, bienestar y paz.
Si no hubiere intima comprensión entre todos los que de
un modo o de otro sufren las consecuencias de los anacro-
nismos sociales; si se hiciere de los ideales modernos regalo
exquisito de los entendimientos superiores y se dejara a la
masa ignorante — que no lo es más que en los términos de
una petulancia sabia inaguantable —; si se dejara a los
bárbaros abandonados a su estultez y a su miseria, ni la eman-
cipación llegaría jamás para los humanos, ni sería, en último
término, para los que la fian a su propio esfuerzo
y a su propio valer, más que un espejismo que, al cabo, les llevaría
a la negación y a la degradación de si mismos.
Por los bárbaros ha de ser el lema de los preconizadores
de una sociedad nueva. Pan, mucho pan para los estómagos
vacíos; abrigo confortable y abundante para los ateridos de
frío, para los desnudos; vivienda amplia, bien oreada, con
mucha luz y alegría para los que se acurrucan en sombríos
tugurios; y venga luego, o mejor al propio tiempo, ciencia,
mucha ciencia; arte, mucho arte; venga la vida gozada inten-
samente en todas sus modalidades; venga la obra persona-
lisima de trepar por los abrupto? riscos; venga el caminar
sin tregua tras el más allá jamás logrado. Cada uno
de nosotros no vale más que su vecino por misero que sea. No vale
una buena pluma, una bella palabra más que un golpe de
martillo que forja el hierro, que labra la piedra, que abre
la mina; no vale más que la cuerda por donde el pocero se
descuelga para limpiar las basuras comunes. No debería ser
menester que tal se dijera a las alturas sociológicas a que
hemos llegado y de que muchos se envanecen; pero lo es, sin
duda ninguna, porque todavía estamos en las mantillas de
una liberación muy voceada, pero incumplida.
Es necesaria esta liberación para todos los preconizadores
de una sociedad libre. No hagamos, por ello, capillas; no
levantemos muros divisorios. La anarquía es la aspiración
a la integralldad de todos los desenvolvimientos. Trabajemos,
pues, en bloque por la emancipación de todos los hombres,
emancipación económica, emancipación intelectual,
emancipación artística y moral.
La pobre presunción de un puñado de hombres que haya
podido concebir con alguna amplitud este porvenir hermoso
y grande, humanamente justo, vale bien poco. Son los bár-
baros los que empujan vigorosamente, los que van derechos
al mañana entrevisto, los que con su acción decidida, muy
grosera, pero muy eficaz, despiertan las soñolientas imagina-
ciones de nuestros jóvenes y de nuestros precursores. Son los
bárbaros que golpean furiosamente nuestra mentalidad y
nuestra efectividad, sumergida todavía en los atavismos
filosóficos y dogmáticos; que golpean con igual furia a las
puertas de la fortaleza capitalista y autoritaria.
¿Odios? ¿Palabras gruesas? ¿Adjetivos duros prodigados
en demasía? ¿Para qué?
Lo que hace falta son ideas, ideas e ideas; acción, acción
y acción. Y después, que los superhombres, los escogidos, los
talentuosos, tengan todavía el arranque, que pudiera juzgarse
sacrificio, de repetir conmigo: Todo por los bárbaros.
(«I.A REVISTA BLANCA», núm. 124. Madrid 15 agosto 1903.)
IDEALISMOS CULPABLES
Es digno de estudio el espíritu popular durante los gran
des trastornos políticos y sociales. Ya sea por infantiles ata-
vismos, ya derivado de predicaciones demasiado idealistas,
las rebeldías del pueblo suelen ir acompañadas de actos que
si ponen de manifiesto la inagotable bondad del corazón humano,
muestran también cuanta parte tiene, en la ineficacia
de las revoluciones la candidez general.
Por harto conocido, holgaría citar el hecho singular de
que las insurrecciones democráticas alzasen el famoso «pena
de muerte al ladrón», mientras consentían que los grandes
ladrones esperasen agazapados en sus palacios a que la
tormenta revolucionarla amainase. Pero no se considerará así
si se tiene en cuenta que el espíritu neto de tal conducta
vive todavía en el pueblo y además se ha reafirmado,
un tanto modificado, en el terreno de las contiendas sociales.
En todos los sucesos contemporáneos de alguna resonancia
se ha visto como el buen pueblo continuaba aferrado al
castigo del hambriento ladrón de un panecillo y al respeto
a la propiedad sacrosanta del ladrón legal, enriquecido con
el trabajo ajeno; se ha visto como el buen Juan se detiene
siempre ante las grandes mentiras en que descansa el caserón
vetusto del privilegio social. La voz de la reacción es
poderosa todavía. Ella grita al pueblo moderación, respeto,
y templanza; condena todos los radicalismos y pide resignación
y prudencia para ir elaborando lentamente un porvenir muy
poco mejor que el presente detestable. Los maestros de la
charlatanería política y social conocen y manejan bien los
resortes de la sencillez popular. Hablan elocuentemente a los
atavismos heroicos que hacen del pobre el perro guardián
del rico; despiertan los convencionalismos rancios de la honradez
servil, de la lealtad humillante, y cuando la rebeldía
popular estalla, la historia magnánima consigna la santa
virtud revolucionaria que guarda los bancos, las grandes
propiedades, los personajes del rebaño y fusila al miserable
que cree llegada la hora de comer y abrigarse. ¡Y qué cosa
tan sencilla escapa a la penetración popular! En mil formas
se ha dicho y nunca será bastante repetirlo; aquel famoso
letrero de las barricadas republicanas estaría muy en su
lugar si los revolucionarios empezaran por colgar de un farol,
como suele decirse, a todos los detentadores del trabajo ajeno,
políticos, propietarios, etc.
El resultado de la educación recibida por el pueblo no
puede ser sino el que queda indicado. Los idealismos quijotescos
de la democracia conducen forzosamente al
afianzamiento de todos los anacronismos. Son idealismos culpables
que tornan ineficaz la acción revolucionaria.
En nuestros tiempos de huelgas y alborotos obreros, ¿qué
otra cosa se ve? Los trabajadores saben salir a la calle, poner
su pecho indefenso a las balas; lo mismo que antes, son héroes
de barricada con todos los debidos respetos a la santa
propiedad, a la autoridad y a las personas. Los mismos idealismos
culpables siguen inspirando la conducta de las masas.
¿Y por qué los obreros que luchan por una mejora o un
lineal económico se entretienen en reñir absurdas batallas con
la fuerza armada? Allá están el burgués admirado que los
explota, el político que los engaña y explota, el cura que los
envenena, engaña y explota; allá están el opulento palacio
que insulta la miseria de sus pocilgas, la fortaleza-fábrica
donde dejaron gota a gota su sangre; allá está el usurero
que les alivió una hora de trabajo doméstico, por la última
camisa o por la última blusa.
A veces van los obreros a la puerta de la fábrica; ¿a qué?
A vengar la traición de otros compañeros de hambre. El burgués
tan tranquilo en su confortable vivienda. ¡Pena de muerte al esquirol!
Y paz y respeto y consideración para el detentador del trabajo
común, para el que explota, para el que envenena,
para el que engaña, para el que roba.
El fenomeno social no hizo más que cambiar de forma;
los idealismos culpables continúan haciendo, del buen Juan
héroe legendario de la tonta honradez, de la necia lealtad.,
que le convierte en perro guardian del amo que le azota, que
le esquilma, que le mata-
Un hecho singular sobre el que es menester fijar bien
la atención, es aquel que nos revela como todos los
levantamientos populares dejan en paz al feroz usurero,
que trafica, en el último escalón de la miseria, con los últimos restos de
la pobreza. ¿Es acaso el recuerdo del hambre mitigada momentáneamente que convierte al repugnante prestamista en alma magnaníma y generosa y paraliza la acción revolucionaria del pueblo?.
No seguramente; es que el pueblo, ahora como antes,
todavía no sabe más que pelear, sacrificar su vida, poner su
pecho a las balas, sin que se dé bien cuenta de por qué ni para qué.
Su acción es aún instintiva y va impulsada por los.
atavismos de barricada y de motin, por la influencia de los
idealismos culpables que le convierten en héroe inconsciente
de ignoradas causas. Su acción reflexiva apunta apenas en
las contiendas contemporáneas..El espíritu popular empieza
ahora a transformarse. ¡Difícil empresa operar el cambio sin
menoscabo de la bondad tradicional y con la pérdida de la
candidez idealista y quijotesca!
Porque es preciso que la violencia actual y el furor creciente
del combate por el porvenir no nos lleve a la crueldad
y a la ferocidad, Vamos hacia un, mundo de justicia y de
amor. ¿Llegaremos allá- por la venganza y el odio? Fuerza, es
luchar con los hombres y no con fantasmas, no con las cosas
que ellos representan. Pero en este combate por lo mejor, la
muerte no puede ser un objetivo, ni siquiera un medio, sino
un accidente fatal, fruto de circunstancias momentáneas.
Comprendemos el odio, la venganza, el rencor, la injusticia
y la violencia como estados pasajeros .inevitables traídos por
las concamitancias de la contienda; no los comprendemos
como predicación que cifra en tan deleznables fundamentos
el éxito de una aspiración levantada..
La acción reflexiva, privada de los elementos atávicos
idealísticos, será aquella que teniendo por mira una aspira-
ción de justicia, comience por aplicarla, antes que a las pe-
queñas, a las grandes causas de la desigualdad social. La
conducta mejor será la que nos conduzca más directamente
y con menos sacrificio de la existencia humana a la realiza-
ción del porvenir.
Claro que nunca podrá ser la acción revolucionarla un
problema de cálculo frío y sin entrañas. La pasión entrará
siempre como factor poderoso en la conducta de los hombres.
Y lucha sin apasionamientos, sin vehemencias, no se com-
prende. Pero la pasión toma los carriles trazados de antemano
por la educación, por el hábito, por la propaganda,
etc.Y así, cuando la masa popular haya roto con los con-
vencionalismos motinescos y ridiculamente heroicos, tomará
el camino de la acción reflexiva que le conduzca al porvenir
según la linea de menor resistencia, es decir, con menos
vida humana y más provecho para todos los hombres.
La ineficacia de las revoluciones que tanta sangre y exis-
tencias han costado al pueblo, es buen ejemplo de la culpa-
bilidad de ciertos idealismos.
Sacudamos la herencia funesta y haremos más y mejor
por el porvenir ambicionado.
, núm. 20. Barcelona, 15 de julio 1904.)
REVOLUCIONARIOS, SI;
-VOCEROS DE LA REVOLrCION NO
En tiempos, no muy lejanos, era uso y costumbre entre
los militantes del socialismo, del anarquismo y del sindicalismo
apelar a la Revolución Social para todos los menesteres
de la propaganda, de la oratoria y hasta de la correspondencia privada.
El abuso llegó a tal extremo, que la locución pasó a mejor vida completamente desgastada y sin provocar la más ligera protesta.
Este cambio en las costumbres no fue meramente de fórmula, como pudieran imaginarse los poco versados en el movimiento social contemporáneo.
Más o menos, todos creíamos, a puño cerrado, que la
Social estaba a la vuelta de cualquier esquina y que el día
menos pensado íbamos a encontrarnos en pleno reinado de
la anhelada igualdad. Andando el tiempo, la imaginación ,
hizo plaza a la reflexión, el corazón cedió la preeminencia al
entendimiento y fuimonos dando cuenta de que por delante de
nosotros había un largo camino que recorrer, camino
de cultura y de experimentación, camino de lucha y de resistencia,
camino indispensable de preparación para el porvenir. Y
todos nos pusimos a estudiar y todos, estudiando, aprendimos
a luchar, a propagar, hasta a hablar con maneras nuevas
que correspondían a maduras reflexiones. El cambio en el
uso de las locuciones que parecían insustituibles, respondió
al cambio de las ideas y los sentimientos que, al precisarse,
se hicieron más exactas y más conformes a la realidad.
Tal novedad, no lo es si se tiene en cuenta la exhuberancia
de la vida en los primeros años. No hay juventud sin
bellos ensueños, sin arrebatos de pasión, sin irreprimibles
entusiasmos.
Es claro que no por esto, los que hemos sido revolucio-
narios hemos dejado de serlo. Más que en los hechos en las
palabras, la táctica revolucionaria persiste y gana aún a los
que andan rehacios en poner de acuerdo la conducta con las
ideas. Nadie cree que la revolución sea cosa de inmediata
factura, pero se labora cada vez más conscientemente por
acelerar todo lo posible el advenimiento de la sociedad nueva.
Y en este derrotero, las palabras son lo de menos; a veces
son un estorbo, o una necedad, o una preocupación.
Hacer conciencias; dar luz, mucha luz a los cerebros;
poner a compás hechos y principios; realizar, cuanto más
mejor, aquella parte esencial de las ideas que nos distingue
de los acaparadores de la vida; combatir sin tregua y firmemente
todas las fuerzas retardatrices del progreso humano,
es tráfago revolucionarlo de los tiempos modernos, bien
saturados de ideales y de aspiraciones novísimos.
En nuestros días, las multitudes proletarias actúan pre-
cisamente en este sentido. Aun cuando no estén unánimente
penetradas del ideal, como el ideal está en el ambiente
y el espíritu revolucionarlo las ha penetrado por completo,
ellas obran conscientes de su misión renovadora y van en
derechura a emanciparse de todos los ataderos que las sujetan
a inicua servidumbre.
¿Qué importa que la palabra revolución no esté en sus
labios, si la revolución está en sus pensamientos y en sus
hechos?
La certidumbre del revolucionarismo proletario, bien nos
compensa de aquel extinguido uso de palabras altisonantes
que no dejaban tras si rastro de provecho. :
Mas como en achaques sociales se dan las mismas leyes
que en toda suerte de mudanzas humanas, no se extinguió
la ingenuidad revolucionaria de los primeros tiempos sin dejar,
como recuerdo, la mueca de: la juventud pasada. Nos
quedan los voceros de la revolución, los anacrónicos gritadores
de oficio, los que se entusiasman y embelesan con lo grotesco,
con lo vulgar y necio de las palabras y están ayunos
del contenido ideal de las expresiones. Es fruto natural de
la incultura sociológica o del incompleto conocimiento de los
principios revolucionarlos. Con el mejor deseo, con la mayor
naturalidad, sanos de corazón y de pensamiento, algunos, no
sabemos si pocos o muchos. no tienen de la revolución y del
futuro otra idea que la violencia, las palabras fuertes, los..
gritos selváticos. los gestos brutales. Antójaseles que el resto
es cosa de burgueses, de afeminados, o cuando más de revolucionarios
tibios, prontos a pasarse al enemigo. Para merecer el titulo de revolucionarlo es menester gritar mucho,bullir mucho. Manotear y gesticular como poseídos.
No discutáis un hecho por bestial que sea, por cruel, por antihumano que os parezca. Al punto os tacharán de reaccionario.
Hay en las filas revolucionarias, con distintas etiquetas,
bastantes cuItivadores de la barbarie. No se es revolucionario
si no se es bárbaro. Todavía hay muchos que piensan que el
problema de la emancipación se resuelve muy sencillamente
con la poda y corta de las ramas podridas del árbol social.
No decimos nosotros que no sea necesaria la fuerza, que
no sea fatalmente necesario podar y cortar y sajar; no
decimos nosotros que el revoluclonarismo consista en abrir las
ostras por la persuasión; pero de esto a resumir en una feroz
expresión de la brutalidad humana la lucha por un ideal
de justicia para todos, de libertad y de Igualdad para todos,
hay un abismo en el que no queremos caer.
No voceros de la revolución, sino conscientes de la obra
revolucionaria, tan larga o corta como haya de ser, necesita
la humana empresa de emancipación total en que andamos
metidos los militantes por los ideales del porvenir.
Sin importarnos un ardite de los gritadores profesionales,
apesadumbrados con los inconscientes gritadores que lealmente,
sinceramente, creen servir a la revolución a voces y
a manotazos, nosotros afirmamos en nuestras convicciones
de siempre, diciendo a todos:
«Revolucionarios, si; voceros de la revolución, no.»
(«ACCIÓN LIBERTARIA», núm. 14. Gijón 17 de marzo 1911.)
IDEARIO
LA GRAN MENTIRA
Es viejo cuento. Con el señuelo de la revolución, con el
higui de la libertad, se ha embobado siempre a las gentes.
La enhiesta cucaña se ha hecho sólo para los hábiles trepadores.
Abajo quedan boquiabiertos los papanatas que fiaron
en cantos de sirena.
El hecho no es únicamente imputable a los encasillados
aquí o allá. Las formas de engaño son tan varias como varios
los programas y las promesas. Arriba, en medio y abajo se
dan igualmente cucos que saben encaramarse sobre los lomos
de la simplicidad popular.
La promesa democrática, la promesa social, todo sirve
para mantener en pie la torre blindada de la explotación de
las multitudes Y sirve naturalmente para acaudillar masas,
para gobernar rebaños y esquilmarlos libremente. Aun cuan-
do se intenta redimirnos del espíritu gregario, aun cuando se
procura que cada cual se haga su propia personalidad y se
redima por sí mismo, nos estrellamos contra los hábitos
adquiridos contra los sedimentos poderosos de la educación y
contra la ignorancia forzosa de los más. Los mismos propa-
gandistas de la real independencia del individuo, si no son
bastante fuertes para sacudir todo homenaje y toda sumisión
suelen verse alzados sobre las espaldas de los que no
comprenden la vida-sin cucañas y sin premios. Que quieran
que no, han de trepar; y a poco que les ciegue la vanidad o
la ambición, se verán como por ensalmo llevados a las más
altas cumbres de la superioridad negada. Es fenómeno harto
humano para que por nadie pueda ser puesto en duda.
La gran mentira alienta y sostiene este miserable estado
de cosas. La gran mentira alienta y apuntala fuertemente
este ruin e infame andamiaje social que constituye el gobierno
v la explotación, el gobierno y la explotación organizados, y
también aquella explotación y aquel gobierno que se ejercen
en la vida ordinaria por todo género de entidades sociales,
económicas y políticas.
Y la gran mentira es una promesa de liberted repetida
en todos los tonos y cantada por todos los revolucionarios,
Libertad reglada, tasada, medida, ancha o estrechamente , según
las anchas o estrechas miras de sus panegiristas. Es la
mentíra universal sostenida y comentada por la fe de los
ingenuos, por la creencia de los sencillos, por la bondad de los
nobles y sinceros tanto como por la incredulidad y la
cuquería de los que dirigen, de los que capitanean, de los que
esquilman el rebaño humano.
En esa gran mentira entramos_todos y salvese el que
pueda. Las cosas derivan siempre en el sentido de la corriente.
Vamos todos por ella más o menos arrastrados, porque la
mentira es cosa sustancial en nuestro propio organismo:
la hemos mamada, la hemos engordado, la hemos acariciado
desde la cuna y la acariciaremos hasta la tumba. Revolverse
contra la herencia es posible y más que posible, necesario
e indispensable. Sacudirse la pesadumbre del andamiaje que
nos estruja no es fácil, pero tampoco mposible. La evolucion,
el progreso humano, se cumplen en virtud de estas
rebeldías de la conciencia, del entendimiento y de la voluntad.
Mas es menester que no nos hagamos la ilusión de la
rebeldía, que no disfracemos la mentira con otra mentira.
Somos a millares los que nos imaginamos libres y no hacemos
sino obedecer una buena consigna, Cuando el mandato no
viene de fuera, viene de dentro. Un prejuicio, una fe, una
preferencia nos somete al escritor estimado, al periodicó
querido, al libro que más nos agrada. Obedecemo sin que
se quiera nuestra obediencia y, a poco andar, conseguiremos
qué nos mande_quien ni soñado había en ello.¿Qué. no sera
cuando el propagandista, el escritor, el orador lleven allá
dentro de su alma un poco de ambición y un poco de domadores
de multitudes! La mentira grande ya se acrece y lo
allana todo. No hay espacio líbre para la verdad pura y simple,
sencilla. diáfana de la propia independencia por la conciencia
y por la ciencia propias.
Llamarnos demócratas, socialistas, anarquistas, lo que
sea, y ser interiormente esclavos, es cosa corriente y moliente
en que pocos ponen reparos. Para casi todo el mundo lo
principal es una palabra vibrante. Una idea bien perfilada, un programa bien adobado. Y la mentira, sigue y sigue laborando sin tregua. El engaño es común, es hasta impersonal,como sí fuera de él no pudiéramos coexistir.
Revolverse, pues contra la gran mentira, sacudirse el
enorme peso de la herencia de embustes que nos seducen con
el señuelo de la revolución y de la libertad, valdrá tanto como
autoemanciparse -interiormente por el conocimiento y por la
experiencia, comenzando a marchar sin andaderas. Cada uno
ha de hacer su propia obra, ha de acometer su propia redención.
Utopia, se gritará. Bueno; la que se quiera; pero a condición
de reconocer entonces que la vida es imposible sin
amos tangibles o intangibles, seres vivientes o entidades metafísicas;
que la existencia no tendría realidad fuera de la
gran mentira de todos los tiempos.
Contra los hábitos de la subordinación nada podrán
tal caso las más ardientes predicaciones. Triunfantes, habrán
destruido las formas externas, no la esencia de la esclavitud.
Y la historia se repetirá hasta la consumación de los siglos.
La utopia no quiere más rebaños. Frente a la servidumbre
voluntarla no hay otro ariete que la extrema exaltación |
de. la personalidad.
Seamos con todo y con todos respetuosos — el mutuo ;
respeto es condición esencial de la libertad -—, pero seamos ,
nosotros mismos. Antes bien hay que ser realmente libres que
proclamárselo. Soñamos en superarnos y aún no hemos sabido
libertarnos. Es también una secuela de la gran mentira.
(«ACCIÓN LIBERTARIA», núm. 25. Gijón 30 de junio 1911.)
CENTRALISMO AVASALLADOR
En vano se alzan voces poderosas contra la creciente
centralización en vida pública. Inútilmente se declama con-
tra la absorción de las energías y de las actividades en los
centros de mayor intensificación vital. Poco o nada importa
que el espíritu federalista aliente vigoroso tanto en los par-
tidos más avanzados como en los más retrógrados. El centra-
lismo prosigue su obra avasalladora.
Madrid, el Madrid oficial, lo es todo. En política, en lite-
ratura, en artes, en ciencias, no hay más que Madrid. La
vida entera de España se refunde, se concentra allí, y no
hay modo, al parecer, de evitarlo. Todos los esfuerzos de las
capitalidades subalternas por sustraerse a la dominación, al
influjo todopoderoso de la capital de la Monarquía. Sus polí-
ticos, sus literatos, sus periodistas, sus pintores, sus poetas.
a Madrid han de someterse si quieren salvar las fronteras
del provincialismo.
La centralización es la médula de la superestructura so-
cial moderna. La gran industria, el gran comercio, el acapa-
ramiento de la riqueza, la organización toda de la vida
política, jurídica y económica, tiene por condición el centra-
lismo de las funciones. Sin ese monstruo pictórico de la savia
de todos sus órganos esenciales, la superestructura se vendría
al suelo con estrépito, y adiós orden público, mecanismo
legislativo, disciplina social, feudalismo capitalista, jerarquía
militar, jurídica y teocrática, todo lo que es artificio impuesto
a la Naturaleza, en que parece no vivimos hace ya largo
tiempo.
Todo principio ha de desenvolverse hasta sus últimas
consecuencias. Podrá vacilar en teoría; una vez llevado a la
práctica, va hasta el fin, quiérase o no.
La centralización tomará todos los nombres posibles:
absoluta, parlamentaria, constitucional, monárquica, repu-
blicana, socialista. Esta es su última etapa. Por de pronto el
socialismo se parapeta tras la palabra intervención; a poco
tardar se hará francamente socialismo de Estado, socialismo
centralista, socialismo de capitalidad.
Los mismos partidos que protestan de la centralización,
por la centralización laboran. Ellos hacen la misma cosa que
el Estado. Son pequeños estados de estructura semejantes a
la estructura política. Toda la vida del partido huye a la
cabeza, jefatura, consejo, lo que fuere. De arriba procede
todo, aunque parezca y aunque debiera ser lo contrario. La
taumaturgia centralista tiene el poder de nutrirse de la savia
de los componentes y devolver a éstos, como cosa propia, lo
que de ellos ha recibido. El gran creador está allí en lo alto;
- en lo alto el gran dispensador. Y cuanto devuelve, lo devuelve
falsificado, con la ponzoña de todo lo que se acumula y se
estanca y se descompone. Se le manda sangre rica, roja,
pura, y devuelve postemas repletas de pus. El tamiz de la
centralización sólo deja pasar detritus.
En el mismo movimiento proletario, los tentáculos del
centralismo deprimen la vida de los centros subalternos. Los
grandes focos de industria ejercen la capitalidad y la hege-
monía. El periódico central, la junta central, el grupo cen-
tral, lo son todo. Los modestos periódicos de provincias, los
comités, las agrupaciones de pueblo apenas sirven para otra
cosa que para reflejar y obedecer los mandatos de arriba.
Hacia el centro van las cuotas, los votos, los donativos.
Y si algo vuelve, ¡qué mermado!
Pocas son las fuerzas realmente opuestas a tan funesta
tendencia. Y son pocas porque la rutina, el hábito adquirido,
la herencia de siglos de subordinación, son más poderosas
que las predicaciones y las rebeldías. Aun queriendo descen-
tralizar, se va ciegamente, inconscientemente hacia el centra-
lismo avasallador. Brilla arriba con destellos deslumbradores
un trozo de cristal; fulgura abajo con luz mortecina el más
esplendoroso diamante. La distancia acrece las cosas y el
charlatán es tenido por oráculo, el bravucón por héroe, el
vivo por sabio, el farsante por mártir. La trasmutación de
todos los valores es el eje sobre el que gira el centralismo.
No importa que nos digamos resueltamente rebeldes a la
absorción del grupo o del individuo. La pesadumbre de nuestros
prejuicios nos lleva a la inconsciente sumisión, ¡Somos
tan perezosos para el ejercicio de la libertad!
La lucha es dura y es larga. Luchemos. Es menester que
vivamos de nosotros mismos, que cada uno encuentre en si
mismo la razón de su vida, de su fuerza, de su acción. Las
ideas iluminan; los hechos emancipan. Reconozcámonos en
plena servidumbre real e intelectual y comenzaremos a saber
cómo nos haremos libres Intelectual y realmente. Cada uno
sabiendo y queriendo su propio yo. Otra vez: las ideas iluminan;
los hechos emancipan. Con todas las ideas del mundo,
si no sabemos actuarlas, seremos siervos, esclavos, cosas a
merced del listo, del vivo, del charlatán, del farsante.
Hacerse autónomo, gobernarse a sí mismo, de hecho
valdrá más que las mejores predicaciones y propagandas.
Es asi cómo el centralismo será barrido de entre nosotros.
Allá en los dominios de la política, del industrialismo, del
comercio, de la vida corriente y moliente, no se puede entender
esto más que a medias a lo sumo. Allá se puede ser
autonomista sin querer las condiciones indispensables de la
autonomía. Nosotros, no. El proletariado mira a la emancipación
real y sabe que la centralización, aunque sea socialista
y obrera, es régimen de servidumbre, de superestructura, de
cosa sobrepuesta a la naturaleza. Y porque lo sabe es
radicalmente anarquista, piénselo o no. Pero es necesario
pensarlo y serlo, tener conciencia del ideal y ciencia (conocimiento)
para practicarlo. En la inconsciencia de las cosas,
más fácil es ser dirigido que dirigirse; más fácllmente
gobernado que gobernarse. Que cada uno delibere y obre en
consecuencia. Sin deliberación se es autómata. Ni aun la fe
en el ideal es suficiente. La ceguera intelectual no puede
servir de guia a nadie. Quien voluntariamente cierra los ojos
voluntariamente se declara irredento. Abramos bien los ojos
y seamos nosotros mismos. La vida verdadera no está en
conjunto; está en los componentes.
Cuando cada uno sepa ser su dios, su rey, su todo. será |
el momento de la conciliaci
El. TRABAJO, ¿ES UNA NECESIDAD FISIOLÓGICA?
No me propongo hacer ahora detenido estudio de esta
cuestión. Limitareme a exponer algunos razonamientos que
pueden servir de punto de partida para un más profundo
análisis del problema.
A las objeciones que los autoritarios hacen a la practicabilidad de las ideas anarquistas y, sobre todo a la afirmación del trabajo voluntario en una sociedad libremente organizada, replícase generalmente que, siendo el trabajo
necesidad fisiológica para el individuo, todos trabajarán voluntaria y espontáneamente, supuestas las condiciones de igualdad y solidaridad entre los hombres.
La réplica en tales términos hecha contiene una petición de principio: ¿Es el trabajo necesidad fisiológica?
Modo de actividad es el trabajo. El individuo en su estado
natural es necesariamente activo porque el ejercicio se deriva
|inmediatamente de órganos y de músculos. Es por tanto, el
ejércicio necesidad fisiológica a la que nadie puede escapar.
Pero el trabajo no es el ejercicio propiamente dicho, no es el
ejercicio en su sentido genérico, sino una determinada y bien
definida especie de ejercicio en vista de un fin dado. El tra-
bajo es el ejercido útil. Útil entiéndase, no sólo para el sujeto
que lo ejecuta, sino también para sus semejantes; útil para
aquel en lo que afecta a su organismo por la satisfacción de
la necesidad de ejercicio; y útil también por lo que atañe a
la economía individual y social, a la alimentación, al abrigo,
al vestido, etc. Porque el ejercicio, en general, puede carecer
de la condición de utilidad fuera del beneficio fisiológico del
individuo que lo ejecuta, y en esto precisamente se diferen-
cia del trabajo propiamente dicho. Un individuo cualquiera
emplea sus energías, su actividad, en la gimnasia, en los
ejercicios atléticos, en el deporte hípico o velocipédico, en la
caza, etc. Lo hace, al parecer, por recreo y pasatiempo; res-
ponde de hecho a necesidades fuertemente sentidas. Para él,
pues, es útil este ejercicio pero resulta, bajo el punto de vista
social y económico, improductivo para los demás y para si
mismo. En este caso, el sujeto en cuestión hace ejercicio, pero
no trabaja.
Otro individuo, por el contrario, aun sin necesidad de
ello por su posición en la sociedad, dedica su actividad a la
producción de artefactos cualesquiera, o bien cultiva su
huerto, al parecer por pasatiempo también, pero respondiendo
de hecho a las mismas necesidades del primero. Pues para
este segundo sujeto es útil el ejercicio que ejecuta y lo es
asimismo para sus semejantes; útil para él fisiológica y eco-
nómicamente; productivo para él y para los demás hombres.
En este caso hay ejercicio y hay trabajo.
Es pues, el trabajo un modo especial de la actividad,
como ya queda dicho; es una determinada clase de ejercicio;
pero no es toda la actividad ni todo el ejercicio. Se puede
hacer ejercicio muscular y mental sin trabajar, en el sentido
social y económico de la palabra, y, por consiguiente asi
mismo satisfacer la necesidad fisiológica del ejercicio mental
y corporal sin trabajar.
La conclusión es terminante y precisa. Contestar que en
una sociedad libre todo el mundo trabajará porque el trabajo
es necesidad fisiológica de la que nadie se puede excusar,
equivale a sustituir una incógnita por otra en el problema,
dejando la cuestión, en pie y conduciendo los razonamientos
del común de las gentes a la negación de la posibilidad del
trabajo libre. Cualquiera podrá replicar que muchos
satisfarán la incuestionable necesidad de ejercicio en diversiones
y pasatiempos inútiles por lo improductivos.
En mi opinión, no es la necesidad fisiológica del ejercicio
muscular y mental la que hace posible el trabajo voluntarlo.
Es más bien la necesidad poderosísima de alimentarse, de
vestirse, de abrigarse; es la necesidad de «vivir» la que nos
induce a trabajar, es decir, la que nos dirige al ejercicio útil,
la que nos obliga a emplear nuestra actividad en vista de un
fin común por beneficio propio y ajeno. Sin el acicate de
estas necesidades, la actividad humana marcharía sin rumbo
y sin objeto positivo en el orden social y económico de la
existencia. Tal ocurre a las clases aristocráticas y adineradas.
Prevista de antemano la satisfacción de las necesidades pri-
mordiales, malgastan su actividad en juegos y vicios que
fomenta la holganza.
Pero en una sociedad libre, donde todos los individuos se
hallarán en condiciones de igualdad económica, donde la
riqueza no fuera el patrimonio de unos cuantos, sino de
todos, ¿sería de temer que la mayor parte de los hombres no
quisiera trabajar voluntariamente? Yo digo que no, sin nece-
sidad de afirmar que trabajarían porque es necesidad fisio-
lógica el trabajo. Trabajarían voluntariamente, porque
tendrían necesidad de comer, de vestir, de leer, de pintar,
etc., y los medios de satisfacer todas estas necesidades no. les
serían dados graciosamente por ninguna providencia de nuevo cuño.
Se me dirá que resulta entonces, en fin de cuentas, que
el trabajo es necesario para vivir. Si, lo es, sin duda alguna;
es necesario individual y soclalmente, como derivación de las
necesidades fundamentales de alimentarse, vestirse, etc. Es,
no obstante, una necesidad de segundo orden para el orga-
nismo, no sentida mecánicamente; una necesidid de la que
el individuo se da cuenta después de una operación analítica
provocada por el hecho de la convivencia en sociedad; mien-
tras que las otras necesidades son primarias, son las que nos
conducen a la sociabilidad, y, por tanto, al trabajo y a la
comunidad.
Por esto mismo, porque la razón positiva del trabajo
voluntario y libre descansa en todas las necesidades fisioló-
gicas, psíquicas y mentales, es de todo punto inconveniente
argumentar en falso con la afirmación de que el trabajo es
necesidad fisiológica cuando, como hemos visto, esta afirma-
ción se reduce al ejercicio muscular y mental que, sin duda,
puede ser ejecutado sin provecho para el individuo y para la
comunidad, aun cuando al individual organismo acomode
y plazca.
La mayor o menor facilidad en resolver un problema
depende en gran parte de la forma en que se plantea, de los
elementos suministrados para el cálculo. Asi, la demostración
de la practicabilidad de una doctrina corresponde a la manera
más o menos fundada de establecer sus elementos
lógicos.
Reducida la cuestión a sus verdaderos y más sencillos
términos, es siempre fácil resolverla si la razón y la expe-
riencia abonan la solución propuesta.
Tal es, en mi concepto, el medio adecuado para demostrar
la posibilidad del trabajo voluntario, sin apelaciones a
principios no bien fundados.
Madrid, 1 de julio de 1899.
CRITICA SOCIAL
LA FORMULA 606
No se tema que profanemos el santuario de la ciencia.
Estamos ayunos de los conocimientos que son indispensables
para penetrar en el templo.
Pero desde la puerta o tan lejos como se quiera, permi-
tásenos decir unas pocas palabras.
El mundo se ha alborozado ante el prodigioso descubri-
miento que da en tierra con una de las causas más poderosas
de podredumbre social. Y no es para menos. Estamos llenos
de cacas, de pestilencias, de lepras. Somos un organismo
putrefacto, cubierto de úlceras, saturado de purulencias re-
pugnantes. Sífilis, tuberculosis, cáncer, endemias y epidemias,
trabajan nuestros misérrimos huesos y nuestras flácidas car-
nes. Nos encorvamos tristemente hacia la tierra que ha de
recibir nuestros míseros restos.
¡Lucha titánica la de aquellos hombres sabios que dispu-
tan a la muerte sus despojos!
Es un éxito, un triunfo colosal, la fórmula 606 que acaba
con los estragos de la sífilis. Será otro éxito, otro colosal
triunfo el de cualquier otra combinación que ponga coto a la
tuberculosis, al cáncer, a la lepra. La ciencia triunfa, trlun-
fará siempre de la corrupción humana.
Pero doloroso es declararlo. Los Sabios se esfuerzan en
vano. Héroes de lo desconocido, laboran por lo imposible.
Curarán la sífilis, pero los sifilíticos se multiplicarán,
mañana; como hoy y como ayer. Curarán la tuberculosis y
los tísicos retoñarán en el campo y en la ciudad, siempre
igual. Ellos no suprimen ni el mal ni sus causas, y el mal
resurgirá siempre porque sus causas persisten. Un remedio
cura, pero no previene la dolencia. Aun con las vacunas
inmunizantes, la viruela y otras enfermedades análogas con-
0 de agosto 1912.)
Literaturas bélicas.
Loss espíritus superiores han dado en la flor de ponderar
las excelencias de la guerra. El valor, la audacia, la temeridad,
son las virtudes primordiales. La guerra hace los hombres
fuertes y heroicos. Las razas se mejoran, progresan, se
civilizan por las artes de guerrear sin tregua. De la lucha
entre hermanos, a cañonazo limpio, sale la humanidad purificada
y ennoblecida.
Eso es el anverso. El reverso va enderezado contra el
pacifismo. En la dulcedumbre de la vida tranquila, ordenada,
iRmorosa, se agostan las masculinas energías, las razas dege-
neran y se extinguen. La paz es un narcótico. El mundo se
convierte en montón de cobardes y enclenques. De la paz
entre los humanos, en la vida muelle y regalada de las nece-
dades satisfechas, sólo puede surgir la humanidad extenuada
El dilema final se comprende claramente.
La literatura actual está impregnada de estos barbarismos
guerreros. Como si obedecieran a una consigna, los
escritores de los más diversos matices entonan himnos entusiásticos
al bélico ardor de los combatientes.
Es un flujo y reflujo de la espada a la pluma y de la pluma a la espada.
Despierto y en acción el apetito conquistador de las naciones,
fluye naturalmente de la literatura el canto épico
de las batallas. De los campos sembrados de cadáveres vuelven
los cuervos con los picos ensangrentados y con sangre
escriben. También cuando vuelven de las charcas escriben
con cieno. El literato es lacayo de todos los éxitos.
Y allá en la lejanía, donde la muchedumbre en manada
rinde la vida sin saber a qué ni por qué, repercute el rasguear
de las plumas belicosas que empuercan de sangre y
cieno el papel en que escriben. La sugestión convierte los
borregos en lobos.
Si la serena, irrefutable filosofía de un Spencer muestra
que la humanidad evoluciona rápidamente del estado guerrero
al estado industrial; si la voz poderosa de cien genios
clama por el término definitivo de las matanzas inútiles;
si el griterío multitudinario atruena el espacio en demanda
de paz y sosiego, ¡qué importa eso a los serviles
y lacayunos emborronadores de cuartillas!
Hay una fuerza todopoderosa a quien servir, y la retórica
se arrastra humilde a sus pies. Si esa fuerza se llama Estado,
la retórica se engalla enderezando el discurso por los senderos
trillados de las grandezas y de las heroicidades nacionales-
Si se llama Capital, la retórica se torna financiera y apologística
de los grandiosos adelantos de la industria moderna. Si
se llama Iglesia, la retórica trueca la pluma por el hisopo,
viste el sayón de inquisidor y se postra humilde ante
los vetustos muros de las tétricas catedrales. La fuerza, triunfante^
es Dios, trino y uno, en cuyo altar se hace el sacrificio de
todo lo que debiera ser más caro al hombre.
Pero si la fuerza se llama proletariado en rebeldía,
exaltación utópica, pensamiento emancipado, entonces
la retórica se alza, iracunda, y, sobre la turba soez de los
desarrapados fulmina los rayos de su cólera.
¡Miserable ramera que brinda la piltrafa del sexo averiado
al ansia loca de todas las decrepitudes!
La guerra no engendra el valor y la audacia y la teme-
ridad. La temeridad, la audacia y el valor se prueban
descendiendo a la mina centenares de metros bajo la superficie
bañada por el sol; se prueban sosteniéndose en lo más alto
de un edificio sobre cimbreante tabla suspendida de una
deshilachada cuerda; se prueban con el trabajo impasible en el
infierno de las fundiciones y de las forjas; se prueban en las
máquinas y los topes de los barcos, en los tenders de las
locomotoras, en las bregas con la tempestad, en las rudas
luchas con la naturaleza,. El hombre se templa en la conquista
del planeta que habita, de la atmósfera que le rodea, del
espacio sin límites poblado de bellos e innumerables mundos.
En la guerra sólo hay un momento de locura tras un
supremo esfuerzo del espíritu de conservación. Antes nada,
después nada, como no sea cobardía, miedo de perder la
vida, horror de la sangre, del bruñido acero, de la bala
mortífera. La manada en montón, cobra ánimos apretujándose
contra los repetidos asaltos del temor. Y luego, la procesión
de inválidos, los detritus de las batallas, las caravanas de
vagos, desmoralizados, corrompidos, traen a las ciudades y
a los campos el estimulo a la holganza, a la depravación, al
desorden, al desenfreno. La guerra tiene por secuela el envi-
lecimiento.
La literatura épica es el cebo con que el poder sugestiona
a las masas, el espejuelo para atraer incautos a las mallas
de la red, hábilmente tendida.
Hacen falta borregos, dóciles instrumentos de matanza,
gentes propicias al sacrificio, y la literatura belicosa lanza
sus estrofas heroicas a la heroicidad de las naciones. ¡Mise-
rable ramera que brinda la piltrafa del sexo averiado al an-
sia loca de todas las decrepitudes!
(«EL LIBERTARIO», núm. 1. Gijón 10 de agosto 1912.)
I
El bu del aumento de la criminalidad es un tópico del
que se echa mano cuando conviene para justificar mayores
atropellos, más grandes atrocidades. Es la hidra revolucionaria
traducida al idioma de los leguleyos. !Ay de los hombres
de bien que tiemblan ante estos augurios! La nota de delincuencia
caerá sobre ellos y la prisión los engullirá vorazmente.
El Estado quiere eunucos, quiere siervos, quiere
parias. Está famélico.
Si la criminalidad aumenta es porque disminuye atrozmente
el bienestar de unos mientras crece, fuera de toda
ponderación, el de otros; es porque la alegría se recluye en
un puñado de afortunados y se niega a la muchedumbre sin
amparo; es porque la salud anda quebrantada en todas partes.
Después de los tormentos de la miseria, la brutal exhibición
del lujo y del hartazgo; después de los dolores y de
las lágrimas de la multitud, las bacanales indecentes de los
poderosos, alegres con la alegría del mono. Y sobre todo esto,
que es bastante, la neurosis, la sífilis, la tisis, el alcoholismo
corroyendo las entrañas de la humanidad. ¡Son un grano de
anis estas causas fisiológicas, psicológicas y sociológicas de la
criminalidad!
¿Qué ridículo remedio se pondrá con esa ridicula ciencia
ofícial a 17.000 francos anuales? ¿Qué ridiculo remedio se
pondrá con esa ridicula tutela postescolar,, con esos empleados
científicos en las prisiones? ¿Qué ridículo remedio proporcionaria
la vuelta a la escuela religiosa, ni peor ni mejor
que la escuela cívica, tan cara a los republicanos?
El pan, el pan, señores hartos; el pan para el cuerpo y
el pan para el alma; el bienestar, la alegría, la salud para todos:
ese es el remedio, señores imbéciles de la ciencia oficial,
del periodismo profesional, del hampa política que sólo os
proponéis continuar el estruje de vuestros rebeldes subordinados.
Bienestar, alegría y salud, ¿cómo podríais darlas?
Emplastes de ciencia, cataplasmas de educación no bastarán
a contener el avance humano por la conquista de cuanto tenéis detenido
y detentado y por tenerlo lanza al crimen a la multitud desheredada,
Los bárbaros llaman a vuestras puertas de granito. Abridlas o serán derrumbadas.
(«EL LIBERTARIO», núm. 3. Gijón 24 de agosto 1912.)
los que imperan.
A medida que adquiere el burguesismo su pleno desenvolvimiento,
se acrecienta el imperio de los mediocres.
En todos los órdenes de cosas triunfan las medias tintas,
lo indefinido, lo anodino. En el de las ideas, las mayores
probabilidades de éxito corresponden a los que carecen de
ellas. En el de los negocios y el trabajo, a los que, ignorándolo
todo, parecen saber todo. El fenómeno es fácilmente explicable.
La burguesía se ha dado buenas trazas para que todas
las actividades y capacidades sociales concurran a la caza de
la peseta. Ha sentado como axioma que para ser buen comerciante
es un estorbo la abundancia de conocimientos. Ha
reducido a máquinas de trabajo a los productores. Ha convertido
en sirvientes a los artistas y a los hombres de ciencia.
Ha suprimido al hombre y sustituido por el muñeco automatíco.
El resultado ha sido fatalmente la multiplicación de las
nulidades con dinero. Dentro de poco gobernaran los imbéciles.
El triunfo es totalmente suyo.
La fatuidad de estos horrendos burgueses que llenan la
via pública con su prosopopeya y su abultado vientre, la soberbia
de estos burdos mercachifles que apestan a grasas y
flatulencias; el ridículo orgullo de estos sapos repugnantes
que graznan con tono enfático, son las tres firmes columnas
de la mediocridad vencedora.
Por donde quiera, el hombre inteligente, el artista, el
estudioso, el sabio, el inventor, el laborioso, tropiezan indefectiblemente
esas moles de carne de cerdo con atavio de persona. Son la valla
que cierra el paso a toda labor creadora, a toda empresa de progreso,
a todo intento de innovación.
Para la burguesía es pecaminoso pensar alto, sentir hondo
y hablar recio. No hay derecho a ser persona.
Serviles de nacimiento, no transigen con quien no se
someta a su servidumbre. Poco a poco van poniendo a todo el
mundo bajo el rasero de su misera mentalidad y así dirigen
la industria gentes ineptas; gobiernan el trabajo hombres
inhábiles; está en manos de los más incapaces la función
distributiva de las riquezas; de los torpes, la administración de
los intereses. Sobre todo esto se levanta la categoría privilegiada de los holgazanes avisado que maneja el cotarro público.
Si algún hombre de verdadero valor alcanza la cumbre,
allá arriba se degrada, se envilece y claudica. Prontamente
va a engrosas el numeroso ejército de la mediocridad
triunfante.
No se pregunta a nadie cuánto sabe y para qué sirve
cuanto tiene en dinero o en flexibilidad de espinazo.
Poseer o doblarse bastante para poseer; he ahí todo.
Con semejante moral los resultados son, en absoluto,
contrarios al desarrollo de la inteligencia y de la actividad.
Por debajo de la aparatosa fachada del progreso y de la civi-
lización, bulle la ignorancia osada, duena y señora de los destinos del mundo.
Con semejante moral se convierten en estridencias de pésimo gusto, las más sencillas verdades proclamadas en alta voz. Cualesguiera idealismos, aspiraciones o generosas demandas, son traducidas por la turba adinerada
como delirios insanos cuando no como criminales intentos.
. La locura y la delincuencia empiezan donde acaba la vulgaridad
y la remploneria del burgues endiosado.
El imperio de los mediocres acabará con el vencimiento
de la burguesía. Entre tanto será inútil disputarse el domino del
mundo.
(«EL LIBERTARIO», núm. 20. Gijón, 21 Diciembre 1912
LA OBRA DE LA CIVILIZACIÓN
La vida civilizada consiste principalmente en suplantar
a la Naturaleza con todo género de artificios. A la esponta-
neidad de los movimientos, de los impulsos y de las acciones
sustituye la reglamentación y la disciplina educativa, que
viene a ser una verdadera domesticación sistemática. Asi,
civilizar es lo mismo que ahogar en germen toda libertad,
toda inclinación; todo impulso natural. El hombre civilizado
piensa y obra cronométricamente y a la medida impuesta
por los educadores en la niñez. La diafanidad del pensa-
miento, la sencilla pureza de los afectos, la franca pureza
de los actos, son cosas vitandas. Hasta respecto de las ener-
gías orgánicas se ha hecho del hombre un muñeco. ¿Para
qué necesitamos de la fuerza física? Abundan los bonitos
juguetes que matan. Gracias a ellos se ha podido formular
una grave sentencia: el revólver ha igualado a todos los
ciudadanos.
De acuerdo con el ideal civilizador, lo esencial es hacer
hombres poderosos por su inteligencia y poderosos por su
disciplina; poderosos por sus medios defensivos y ofensivos.
La Naturaleza nos los entrega torpes e indisciplinados y,
además, del todo indefensos e inofensivos. La civilización
los transforma. Su obra es maravillosa.
Mas hétenos aquí que los civilizadores se sienten un poco
avergonzados de su talla y de su fuerza. La igualdad ante
el revólver no les place. Siempre hay un arma más fuerte
en manos de un hombre más decidido. El atletismo se hace
moda. Y hasta la frase: hacer un buen bruto, tórnase elegante.
No hay temor, sin embargo, de una vuelta a la naturaleza.
El contrasentido de la civilización no se confiesa. Se insiste
en el artificio Gimnasia de salón, gimnasia sueca, gimnasia
de circo; ejércitos de exploradores, regimientos de pequeños
soldados bandadas de fornidos jugadores; todos los deportes
de la fuerza se ponen a contribución a fin de obtener buenos
y poderosos puños. Por supuesto, todo muy reglamentado,
absolutamente rítmico, estrechamente disciplinado. Nada de
movimientos fuera de tiempo y de compás. Nada de ejercitar
la energía sin cuentagotas. Nada de libertad y de esponta-
neidad en la acción. ¿Qué seria de la educación física sin la
batuta del director de orquesta?
Hace días publicaba cierta ilustración francesa un
hermoso grabado en el que se veía a un grupo de señoritas
alemanas en las ridiculas posturas gimnásticas, todas a
una verificaban los mas extraños movimientos. Planchas,
piruetas, cabriolas, de todo se hacia acompasadamente v a
la voz de mando.
Pensamos en seguida que aquellas señoritas se hacían
mucho más vigorosas y sanas y serían también más felices
corriendo libremente por la pradera, persiguiéndose en la
grave frondosidad del bosque, brincando por peñas y riscos
o bañándose en el sol sobre la cálida arena de la playa.
Pensamos en seguida que los pulcros jayanes que pierden
su tiempo en los salones de esgrima, en los juegos de pelota,
en las carreras de caballos, en los deportes náuticos, estarían
mucho mejor correteando por playas, bosques y praderas
tras las lindas mozas de rosados colores que Invitan a besos;
estarían mejor trepando a los árboles para alcanzar a sus
adoradas los ricos frutos de la pródiga naturaleza; estarían
mucho mejor en plena libertad de acción y pasión. El
muñeco mecánico no es de ningún modo preferible al hombre
natural.
No es sin embargo, éste el peor aspecto del contrasentido
en que incurre la civilización. Allá se las hayan los pudientes
con su mal gusto por los artificios gimnásticos.
El lado peor, irritante e insoportable de tal contrasentido
es que se entregue la juventud dorada al ejercido físico
improductivo, mientras se obliga a la masa proletaria a un
exceso de trabajo agotador para que la holganza privilegiada
pueda continuar sus estériles y enervantes devaneos.
Trabajar unos hasta extenuarse, y que otros, para divertirse,
le pongan ridiculamente a mover brazos y piernas y tronco
sin finalidad ni provecho, es el colmo del absurdo civilizado.
¿Se quiere al hombre vigoroso y sano? El trabajo libre,
compartido por hombres libres e iguales, seria el más bello
de los deportes y el más sano de los ejercicios. No hay
igualdad comparable a la que se adquiere en plena Naturaleza.
No hay vigor más firme que el que se obtiene en el
ejercicio de una obra cualquiera, espontáneamente adoptado
a su objeto. No hay salud más duradera que la que se gana
en el desarrollo armónico de una vida que a si mismo se
ordena, trabajando o gozando, según place en cada momento.
La libertad y la espontaneidad en el desenvolvimiento de las
aptitudes del hombre, constituyen la sólida base de su salud
y de su dicha.
La civilización podrá conseguir que los alfeñiques de la
burocracia y de la burguesía lleguen a ser capaces de tirar
de un carro mejor que cualquier bestia, pero no logrará
hacer de ellos hombres sanos y dichosos. La salud será en
esas gentes una cosa sobrepuesta; la dicha, una mueca de
hastio.
Y, entretanto, los poderosos músculos del campesino y
el obrero, pese a la bárbara carga del trabajo esclavo,
seguirán desarrollándose y seleccionándose al par que se
educan por la inteligencia y por el creciente dominio de la
técnica, hasta que, por una inevitable reacción de la Naturaleza,
el hombre que trabaja voltee de un soberano revés
al hombre que se complace en la caricatura del trabajo.
Los contrasentidos de la civilización durarán lo que dure
la inconsecuencia de las multitudes. Parécenos que los tiempos
actuales, no obstante la recrudescencia de todas las
barbaries históricas, están gritando que la inconsciencia
acaba.
Por pequeña que sea la minoría de los capacitados para
la revolución, es una minoría temible.
(«ACCIÓN LIBERTARIA», núm. 11. Madrid 1 de agosto 1913.)
RICARDO MELLA65
EDUCACIÓN LIBERTARIA
POR LOS BARBAROS
Maravíllame el aturdido despertar de una porción de
inteligencias jóvenes a las ideas nuevas. Y digo nuevas,
sometldo un tanto a los serviles modismos de una pobre
literatura que se hincha con palabras y se nutre de vaciedades.
Nuevas no lo son. Cualquier postura que se tome se
acomoda bien a ésta o aquella filosofía del tiempo viejo.
Quitad las formas y las influencias de la época, y lo hallaréis
todo, mejor o peor definido, en la sabiduría vulgar y en la
'sabiduría de casta. Cuestiones de método, injerto de ciencia
desenvuelta en raquíticos arbustos de especulación naciente,
refinamientos de la nerviosidad contemporánea, es cuanto de
novedad puede ofrecerse al incauto lector que busca en el
libro orientaciones sanas para su cerebro. Lo mismo en el
periodo sociológico, que el político y el teológico, se debata
un asunto primordial, un problema único, pero amplísimo,
que abarca la existencia individual y la existencia de la
humanidad entera: el derecho al desenvolvimiento integral.
En cada tiempo, los términos del problema afectan una
forma diferente; pero la incógnita permanece irreductible-
mente lo mismo. Y es que, procediendo los hombres por
tanteos, a la hora actual todavía no se sabe si hemos dado
con la ecuación que, ligando por sus verdaderas relaciones
los términos verdaderos de la cuestión, nos ha de facilitar
el hallazgo inmediato del valor real de la incógnita.
La anulación del individuo se llama un día fe, después
ciudadanía; el trabajo se organiza un tiempo en la esclavitud,
en la servidumbre luego, en el salariado finalmente. Y
al nacer de las teorías redentoras implica siempre las mismas
pretensiones; ya se llame libre examen, ya igualdad ante la
ley o bien emancipación del esclavo y supresión de la servi-
dumbre, para venir a parar, como último término, en la
libertad total de manifestación y de acción y en la igualdad
económica y social. En suma: grados diferentes de una misma
aspiración que se resume en lo que hemos llamado el derecho
de desenvolvimiento integral de la personalidad como productor
y como hombre.
En nuestros días, cuando el pensamiento ha formulado
los mayores atrevimientos, hallada, según creemos,
la ecuación definitiva del problema, las inteligencias se han lanzado
resueltamente por el sendero de las sorpresas intelectuales.
Empiezan las singularidades, las posturas airosas, los gestas
bellos, y en la infecundidad de un diletantismo personalisimo,
se consuma la obra extraordinaria del levantamiento de una
Babel a la mayor gloria de los egoísmos individuales. En el
despertar de la juventud sólo hay por el momento una cosa
buena, noble, pura: la bondad del propósito. Pero a partir
de esta bondad, cada uno mira para si mismo y con mayor
intensidad hacia el exterior de oropeles y plumajes que
hacia dentro, donde radica el entero y positivo valor de la
personalidad. La multitud queda sacrificada cuando no
sumida en el desprecio olímpico de los escogidos: puesta en
cruz antes, puesta en cruz ahora, puesta en cruz siempre.
Así como tuvo Proudhon y tuvo Marx sus satélites, asi -
como los astros brillantes de la escuela filosófica alemana
hicieron su obra de proselitismo v dividieron las inteligencias
en tantas cuantas legiones requerían sus distingos sutiles;
así también nuestra juventud, nuestros apóstoles, nuestros
novísimos precursores hanse dividido hasta lo infinito,
sumidos en la beatitud contemplativa de unas cuantas tesis
hermosas, chocantes a veces, a veces crueles y antihumanas.
Marx y Bakunln, Stírner y Nietzsche, Spencer y Guyau,
todos los que han puesto en la labor especulativa un poco
de arte o un poco de ciencia, todos los que han dado una
nota vibrante, tienen a su devoción entusiastas partidarios
cuya visualidad es apta solamente a través de un cristal
único de coloración invariable.
Y allá van los preconizadores, jóvenes y viejos, atrope-
lladamente tras un mundo nuevo, una sociedad libre,
mientras su mentalidad se extravia en el angosto cauce del
dogma y de la secta, mientras su neurósica afectividad se
diluye en una egoística moralidad infecunda, muerta. No
hay liberación allí donde el exclusivismo de una tesis seca
las fuentes de la verdad amplia, grande y generosa. No hay
liberación allí donde sólo repercute armoniosamente un
ritmo único. No hay liberación ni mental ni moral. Hay
reproducción, bajo nuevas formas, de las viejas preocupacio-
nes y de las viejas inmoralidades.
La propaganda marcha asi envuelta en todo género de
errores y particularismos. Quien sólo para mientes en las
necesidades materiales; quien canta monótonamente las
excelencias de una vida que hasta ahora no merece la pena
de ser vivida; quien se enajena en la contemplación arrobadora
de la belleza harto lejana en medio de las miserias y
de los horrores del momentó; quien se encarama a las alturas
de la superhombría y mira con desdén olímpico la pequeñez
de los microbios, que trabajan como lobos y sudan sangre
para que todo esto que vivimos no se derrumbe; quien, en
fín, después de recorrer toda la escala del humanismo senti-
mental, va a encenagarse en la charca del más bestial
egoismo elevado a la categoría de Suprema ley de los hombres.
Entretanto, los supervivientes de la esclavitud
y la servidumbre, los mismos jornaleros del surco, del taller y
de la fabricar, la masa ignorante y grosera que dicen algunos,allá
se debate y revuelve rabiosa contra, todas las fatalidades
ambientes que la aniquilan. Sojuzgados, sometidos,
materialmente anulados como hombres por falta de lo que gozan
hasta las bestias, ¿qué gran obra no es la de los obreros. qué
sin sutilezas filosóficas o artisticas está transformando el
mundo en el fragor de las luchas comtemporaneas?
La chispa, la luz, estará allí en la mentalidad de los precursores;
la acción está aquí en el impulso irresistible de los bárbaros.
¿Hay dualismo? Si existe búsquese su origen en la seque-
dad y el particularismo de los intelectuales, palabreja inven-
tada en mal hora para acusar la existencia de una causa
más, cuando es preciso que no quede sobre toda la tierra
ni un solo muro,ni un solo valladar, ni una divisoria, ni un
amojonamiento.
Preconizamos una sociedad nueva a nombre de ideales
amplísimos de emancipación integral. ¿Nos hemos emanci-
pado nosotros mismos moral e intelectualmente? Mostramos
a cada paso nuestros exclusivismos hasta el punto de que
mientras abajo — permítaseme este lenguaje clásico de los
tiempos heroicos de la sensiblería democrática y socialista —
que mientras abajo, digo, se bate el cobre todos los días,
arriba, entre los que alardean, quedamente o en alta voz,
de una superioridad harto dudosa, se bate... la tontuna teo-
rizante, se hace alarde de. fatuidades intelectuales necias y
se libra la batalla de los mezquinos personalismos y de los
rencorcillos mal encubiertos.
Se me dirá que entre la multitud grosera e ignorante,
que asi entre los campesinos extenuados por un trabajo
aplastante, como entre los obreros industriales embrutecidos
por la fábrica, cuando no por la taberna, también la pasión
hace estragos y el raquitismo de miras y la envidia y el en-
cono esterilizan la fuerza necesaria a la emancipación per-
sonal y a la emancipación colectiva. Mas cuando esa fuerza
es sacudida por cualquier circunstancia, la legión de esclavos
sobrepónese a todas las minucias; y entonces es menester
entonar himnos a la bravura, al espíritu grande de solidaridad,
a los arrestos heroicos de los bárbaros. Hablad de
aquel mágico erguirse del proletariado barcelonés, hablad
del obrero de La Coruña, de Badajoz, de La Línea, de Se-
villa v de tantas ciudades que hicieron en pocas horas por
el advenimiento de la revolución más que las innumerables
y largas tiradas de artículos y de discursos de los intelectuales.
Salid de España: Holanda, Italia, Norte América, la
República Argentina, ¿no han presentado en linea de batalla
enormes masas conscientes de trabajadores solídarios en la
más amplia y generosa labor humana?
Es menester aniquilar el prurito teorizante, dar garrote
vil a todos los exclusivismos: al dogma, al espíritu sectario.
¿Autoliberación se ha dicho? Pues es preciso desembarazare
de los prejuicios de escuela, de los errores de método, de los
vicios de estudio. Todo es verdad fuera de cualquier particu-
larismo doctrinal. Exáltese cuanto se quiera la personalidad,
que contra el encogimiento cobarde del individuo sometido
a todas las brutalidades de la fuerza que le anula, grande,
formidable es necesario que sea la reacción provocada. Cán-
tese con fuerte y vigorosa voz la vida, la vida digna de ser
vivida que contra el moribundo aliento de una humanidad
sojuzgada, famélica y enferma, enérgica, decisiva ha de ser
la pócima que le retorne a las esplendideces de la existencia
sana alegre y satisfecha. Ríndase a la belleza, el arte, el tri-
buto de los más puros entusiasmos, que contra la fealdad
espantosa de una sociedad que se arrastra en todas las pes-
tilencias y suciedades de la bestialidad, ha de ser necesaria-
mente poderoso el reactivo. Llevemos tan allá como quepa
en los espacios de nuestra mentalidad la supremacía del
hombre, su propio yo como eje de toda la existencia; que
habituados a la vida servil, somos incapaces de comprender
que todo se deriva de nosotros mismos y que el más hermoso
ideal de todos los ideales es aquel que formulamos al afirmar
que la labor de los siglos y de las generaciones no es para
el hombre más que uno: el de superarse a sí mismo. Vayamos
tras el hombre nuevo, trepemos animosos por los abruptos
riscos; que la fe, sin embargo, no nos ciegue hasta el punto
de olvidar que no hay un término para el desenvolvimiento
humano; que el ideal se aleja tanto más cuanto más a él
nos aproximamos; que la cima, en fin, es inaccesible. Pero
abramos de par en par las puertas de nuestro entendimiento,
reuniendo en una amplia síntesis el contenido de la aspiración
suprema, de la cual no son más que elementos componentes
todas esas parciales doctrinas que parecen dividir a
las falanges que preconizan una sociedad libre. El desarrollo
integral de la personalidad, el anarquismo sin prejuicios, sin
particularismos, tal es la expresión genérica, universal, posi-
tiva de tantas y tantas al parecer divergentes tesis de nues-
tros jóvenes, de nuestros precursores y de nuestros propa-
gandistas.
Cuando esto se haya hecho habrá comenzado la autoliberación,
cuya necesidad viene impuesta por el desarrollo de las ideas
y las exigencias de la lucha. Pero no habrá hecho
más que comenzar. Faltará todavía que nadie se encierre en
su torre de marfil, que nadie pretenda quedarse en las cumbres
del saber, engreído que se desvanece con los zahumerios
de su propia soberbia. Antes que seres pensantes, antes que
artistas, somos animales de carne y hueso que necesitamos
nutrirnos, llenar el estómago, cumplir todas las funciones
fisiológicas, acallar la bestia para que el hombre surja. Es
menester mirar a las multitudes que mal comen y mal visten,
que lo ignoran todo porque de todo carecen, que arrastran
una existencia más miserable que la de los brutos; y mirarlas,
no por caridad ni por humanidad sino porque tienen el
mismísimo derecho, a su total desenvolvimiento que el más
pulcro, el más sabio, el más esteta de los intelectuales, de los
escogidos; porque la emancipación, para ser real y efectiva,
ha de ser universal, que en medio de un rebaño de hombres
nadie podría gloriarse de gozar libertad, bienestar y paz.
Si no hubiere intima comprensión entre todos los que de
un modo o de otro sufren las consecuencias de los anacro-
nismos sociales; si se hiciere de los ideales modernos regalo
exquisito de los entendimientos superiores y se dejara a la
masa ignorante — que no lo es más que en los términos de
una petulancia sabia inaguantable —; si se dejara a los
bárbaros abandonados a su estultez y a su miseria, ni la eman-
cipación llegaría jamás para los humanos, ni sería, en último
término, para los que la fian a su propio esfuerzo
y a su propio valer, más que un espejismo que, al cabo, les llevaría
a la negación y a la degradación de si mismos.
Por los bárbaros ha de ser el lema de los preconizadores
de una sociedad nueva. Pan, mucho pan para los estómagos
vacíos; abrigo confortable y abundante para los ateridos de
frío, para los desnudos; vivienda amplia, bien oreada, con
mucha luz y alegría para los que se acurrucan en sombríos
tugurios; y venga luego, o mejor al propio tiempo, ciencia,
mucha ciencia; arte, mucho arte; venga la vida gozada inten-
samente en todas sus modalidades; venga la obra persona-
lisima de trepar por los abrupto? riscos; venga el caminar
sin tregua tras el más allá jamás logrado. Cada uno
de nosotros no vale más que su vecino por misero que sea. No vale
una buena pluma, una bella palabra más que un golpe de
martillo que forja el hierro, que labra la piedra, que abre
la mina; no vale más que la cuerda por donde el pocero se
descuelga para limpiar las basuras comunes. No debería ser
menester que tal se dijera a las alturas sociológicas a que
hemos llegado y de que muchos se envanecen; pero lo es, sin
duda ninguna, porque todavía estamos en las mantillas de
una liberación muy voceada, pero incumplida.
Es necesaria esta liberación para todos los preconizadores
de una sociedad libre. No hagamos, por ello, capillas; no
levantemos muros divisorios. La anarquía es la aspiración
a la integralldad de todos los desenvolvimientos. Trabajemos,
pues, en bloque por la emancipación de todos los hombres,
emancipación económica, emancipación intelectual,
emancipación artística y moral.
La pobre presunción de un puñado de hombres que haya
podido concebir con alguna amplitud este porvenir hermoso
y grande, humanamente justo, vale bien poco. Son los bár-
baros los que empujan vigorosamente, los que van derechos
al mañana entrevisto, los que con su acción decidida, muy
grosera, pero muy eficaz, despiertan las soñolientas imagina-
ciones de nuestros jóvenes y de nuestros precursores. Son los
bárbaros que golpean furiosamente nuestra mentalidad y
nuestra efectividad, sumergida todavía en los atavismos
filosóficos y dogmáticos; que golpean con igual furia a las
puertas de la fortaleza capitalista y autoritaria.
¿Odios? ¿Palabras gruesas? ¿Adjetivos duros prodigados
en demasía? ¿Para qué?
Lo que hace falta son ideas, ideas e ideas; acción, acción
y acción. Y después, que los superhombres, los escogidos, los
talentuosos, tengan todavía el arranque, que pudiera juzgarse
sacrificio, de repetir conmigo: Todo por los bárbaros.
(«I.A REVISTA BLANCA», núm. 124. Madrid 15 agosto 1903.)
IDEALISMOS CULPABLES
Es digno de estudio el espíritu popular durante los gran
des trastornos políticos y sociales. Ya sea por infantiles ata-
vismos, ya derivado de predicaciones demasiado idealistas,
las rebeldías del pueblo suelen ir acompañadas de actos que
si ponen de manifiesto la inagotable bondad del corazón humano,
muestran también cuanta parte tiene, en la ineficacia
de las revoluciones la candidez general.
Por harto conocido, holgaría citar el hecho singular de
que las insurrecciones democráticas alzasen el famoso «pena
de muerte al ladrón», mientras consentían que los grandes
ladrones esperasen agazapados en sus palacios a que la
tormenta revolucionarla amainase. Pero no se considerará así
si se tiene en cuenta que el espíritu neto de tal conducta
vive todavía en el pueblo y además se ha reafirmado,
un tanto modificado, en el terreno de las contiendas sociales.
En todos los sucesos contemporáneos de alguna resonancia
se ha visto como el buen pueblo continuaba aferrado al
castigo del hambriento ladrón de un panecillo y al respeto
a la propiedad sacrosanta del ladrón legal, enriquecido con
el trabajo ajeno; se ha visto como el buen Juan se detiene
siempre ante las grandes mentiras en que descansa el caserón
vetusto del privilegio social. La voz de la reacción es
poderosa todavía. Ella grita al pueblo moderación, respeto,
y templanza; condena todos los radicalismos y pide resignación
y prudencia para ir elaborando lentamente un porvenir muy
poco mejor que el presente detestable. Los maestros de la
charlatanería política y social conocen y manejan bien los
resortes de la sencillez popular. Hablan elocuentemente a los
atavismos heroicos que hacen del pobre el perro guardián
del rico; despiertan los convencionalismos rancios de la honradez
servil, de la lealtad humillante, y cuando la rebeldía
popular estalla, la historia magnánima consigna la santa
virtud revolucionaria que guarda los bancos, las grandes
propiedades, los personajes del rebaño y fusila al miserable
que cree llegada la hora de comer y abrigarse. ¡Y qué cosa
tan sencilla escapa a la penetración popular! En mil formas
se ha dicho y nunca será bastante repetirlo; aquel famoso
letrero de las barricadas republicanas estaría muy en su
lugar si los revolucionarios empezaran por colgar de un farol,
como suele decirse, a todos los detentadores del trabajo ajeno,
políticos, propietarios, etc.
El resultado de la educación recibida por el pueblo no
puede ser sino el que queda indicado. Los idealismos quijotescos
de la democracia conducen forzosamente al
afianzamiento de todos los anacronismos. Son idealismos culpables
que tornan ineficaz la acción revolucionaria.
En nuestros tiempos de huelgas y alborotos obreros, ¿qué
otra cosa se ve? Los trabajadores saben salir a la calle, poner
su pecho indefenso a las balas; lo mismo que antes, son héroes
de barricada con todos los debidos respetos a la santa
propiedad, a la autoridad y a las personas. Los mismos idealismos
culpables siguen inspirando la conducta de las masas.
¿Y por qué los obreros que luchan por una mejora o un
lineal económico se entretienen en reñir absurdas batallas con
la fuerza armada? Allá están el burgués admirado que los
explota, el político que los engaña y explota, el cura que los
envenena, engaña y explota; allá están el opulento palacio
que insulta la miseria de sus pocilgas, la fortaleza-fábrica
donde dejaron gota a gota su sangre; allá está el usurero
que les alivió una hora de trabajo doméstico, por la última
camisa o por la última blusa.
A veces van los obreros a la puerta de la fábrica; ¿a qué?
A vengar la traición de otros compañeros de hambre. El burgués
tan tranquilo en su confortable vivienda. ¡Pena de muerte al esquirol!
Y paz y respeto y consideración para el detentador del trabajo
común, para el que explota, para el que envenena,
para el que engaña, para el que roba.
El fenomeno social no hizo más que cambiar de forma;
los idealismos culpables continúan haciendo, del buen Juan
héroe legendario de la tonta honradez, de la necia lealtad.,
que le convierte en perro guardian del amo que le azota, que
le esquilma, que le mata-
Un hecho singular sobre el que es menester fijar bien
la atención, es aquel que nos revela como todos los
levantamientos populares dejan en paz al feroz usurero,
que trafica, en el último escalón de la miseria, con los últimos restos de
la pobreza. ¿Es acaso el recuerdo del hambre mitigada momentáneamente que convierte al repugnante prestamista en alma magnaníma y generosa y paraliza la acción revolucionaria del pueblo?.
No seguramente; es que el pueblo, ahora como antes,
todavía no sabe más que pelear, sacrificar su vida, poner su
pecho a las balas, sin que se dé bien cuenta de por qué ni para qué.
Su acción es aún instintiva y va impulsada por los.
atavismos de barricada y de motin, por la influencia de los
idealismos culpables que le convierten en héroe inconsciente
de ignoradas causas. Su acción reflexiva apunta apenas en
las contiendas contemporáneas..El espíritu popular empieza
ahora a transformarse. ¡Difícil empresa operar el cambio sin
menoscabo de la bondad tradicional y con la pérdida de la
candidez idealista y quijotesca!
Porque es preciso que la violencia actual y el furor creciente
del combate por el porvenir no nos lleve a la crueldad
y a la ferocidad, Vamos hacia un, mundo de justicia y de
amor. ¿Llegaremos allá- por la venganza y el odio? Fuerza, es
luchar con los hombres y no con fantasmas, no con las cosas
que ellos representan. Pero en este combate por lo mejor, la
muerte no puede ser un objetivo, ni siquiera un medio, sino
un accidente fatal, fruto de circunstancias momentáneas.
Comprendemos el odio, la venganza, el rencor, la injusticia
y la violencia como estados pasajeros .inevitables traídos por
las concamitancias de la contienda; no los comprendemos
como predicación que cifra en tan deleznables fundamentos
el éxito de una aspiración levantada..
La acción reflexiva, privada de los elementos atávicos
idealísticos, será aquella que teniendo por mira una aspira-
ción de justicia, comience por aplicarla, antes que a las pe-
queñas, a las grandes causas de la desigualdad social. La
conducta mejor será la que nos conduzca más directamente
y con menos sacrificio de la existencia humana a la realiza-
ción del porvenir.
Claro que nunca podrá ser la acción revolucionarla un
problema de cálculo frío y sin entrañas. La pasión entrará
siempre como factor poderoso en la conducta de los hombres.
Y lucha sin apasionamientos, sin vehemencias, no se com-
prende. Pero la pasión toma los carriles trazados de antemano
por la educación, por el hábito, por la propaganda,
etc.Y así, cuando la masa popular haya roto con los con-
vencionalismos motinescos y ridiculamente heroicos, tomará
el camino de la acción reflexiva que le conduzca al porvenir
según la linea de menor resistencia, es decir, con menos
vida humana y más provecho para todos los hombres.
La ineficacia de las revoluciones que tanta sangre y exis-
tencias han costado al pueblo, es buen ejemplo de la culpa-
bilidad de ciertos idealismos.
Sacudamos la herencia funesta y haremos más y mejor
por el porvenir ambicionado.
, núm. 20. Barcelona, 15 de julio 1904.)
REVOLUCIONARIOS, SI;
-VOCEROS DE LA REVOLrCION NO
En tiempos, no muy lejanos, era uso y costumbre entre
los militantes del socialismo, del anarquismo y del sindicalismo
apelar a la Revolución Social para todos los menesteres
de la propaganda, de la oratoria y hasta de la correspondencia privada.
El abuso llegó a tal extremo, que la locución pasó a mejor vida completamente desgastada y sin provocar la más ligera protesta.
Este cambio en las costumbres no fue meramente de fórmula, como pudieran imaginarse los poco versados en el movimiento social contemporáneo.
Más o menos, todos creíamos, a puño cerrado, que la
Social estaba a la vuelta de cualquier esquina y que el día
menos pensado íbamos a encontrarnos en pleno reinado de
la anhelada igualdad. Andando el tiempo, la imaginación ,
hizo plaza a la reflexión, el corazón cedió la preeminencia al
entendimiento y fuimonos dando cuenta de que por delante de
nosotros había un largo camino que recorrer, camino
de cultura y de experimentación, camino de lucha y de resistencia,
camino indispensable de preparación para el porvenir. Y
todos nos pusimos a estudiar y todos, estudiando, aprendimos
a luchar, a propagar, hasta a hablar con maneras nuevas
que correspondían a maduras reflexiones. El cambio en el
uso de las locuciones que parecían insustituibles, respondió
al cambio de las ideas y los sentimientos que, al precisarse,
se hicieron más exactas y más conformes a la realidad.
Tal novedad, no lo es si se tiene en cuenta la exhuberancia
de la vida en los primeros años. No hay juventud sin
bellos ensueños, sin arrebatos de pasión, sin irreprimibles
entusiasmos.
Es claro que no por esto, los que hemos sido revolucio-
narios hemos dejado de serlo. Más que en los hechos en las
palabras, la táctica revolucionaria persiste y gana aún a los
que andan rehacios en poner de acuerdo la conducta con las
ideas. Nadie cree que la revolución sea cosa de inmediata
factura, pero se labora cada vez más conscientemente por
acelerar todo lo posible el advenimiento de la sociedad nueva.
Y en este derrotero, las palabras son lo de menos; a veces
son un estorbo, o una necedad, o una preocupación.
Hacer conciencias; dar luz, mucha luz a los cerebros;
poner a compás hechos y principios; realizar, cuanto más
mejor, aquella parte esencial de las ideas que nos distingue
de los acaparadores de la vida; combatir sin tregua y firmemente
todas las fuerzas retardatrices del progreso humano,
es tráfago revolucionarlo de los tiempos modernos, bien
saturados de ideales y de aspiraciones novísimos.
En nuestros días, las multitudes proletarias actúan pre-
cisamente en este sentido. Aun cuando no estén unánimente
penetradas del ideal, como el ideal está en el ambiente
y el espíritu revolucionarlo las ha penetrado por completo,
ellas obran conscientes de su misión renovadora y van en
derechura a emanciparse de todos los ataderos que las sujetan
a inicua servidumbre.
¿Qué importa que la palabra revolución no esté en sus
labios, si la revolución está en sus pensamientos y en sus
hechos?
La certidumbre del revolucionarismo proletario, bien nos
compensa de aquel extinguido uso de palabras altisonantes
que no dejaban tras si rastro de provecho. :
Mas como en achaques sociales se dan las mismas leyes
que en toda suerte de mudanzas humanas, no se extinguió
la ingenuidad revolucionaria de los primeros tiempos sin dejar,
como recuerdo, la mueca de: la juventud pasada. Nos
quedan los voceros de la revolución, los anacrónicos gritadores
de oficio, los que se entusiasman y embelesan con lo grotesco,
con lo vulgar y necio de las palabras y están ayunos
del contenido ideal de las expresiones. Es fruto natural de
la incultura sociológica o del incompleto conocimiento de los
principios revolucionarlos. Con el mejor deseo, con la mayor
naturalidad, sanos de corazón y de pensamiento, algunos, no
sabemos si pocos o muchos. no tienen de la revolución y del
futuro otra idea que la violencia, las palabras fuertes, los..
gritos selváticos. los gestos brutales. Antójaseles que el resto
es cosa de burgueses, de afeminados, o cuando más de revolucionarios
tibios, prontos a pasarse al enemigo. Para merecer el titulo de revolucionarlo es menester gritar mucho,bullir mucho. Manotear y gesticular como poseídos.
No discutáis un hecho por bestial que sea, por cruel, por antihumano que os parezca. Al punto os tacharán de reaccionario.
Hay en las filas revolucionarias, con distintas etiquetas,
bastantes cuItivadores de la barbarie. No se es revolucionario
si no se es bárbaro. Todavía hay muchos que piensan que el
problema de la emancipación se resuelve muy sencillamente
con la poda y corta de las ramas podridas del árbol social.
No decimos nosotros que no sea necesaria la fuerza, que
no sea fatalmente necesario podar y cortar y sajar; no
decimos nosotros que el revoluclonarismo consista en abrir las
ostras por la persuasión; pero de esto a resumir en una feroz
expresión de la brutalidad humana la lucha por un ideal
de justicia para todos, de libertad y de Igualdad para todos,
hay un abismo en el que no queremos caer.
No voceros de la revolución, sino conscientes de la obra
revolucionaria, tan larga o corta como haya de ser, necesita
la humana empresa de emancipación total en que andamos
metidos los militantes por los ideales del porvenir.
Sin importarnos un ardite de los gritadores profesionales,
apesadumbrados con los inconscientes gritadores que lealmente,
sinceramente, creen servir a la revolución a voces y
a manotazos, nosotros afirmamos en nuestras convicciones
de siempre, diciendo a todos:
«Revolucionarios, si; voceros de la revolución, no.»
(«ACCIÓN LIBERTARIA», núm. 14. Gijón 17 de marzo 1911.)
IDEARIO
LA GRAN MENTIRA
Es viejo cuento. Con el señuelo de la revolución, con el
higui de la libertad, se ha embobado siempre a las gentes.
La enhiesta cucaña se ha hecho sólo para los hábiles trepadores.
Abajo quedan boquiabiertos los papanatas que fiaron
en cantos de sirena.
El hecho no es únicamente imputable a los encasillados
aquí o allá. Las formas de engaño son tan varias como varios
los programas y las promesas. Arriba, en medio y abajo se
dan igualmente cucos que saben encaramarse sobre los lomos
de la simplicidad popular.
La promesa democrática, la promesa social, todo sirve
para mantener en pie la torre blindada de la explotación de
las multitudes Y sirve naturalmente para acaudillar masas,
para gobernar rebaños y esquilmarlos libremente. Aun cuan-
do se intenta redimirnos del espíritu gregario, aun cuando se
procura que cada cual se haga su propia personalidad y se
redima por sí mismo, nos estrellamos contra los hábitos
adquiridos contra los sedimentos poderosos de la educación y
contra la ignorancia forzosa de los más. Los mismos propa-
gandistas de la real independencia del individuo, si no son
bastante fuertes para sacudir todo homenaje y toda sumisión
suelen verse alzados sobre las espaldas de los que no
comprenden la vida-sin cucañas y sin premios. Que quieran
que no, han de trepar; y a poco que les ciegue la vanidad o
la ambición, se verán como por ensalmo llevados a las más
altas cumbres de la superioridad negada. Es fenómeno harto
humano para que por nadie pueda ser puesto en duda.
La gran mentira alienta y sostiene este miserable estado
de cosas. La gran mentira alienta y apuntala fuertemente
este ruin e infame andamiaje social que constituye el gobierno
v la explotación, el gobierno y la explotación organizados, y
también aquella explotación y aquel gobierno que se ejercen
en la vida ordinaria por todo género de entidades sociales,
económicas y políticas.
Y la gran mentira es una promesa de liberted repetida
en todos los tonos y cantada por todos los revolucionarios,
Libertad reglada, tasada, medida, ancha o estrechamente , según
las anchas o estrechas miras de sus panegiristas. Es la
mentíra universal sostenida y comentada por la fe de los
ingenuos, por la creencia de los sencillos, por la bondad de los
nobles y sinceros tanto como por la incredulidad y la
cuquería de los que dirigen, de los que capitanean, de los que
esquilman el rebaño humano.
En esa gran mentira entramos_todos y salvese el que
pueda. Las cosas derivan siempre en el sentido de la corriente.
Vamos todos por ella más o menos arrastrados, porque la
mentira es cosa sustancial en nuestro propio organismo:
la hemos mamada, la hemos engordado, la hemos acariciado
desde la cuna y la acariciaremos hasta la tumba. Revolverse
contra la herencia es posible y más que posible, necesario
e indispensable. Sacudirse la pesadumbre del andamiaje que
nos estruja no es fácil, pero tampoco mposible. La evolucion,
el progreso humano, se cumplen en virtud de estas
rebeldías de la conciencia, del entendimiento y de la voluntad.
Mas es menester que no nos hagamos la ilusión de la
rebeldía, que no disfracemos la mentira con otra mentira.
Somos a millares los que nos imaginamos libres y no hacemos
sino obedecer una buena consigna, Cuando el mandato no
viene de fuera, viene de dentro. Un prejuicio, una fe, una
preferencia nos somete al escritor estimado, al periodicó
querido, al libro que más nos agrada. Obedecemo sin que
se quiera nuestra obediencia y, a poco andar, conseguiremos
qué nos mande_quien ni soñado había en ello.¿Qué. no sera
cuando el propagandista, el escritor, el orador lleven allá
dentro de su alma un poco de ambición y un poco de domadores
de multitudes! La mentira grande ya se acrece y lo
allana todo. No hay espacio líbre para la verdad pura y simple,
sencilla. diáfana de la propia independencia por la conciencia
y por la ciencia propias.
Llamarnos demócratas, socialistas, anarquistas, lo que
sea, y ser interiormente esclavos, es cosa corriente y moliente
en que pocos ponen reparos. Para casi todo el mundo lo
principal es una palabra vibrante. Una idea bien perfilada, un programa bien adobado. Y la mentira, sigue y sigue laborando sin tregua. El engaño es común, es hasta impersonal,como sí fuera de él no pudiéramos coexistir.
Revolverse, pues contra la gran mentira, sacudirse el
enorme peso de la herencia de embustes que nos seducen con
el señuelo de la revolución y de la libertad, valdrá tanto como
autoemanciparse -interiormente por el conocimiento y por la
experiencia, comenzando a marchar sin andaderas. Cada uno
ha de hacer su propia obra, ha de acometer su propia redención.
Utopia, se gritará. Bueno; la que se quiera; pero a condición
de reconocer entonces que la vida es imposible sin
amos tangibles o intangibles, seres vivientes o entidades metafísicas;
que la existencia no tendría realidad fuera de la
gran mentira de todos los tiempos.
Contra los hábitos de la subordinación nada podrán
tal caso las más ardientes predicaciones. Triunfantes, habrán
destruido las formas externas, no la esencia de la esclavitud.
Y la historia se repetirá hasta la consumación de los siglos.
La utopia no quiere más rebaños. Frente a la servidumbre
voluntarla no hay otro ariete que la extrema exaltación |
de. la personalidad.
Seamos con todo y con todos respetuosos — el mutuo ;
respeto es condición esencial de la libertad -—, pero seamos ,
nosotros mismos. Antes bien hay que ser realmente libres que
proclamárselo. Soñamos en superarnos y aún no hemos sabido
libertarnos. Es también una secuela de la gran mentira.
(«ACCIÓN LIBERTARIA», núm. 25. Gijón 30 de junio 1911.)
CENTRALISMO AVASALLADOR
En vano se alzan voces poderosas contra la creciente
centralización en vida pública. Inútilmente se declama con-
tra la absorción de las energías y de las actividades en los
centros de mayor intensificación vital. Poco o nada importa
que el espíritu federalista aliente vigoroso tanto en los par-
tidos más avanzados como en los más retrógrados. El centra-
lismo prosigue su obra avasalladora.
Madrid, el Madrid oficial, lo es todo. En política, en lite-
ratura, en artes, en ciencias, no hay más que Madrid. La
vida entera de España se refunde, se concentra allí, y no
hay modo, al parecer, de evitarlo. Todos los esfuerzos de las
capitalidades subalternas por sustraerse a la dominación, al
influjo todopoderoso de la capital de la Monarquía. Sus polí-
ticos, sus literatos, sus periodistas, sus pintores, sus poetas.
a Madrid han de someterse si quieren salvar las fronteras
del provincialismo.
La centralización es la médula de la superestructura so-
cial moderna. La gran industria, el gran comercio, el acapa-
ramiento de la riqueza, la organización toda de la vida
política, jurídica y económica, tiene por condición el centra-
lismo de las funciones. Sin ese monstruo pictórico de la savia
de todos sus órganos esenciales, la superestructura se vendría
al suelo con estrépito, y adiós orden público, mecanismo
legislativo, disciplina social, feudalismo capitalista, jerarquía
militar, jurídica y teocrática, todo lo que es artificio impuesto
a la Naturaleza, en que parece no vivimos hace ya largo
tiempo.
Todo principio ha de desenvolverse hasta sus últimas
consecuencias. Podrá vacilar en teoría; una vez llevado a la
práctica, va hasta el fin, quiérase o no.
La centralización tomará todos los nombres posibles:
absoluta, parlamentaria, constitucional, monárquica, repu-
blicana, socialista. Esta es su última etapa. Por de pronto el
socialismo se parapeta tras la palabra intervención; a poco
tardar se hará francamente socialismo de Estado, socialismo
centralista, socialismo de capitalidad.
Los mismos partidos que protestan de la centralización,
por la centralización laboran. Ellos hacen la misma cosa que
el Estado. Son pequeños estados de estructura semejantes a
la estructura política. Toda la vida del partido huye a la
cabeza, jefatura, consejo, lo que fuere. De arriba procede
todo, aunque parezca y aunque debiera ser lo contrario. La
taumaturgia centralista tiene el poder de nutrirse de la savia
de los componentes y devolver a éstos, como cosa propia, lo
que de ellos ha recibido. El gran creador está allí en lo alto;
- en lo alto el gran dispensador. Y cuanto devuelve, lo devuelve
falsificado, con la ponzoña de todo lo que se acumula y se
estanca y se descompone. Se le manda sangre rica, roja,
pura, y devuelve postemas repletas de pus. El tamiz de la
centralización sólo deja pasar detritus.
En el mismo movimiento proletario, los tentáculos del
centralismo deprimen la vida de los centros subalternos. Los
grandes focos de industria ejercen la capitalidad y la hege-
monía. El periódico central, la junta central, el grupo cen-
tral, lo son todo. Los modestos periódicos de provincias, los
comités, las agrupaciones de pueblo apenas sirven para otra
cosa que para reflejar y obedecer los mandatos de arriba.
Hacia el centro van las cuotas, los votos, los donativos.
Y si algo vuelve, ¡qué mermado!
Pocas son las fuerzas realmente opuestas a tan funesta
tendencia. Y son pocas porque la rutina, el hábito adquirido,
la herencia de siglos de subordinación, son más poderosas
que las predicaciones y las rebeldías. Aun queriendo descen-
tralizar, se va ciegamente, inconscientemente hacia el centra-
lismo avasallador. Brilla arriba con destellos deslumbradores
un trozo de cristal; fulgura abajo con luz mortecina el más
esplendoroso diamante. La distancia acrece las cosas y el
charlatán es tenido por oráculo, el bravucón por héroe, el
vivo por sabio, el farsante por mártir. La trasmutación de
todos los valores es el eje sobre el que gira el centralismo.
No importa que nos digamos resueltamente rebeldes a la
absorción del grupo o del individuo. La pesadumbre de nuestros
prejuicios nos lleva a la inconsciente sumisión, ¡Somos
tan perezosos para el ejercicio de la libertad!
La lucha es dura y es larga. Luchemos. Es menester que
vivamos de nosotros mismos, que cada uno encuentre en si
mismo la razón de su vida, de su fuerza, de su acción. Las
ideas iluminan; los hechos emancipan. Reconozcámonos en
plena servidumbre real e intelectual y comenzaremos a saber
cómo nos haremos libres Intelectual y realmente. Cada uno
sabiendo y queriendo su propio yo. Otra vez: las ideas iluminan;
los hechos emancipan. Con todas las ideas del mundo,
si no sabemos actuarlas, seremos siervos, esclavos, cosas a
merced del listo, del vivo, del charlatán, del farsante.
Hacerse autónomo, gobernarse a sí mismo, de hecho
valdrá más que las mejores predicaciones y propagandas.
Es asi cómo el centralismo será barrido de entre nosotros.
Allá en los dominios de la política, del industrialismo, del
comercio, de la vida corriente y moliente, no se puede entender
esto más que a medias a lo sumo. Allá se puede ser
autonomista sin querer las condiciones indispensables de la
autonomía. Nosotros, no. El proletariado mira a la emancipación
real y sabe que la centralización, aunque sea socialista
y obrera, es régimen de servidumbre, de superestructura, de
cosa sobrepuesta a la naturaleza. Y porque lo sabe es
radicalmente anarquista, piénselo o no. Pero es necesario
pensarlo y serlo, tener conciencia del ideal y ciencia (conocimiento)
para practicarlo. En la inconsciencia de las cosas,
más fácil es ser dirigido que dirigirse; más fácllmente
gobernado que gobernarse. Que cada uno delibere y obre en
consecuencia. Sin deliberación se es autómata. Ni aun la fe
en el ideal es suficiente. La ceguera intelectual no puede
servir de guia a nadie. Quien voluntariamente cierra los ojos
voluntariamente se declara irredento. Abramos bien los ojos
y seamos nosotros mismos. La vida verdadera no está en
conjunto; está en los componentes.
Cuando cada uno sepa ser su dios, su rey, su todo. será |
el momento de la conciliaci