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Franceses, un esfuerzo mas si quereis ser republicanos.

Publicado: 15 Mar 2007, 20:07
por Rimbaud
Interesante texto del Marques de Sade extraido de su libro "La filosofia del tocador". Es bastante largo, pero si podeis imprimirlo o teneis paciencia para leerlo aqui es verdaderamente interesante y polemico. Toca una buena parte de temas morales que pueden dar lugar a un largo debate, mas jugoso en ese sentido es la segunda parte: las costumbres , pues el tema de la religion como anarquistas ya lo tendreis mas que superado.



Franceses, un esfuerzo mas si quereis ser republicanos.




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La religión

Vengo a ofreceros grandes ideas: se las escuchará, se reflexionará sobre ellas; si no todas agradan, al menos permanecerán algunas; habré contribuido en algo al progreso de las Luces, y estaré contento. No lo oculto, no, es con dolor que veo la lentitud con la que intentamos llegar a nuestro objetivo; es con inquietud que siento que estamos en la víspera de no conseguirlo una vez más. ¿Se cree que este objetivo se alcanzará cuándo sea dado por las leyes? Inimaginable. ¿Qué haríamos de las leyes sin religión? Necesitamos un culto y un culto hecho para el carácter de un republicano, bien distante de poder reanudar el de Roma. En un siglo en que estamos así de convencidos de que la religión debe apoyarse en la moral, y no la moral sobre la religión, es necesaria una religión que sirva a las costumbres, que sea como su desarrollo, como su consecuencia necesaria, y que pueda, elevando el alma, tenerla perpetuamente a la altura de esta libertad preciosa de la que hace hoy su único ídolo. Pregunto, ahora bien, si se puede suponer que la de un esclavo de Tito, que la de un indigno histrión de Judea, ¿puede convenir a una nación libre y belicosa que acaba de regenerarse? No, mis compatriotas, no, no lo crean. Si, desgraciadamente para él, el francés cayera nuevamente en la oscuridad del cristianismo, por una parte el orgullo, la tiranía, el despotismo de los sacerdotes, defectos siempre que reaparecen en esa horda impura, por otra la bajeza, las limitadas miras, las estupideces de los dogmas y los misterios de la indigna y fabulosa religión, embotando el orgullo del alma republicana, enseguida la traerían de nuevo bajo el yugo que su energía acaba de romper.

No perdamos de vista que esta pueril religión era una de las mejores armas en manos de nuestros tiranos: uno de sus primeros dogmas fue el de dar al César lo del César; pero desalojamos al César y no queremos ya nada para él. Francés, sería en vano que os enorgullecierais de que el espíritu de un clero juramentado no debe ya ser el de un clero refractario; hay defectos en su naturaleza que no se corrigen nunca. Antes de diez años, por medio de la religión cristiana, con su superstición, con sus prejuicios, vuestros sacerdotes, a pesar de su juramento, a pesar de su pobreza, reanudarían sobre las almas el imperio que antes invadieran; os reencadenarían a reyes, porque el poder de éstos apoyó siempre al de los otros, y vuestra edificación republicana se vendría abajo, a falta de bases.

A vosotros, quienes teneis la guadaña en la mano: reciba el último golpe el árbol de la superstición; no os deis por satisfechos con podar las ramas; desarraigad totalmente una planta cuyos efectos son tan contagiosos; perfectamente podeis estar convencidos de que vuestro sistema de libertad e igualdad se opone demasiado abiertamente a los ministros de los altares de Cristo para llegar a ver a nunca uno sólo, o que lo adopte de buena fe o que no pretenda sacudirlo, si llegara a voler a tener alguna autoridad sobre las conciencias. ¿Cuál será el sacerdote que, comparando el estado a que se acaba de ver reducirdo con el del que gozaba antes, no haga todo lo que pueda por recuperarse, y recuperar las conciencias y la autoridad que ha perdido? ¡Y qué de seres limitados y pusillanimes volverán a ser pronto los esclavos de esta ambiciosa tonsura! ¿Por qué no se imagina que los inconvenientes que existieron pueden aún reaparecer? En la infancia de la iglesia cristiana, ¿los sacerdotes no eran lo mismo que son hoy? Ven dónde llegaban: ¿qué, con todo, los habías conducido allí? ¿No eran los medios que les proporcionaba la religión? Ahora, si bien vosotros no la defendeis en absoluto, esta religión y los que la predican, teniendo siempre los mismos medios, llegarán pronto al mismo objetivo.

Eliminad pues todo lo que pudiera un día vuestra obra destruir. Piensese que el fruto de vuestros trabajos no se reserva más que a vuestros nietos, es vuestro deber, es vuestra probidad, no dejarles ningunos de estos gérmenes peligrosos que podrían volverlos a sumergir en el caos del que tanto dolor nos ha costado salir. Ya nuestros prejuicios se disipan, ya el pueblo abjura las absurdidades católicas; ya suprimió los templos, aplastó los ídolos, se conviene que el matrimonio no es ya más que un acto civil; los confesionarios rotos sirven de hogares públicos; los pretendidos fieles, abandonando el banquete apostólico, dejan los dioses de harina a los ratones. Francés, no te detengas: Europa entera, una mano ya sobre la venda que ciega sus ojos, espera de vosotros el esfuerzo que debe arrancarla de su frente. Apresuraos: no pierde en Roma la santa, agitándose en todos los modos para reprimir vuestra energía, la ocasión de conservar quizá aún algunos prosélitos. Sacudid sin consideración su cabeza altiva y estremecida, y que en dos meses el árbol de la libertad, ensombreciendo las ruinas de la silla de San Pedro, cubra con el peso de sus ramas victoriosas todos estos despreciables ídolos del cristianismo descaradamente erigidos sobre las cenizas de los Catones y los Brutus. Francés, te lo repito, Europa espera de vosotros la entrega a la vez del cetro y el incensario. Piensese que os es imposible liberarla de la tiranía real sin hacerle romper al mismo tiempo los frenos de la superstición religiosa: demasiado íntimamente los vínculos de la una se unen a la otra para que al dejar subsistir una de las dos no vuelvamos a caer pronto bajo el imperio de la que habiais descuidado disolver. No debe un republicano doblar ya ni a las rodillas de un ser imaginario ni a las de un barato impostor; sus únicos dioses deben ser ahora el valor y la libertad. Roma desapareció en cuanto el cristianismo se predicó, y Francia está perdida si consigue regresar. Que se examinen atentamente los dogmas absurdos, los misterios espantosos, las ceremonias monstruosas, la moral imposible de esta irritante religión, y se verá si puede convenir a una República. ¿Creeis de buena fe que yo me dejaría dominar por la opinión de un hombre a quien viniera de ver a los pies del imbécil sacerdote de Jesús? ¡No, ciertamente! Este hombre, siempre indigno, tenderá siempre, por la bajeza de sus espectativas, a las atrocidades del Antiguo Régimen; desde el momento en que se sometió a las estupideces de una religión tan simple como la que teníamos la locura de admitir, no puede ya ni dictarme leyes ni transmitirme Luces; ya no lo veo más que como un esclavo de los prejuicios y de la superstición.

Echemos una mirada alrededor, para convencernos de esta verdad, sobre los pocos individuos que permanecen aferrados al culto absurdo de nuestros padres; veremos si no son todos enemigos irreconciliables del sistema actual, veremos si no es en sus filas que se incluye enteramente esta casta, tan justamente despreciada, los monárquicos y aristócratas. Que el esclavo de un sinvergüenza se incline, si lo quiere, a los pies de un ídolo de barro; se hace tal objeto para su alma de lodo; ¡quien puede servir a los reyes debe adorar a dioses! Pero nosotros, franceses, pero nosotros, mis compatriotas, nosotros, ¿arrastrarnos aún humildemente bajo frenos tan despreciables? ¡antes morir mil veces que ser controlados de nuevo! Puesto que creemos necesario un culto, imitemos el de los Romanos: las acciones, las pasiones, los héroes, he ahí cuáles eran las respetables metas. Tales ídolos elevaban el alma, lo enervaban; hacían más: a quien los respetaba se le comunicaban las virtudes de aquellos. El admirador de Minerva quería ser prudente. El valor estaba en el corazón de aquél que se ponía a los pies de Marzo.

No se veía limitado ni uno solo de estos grandes dioses de energía; todos trasmitían la esencia de su don al alma de quienes los veneraban; y esperanza ser adorado uno mismo un día, se tenía y se aspiraba a volverse al menos tan grande que aquél que se tomaba por modelo. ¿Pero qué encuentran por contra en los inútiles dioses del cristianismo? ¿Qué ofrece, pregunto, esta imbécil religión? ¿El plato impostor de Nazareth les hace tener algunas grandes ideas? Su sucia y disgustada madre, la impúdica Maria, ¿les inspira algunas virtudes? ¿encuentran en los santos de los que se surte su Elíseo algún modelo de grandeza, de heroísmo o de virtudes? Es tan cierto que esta estúpida religión no aporta nada a las grandes ideas, que ningún artista puede emplear sus atributos en los monumentos que eleva; en la propia Roma, la mayoría de los embellecimientos u ornamentos del palacio de los papas tienen sus modelos en el paganismo, y mientras el mundo subsista, sólo le hará brillar la vivacidad de los grandes hombres.

¿Será en el teísmo puro donde encontraremos más motivos de grandeza y superación? ¿Será la adopción de una quimera la que, dando a nuestro alma ese grado de ímpetu intríseco a las virtudes republicanas, llevará al hombre a amarlas o a practicarlas? Ni lo imaginen; salimos ahora de esa ilusión, y el ateísmo es hoy el único sistema de toda persona que sabe razonar. A medida que la humanidad se ha iluminado, se ha sentido que el movimiento que es inherente a la materia, el agente necesario para imprimir este movimiento, se convertía en un ser ilusorio y que, todo lo que existía estaba en movimiento por el combustible, el motor era inútil; se sintió que este dios quimérico, prudentemente inventado por los primeros legisladores, sólo era en sus manos un medio además para encadenarnos, y que, reservándose el derecho a hacer hablar él solo este fantasma, sabrían bien no hacerle decir más que lo que vendría en apoyo de las leyes ridículas por las cuales pretendían controlarnos. Lycurgo, Numa, Moisés, Jesucristo, Mahoma, todos estos grandes bribones, todos estos grandes déspotas de nuestras ideas, supieron asociar la divinidad que fabricaban a su ambición desproporcionada, y, seguros de cautivar al pueblo con la ley de estos dioses, tenían, como se sabe, siempre cuidado o de no preguntarles, o de no hacerles responder sino aquello que creían podría servirlos.

Tengamos pues hoy en el mismo menosprecio al dios inútil que los impostores han predicado, y a todas las sutilezas religiosas que se derivan de su ridícula adopción; no es ya con este sonajero que se puede divertir a los hombres libres. Que la extinción total de los cultos esté pues entre los principios que propagamos en la Europa entera. No nos satisfagamos con romper los cetros; pulvericemos para siempre a los ídolos: nunca hubo un sólo paso de la superstición al realismo. Es necesario que eso sea así, seguramente, puesto que uno de los primeros artículos de la consagración de los reyes era el mantenimiento aún de la religión dominante, como una de las bases políticas que debían mejor sostener su trono. Pero en cuanto se corte, este trono, en cuanto esto es así afortunadamente para siempre, no temamos extirpar así mismo lo que formaba su soporte. Sí, ciudadanos, la religión es incoherente al sistema de libertad; lo habeis experimentado. Jamás el hombre libre se inclinará ante los dioses del cristianismo; nunca sus dogmas, nunca sus ritos, sus misterios o su moral convendrán a un republicano. Un esfuerzo más, puesto que trabajais para destruir todos los prejuicios, no dejeis subsistir ninguno, si sólo es necesario uno para traerlos todos. ¡Cuán seguros debemos estar de su vuelta si aquel que dejamos vivir es afirmativamente la cuna de todos los otros! Dejemos de creer que la religión pueda ser útil al hombre. Tengamos buenas leyes, y sabremos prescindir de la religión. Pero es necesaria una para el pueblo, se asegura; lo divierte, lo contiene. ¡En buena hora!

Dadnos pues, en ese caso, aquella que conviene a hombres libres. Regresadnos los dioses del paganismo. Adoraremos de buen grado a Jupiter, Hércules o Palas; pero no queremos ya del fabuloso autor de un universo que se mueve por sí mismo; no queremos ya de un dios sin extensión y que sin embargo llena todo de su inmensidad, de un dios todopoderoso y que no realiza nunca lo que desea, de un ser soberanamente bueno y que sólo hace descontentos, de un ser amigo del orden y bajo el gobierno del cual todo está en desorden. No, no queremos ya de un dios que molesta a la naturaleza, que es el padre de la confusión, que mueve al hombre en el momento en que realiza horrores; tal dios nos hace estremecer de indignación, y lo relegamos para siempre al olvido, del cual el infame Robespierre quiso sacarlo.

Francés, a este indigno fantasma substituyamos con los espectáculos imponentes que convertían a Roma en modelo del universo; tratemos todos los ídolos cristianos como tratamos los de nuestros reyes. Pusimos de nuevo los emblemas de la libertad sobre las bases que sostenían antes a tiranos; reconstruyamos asimismo la efigie de los grandes hombres sobre los pedestales de estos impostores adorados por el cristianismo. Dejemos de temer, para nuestras campañas, el efecto del ateísmo; ¿los campesinos no sintieron la necesidad de la destrucción del culto católico, aun contradictorio con los verdaderos principios de la libertad? ¿No vieron tan sin pavor como sin dolor, aplastar sus altares y sus presbíteros? ¡Ah! creed que renunciarán asimismo a su ridículo dios. Las estatuas de Marte, Minerva y la Libertad se pondrán en los lugares más notables de sus viviendas; una fiesta anual se hará todos los años; la corona cívica se otorgará al ciudadano que más lo merezca de la patria. A la entrada de una arboleda solitaria, Venus, el Himeneo y el Amor, erigidos bajo un templo natural, recibirán el homenaje de los amantes; allí, será por la mano de las Gracias que la belleza coronará la constancia. No se tratará solo de amar para ser digno de esta corona, será necesario aún haber merecido serlo: el heroísmo, el talento, la humanidad, la nobleza de sentimientos, un civismo a prueba, he aquí los títulos que a los pies de su maestra se forzará a expedir el amante, y aquéllos valdrán tanto como los del nacimiento y la riqueza, que un estúpido orgullo exigía antes. Algunas virtudes surgirán al menos de este culto, mientras que no nacen más que crímenes del que tuvimos la debilidad de profesar. Este culto se aliará con la libertad a que servimos; la animará, la mantendrá, la abarcará, mientras que el teísmo es por su esencia y por su naturaleza el más mortal enemigo de la libertad que buscamos. ¿Costó una gota de sangre destruir los ídolos paganos durante el Bajo Imperio? La revolución, preparada por la estupidez de un pueblo vuelto a ser esclavo, se desarrolló sin el menor obstáculo. ¿Cómo pueden temer que la obra de la filosofía sea más dolorosa que la del despotismo? Son unicamente los sacerdotes quienes cautivan aún a los pies de su dios quimérico a este pueblo, quien temen tanto participe de las Luces; alejadlo de él y el velo caerá naturalmente. Creedme, este pueblo, mucho más sabio que se lo imaginan, retirado de los hierros de la tiranía, lo será pronto de los de la superstición. Lo temen si no tiene este freno: ¡qué extravagancia! ¡Ah! creedme, ciudadanos, al que la física espada de las leyes no detiene, no lo detendrá tampoco el temor moral de los suplicios del infierno, de los que se burla desde su infancia. Vuestro teísmo, en una palabra, ha hecho cometer muchos delitos, pero nunca detuvo uno sólo.

Si es cierto que las pasiones enajenan, que su efecto es elevar sobre nuestros ojos una nube que nos disfraza los peligros que nos rodean, ¿cómo pueden suponer que los que distan mucho de nosotros, como lo son los castigos anunciados por su dios, puedan llegar a disipar esa nube que ni siquiera puede disolver la espada de las leyes siempre suspendida sobre las pasiones? Si se prueba que este suplemento de freno impuesto por la idea de dios se ha vuelto inútil, si se demuestra que es peligroso por sus otros efectos, pregunto a qué uso puede pues servir, y de qué motivos podríamos apoyarnos para prolongar su existencia. ¿Me dirá que no somos bastante maduros para consolidar aún nuestra revolución de una manera tan brillante? ¡Ah! mis conciudadanos, el camino que hicimos desde el 89 era más difícil que el que nos queda por hacer, y tenemos que trabajar menos la opinión, en lo que les propongo, que como la hemos atormentado en todo sentido desde el tiempo de la Toma de la Bastilla. Creemos que un pueblo lo bastante sabio, lo bastante valiente como para conducir a un monarca desvergonzado de la cima de la grandeza a los pies del cadalso, quien en estos pocos años supo superar tantos prejuicios, supo romper tantos frenos ridículos, será capaz de immolar por el bien de las cosas, de la prosperidad de la República, un fantasma mucho más ilusorio aún que lo que podía serlo el de un rey.

Francés, os afectarán los primeros golpes: vuestra educación nacional hará el resto; pero trabajad puntualmente en esta tarea; que se vuelva uno de vuestros cuidados más importantes; que tenga sobretodo por base esta moral esencial, descuidada en la educación religiosa. Sustituid las tonterías divinas, que cansaban los jóvenes órganos de vuestros niños, por excelentes principios sociales; que en vez de aprender a recitar vanos rezos que se harán gloria de olvidar en cuanto tengan dieciséis años, estén informados de sus deberes en la sociedad; que aprendan a amar virtudes de las que les hablaban apenas antes y que, sin vuestras fábulas religiosas, bastan a su felicidad individual; hacedles sentir que esta felicidad consiste en volver a los otros tan afortunados como nosotros mismos deseamos serlo.

Si asentais estas verdades sobre quimeras cristianas, como teníais la locura de hacerlo antes, apenas vuestros alumnos habrán reconocido la futilidad de las bases que harán aplastar el edificio, y pasarán a ser canallas solamente porque creerán que la religión que aplastaron defendía serlo. Haciéndoles sentir al contrario la necesidad de la virtud solamente porque su propia felicidad depende, serán honestos por egoísmo, y esta ley que regula a todos los hombres estará la más segura todavía de todas. Que se evita pues con el mayor cuidado de mezclar ninguna fábula religiosa en esta educación nacional. No pierden nunca vista que son hombres libres quienes queremos formar y no baratos admiradores de dios. Que un filósofo simple informe a estos nuevos alumnos de las sublimidades incomprensibles de la naturaleza; que les prueba que el conocimiento de dios, a menudo muy peligrosa a los hombres, no sirvió nunca a su felicidad, y que no serán más felices admitiendo, como causa de lo que no incluyen, algo que incluirán menos aún; que es bien menos esencial oír la naturaleza que de gozar y las leyes; que estas leyes son tan sabias que simples; que se escriben en el corazón de todos los hombres, y que no es necesario que preguntar este corazón para aclarar el impulso. Si quieren que absolutamente les hablaban de un creador, responda que las cosas todavía que son lo que son, nunca no teniendo principio y no debiendo nunca tener final, resulta tan inútil que imposible al hombre de poder remontarse a un origen imaginario que no explicaría nada y avanzaría a nada. Dichas su que es imposible a los hombres tener ideas verdaderas de un ser que no actúa sobre ningún de nuestros sentidos. Todas nuestras ideas son representaciones de los objetos que las afectan; qu'est-ce qui puede representarnos la idea de Dios, ¿quién es obviamente una idea sin objeto? Tal idea, su añadirán, ¿no es tan imposible que de los efectos sin causa? ¿Una idea sin prototipo es otra cosa que una quimera?

Algunos doctores, proseguirán, garantizan que la idea de Dios es innata, y que los hombres tienen esta idea a partir del vientre de su madre. Pero eso es falso, su añadirán; todo principio es un juicio, todo juicio es el efecto de la experiencia, y la experiencia sólo se adquiere por el ejercicio de los sentidos; de ahí sigue que los principios religiosos no se refieren obviamente a nada y no son no innatos. Cómo, proseguirán, ¿pudo convencer a ser razonables que la cosa más difícil a incluir era la más esencial para ellos? Es que se los asustó en gran parte; es que, cuando se tiene miedo, se deja de razonar; es que sobre todo se les recomendó desafiarse de su razón y que, cuando se perturba el cerebro, se cree todo y no examina nada. La ignorancia y el miedo, su dirán aún, he aquí las dos bases de todas las religiones. La incertidumbre donde el hombre se encuentra con relación a su Dios es el motivo precisamente que la liga a su religión. El hombre tiene miedo en las oscuridad, tanto a la física como al moral; el miedo se vuelve habitual en él y se cambia en necesidad: creería que le falta algo si no tenía ya nada a esperar o temer. Vuelva de nuevo a continuación a la utilidad de la moral: dé su sobre este gran objeto mucho más de ejemplos que de lecciones, mucho más pruebas que de libros y harán a buenos ciudadanos; harán de órdenes belicosas, buenos padres, buenos esposos; harán hombres más vinculados a la libertad de su país que ninguna idea de servidumbre no podrá ya presentarse a su espíritu, que ningún terror religioso vendrá a perturbar su ingeniería.

Entonces el verdadero patriotismo estallará en todos los almas; habrá en toda su fuerza y en toda su pureza, porque habrá el único sentimiento dominante, y que ninguna idea extranjera attiédira la energía; entonces, su segunda generación está segura, y su obra, consolidado por ella, va a pasar a ser la ley del universo. Pero si, por temor o pusilanimidad, no se sigue a estos consejos, si se deja subsistir las bases del edificio que se había creído destruir, ¿llegará lo que? Se reconstruirá sobre estas bases, y se colocarán los mismos colosos, a la cruel diferencia que será esta vez cementados de tal fuerza que ni su generación ni aquéllas que lo seguirán no conseguirán aplastarlos. Que no se duda que las religiones no sean la cuna del despotismo; el primero de todos los déspotas fue un sacerdote; el primer rey y el primer emperador de Roma, Numa y Auguste, se asocian uno y otro al sacerdocio; Constantin y Clovis fueron más bien abades que de los soberanos; Héliogabale fue sacerdote del Sol. Por todo el tiempo, en todos los siglos, hubo en el despotismo y en la religión tal conexión que permanece más que demostrado que destruyendo uno, se debe minar otro, por la gran razón que el primero servirá siempre de ley al segundo. No propongo sin embargo ni masacres ni exportaciones; todos estos horrores están demasiado lejos de mi alma para atrever solamente a concebirlos unos minutos. No, no asesinan no, no exportan no: estas atrocidades son las de los reyes o scélérats que las imitaron; no es no haciendo como ellos que ustedes forzarán a tomar en horror los que los ejercían. No emplean la fuerza que para los ídolos; sólo es necesario ridículos para los que los sirven: los sarcasmos de Julien perjudicaron más a la religión cristiana que todos los suplicios de Néron. Sí, destruyamos nunca a toda idea de Dios y hacemos soldados de sus sacerdotes; algunos ya lo son; que se tienen a este oficio tan noble para un republicano, pero que no nos hablan ya ni serles quiméricos ni de su religión fabulosa, único objeto de nuestros menosprecios.- Condenemos ridiculizarse, ridiculizado, cubierto de lodo en todos los cruces de las más grandes ciudades de Francia, el primero de estos charlatanes bendecidos que vendrá a nosotros hablar aún o de Dios o religión; una eterna prisión será el dolor de el que caerá dos veces en las mismas faltas. Que los blasphèmes el más que insultan, las obras más ateas estén autorizadas a continuación plenamente, con el fin de acabar de extirpar en el corazón y la memoria de los hombres estos espantosos juguetes de nuestra infancia; que se ponga a la ayuda la obra más capaz de encender por fin los Europeos sobre una materia tan importante, y que un precio considerable, y otorgado por la nación, o la recompensa de el que, teniendo muy dicho, muy demostrado sobre esta materia, no dejará ya a sus compatriotas que una guadaña para aplastar todos estos fantasmas y que un corazón derecho para odiarlos.

En seis meses, todo se terminará: su infame Dios estará en la nada; y eso sin dejar de ser justo, celoso del aprecio de los otros, sin dejar de temer la espada de las leyes y de ser honesto hombre, porque se habrá sentido que el verdadero amigo de la patria no debe no, como el esclavo de reyes, llevase por quimeras; que no es, en una palabra, ni la esperanza frívola de un mejor mundo ni el temor de mayores males que aquéllos que enviamos la naturaleza, quiénes deben conducir a un republicano, la que única guía es la virtud, como el único freno el remordimiento.


La moral


Las costumbres después de haber demostrado que el teísmo no conviene de ninguna manera a un Gobierno republicano, me parece necesario probar que las costumbres francesas no le convienen aún más. Este artículo es tanto más más esencial cuanto que son las costumbres que van a servir de motivos a las leyes que se va a promulgar. Francés, se les enciende demasiado para no sentir que un nuevo Gobierno va a requerir nuevas costumbres; es imposible que el ciudadano de un Estado libre se conduzca como el esclavo de un rey déspota; estas diferencias de sus intereses, por sus deberes, de sus relaciones el uno con el otro, determinando esencialmente una manera muy otro de implicarse en el mundo; una muchedumbre de pequeños errores, pequeños delitos sociales, dados por muy esencial bajo el Gobierno de reyes, quiénes debían exigir sobre todo teniendo en cuenta que tenían más necesidad de imponer frenos para volverse respetables o inaccesibles a sus temas, van a convertirse en nulos aquí; otros delitos, conocidos bajo los nombres de régicide o sacrilegio, bajo un Gobierno que no conoce ya ni a reyes ni religión, deben destruirse así mismo en un Estado republicano. Concediendo la libertad de conciencia y la de la prensa, piense, ciudadanos, que muy poco a cerca, se debe conceder el de actuar, y que excepto lo que choca directamente las bases del Gobierno, ustedes permanece él no sabría menos crímenes que deben castigarse, porque, en el hecho, ha muy las pocas acciones criminales en una sociedad cuya libertad e igualdad hacen las bases, y que a pesar bien y examinar bien las cosas, sólo hay de verdad criminal lo que rechaza la ley; ya que la naturaleza, dictándonos también de los defectos y virtudes, debido a nuestra organización, o más filosóficamente aún, debido a la necesidad que tiene del uno u otro, lo que nos inspira se volvería una medida muy dudosa para regular con precisión lo que es bueno o lo que está mal.

Pero, para desarrollar mejor mis ideas sobre un objeto tan esencial, vamos a clasificar las distintas acciones de la vida del hombre quien se acordaba hasta ahora nombrar criminales, y los mediremos a continuación a los verdaderos deberes de un republicano. Se consideraron siempre los deberes del hombre bajo los tres distintos siguientes informes:

1. Los que su conciencia y su credulidad le imponen hacia el Ser supremo;

2. Aquéllos que se ve obligado a llenar con sus hermanos;

3. Por fin los que sólo tienen relación con él.

La certeza donde debemos ser que ningún dios se mezcló nosotros y que, criaturas requeridas de la naturaleza, como las plantas y los animales, estamos aquí porque era imposible que no hubieran, esta certeza destruye seguramente, como se lo ve, muy la primera parte de estos deberes, quiero decir el del cual nos creemos falsamente responsables hacia el divinidad; con ellos desaparecen todos los delitos religiosos, todos los conocidos bajo los nombres vagos e indefinidos de impiété, por sacrilegio, por blasphème, por ateísmo, etc., todos los los, en una palabra, que Atenas castiga con tanto injusticia en Alcibiade y Francia en la desafortunado Barra. Si hay algo de extravagante en el mundo, es ver hombres, quiénes no conocen a su dios y lo que puede exigir este dios que según sus ideas limitadas, querer sin embargo decidir sobre la naturaleza con lo que satisface o con lo que se enfada este ridículo fantasma de su imaginación. No debería pues no permitirse indiferentemente todos los cultos que yo querría que se se limitara; desearía que se era libre reirse o burlarse de todos; que hombres, reunidos en un templo cualquiera para alegar el Eterno a su manera, se veían como actores sobre un teatro, al juego del cual se permite a cada uno ir a reir. Si no ven las religiones bajo este informe, reanudarán la seriedad que los vuelve importante, protegerán pronto las opiniones, y no se se habrá disputado antes sobre las religiones que rebattra para las religiones [5]; la igualdad destruida por la preferencia o la protección concedida al una ellas desaparecerá pronto del Gobierno, y de la teocracia reconstruida reaparecerá pronto la aristocracia. No podría demasiado pues repetirlo: más dioses, Francés, más dioses, si no quieren que su desastroso imperio les vuelve a sumergirse pronto en todos los horrores del despotismo; pero sólo en ustedes burlándose que los destruirán; todos los peligros que arrastran a su consecuencia reaparecerán inmediatamente en muchedumbre si hay del humor o la importancia. No invierten no sus ídolos en cólera: pulverizan -les jugando, y la opinión caerá de sí mismo.

En aquí suficientemente, lo espero, para para demostrar que no deben promulgarle ninguna ley contra los delitos religiosos, porque que ofende una quimera no ofende nada, y que estaría de la última inconsistencia castigar el que outragent o que desprecia un culto nada del cual les demuestra con evidencia la prioridad sobre otros; sería necesariamente adoptar un partido e influir sobre por lo tanto la balanza de la igualdad, primera ley de su nuevo Gobierno. Pasemos a los segundos deberes del hombre, los que lo vinculan a su similares; esta clase es la más ancha seguramente. La moral cristiana, demasiado ola sobre los informes del hombre con su similares, coloque bases tan plenas de sofismas que nos es imposible admitirlos, porque, cuando se quieren construir principios, es necesario bien guardarse darles sofismas para bases. Nos dice, esta absurdidad moral, gustar nuestro próximo como nosotros-mismos. Nada no sería indudablemente ya sublime si fuera posible que lo que es falso pudiera nunca llevar los caracteres de la belleza. No se trata de gustar su similares como sí mismo, puesto que eso está contra todas las leyes de la naturaleza, y que su solo órgano debe dirigir todas las acciones de nuestra vida; sólo hay que gustar nuestro similares como hermanos, como amigos quienes la naturaleza nos da, y con que debemos vivir tanto más en un Estado republicano que la desaparición de las distancias debe necesariamente estrechar los vínculos.

Que la humanidad, la fraternidad, la beneficencia nos prescriben según eso nuestros deberes recíprocos, y llenan individualmente -les con el simple grado de energía que tenemos sobre este punto dado la naturaleza, sin echar la culpa y sobre todo sin castigar aquéllos que, más fríos o más atrabiliarios, no prueban en estos vínculos, sin embargo tan referentes, todas las suavidades que el otros allí encuentran; ya que, se convendrá, sería aquí una absurdidad palpable que de querer prescribir leyes universales; este método sería tan ridículo que el de un general del ejército de tierra que querría que todos sus soldados fueran vêtus de una ropa hecha sobre la misma medida; es una injusticia espantosa que de exigir que hombres de caracteres desiguales se doblan a leyes iguales: lo que va al uno no va no al otro. Convengo que no se pueden hacer tantas leyes que hay de hombres; pero las leyes pueden ser tan suaves, en tan reducido número, que todos los hombres, de algún carácter que sean, puedan allí fácilmente doblarse. Aún exigiría que este reducido número de leyes barril de especie que deben poderse lo adaptarse fácilmente a a todos los distintos caracteres; el espíritu de el que los dirigiría sería afectar más o menos, debido al individuo quien sería necesario alcanzar. Se demuestra que él allí a tal virtud cuya práctica es imposible a algunos hombres, como él allí a tal remedio que no podría convenir a tal temperamento.

Ahora bien, ¡qué será la cima de su injusticia si afectan de la ley los a los cuales es imposible doblarse a la ley! ¿La iniquidad que cometerían en eso no sería igual a la de la cual se volverían culpables si quieran forzar a un ciego a distinguir los colores? De estos primeros principios se deriva, se lo siente, la necesidad de hacer leyes suaves, y sobre todo de destruir para nunca la atrocidad de la pena de muerte, porque la ley que atenta a la vida de un hombre es impracticable, injusto, inadmisible. No es, así como lo diré próximamente, que no hay un infinito de caso donde, sin outrager la naturaleza (y es lo que demostraré), los hombres no hayan recibido de esta madre común la entera libertad de atentar a la vida uno, pero es que es imposible que la ley pueda obtener el mismo privilegio, porque la ley, fría por sí mismo, no podría ser accesible a las pasiones que pueden legitimar en el hombre la cruel acción del asesinato; el hombre recibe de la naturaleza las impresiones que pueden hacerle perdonar esta acción, y la ley, al contrario, siempre en oposición a la naturaleza y no recibiendo nada ella, no puede autorizarse a permitirse las mismas divergencias: no teniendo los mismos motivos, es imposible que tenga los mismos derechos. Aquí de estas distinciones sabias y delicadas que escapan a mucha gente, porque muy la poca gente reflexiona; pero se acogerán de la gente informada a quien los dirijo, e influirán, lo espero, sobre el nuevo Código que nosotros se prepara. La segunda razón para la cual se debe destruir la pena de muerte, es que nunca no ha reprimido el crimen, puesto que se lo comete cada día a los pies del andamio. Se debe suprimir este dolor, en una palabra, porque no hay no de más malo cálculo que el de hacer morir un hombre para haber matado otro, puesto que resulta obviamente de este método que en vez de un hombre menor, en aquí muy de un golpe dos, y que no hay que verdugos o imbéciles a los cuales una tal aritmético pueda ser familiar.

En cualquier caso por fin, los delitos que podemos cometer hacia nuestros hermanos se reducen a cuatro principales: la calumnia, el vuelo, los delitos que, causados por la impureza, pueden alcanzar desagradablemente los otros, y el asesinato. Todas estas acciones, consideradas como capitales en un Gobierno monárquico, ¿son tan graves en un Estado republicano?

Es lo que vamos a analizar con la antorcha de filosofía, ya que es a su sola luz que tal examen debe emprenderse. Que no se me grava no de ser un innovador peligroso; que no se diga que hay del riesgo que embotar, como lo harán quizá estos escritos, el remordimiento en el alma de los malhechores; que hay el mayor mal a aumentar por la suavidad de mi moral la inclinación que estos mismos malhechores tienen a los crímenes: certifico aquí formalmente no tener ningunos de estas vistas perversas; expongo las ideas que desde la edad del juicio se definieron con mi y al chorro de las cuales el infame despotismo de los tiranos se había opuesto tanto de siglos. Tanto peor para los que estas grandes ideas corromperían, tanto peor para los que sólo saben entender el mal en opiniones filosóficas, ¡susceptibles de corromperse a todo! ¿Quién sabe si no gangrèneraient quizá a las lecturas de Sénèque y Carpintero de carros? No es no suyos que hablo: sólo me dirijo a gente capaz de entenderme, y aquéllos me leerán sin peligro. Reconozco con la más extrema franquicia que nunca he creído que la calumnia era un mal, y sobre todo en un Gobierno como el nuestro, dónde todos los hombres, más vinculados, más acercada, tienen obviamente un mayor interés en conocerse bien. De dos cosas una: o la calumnia se refiere a un hombre verdaderamente perverso, o cae sobre un ser virtuoso. Se convendrá que en el primer caso se vuelve alrededor indiferente que se diga un poco más de mal de un hombre conocido para hacer mucho; quizá incluso entonces el mal que no existe encenderá sobre el que es, y he aquí el malhechor mejor conocido. Si reina, supongo, una influencia malsana en Hannover, pero que no deba correr de otros riesgos, exponiéndome a esta inclemencia del aire, que de ganar un acceso de fiebre, podrá saber mala voluntad al hombre quien, para impedirme que fuera, ¿lo habría dicho que se se moría a partir de llegando? No, seguramente; ya que, asustándome por un gran mal, lo impidió que probara un pequeño. ¿La calumnia se refiere al contrario a un hombre virtuoso? que no se alarma: que se muestra, y todo el veneno del calumniador volverá a caer pronto sobre sí mismo. La calumnia, para tal gente, sólo es un escrutinio épuratoire del que su virtud sólo saldrá más brillante. Él allí incluso aquí del beneficio para la masa de las virtudes de la República; ya que este hombre virtuoso y sensible, cosido de injusticia que acaba de probar, se aplicará a hacer mejor aún; querrá superar esta calumnia cuyos se creía al refugio, y sus bonitas acciones sólo adquirirán un grado de energía el más. Así pues, en el primer caso, el calumniador habrá producido bastante de buenos efectos, agrandando los defectos del hombre peligroso; en el segundo, habrá producido de excelentes, obligando la virtud a ofrecerse nosotros muy entera.

Ahora bien, pido ahora bajo qué informe el calumniador podrá ustedes parecer a temer, ¿en un Gobierno sobre todo dónde es tan esencial conocer los malévolos y aumentar la energía de las órdenes? Que se se guarda bien pues pronunciar ningún dolor contra la calumnia; consideremos -la bajo el doble informe de un lámpara y de un estimulante, y en todos los casos como algo de muy útil. El legislador, que todas las ideas deben ser grandes como la obra a la cual se aplica, debe nunca estudiar el efecto del delito que sólo afecta individualmente; es su efecto en masa que debe examinar; y cuando observará de este modo los efectos que resultan de la calumnia, lo desafío de encontrar nada de castigable; desafío que pueda colocar alguna sombra de la justicia a la ley que lo castigaría; se convierte en al contrario el hombre lo más exacta y más justo, si la favorece o la recompensa.

El vuelo es el segundo de los delitos morales cuyo examen nos propusimos. Si recorremos la antigüedad, veremos el vuelo permitido, recompensado en todas las Repúblicas de Grecia; Esparta o Lacédémone lo favorecía abiertamente; algún otro pueblo lo observó como una virtud belicosa; es cierto que mantiene el valor, la fuerza, la dirección, todas las virtudes, en una palabra, útiles a un Gobierno republicano, y por lo tanto al nuestro. Me atreveré a pedir, sin parcialidad ahora, si el vuelo, el que efecto es igualar las riquezas, es un gran mal en un Gobierno cuyo objetivo es la igualdad.

No, seguramente; ya que, si mantiene la igualdad por una parte, del otro vuelve más exacto a conservar su bien. Había un pueblo que castigaba no al ladrón, pero aquél que se había dejado volar, con el fin de ensen�arle a ocupar sus propiedades. Esto nos conduce a reflexiones más anchas. A Dios sólo agrade quiera atacar o destruir aquí el juramento del respeto de las propiedades, que acaba de pronunciar la nación; ¿pero me permitirá algunas ideas sobre la injusticia de este juramento? ¿Cuál es el espíritu de un juramento pronunciado por todos los individuos de una nación? No es mantener una perfecta igualdad entre los ciudadanos, ¿someterlos también a la ley protectora de las propiedades de todos? Ahora bien, les pregunto ahora si es bien justa, la ley que pide a el que no tenga nada de respetar el que tiene todo. ¿Cuáles son los elementos del pacto social? ¿No consiste en ceder un poco de su libertad y sus propiedades para asegurar y mantener lo que se conserva del uno y del otro? Se sientan todas las leyes sobre estas bases; son los motivos de los castigos infligidos a el que abusa de su libertad.

Autorizan así mismo las imposiciones; lo que supone que un ciudadano se récrie no cuando se los exige él, es que sabe que por medio de lo que da, él se conserva lo que le permanece; pero, una vez más, ¿de qué derecho el que no tiene nada se conectará bajo un pacto que sólo protege el que tiene todo? Si hicieron un acto de equidad conservando, por su juramento, las propiedades del rico, ¿no hicieron una injusticia exigiendo este juramento del “conservador” que no tiene nada? ¿Qué interés éste tiene a su juramento? ¿Y por qué quieren que prometa una cosa solamente favorable a el que lo difiere tanto lo por sus riquezas? No es nada indudablemente de más injusto: un juramento debe tener un efecto igual sobre todos los individuos que lo pronuncian; es imposible que pueda conectar el que no tiene ningún interés por su mantenimiento, porque no sería ya entonces el pacto de un pueblo libre: sería el arma del fuerte sobre el escaso, contra cuál éste debería rebelarse sin cesar; ahora bien es lo que llega en el juramento del respeto de las propiedades que acaba de exigir la nación; el rico hay el pobre, el rico solo tiene interés por el juramento que pronuncia el pobre con tanto inconsideración que no ve que por medio de este juramento, extorqué a su buena fe, se compromete a hacer una cosa que no se puede hacer frente él.

Convencidos, así como deben serlo, de este bárbaro desigualdad, no empeoran pues su injusticia castigando aquél que no tiene nada de atrever a ocultar algo a el que tiene todo: su no equitativo juramento le da más derecho que nunca. Obligándolo al perjurio por este juramento absurdo para él, legitiman todos los crímenes donde lo llevará este perjurio; no les corresponde pues más castigar esto de los cuales fueron la causa. No diré aún más para hacer sentir la crueldad horrible que hay que castigar los ladrones. Imite la ley sabia del pueblo de la que acabo de hablar; castigue el hombre descuidan bastante para dejarse volar, pero no pronuncian ninguna especie de dolor contra el que vuela; piense que su juramento lo autoriza a esta acción y que no haya hecho, allí suministrándose, que seguir el primero y más sabio de los movimientos de la naturaleza, el de conservar su propia existencia, no importa a costa de que. Los delitos que debemos examinar en esta segunda clase de los deberes del hombre hacia su similares consisten en las acciones que puede hacer emprender el libertinage, entre cuáles se distinguen especialmente, como más attentatoires para que cada uno debe a los otros, la prostitución, el adulterio, el incesto, la violación y la sodomía.

No debemos ciertamente dudar un momento que todo lo que se llama crímenes morales, es decir, todas las acciones de la especie de las que acabamos de citar, no sea perfectamente indiferente en un Gobierno cuyo único deber consiste en conservar, por el medio que pueda ser, la forma esencial a su mantenimiento: he aquí la única moral de un Gobierno republicano. Ahora bien, puesto que siempre se opone por los déspotas que lo rodean, no se podría imaginar razonablemente que sus medios conservadores pudieran ser medios morales; ya que sólo se conservará por la guerra, y nada no es menos moral que la guerra. Ahora, pregunto cómo se llegará a demostrar que en un Estado inmoral por sus obligaciones, sea esencial que los individuos sean morales. Digo más: es bueno que no lo sean. Los legisladores de Grecia habían sentido perfectamente la importante necesidad de gangrener los miembros para que, su disolución moral que influye sobre la útil a la máquina, resultara la insurrección siempre indispensable en un Gobierno quien, perfectamente feliz como el Gobierno republicano, debe necesariamente excitar el odio y los celos de todo lo que lo rodea.

La insurrección, pensaban estos sabios legisladores, no es no un estado moral; debe ser con todo el estado permanente de una República; sería pues tan absurdo que peligroso de exigir que los ellos mismos que deben mantener el perpetuo choque inmoral de la máquina fueran de los seres muy morales, porque el estado moral de un hombre es un estado de paz y paz, al lugar que su estado inmoral es un estado de movimiento perpetuo que se ella acerca de la insurrección necesaria, en cuál él es necesario que el republicano tenga siempre al Gobierno incluido ha miembro. Enumeremos ahora y comenzamos por analizar el pudor, este movimiento pusillanime, contradictorio al afecto impuro. Si estaba en las intenciones de la naturaleza que el hombre era púdico, indudablemente no lo habría hecho nacer desnuda; un infinito de pueblo, menos deteriorada que nosotros por la civilización, van desnudos y no prueban ninguna vergüenza; no es necesario dudar que el uso de vestirse no haya tenido para única base y la inclemencia del aire y la coquetería de las mujeres; sintieron que perderían pronto todos los efectos del deseo si los prevenían, en vez de dejarles nacer; concibieron que, la naturaleza por otra parte que no las crea sin defectos, se garantizarían bien mejor todos los medios de agradar disfrazando estos defectos por ornamentos; así el pudor, lejos ser una virtud, no fue pues ya que uno de primeros efectos de la corrupción, que uno de los primeros medios de la coquetería de las mujeres.

Lycurgo y Solon, bien enterados de que los resultados del impudeur tienen al ciudadano en el estado inmoral esencial a las leyes del Gobierno republicano, obligaron las jóvenes muchachas a mostrarse desnudas en el teatro. Roma imitó pronto este ejemplo: se bailaba desnudo a los juegos de Flora; la mayor parte de los misterios paganos se celebraban así; la desnudez pasó incluso para virtud en algún pueblo. En cualquier caso, del impudeur nacen inclinaciones lujuriosas; lo que resulta de estas inclinaciones compone los supuestos crímenes que nosotros analiza y cuya prostitución es el primer efecto. Ahora que volvimos de nuevo sobre todo eso de la muchedumbre de errores religiosos que los cautivaban y que, más acercada de la naturaleza por la cantidad de prejuicios que acabamos de destruir, sólo escuchamos su voz, bien garantizados que, si había del crimen a algo, esto habría más bien que resistir a las inclinaciones que nos inspira que a combatirlos, convencidos que, la lujuria que es una consecuencia de estas inclinaciones, se trata bien menos de apagar esta pasión en nosotros que de regular los medios de satisfacer en paz. Debemos pues procurar poner del orden en esta parte, a establecer toda la seguridad necesaria para que el ciudadano, que la necesidad se acerca a objetos de lujuria, pueda suministrarse con estos objetos a todo lo que sus pasiones él prescriben, sin nunca conectase por nada, porque no es ninguna pasión en el hombre que necesite más toda la extensión de la libertad que aquélla. Distintos sitios sanos, extensos, propiamente amueblados y seguros en todos los puntos, se crearán en las ciudades; allí, todos los sexos, todas las edades, se ofrecerán todas las criaturas a los caprichos de los libertinos que vendrán a gozar, y la más entera subordinación será la norma de los individuos presentados; la más ligera denegación será castigada inmediatamente arbitrariamente por el que lo habrá probado.

Debo aún explicar esto, medirlo a las costumbres republicanas; prometí por todas partes la misma lógica, tendré palabra. Si, como acabo de decirlo próximamente, ninguna pasión no necesita ya toda la extensión de la libertad que aquélla, ninguna seguramente no es tan despótico; allí el hombre gusta a controlar, a obedecese, a rodearse con esclavos obligados a satisfacerlo; ahora bien, siempre que no den al hombre el medio secreto de exhalar la dosis de despotismo que la naturaleza puso en el fondo de su corazón, se rechazará para ejercerlo sobre los objetos que lo rodearán, perturbará al Gobierno. Permita, si quieren evitar este peligro, un libre desarrollo a estos deseos tiránicos que, a pesar suyo, lo atormentan sin cesar; contento de haber podido ejercer su pequeña soberanía en medio del harem de icoglans o sultanes que sus cuidados y su dinero le someten, saldrá satisface y sin ningún deseo de perturbar a un Gobierno que le garantiza también complacientemente todos los medios de su concupiscencia. Ejerza, al contrario, métodos diferentes, imponga sobre estos objetos de la lujuria pública los ridículos obstáculos antes inventados por la tiranía ministerial y por el lubricité de nuestros Sardanapales [7]: el hombre, pronto agriado contra su Gobierno, pronto celoso del despotismo que les ve ejercer completamente solo, sacud el yugo que le imponen y, cansancio de su manera de regularlo, cambiará como acaba de hacerlo.

Vea como los legisladores griegos, bien penetrados de estas ideas, trataban el vicio a Lacédémone, en Atenas; enivraient el ciudadano, bien lejos prohibírselo; ninguna clase de lubricité se le defendía, y Socrate, declarado por el oráculo más sabio de los filósofos de la tierra, pasando indiferentemente brazos de Aspasie en los de Alcibiade, no era menos la gloria de Grecia. Voy a ir más lejos, y algunos contrarios que sean mis ideas a nuestros hábitos actuales, como mi objeto es probar que debemos presionarnos cambiar estos hábitos si queremos conservar al Gobierno adoptado, voy a intentar convencerles de que la prostitución de las mujeres conocidas bajo el nombre de honestos no es más peligrosa que la de los hombres, y que no solamente debemos asociarlos a las lujurias ejercidas en las casas que establezco, pero que hasta debemos crear para ellas, dónde sus caprichos y las necesidades de su temperamento, bien diferentemente ardiente que el nuestro, puedan así mismo satisfacerse con todos los sexos. ¿De qué derecho pretenden en primer lugar que las mujeres deben ser excluidas del ciego oferta que la naturaleza les prescribe a los caprichos hombres? ¿y a continuación por otro qué derecho pretenden controlarlos a un continence imposible a la su física y absolutamente inútil a su honor? Voy a tratar separadamente una y otros de estas cuestiones. Es cierto que, en el estado de naturaleza, las mujeres nacen vulgivagues, es decir, gozando de las ventajas de los otros animales hembras y perteneciendo, como ellas y sin ninguna excepción, a todos los varones; tales fueron, sin duda alguna, y las primeras leyes de la naturaleza y las únicas instituciones de primeras reuniones que los hombres hicieron. El interés, el egoísmo y el amor deterioraron estas primeras vistas tan simples y tan naturales; se creyó enriquecerse tomando a una mujer, y con ella el bien de su familia; he aquí los dos primeros sentimientos que acabo de indicar satisfechos; más a menudo aún se retiró a esta mujer, y se se se ligó; he aquí el segundo motivo en acción y, en todos los casos, la injusticia. Nunca un acto de posesión no puede ejercerse sobre un ser libre; es tan injusto poseer exclusivamente a una mujer que lo es poseer esclavos; todos los hombres nacieron libres todos son iguales en derecho: no pierden nunca vista estos principios; no pueden pues darle nunca, según eso, de derecho legitima a un sexo de apoderarse exclusivamente del otro, y nunca uno de estos sexos o una de estas clases no puede poseer otro arbitrariamente. Una mujer propia, en la pureza de las leyes de la naturaleza, no puede abogar por, por motivo de la denegación que hace a el que la desea, el amor que tiene por otro, porque este motivo se vuelve uno de exclusión, y que ningún hombre puede ser excluido de la posesión de una mujer, puesto que queda claro que pertenece definitivamente a todos los hombres. El acto de posesión no puede ejercerse sino sobre un edificio o sobre un animal; nunca no puede serlo sobre un individuo que se nos asemeja, y todos los vínculos que pueden conectar a una mujer a un hombre, de tal especie que puedan los suponer, son tan injustos que quiméricos. Si se vuelve pues innegable que recibimos de la naturaleza el derecho a expresar nuestros deseos indiferentemente a todas las mujeres, lo pasa a ser así como nosotros tiene el de obligarlo a someterse a nuestros deseos, no exclusivamente, me opondría, pero momentaneamente [8]. Es innegable que tenemos el derecho a expedir leyes que los obligan a ceder a los fuegos de el que las desea; la violencia misma que es uno de los efectos de este derecho, podemos emplearlo legalmente. ¡Eh! la naturaleza no probó que teníamos este derecho, ¿separándonos la fuerza necesario para a someterlos a nuestros deseos? En vano las mujeres deben hacer hablar, para su defensa, o el pudor o su compromiso en pro de otros hombres; estos medios quiméricos son nulos; vimos más arriba cuánto el pudor era un sentimiento artificial y despreciable. El amor, que se puede llamar la locura del alma, no tiene más títulos para legitimar su constancia; no satisfaciendo que a dos individuos, el ser gustado y serlo cariñoso, no puede servir a la felicidad de los otros, y es para la felicidad de todos, y no para una felicidad egoísta y privilegiada, que se dieron a las mujeres.

Todos los hombres tienen pues un derecho de disfrute igual sobre todas las mujeres; no hay ningún hombre, pues, que según las leyes de la naturaleza, pueda crearse sobre una mujer un derecho único y personal. La ley que los obligará a prostituirse, mientras lo queramos, a las casas de vicio de las que acaba de ser cuestión, y que habrá si se niegan, quién los castigará si hay, es pues una ley del la más equitativa, y contra que ningún motivo legítimo o justo podría reclamar. Un hombre que querrá gozar de una mujer o de una muchacha cualquiera podrá pues, si las leyes que promulgan son justas, hacerlo sumar encontrarse en una de las casas de las que hablé; y allí, bajo la protección de las matronas de este templo de Venus, se le suministrará para satisfacer, con tanta humildad que de oferta, todos los caprichos que le agradará pasar con ella, algún bizarrerie o alguna irregularidad que puedan ser, porque no es ningún que esté en la naturaleza, ningún que esté reconocido por ella. No se trataría ya aquí que de fijar la edad; ahora bien afirmo que no se lo puede sin obstruir la libertad de el que desea el disfrute de una muchacha de tal o cual edad. El que tiene el derecho a comer el fruto de un árbol puede indudablemente recogerlo maduro o verde siguiente las inspiraciones de su gusto.

Pero, se opondrá, ha una edad donde los métodos del hombre perjudicarán definitivamente a la salud de la muchacha. Esta consideración está sin ningún valor; en cuanto me conceden el derecho de propiedad sobre el disfrute, este derecho es independiente de los efectos producidos por el disfrute; de este momento se vuelve igual que este disfrute sea ventajoso o nocivo al objeto que debe someterse. Ya no probó que era legal obligar la voluntad de una mujer sobre este objeto, y que tan pronto como inspiraba el deseo del disfrute, debía someterse a este disfrute, ¿prescindiendo de todo sentimiento egoísta? Sucede lo mismo con su salud. En cuanto los respetos que se tendrían por esta consideración se destruiría o debilitaría el disfrute de el que lo desea, y que tiene el derecho a apropiárselo, esta consideración de edad se vuelve nula, porque no se trata de ninguna manera aquí de lo que puede probar el objeto condenado por la naturaleza y por la ley a la satisfacción momentánea de los deseos del otro; no es, en este examen, que de lo que conviene a el que desea. Restableceremos la balanza. Sí, la restableceremos, lo debemos seguramente; estas mujeres quienes acabamos de controlar así cruelmente, debemos indiscutiblemente compensarlos, y es lo que va a formar la respuesta a la segunda cuestión que me propuse.

Si admitimos, como acabamos de hacerlo, que todas las mujeres deben ser sometidas a nuestros deseos, indudablemente podemos permitirles así mismo satisfacer ampliamente todos los suyos; nuestras leyes deben favorecer al respecto su temperamento ardiente, y es absurdo haber colocado forzadamente su honor y su virtud en la antinatural resistencia a las inclinaciones que recibieron con más y mejor profusión que nosotros; esta injusticia de nuestras costumbres es tanto más escandalosa cuanto que estamos de acuerdo a la vez a volverlos escasos a través de seducción y a castigarlos a continuación de lo que ceden a todos los esfuerzos que hicimos para causarles la caída. Se graba toda la absurdidad de nuestras costumbres, este me parece, en esta no equitativa atrocidad, y esto sola exposición debería hacernos sentir la extrema necesidad que tenemos de cambiarlos por los los más puros. Digo pues que las mujeres, recibiendo inclinaciones bien más violentas que nosotros a los placeres de la lujuria, podrán allí suministrarse mientras lo querrán, absolutamente retiradas de todos los vínculos del hymen, de todos los falsos prejuicios del pudor, absolutamente vueltas en el estado de naturaleza; quiero que las leyes les permiten suministrarse a tantos hombres quienes bien les parecerá; quiero que el disfrute de todos los sexos y de todas las partes de su cuerpo les esté permitido como a los hombres; y, bajo la cláusula especial de suministrarse así mismo a todos los los que lo desearán, es necesario que tengan la libertad de gozar también de todos los aquéllos que creerán dignos de satisfacerlos.

¿Cuáles son, pregunto, los peligros de esta licencia? ¿Niños que no tendrán padres? ¡Eh! que importa en una República donde todos los individuos no deben tener a otra madre que la patria, ¿dónde todos los los que nacen son todos los niños de la patria? ¡Ah! cuánto lo gustará mejor los que, nunca no conociendo que ella, ¡sabrán a partir de naciendo que sólo ella que deben esperarlo todo! No se imaginan de hacer a buenos republicanos mientras aislarán en sus familias a los niños que sólo deben pertenecer a la República. Dando allí solamente a algunos individuos la dosis de afecto que deben distribuir sobre todos sus hermanos, adoptan inevitablemente los prejuicios a menudo peligrosos de estos individuos; sus opiniones, sus ideas se aíslan, se particularizan y todas las virtudes de un estadista les resultan absolutamente imposible. Abandonando por fin su todo corazón a los que los hicieron nacer, no encuentran ya en este corazón ningún afecto para la que debe hacerlos vivir, hacerlos conocer e ilustrarlos, ¡como si estos segundos beneficios no eran más importantes que los primeros! Si hay el mayor inconveniente a dejar niños chupar así en sus familias intereses a menudo bien diferentes de los de la patria, hay pues la mayor ventaja que separarlos; no lo están naturalmente por los medios que propongo, puesto que destruyendo absolutamente todos los vínculos del hymen, no nace más otras frutas de los placeres de la mujer que de los niños a los cuales el conocimiento de su padre está absolutamente prohibido, y con eso los medios ya de no pertenecer que a una misma familia, en vez de ser, así como lo deben, ¿solamente los niños de la patria?

Habrá pues casas destinadas al libertinage de las mujeres y, como las de los hombres, bajo la protección del Gobierno; allí, su se proporcionarán todos los individuos de los unos y el otro sexo que podrán desear, y más frecuentarán estas casas, más se les considerará. No hay nada de si bárbaro y de tan ridículo que de ligar el honor y la virtud de las mujeres a la resistencia que ponen a deseos que recibieron de la naturaleza y que recalientan sin cesar los que tienen la crueldad de echarlos la culpa. A partir de la edad más blanda [9], una muchacha retirada de los vínculos paternales, ya nada a conservar para el hymen (absolutamente que no suprime por los sabios leyes quienes deseo), sobre el prejuicio que conecta antes su sexo, podrá pues suministrarse a todo lo que le dictará su temperamento en las casas establecidas a este respecto; se recibirá con respeto, satisfecha con profusión y, de vuelta en la sociedad, habrá hablar también públicamente de los placeres que habrá probado que lo hace hoy de un baile o de un paseo. Sexo encantador, serán libres; gozarán como los hombres de todos los placeres cuya naturaleza les hace un deber; ustedes no obligarán sobre ningún. ¿La más divina parte de la humanidad debe pues recibir hierros del otro? ¡Ah! rompen -les, la naturaleza lo quiere; no tengan más otro freno que el de sus inclinaciones, otras leyes que sus solos deseos, de otra moral que la de la naturaleza; no languidecen más mucho tiempo en estos prejuicios crueles que criticaban sus encantos y cautivaban los impulsos divinos de sus corazones [10]; son libres como nosotros, y la carrera de los combates de Venus se les abre como nosotros; no temen más absurdidades reproches; se destruyen la pedantería y la superstición; no se les verá enrojecer más de sus encantadoras divergencias; coronadas con mirtos y con rosas, el aprecio que concebiremos ustedes no estará ya que debido a la mayor amplitud que les estarán permitidos darles. Lo que acaba de decirse debería eximirnos seguramente examinar el adulterio; fichas allí sin embargo un vistazo, algún nadie que esté después de las leyes que establezco. ¡Qué a no era ridículo considerarlo como criminal en nuestras antiguas instituciones! Si había algo de absurdidad en el mundo, era bien seguramente la eternidad de los vínculos maritales; no era necesario, este me parece, que examinar o que sentir toda la pesadez de estos vínculos para dejar de ver como un crimen la acción que los reducía; la naturaleza, como lo dijimos próximamente, dotando las mujeres de un temperamento más ardiente, de una sensibilidad más profunda que hizo individuos del otro sexo, era para ellas, seguramente, que el yugo de un hymen eterno era más pesado. Mujeres blandas y abarcadas del fuego del amor, compensan mantiene que sin temor; convencen que no puede existir ningún mal a seguir los impulsos de la naturaleza, que no es para un único hombre que las creó, pero para agradar indiferentemente a todos. Que ningún freno les detiene. Imite el republicanos de Grecia; nunca los legisladores que les dieron leyes no se imaginaron de hacerles un crimen del adulterio, y casi todos autorizaron el desorden de las mujeres. Thomas Morus prueba, en su Utopía, que es ventajoso a las mujeres suministrarse al vicio, y las ideas de este gran hombre no eran sueños todavía [11]. En los Tártaros, más una mujer se prostituía, más se honraba; llevaba públicamente al cuello las marcas de su impudicité, y no se consideraba no el que no no se decoraba. Al Pégu, las propias familias suministran a sus mujeres o a sus hijas a los extranjeros hay: se los alquila a tanto al día, ¡tan caballos y coches! Volúmenes por fin no bastarían a demostrar que nunca la lujuria no se dio por criminal en ningún del pueblo sabio de la tierra. Todos los filósofos saben que sólo a los impostores cristianos que debemos haberla creado en crimen. Los sacerdotes tenían bien su motivo, prohibiéndonos la lujuria: esta recomendación, reservándoles el conocimiento y la absolución de estos pecados secretos, su daba un increíble imperio sobre las mujeres y les abría una carrera de lubricité cuya amplitud no tenía no terminales. Se sabe cómo aprovecharon, y como abusarían aún si su crédito no se perdía sin recurso. ¿El inceste es más peligroso? No, seguramente; extiende los vínculos de las familias y vuelve por lo tanto más activo el amor de los ciudadanos para la patria; nos es dictado por las primeras leyes de la naturaleza, lo probamos, y el disfrute de los objetos que nos pertenecen nos pareció cada vez más delicioso. Las primeras instituciones favorecen el inceste; se lo encuentra en el origen de las sociedades; se consagra en todas las religiones; todas las leyes lo favorecieron. Si recorremos el universo, encontraremos el inceste establecido por todas partes. Los negros de la Costa de la Pimienta y RíoGabón prostituyen a sus mujeres a sus propios niños; el mayor de los hilos, al reino de Juda, debe casarse la mujer de su padre; el pueblo de Chile duerme indiferentemente con sus hermanas, sus hijas, y casan a menudo a la vez la madre y la muchacha. Me atrevo a asegurar, en una palabra, que el inceste debería ser la ley de todo Gobierno incluida la fraternidad hace la base. Cómo hombres. razonables pudieron llevar la absurdidad en el punto creer que el disfrute de su madre, ¡su hermana o su hija podría nunca convertirse en criminal! No es, se lo pido, ¿un abominable prejuicio a que el que parece hacer un crimen a un hombre de considerar más para su disfrute el objeto incluido el sentimiento de la naturaleza ella se acerca aún más? Valdría tanto decir que se nos defiende de gustar demasiado los individuos que la naturaleza nos ordena de gustar mejor, ¡y que más nos da de inclinaciones para un objeto más nos pide al mismo tiempo de alejarnosotros! Estas contrariedades son absurdas: sólo hay pueblo imbécil por la superstición que pueda creerlos o adoptarlos. La comunidad de las mujeres que establezco que impl

Publicado: 23 Mar 2007, 17:21
por vaevictis
Si asentais estas verdades sobre quimeras cristianas, como teníais la locura de hacerlo antes, apenas vuestros alumnos habrán reconocido la futilidad de las bases que harán aplastar el edificio, y pasarán a ser canallas solamente porque creerán que la religión que aplastaron defendía serlo. Haciéndoles sentir al contrario la necesidad de la virtud solamente porque su propia felicidad depende, serán honestos por egoísmo, y esta ley que regula a todos los hombres estará la más segura todavía de todas.

Cojonudo. Nunca lo habia visto asi. No el deber por el deber o por dios, sino por el beneficio propio, y por ende de todos; q mejor exusa para hacer lo correcto?me gusta porque no es una forma de pensar q implique hipotecar el presente en beneficio de un futuro glorioso (q nadie acaba ni acabara de ver) Voy por la mitad, pero he tenido q parar para decir esto. Buen texto