Amor o consumismo
Publicado: 28 Nov 2006, 17:26
Tal vez las palabras “amor” y “libertad” sean los dos vocablos más prostituidos, mistificados y fingidos en nuestra sociedad. El amor, dice Erich Fromm, es un arte que como tal requiere ser practicado, a él hay que consagrar tiempo y esfuerzos, de forma que uno pueda encontrarse a sí mismo y poder amar, de forma que se supere el fetichismo que nos reduce a las personas y a sus características en mercancías, y las relaciones en consumismo.
Los que son pobres de espiritu, no son capaces de amar y de ser libres, por culpa tanto de la organización social castrante en la que nos vemos envueltos como por culpa de la mutiladora moral prejuiciosa, autoritaria y posesiva, que basándose en el cruel juego del premio y castigo, el debe y haber, y en el remordimiento continuo, en esta plenitud de la civilización ha desembocado en lo que auguraba Freud: la infelicidad neurótica, incapaz para el amor y la libertad.
Volviendo a Fromm, experimentar el amor posesivamente, de la forma del “Tener” (contraria a la forma empática de “Ser”), tal y como hoy lo experimentamos implica “encerrar, aprisionar y dominar el objeto ‘amado’”, que es así cosificado (vuelto cosa, sujeto de posesión). Esta forma anti-libre convierte el supuesto ‘amor’ en algo “sofocante, debilitador, mortal, no dador de vida”, de tal forma que concluye Fromm que “lo que la gente llama amor la mayoría de las veces es un mal uso de la palabra, para ocultar que en realidad no se ama”.
Siendo esto así, ¿por qué nos mentimos a nosotros mismos? En esta sociedad de consumo en donde todo y todos somos mercancías sujetos de transacción comercial, cabe preguntarse si no será la aparente promiscuidad que nos quiere vender la televisión una forma más de consumismo compulsivo, carente de amor y llena de capricho, ansias de conquista y dominación. En esta sociedad donde el consumismo nunca nos da la felicidad, pero nos cobijamos siempre en él con la esperanza de que lo siguiente que tengamos sea al fin lo que dé sentido a nuestra vida, debemos preguntarnos si no serán, de igual modo, las “relaciones para toda la vida” autoengaños con los cuales ocultamos bajo la palabra (vaciada) amor una realidad de dependencia y de querer aferrarse a alguien que, cosificándolo, es así convertido e interpretado como la anhelada mercancía que nos libre de la agonía de la soledad, “un seguro de sexo y compañía de por vida” y algo con lo que afrontar la temida vejez preparatoria de la no asimilada muerte.
Sostenía Herbet Marcuse en Eros y Civilización que “la libre gratificación de las necesidades instintivas del hombre es incompatible con la sociedad civilizada”, donde la “renuncia y el retardo de la satisfacción son los prerrequisitos del progreso”. Ninguna revolución que anteponga el productivismo, la rentabilidad, la eficacia, la velocidad, la despersonalización a lo que son las necesidades psíquicas básicas del ser humano -el amor y la libertad- puede ser revolucionaria. No será más que una copia con diferente disfraz de esta triste realidad. Sólo una revolución basada en la liberación de los instintos, del amor libre, sin posesividad ni prejuicios burgueses y cristianos, será realmente revolucionaria.
Cuanto menos se quiere uno a sí mismo, menos amor puede sentir por los demás, y más se engaña uno en el “amor”.
Ekintza Zuzena
Salud
Los que son pobres de espiritu, no son capaces de amar y de ser libres, por culpa tanto de la organización social castrante en la que nos vemos envueltos como por culpa de la mutiladora moral prejuiciosa, autoritaria y posesiva, que basándose en el cruel juego del premio y castigo, el debe y haber, y en el remordimiento continuo, en esta plenitud de la civilización ha desembocado en lo que auguraba Freud: la infelicidad neurótica, incapaz para el amor y la libertad.
Volviendo a Fromm, experimentar el amor posesivamente, de la forma del “Tener” (contraria a la forma empática de “Ser”), tal y como hoy lo experimentamos implica “encerrar, aprisionar y dominar el objeto ‘amado’”, que es así cosificado (vuelto cosa, sujeto de posesión). Esta forma anti-libre convierte el supuesto ‘amor’ en algo “sofocante, debilitador, mortal, no dador de vida”, de tal forma que concluye Fromm que “lo que la gente llama amor la mayoría de las veces es un mal uso de la palabra, para ocultar que en realidad no se ama”.
Siendo esto así, ¿por qué nos mentimos a nosotros mismos? En esta sociedad de consumo en donde todo y todos somos mercancías sujetos de transacción comercial, cabe preguntarse si no será la aparente promiscuidad que nos quiere vender la televisión una forma más de consumismo compulsivo, carente de amor y llena de capricho, ansias de conquista y dominación. En esta sociedad donde el consumismo nunca nos da la felicidad, pero nos cobijamos siempre en él con la esperanza de que lo siguiente que tengamos sea al fin lo que dé sentido a nuestra vida, debemos preguntarnos si no serán, de igual modo, las “relaciones para toda la vida” autoengaños con los cuales ocultamos bajo la palabra (vaciada) amor una realidad de dependencia y de querer aferrarse a alguien que, cosificándolo, es así convertido e interpretado como la anhelada mercancía que nos libre de la agonía de la soledad, “un seguro de sexo y compañía de por vida” y algo con lo que afrontar la temida vejez preparatoria de la no asimilada muerte.
Sostenía Herbet Marcuse en Eros y Civilización que “la libre gratificación de las necesidades instintivas del hombre es incompatible con la sociedad civilizada”, donde la “renuncia y el retardo de la satisfacción son los prerrequisitos del progreso”. Ninguna revolución que anteponga el productivismo, la rentabilidad, la eficacia, la velocidad, la despersonalización a lo que son las necesidades psíquicas básicas del ser humano -el amor y la libertad- puede ser revolucionaria. No será más que una copia con diferente disfraz de esta triste realidad. Sólo una revolución basada en la liberación de los instintos, del amor libre, sin posesividad ni prejuicios burgueses y cristianos, será realmente revolucionaria.
Cuanto menos se quiere uno a sí mismo, menos amor puede sentir por los demás, y más se engaña uno en el “amor”.
Ekintza Zuzena
Salud