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El tintineo de la vela

Publicado: 14 May 2010, 12:43
por JeRiMo
El tintineo de la vela. La tesitura del iluminado: Tecnica y praxis de las formas del claroscuro. JeRiMo
La mejor vela es la de toda la vida: aquella que hacia unos 2 cms de diámetro tenía unos 15 o 20 de largo y la ratio entre mecha y cilindro era la adecuada. Disponía de suficiente mecha saliente para que la llama subiera hasta unos 5 cms de alto a veces con un hilo de cabriola que trataba de ir más arriba. Servía para acompañar la cena cuando los cortes de luz venían sin avisar y los instantes de oscuridad en el que se nos sumía servían para poner a prueba un ejercicio de invidentes tanteando hasta donde estaba la palmatoria de urgencias. Recuerdo aquellas veladas que se terminaban con luz de vela, hasta la hora de dormir si la avería general había sido grave. Una de las cosas que hacíamos era salir a la calle para calibrar el volumen del suceso. Si las luces del vecindario estaban apagadas es que la cosa, no había duda, era general, si las farolas del alumbrado público también estaban apagadas es que el apagón era muy, muy general. En casi toda Europa esas suspensiones de luz han pasado (tampoco pongo todos los dedos en el fuego para asegurarlo) a la historia. Hay que viajar por países tercermundistas para recordar esos episodios.
Con la normalización de fluido eléctrico (que se llamaba “la corriente” sin necesidad de mas especificación)-las velas caseras se fueron arrinconando hasta el punto de que raramente hay quien las tiene como emergencia por si sobreviene un corte. Se cuenta con otros recursos como las linternas, también se usaron los lumi-gas con bombonas o pantallas de luz accionadas por baterías que se puedan recargar. Las velas se tienen para dos grandes capítulos del consumo humano: para iluminar santos o muertos (que juegan en el mismo equipo)en iglesias y cementerios , y para acompañar veladas de romanticismo. Ya nadie las tiene como elemento para pasar sus nocturnidades a falta de electricidad. Vivir sin electricidad es tomado como troglodítico, el homosapiense no se puede permitir esto. Su concepción del cobijo del alto standing tiene que estar equipado con todos los tubos y fluidos de los que la modernidad ha dotado de tecnología y confort al habitante de las superficies urbanas convenientemente ubicado en uno de los agujeros de su enorme avispero. La electricidad ha significado confort en forma de calor o de aire acondicionado, con un armario para conservar, congelar o refrigerar alimentos. Con ella se activa toda clase de maquinaria, de ella depende la comunicación (telefonía, internáutica…). Los elevadores dependen de su suministro. Seria inconcebible la arquitectura vertical con tantas planteas sin los ascensores que deben su movimiento a su concurso. De la electricidad dependen los procedimientos para mantener los espacios secos, higiénicos y cómodos. El habitante urbanita lo tiene que tener todo impecable y en orden. Ramón Folch dice que es maniaco pretender cobijos totalmente asépticos. La naturaleza, aunque sea en formas insecto-conquistadoras tiende a ocuparla todo. Eso en un apartamento de una gran ciudad cuidado no es perceptible pero sí lo es en una casa de campo. La vida de camping o las pernoctas en bosques el senderista o nocturnario sabe que no es el amor y señor del lugar sino uno más que viene a compartir territorio con los demás. Si instala su tienda de nylon o su cabaña observará que pronto los demás vecinos vivos lo exploraran. Las telas anti mosquiteras o la estanqueidad impedirán esas visitas, de lo contrario compartirá espacio y si se descuida cama con bichitos de distintas especies. Al urbanita le asusta la noche, por eso se apresuró en iluminarlo todo, desde puntos de luz permanente encendidos en las habitaciones infantiles a sus calles. La electricidad se convirtió en algo tan poderoso que desde que se instaló no ha dejado de brillar una u otra incandescencia en un sitio y otro. Al rescatar de la oscuridad muchas calles también redujo la tasa de criminalidad. El criminal sigue con la praxis clásica de sus fechorías actuando sin ser visto para negar –llegado el momento de ser atrapado- lo que hizo y los daños que cometiera no queriendo asumir sus responsabilidades.
Estamos tan acostumbrados y educados para vivir existencias electrificadas que el solo hecho de pensar una vida sin ella se descarta. A principios del siglo pasado la reivindicación de la electricidad en Rusia como su extensión a todo lo que sería el territorio de la URSS sumió al país en un sobreesfuerzo industrial y energético considerable. La luz eléctrica puso el broche al proceso de modernización que empezó con la revolución industrial y con la fuerza activada con la máquina de vapor.
Cuando nos fuimos a vivir a una casa rural sin acometida eléctrica una de la primeras cosas que se nos planteó era como vivir sin luz con que iluminarnos por las noches, generalmente largas. La vida campesina logica es la que regula sus actividades con el ciclo de diurnidad-nocturnidad. La falta de luz es para estar en casa, acostarse temprano y levantarse temprano al amanecer. Nosotros, neo rurales y con hábitos menos vinculados a los ciclos naturales, prolongábamos nuestras veladas ayudados por distintos procedimientos: lámparas conectadas a las baterías recargadas por los coches, petroleros, y velas. Tengo el recuerdo en mi haber de fantásticas veladas a la luz tenue de las velas. Nunca he dejado de tenerlas como acompañantes silenciosos que creaban gratis piruetas en las paredes o realzaban aspectos de los objetos y caras en claroscuros misteriosos. Dados los precios de las velas originarias con el tiempo aprendí a construirlas por mi cuenta. Eso me inició en una especie de actividad esotérica que solo los hijos del sol pueden aspirar a entender. Un amigo me pasó una información crucial: que las velas de algunas iglesias se apagaban antes de agotarse completamente y que eso habría la hipótesis de que algunos curas traficaran con ese desfalco (un pecadillo) para reciclarlas. Puestos a reciclar nos apuntamos a la empresa de recogida de restos. Las bandejas de velas ante figuras de escayola ya eran en sí mismas receptáculos de cera que se había derretida. Todo conjuntando convenientemente licuado daba lugar para la fabricación de nuevas velas.
Paralelamente la producción de ellas de toda clase: las plastificadas en rojo o verde que sirven para tintinearse ante representaciones de santos o panteones de muertos y las olorosas y de tamaños considerables que se usan como adornos no ha parado de crecer. Es tal su profusión que unos pocos kilos de cera dan para muchísimas horas de vida meditativa y tertulias en las penumbras. A diferencia del petrolero que crea una dependencia con el suministrador de combustible (uno de los productos más nefastos para la contaminación medioambiental) que ensucia pronto y rápido la tulipa de humo, la vela proporciona un movimiento grácil, es limpia, mantiene permanentemente una llama encendida que es todo un icono simbólico y con suerte hasta atrapa algunos mosquitos irredentos dispuestos a chuparte la sangre.
Después de haber encendido cientos de velas en mi vida he descubierto que sus fabricantes tienen más en cuenta la forma que la función. A menudo la ratio entre la mecha y la cera circundante es inadecuada, de tal manera que se funde la parte interior pero no el contorno llegando un momento unos centímetros más abajo que la llama se mengua por la licuación que la supera y la ahoga. Con todo, hay que reconsiderar el esfuerzo de fabricantes de velas-casi- antorcha que no se apagan metidas en cuencos a ambos lados de la puerta de entrada de restaurants, algo que he visto en muchos sitios pero que recuerdo especialmente de Italia. También quien las tiene encendidas dentro de palmatorias con cristales de protección. Y es típica la escena de la vela en restaurants o cafeterías chic.
No todas las velas que se compran sirven para algo. Las peores son las pequeñas de iglesia que vienen en circulitos de aluminio y que solo consumen una tercera parte del material hasta quedar agotado el quemador. Ikea se ha especializado en vender cosas como este tipo de velas que son muy llamativas a la vista y poco practicas a la hora de la verdad (con sus muebles montables se puede decir otro tanto).
Para tener velas con tranquilidad que iluminen lo suficiente para cenas y veladas hasta altas horas de la madrugada lo ideal es que uno mismo se las construya. No es tan complicado. Lo mejor es ubicarlas en receptáculo abierto, con un diámetro de boca (las latas de caramelos o de mantequilla son ideales) de unos 8/9 cms. Si no hay otro remedio se puede mezclar con parafina. La mecha confeccionada con cordones de algodón se puede hacer más gruesa o menos calculada, con su puesta en práctica, según el diámetro envolvente. Si la llama es considerable hay que contar que al cabo de un tiempo (después de una o dos horas según cada caso) la licuación reduce la llama, ya que el volumen del líquido aumenta por el calor y sube, pero también puede extinguirla al hundirse. Previéndolo conviene tener varias encendidas de tal modo que unas turnen a otras para darles oportunidad a que se fragüen de nuevo durante sus relevos respectivos.
La vela además de iluminar tiene otras ventajas aleatorias: sirve para mantener la tetera semiplena en estado caliente o al menos tibio y sirve para juegos peri-sádicos en la cama. Es un objeto polivalente y de consumo mínimo, es una energía segura si no se la pone debajo de cortinas o con papel demasiado cerca que pueda ser incendiado. Es mínimamente contaminante, crea el espacio de decoración idóneo para determinados ambientes de intimidad, atenúa unas formas y engrandece otras, sirven para la meditación y para el relax. En cuanto al suministro no hay que pasar por los altos precios que piden por ellas (con el agravante de estar mal construidas) en tiendas new age, basta acudir a las proveedurías de templos y edificios de reposo de cadáveres. Sabemos de buena tinta que a los espíritus de los muertos les da igual ser iluminados en un punto que en otro. Hay quien teme a iluminarse con velas en una casa aislada o en medio del bosque por temor a que le vengan espíritus a investigar ese punto de luz. No hay problema. Los espíritus no molestan, algo que no se puede decir de los vivos.
Por si no se ha deducido una vela alumbra pero no proporciona la sabiduría del iluminado. Y al revés un iluminado no necesita la máxima exposición a la luz para ver claro. Sabe de qué va el mundo y por donde van sus pasos aún a tientas. La luz de la vela se integra como episodio poético sin por eso dejar de cumplir con la función de poner algo de luz a un espacio.