LA BALANZA Y LA TECNOLOGIA.
Publicado: 30 Nov 2009, 11:44
PERVERSION.
El 6 de agosto de 1945 la ciencia, al servicio de la política, culminó el peligro de años de servilismo. Empezando por Hiroshima, cientos de miles de seres humanos morían achicharrados bajo el poder de la energía nuclear. El veneno radiactivo se propagó a lo largo del tiempo, arrancando la vida de muchas más personas y condenando a otras tantas a padecimientos hasta el fin de sus días. El quince de agosto Japón firmaba la rendición incondicional y finalizaba la mayor catástrofe de la historia humana, la SGM.
La bomba atómica es la máxima expresión de la ciencia al servicio de la muerte. Pero no es la única. Un repaso sin demasiado interés por los medios de comunicación es suficiente para arruinar las ganas de vivir ante la denigrante emisión de gases nocivos a la atmósfera y el vertido de productos químicos al mar o la destrucción de bosques mediante maquinaria pesada, capaz de eliminar hectáreas ingentes de foresta en tiempos olímpicos. Industrias capaces de aniquilar toneladas de animales para satisfacer la gula carnívora, plantas controladas genéticamente, estructuras que esquilman los mares, por no hablar de sofisticadas herramientas al servicio del asesinato a secas: inquietantes bombas de racimo con diversos colores para aderezar las fiestas, minas anti persona que mutilan los cuerpos sin piedad, cohetes teledirigidos que si fallan vuelven a su objetivo o miras telescópicas láser para colocar las balas en sitios de lo más original. Y puestos a empobrecer más de medio mundo, ¿Por qué no lo hacemos también con el uranio?.
VIRTUD.
El mismo año que la bomba atómica hacía acto de presencia, Fleming recibía el premio Nóbel de medicina. Había descubierto y desarrollado la penicilina. Los beneficios para la humanidad de dicho descubrimiento son incalculables, salvo que seas alérgico a ella de tanto comer maíz transgénico.
El Alemán W.A Sertürner aisló los principios químicos de la morfina a principios del siglo XIX. Su descubrimiento abrió las puertas a las operaciones quirúrgicas sin dolor y beneficios insospechados para la calidad de vida de los seres humanos. Alguno dirá que acabó con numerosos puestos de trabajo y lo cierto es que el dentista ya no necesita varios ayudantes que sujeten al incauto beneficiario de sus servicios.
El teléfono y el avión redujeron el tamaño del planeta, los coches nos llevaron a lugares que antes solo podíamos imaginar, la fotografía nos regala el recuerdo de emotivos lugares o personas, la TV nos acerca a un mundo sin fronteras, Internet nos facilita la información y el porno que ni sabíamos que existía y el fuego nos dio calor, que junto a las flechas, facilitó las calorías necesarias para que nuestro cerebro se desarrollara y fuera consciente de si mismo. Y de su entorno. Por no hablar del palo de la fregona, el futbolín, el cascanueces, las patas de la mesa, colchones vicoelásticos o consoladores bisexuales.
BALANZA.
Si en una hipotética balanza comparásemos las virtudes y perversiones de la ciencia y la tecnología, sería imposible determinar cual pesa más, objetivamente. Cualitativamente el peso de la bomba atómica es muy superior en nuestras conciencias – o debería de serlo – aunque el número de muertes que provocó fuera muy inferior a las vidas que salva la penicilina.
Goering, Ministro del Reich nazi decía, entre pútrida opulencia, que él decidía, en su enfermiza megalomanía y a fin de suplir sus carencias humanas, ¡quién era judío!… En realidad, ¿quién era un judío?. ¿Que sujetos entraban dentro de dicha abstracción?. Digo abstracción porque todos los esfuerzos de la ciencia nazi al servicio de delimitar las características del judío fueron en vano. ¿Acaso la religión marcha en los genes?. Alguno del Opus sonreirá afirmativamente, pero que la estupidez sea hereditaria no es lo mismo.
Las categorías y definiciones son una labor convencional. Los parámetros de la realidad son entidades creadas por los humanos. Tenemos miedo a las armas cuando el peligro está en el dedo que aprieta el gatillo. Pero en abstracto, nos oponemos a las armas, como si quisiéramos evitar acusar a ese humano, congénere, que está ejerciendo su voluntad sobre el gatillo. Como si nos sintiéramos culpables por compartir especie con ese demente.
La balanza que juzga a la ciencia no es objetiva, los seres humanos – en ultima instancia los creadores de la ciencia y la tecnología y quienes deciden el sentido de su uso – pueden decantarla en un sentido positivo o negativo para la vida.
DESTRUCCION.
Cuando todos los días, a las siete de la mañana, el perro con tutú de la vecina nos asalta los pantalones, podríamos pisarle la cabeza. Sabemos que hablar con ese bicho con cara de traficante de la Guerra de las Galaxias es una pérdida de tiempo. No cabe duda de que la destrucción es un mecanismo para eliminar problemas en el acto…
Nuestro bello planeta está poblado por infinidad de especies y la humana tiene una virtud, la capacidad de decidir. Sin duda, nuestro comportamiento está marcado por la genética, pero a nivel estadístico. Un cielo encapotado augura lluvia, pero no siempre llueve. Somos los únicos seres sobre la tierra que podemos decidir sobre nuestras acciones en plenitud y con responsabilidad.
LIBERTAD.
La impotencia, las buenas intenciones y en muchos casos, la ignorancia, son un cóctel explosivo. Para bien o mal. La destrucción es un camino recto y cuesta abajo, fácil y sugerente.
Existen personas dispuestas a la destrucción, conscientes o no de sus consecuencias, a fin de solventar un problema. Es el caso de la tecnología y la ciencia, en el punto de mira de diversos movimientos ecologistas que ven en sus manifestaciones la clave que explica el deterioro brutal del entorno y futuro de todas las especies.
Abogan por su destrucción en mayor o menor grado y alegan que la propia naturaleza provee al ser humano de los medios necesarios para su subsistencia. Y así es. Al fin y al cabo el Ser Humano es parte de la naturaleza.
Asimismo, arguyen que la dificultad para “controlar” la deriva científica hacia intereses nocivos es más complejo que la simple y llana destrucción de la misma. Y, efectivamente, la dificultad para meter en vereda a todos estos sujetos que controlan el destino de la ciencia no es baladí.
El debate sobre las ventajas de vivir o no con tecnología tiende a infinito. Basta con que un sujeto prefiera vivir solo treinta años, como en el Neolítico, a cambio de no ver ni un coche en su vida para que no se deje convencer por ese otro sujeto que considera imprescindible viajar a lugares lejanos mediante el uso del avión.
Por el contrario, la postura que apunta a la destrucción de la tecnología, al amparo del razonamiento que remarca la dificultad para transformar el objeto y sentido de la ciencia, es ridícula. Por lo pronto, porque no es menos dificultosa la simple y llana destrucción… o ¿acaso las corporaciones públicas y privadas van a dejar por las buenas que el primero que pase por la puerta destruya sus intereses?. Pero además… ¿están dispuestos los miles de millones de gentes que pueblan el planeta a prescindir de la tecnología?. La respuesta sobra por obvia.
Sin embargo, somos libres y la realidad es que podemos hacer con nuestro futuro lo que nos de la gana. Creo más sencillo la promoción de medidas ecológicas tendentes a liberar ciencia y tecnología de sus aspectos nocivos que la simple y llana destrucción de la misma. Ello sin entrar a valorar las nefastas consecuencias de aniquilar los beneficios que facilita la ciencia y la tecnología.
CONCLUSION
La educación es la clave. Si el Ser Humano pide ecología, esas mismas corporaciones que ahora generan máquinas de destrucción facilitarán ecología.
Es cierto que el camino correcto es aniquilar el sistema, pero hasta entonces, lo adecuado es jugar con sus propias reglas y acaparar la consecución de pequeños logros, cuanto menos, para evitar que La Tierra esté tan destruida a la llegada de la sociedad ideal que pierda el sentido su salvación. Es mucho más fácil convencer a una persona para que haga un uso adecuado de un producto tecnológico que convencerla de que lo abandone.
Igual que hoy nadie discute sobre las políticas encaminadas al bienestar del Diplodocus, el debate sobre las conveniencias y formas de vida está abierto y es necesario, pero el principal objetivo debe dirigirse a conservar el entorno para que dicho debate tenga sentido en el futuro. Empujemos la balanza hacia la virtud.
http://jonariza.wordpress.com/2009/11/3 ... /#more-121
Salud.
El 6 de agosto de 1945 la ciencia, al servicio de la política, culminó el peligro de años de servilismo. Empezando por Hiroshima, cientos de miles de seres humanos morían achicharrados bajo el poder de la energía nuclear. El veneno radiactivo se propagó a lo largo del tiempo, arrancando la vida de muchas más personas y condenando a otras tantas a padecimientos hasta el fin de sus días. El quince de agosto Japón firmaba la rendición incondicional y finalizaba la mayor catástrofe de la historia humana, la SGM.
La bomba atómica es la máxima expresión de la ciencia al servicio de la muerte. Pero no es la única. Un repaso sin demasiado interés por los medios de comunicación es suficiente para arruinar las ganas de vivir ante la denigrante emisión de gases nocivos a la atmósfera y el vertido de productos químicos al mar o la destrucción de bosques mediante maquinaria pesada, capaz de eliminar hectáreas ingentes de foresta en tiempos olímpicos. Industrias capaces de aniquilar toneladas de animales para satisfacer la gula carnívora, plantas controladas genéticamente, estructuras que esquilman los mares, por no hablar de sofisticadas herramientas al servicio del asesinato a secas: inquietantes bombas de racimo con diversos colores para aderezar las fiestas, minas anti persona que mutilan los cuerpos sin piedad, cohetes teledirigidos que si fallan vuelven a su objetivo o miras telescópicas láser para colocar las balas en sitios de lo más original. Y puestos a empobrecer más de medio mundo, ¿Por qué no lo hacemos también con el uranio?.
VIRTUD.
El mismo año que la bomba atómica hacía acto de presencia, Fleming recibía el premio Nóbel de medicina. Había descubierto y desarrollado la penicilina. Los beneficios para la humanidad de dicho descubrimiento son incalculables, salvo que seas alérgico a ella de tanto comer maíz transgénico.
El Alemán W.A Sertürner aisló los principios químicos de la morfina a principios del siglo XIX. Su descubrimiento abrió las puertas a las operaciones quirúrgicas sin dolor y beneficios insospechados para la calidad de vida de los seres humanos. Alguno dirá que acabó con numerosos puestos de trabajo y lo cierto es que el dentista ya no necesita varios ayudantes que sujeten al incauto beneficiario de sus servicios.
El teléfono y el avión redujeron el tamaño del planeta, los coches nos llevaron a lugares que antes solo podíamos imaginar, la fotografía nos regala el recuerdo de emotivos lugares o personas, la TV nos acerca a un mundo sin fronteras, Internet nos facilita la información y el porno que ni sabíamos que existía y el fuego nos dio calor, que junto a las flechas, facilitó las calorías necesarias para que nuestro cerebro se desarrollara y fuera consciente de si mismo. Y de su entorno. Por no hablar del palo de la fregona, el futbolín, el cascanueces, las patas de la mesa, colchones vicoelásticos o consoladores bisexuales.
BALANZA.
Si en una hipotética balanza comparásemos las virtudes y perversiones de la ciencia y la tecnología, sería imposible determinar cual pesa más, objetivamente. Cualitativamente el peso de la bomba atómica es muy superior en nuestras conciencias – o debería de serlo – aunque el número de muertes que provocó fuera muy inferior a las vidas que salva la penicilina.
Goering, Ministro del Reich nazi decía, entre pútrida opulencia, que él decidía, en su enfermiza megalomanía y a fin de suplir sus carencias humanas, ¡quién era judío!… En realidad, ¿quién era un judío?. ¿Que sujetos entraban dentro de dicha abstracción?. Digo abstracción porque todos los esfuerzos de la ciencia nazi al servicio de delimitar las características del judío fueron en vano. ¿Acaso la religión marcha en los genes?. Alguno del Opus sonreirá afirmativamente, pero que la estupidez sea hereditaria no es lo mismo.
Las categorías y definiciones son una labor convencional. Los parámetros de la realidad son entidades creadas por los humanos. Tenemos miedo a las armas cuando el peligro está en el dedo que aprieta el gatillo. Pero en abstracto, nos oponemos a las armas, como si quisiéramos evitar acusar a ese humano, congénere, que está ejerciendo su voluntad sobre el gatillo. Como si nos sintiéramos culpables por compartir especie con ese demente.
La balanza que juzga a la ciencia no es objetiva, los seres humanos – en ultima instancia los creadores de la ciencia y la tecnología y quienes deciden el sentido de su uso – pueden decantarla en un sentido positivo o negativo para la vida.
DESTRUCCION.
Cuando todos los días, a las siete de la mañana, el perro con tutú de la vecina nos asalta los pantalones, podríamos pisarle la cabeza. Sabemos que hablar con ese bicho con cara de traficante de la Guerra de las Galaxias es una pérdida de tiempo. No cabe duda de que la destrucción es un mecanismo para eliminar problemas en el acto…
Nuestro bello planeta está poblado por infinidad de especies y la humana tiene una virtud, la capacidad de decidir. Sin duda, nuestro comportamiento está marcado por la genética, pero a nivel estadístico. Un cielo encapotado augura lluvia, pero no siempre llueve. Somos los únicos seres sobre la tierra que podemos decidir sobre nuestras acciones en plenitud y con responsabilidad.
LIBERTAD.
La impotencia, las buenas intenciones y en muchos casos, la ignorancia, son un cóctel explosivo. Para bien o mal. La destrucción es un camino recto y cuesta abajo, fácil y sugerente.
Existen personas dispuestas a la destrucción, conscientes o no de sus consecuencias, a fin de solventar un problema. Es el caso de la tecnología y la ciencia, en el punto de mira de diversos movimientos ecologistas que ven en sus manifestaciones la clave que explica el deterioro brutal del entorno y futuro de todas las especies.
Abogan por su destrucción en mayor o menor grado y alegan que la propia naturaleza provee al ser humano de los medios necesarios para su subsistencia. Y así es. Al fin y al cabo el Ser Humano es parte de la naturaleza.
Asimismo, arguyen que la dificultad para “controlar” la deriva científica hacia intereses nocivos es más complejo que la simple y llana destrucción de la misma. Y, efectivamente, la dificultad para meter en vereda a todos estos sujetos que controlan el destino de la ciencia no es baladí.
El debate sobre las ventajas de vivir o no con tecnología tiende a infinito. Basta con que un sujeto prefiera vivir solo treinta años, como en el Neolítico, a cambio de no ver ni un coche en su vida para que no se deje convencer por ese otro sujeto que considera imprescindible viajar a lugares lejanos mediante el uso del avión.
Por el contrario, la postura que apunta a la destrucción de la tecnología, al amparo del razonamiento que remarca la dificultad para transformar el objeto y sentido de la ciencia, es ridícula. Por lo pronto, porque no es menos dificultosa la simple y llana destrucción… o ¿acaso las corporaciones públicas y privadas van a dejar por las buenas que el primero que pase por la puerta destruya sus intereses?. Pero además… ¿están dispuestos los miles de millones de gentes que pueblan el planeta a prescindir de la tecnología?. La respuesta sobra por obvia.
Sin embargo, somos libres y la realidad es que podemos hacer con nuestro futuro lo que nos de la gana. Creo más sencillo la promoción de medidas ecológicas tendentes a liberar ciencia y tecnología de sus aspectos nocivos que la simple y llana destrucción de la misma. Ello sin entrar a valorar las nefastas consecuencias de aniquilar los beneficios que facilita la ciencia y la tecnología.
CONCLUSION
La educación es la clave. Si el Ser Humano pide ecología, esas mismas corporaciones que ahora generan máquinas de destrucción facilitarán ecología.
Es cierto que el camino correcto es aniquilar el sistema, pero hasta entonces, lo adecuado es jugar con sus propias reglas y acaparar la consecución de pequeños logros, cuanto menos, para evitar que La Tierra esté tan destruida a la llegada de la sociedad ideal que pierda el sentido su salvación. Es mucho más fácil convencer a una persona para que haga un uso adecuado de un producto tecnológico que convencerla de que lo abandone.
Igual que hoy nadie discute sobre las políticas encaminadas al bienestar del Diplodocus, el debate sobre las conveniencias y formas de vida está abierto y es necesario, pero el principal objetivo debe dirigirse a conservar el entorno para que dicho debate tenga sentido en el futuro. Empujemos la balanza hacia la virtud.
http://jonariza.wordpress.com/2009/11/3 ... /#more-121
Salud.