Carreras de kilos y `Operación Bikini´
Publicado: 26 Jun 2007, 08:58
Carreras de kilos y ’operación bikini’
Belén Macías Marín / Redacción
Más allá de historias clínicas individuales, la anorexia y la bulimia son el extremo de la obsesión generalizada por el cuerpo delgado y joven, la evidencia encarnada de un trastorno social.
“¡Venga chicas! El lunes empieza la carrera, ya falta poko! ¡Suerte a todas! ¡Lo lograremos!”. Estos son los ánimos entusiastas de una cibernauta para comenzar una gymkana de torturas autoimpuestas, que suele durar una semana, más común en la red de lo que cualquiera pueda pensar: las carreras de kilos. Apuntan su peso y altura al empezar, y el peso ‘meta’ con el que quieren acabar la carrera. Un ejemplo: “edad: 15. Peso inicial: 51. Altura: 1,54. Meta para esta carrera: 49. Meta final: 47”. Por el camino se cuentan lo que comen, aunque la mayoría intenta no comer nada: “desayuno: nada; comida: un chicle y un zumo: agua de piña sin calorías”. Cuando les puede el hambre desfallecen, se pegan ‘atracones’ o simplemente comen algo más y vomitan (“comí pollo con arroz, pero lo saqué para no sentirme mal todo el día”). Estas mariposas y princesas, como se llaman entre ellas, buscan ayuda en la comunidad ‘ana’ (así se identifican las anoréxicas) y ‘mía’ (sobrenombre por el que se identifican las bulímicas), apoyo, comprensión, información y trucos de todo tipo: “No te arropes, pasar frío quema calorías”, “no te laves los dientes después de vomitar, extenderás el jugo gástrico”, “sed discretas o se darán cuenta de que queréis ser anas...”. Estas páginas no son nuevas. Las autoridades, escandalizadas, cierran muchas por atentar contra la salud pública. Al tiempo, proliferan otros muchos foros donde vuelven a encontrarse las ‘pobres niñas trastornadas’.
Ahora bien, si una de las ‘anas’ o ‘mías’ en cuestión apagara el ordenador y saliera a la calle, encontraría una media de dos carteles publicitarios de delgadísimas mujeres en bikini por manzana, imágenes que ocupan las calles cual plaga veraniega. Si encendiera la tele, sólo una tanda publicitaria reforzaría todas sus aprehensiones, miedos y vergüenzas. Otros programas que podría alcanzar a ver son Cambio Radical (Antena 3) o Desnudas (Cuatro), versión macarra una y naif otra de cómo ponerte ‘guapa’ a golpe de bisturí o peluquero. Si aún conservara algo de juicio y fuera a merendar, se encontraría con que los productos que lleva consumiendo todo el año (cereales, pan de molde, yogures) vienen ahora tatuados con “planes 15 días” u “operaciones bikini” para “ponerse a punto para el verano”, versiones adultas y suavizadas de sus carreras de kilos, legítimas, normalizadas y publicitadas por la gigantesca industria que vive de la obsesión generalizada por el cuerpo delgado, joven, sin arrugas, pelos o protuberancias. ¿Quién está más trastornado en esta historia?
Los trastornos del comportamiento alimentario suelen ser tratados de forma banal, ajena al estilo de vida consumista que los provoca: el tema perfecto para rellenar con un punto de morbo algunas páginas de un suplemento dominical. La anorexia y la bulimia no son sólo casos clínicos individuales. Se trata de trastornos socioculturales, el extremo de un proceso que viven muchas mujeres, y cada vez más hombres, que evidencia un profundo malestar social (como lo hace la violencia contra las mujeres o la infantil). Numerosos estudios sobre estos trastornos coinciden en que cerca de un 75% de las mujeres hacen o han hecho dieta para controlar su peso. Es más normal haber estado a régimen que no haberlo hecho nunca. Paradójico. En la sociedad del consumo, la opulencia y la sobrealimentación, muchos intentan ingerir cada vez menos. Y lógico, las mujeres en esta esquizofrenia colectiva se enfrentan al ideal de ocupar cada vez menos espacio físico, destinadas de nuevo a desaparecer. El discurso único de la feminidad, la belleza y la felicidad exportado por los países ricos, propaganda política y económica necesaria para mantener la máquina en marcha, ha creado un panóptico perfecto. Gracias a dicha violencia simbólica, son las propias mujeres las más estrictas guardianas de este control social: ellas las que se inflingen castigos como el hambre, el ejercicio desmedido, las dietas relámpago o las diversas mutilaciones en las clínicas de cirugía.
http://www.diagonalperiodico.net/article4172.html
Belén Macías Marín / Redacción
Más allá de historias clínicas individuales, la anorexia y la bulimia son el extremo de la obsesión generalizada por el cuerpo delgado y joven, la evidencia encarnada de un trastorno social.
“¡Venga chicas! El lunes empieza la carrera, ya falta poko! ¡Suerte a todas! ¡Lo lograremos!”. Estos son los ánimos entusiastas de una cibernauta para comenzar una gymkana de torturas autoimpuestas, que suele durar una semana, más común en la red de lo que cualquiera pueda pensar: las carreras de kilos. Apuntan su peso y altura al empezar, y el peso ‘meta’ con el que quieren acabar la carrera. Un ejemplo: “edad: 15. Peso inicial: 51. Altura: 1,54. Meta para esta carrera: 49. Meta final: 47”. Por el camino se cuentan lo que comen, aunque la mayoría intenta no comer nada: “desayuno: nada; comida: un chicle y un zumo: agua de piña sin calorías”. Cuando les puede el hambre desfallecen, se pegan ‘atracones’ o simplemente comen algo más y vomitan (“comí pollo con arroz, pero lo saqué para no sentirme mal todo el día”). Estas mariposas y princesas, como se llaman entre ellas, buscan ayuda en la comunidad ‘ana’ (así se identifican las anoréxicas) y ‘mía’ (sobrenombre por el que se identifican las bulímicas), apoyo, comprensión, información y trucos de todo tipo: “No te arropes, pasar frío quema calorías”, “no te laves los dientes después de vomitar, extenderás el jugo gástrico”, “sed discretas o se darán cuenta de que queréis ser anas...”. Estas páginas no son nuevas. Las autoridades, escandalizadas, cierran muchas por atentar contra la salud pública. Al tiempo, proliferan otros muchos foros donde vuelven a encontrarse las ‘pobres niñas trastornadas’.
Ahora bien, si una de las ‘anas’ o ‘mías’ en cuestión apagara el ordenador y saliera a la calle, encontraría una media de dos carteles publicitarios de delgadísimas mujeres en bikini por manzana, imágenes que ocupan las calles cual plaga veraniega. Si encendiera la tele, sólo una tanda publicitaria reforzaría todas sus aprehensiones, miedos y vergüenzas. Otros programas que podría alcanzar a ver son Cambio Radical (Antena 3) o Desnudas (Cuatro), versión macarra una y naif otra de cómo ponerte ‘guapa’ a golpe de bisturí o peluquero. Si aún conservara algo de juicio y fuera a merendar, se encontraría con que los productos que lleva consumiendo todo el año (cereales, pan de molde, yogures) vienen ahora tatuados con “planes 15 días” u “operaciones bikini” para “ponerse a punto para el verano”, versiones adultas y suavizadas de sus carreras de kilos, legítimas, normalizadas y publicitadas por la gigantesca industria que vive de la obsesión generalizada por el cuerpo delgado, joven, sin arrugas, pelos o protuberancias. ¿Quién está más trastornado en esta historia?
Los trastornos del comportamiento alimentario suelen ser tratados de forma banal, ajena al estilo de vida consumista que los provoca: el tema perfecto para rellenar con un punto de morbo algunas páginas de un suplemento dominical. La anorexia y la bulimia no son sólo casos clínicos individuales. Se trata de trastornos socioculturales, el extremo de un proceso que viven muchas mujeres, y cada vez más hombres, que evidencia un profundo malestar social (como lo hace la violencia contra las mujeres o la infantil). Numerosos estudios sobre estos trastornos coinciden en que cerca de un 75% de las mujeres hacen o han hecho dieta para controlar su peso. Es más normal haber estado a régimen que no haberlo hecho nunca. Paradójico. En la sociedad del consumo, la opulencia y la sobrealimentación, muchos intentan ingerir cada vez menos. Y lógico, las mujeres en esta esquizofrenia colectiva se enfrentan al ideal de ocupar cada vez menos espacio físico, destinadas de nuevo a desaparecer. El discurso único de la feminidad, la belleza y la felicidad exportado por los países ricos, propaganda política y económica necesaria para mantener la máquina en marcha, ha creado un panóptico perfecto. Gracias a dicha violencia simbólica, son las propias mujeres las más estrictas guardianas de este control social: ellas las que se inflingen castigos como el hambre, el ejercicio desmedido, las dietas relámpago o las diversas mutilaciones en las clínicas de cirugía.
http://www.diagonalperiodico.net/article4172.html