Nochebuena del 2050 (I)
Publicado: 29 Dic 2006, 11:35
John Michael Greer (*)
Los humanos damos sentido a nuestras vidas contando historias, y las herramientas de la narrativa de ficción tienen un gran valor a la hora de poner los hechos en contexto, especialmente cuando el contexto es algo tan desconocido como las secuelas del cenit del petróleo para la mayor parte de la gente del mundo industrializado. Por eso he esbozado un par de ideas sobre como puede ser la vida para una familia media americana en el futuro desindustrializado. Nos encontramos en el 2050, unos 40 años después del cenit del petróleo, durante un respiro a una de las primeras olas de debacle catabólica.
*****
Jane metió el pastel en el horno, ajustó el cronómetro y se permitió una sonrisa. Aunque se apellidaba "Mediano", por cortesía de algún empleado de inmigración en la isla de Ellis, que confundió el apellido eslavo del tatarabuelo de su marido, se sintió mejor que la media en aquellas Navidades. De hecho se sentía afortunada. Habían conseguido un pavo para el Día de Acción de Gracias y un jamón navideño, por primera vez desde la guerra, y aunque habían tenido que ir ahorrando en cupones de racionamiento durante todo el año para poder lograrlo, tampoco se lamentaba de todas esas cenas a base de calabacines y alubias de la granja. Había regalos para los niños, velas en la mesa, y alimentos de sobra para todos: como en los viejos tiempos.
Por primera vez en años, todo parecía que iba bien y el futuro no parecía tan amenazador. Ella y Joe tenían buenos trabajos en una planta recicladora de metales; ella hacía labores contables, y a él le acababan de ascender para capataz en su turno de trabajo. Nada de lo que hacía su empresa estaba a punto de alcazar un cenit como el del petróleo años antes, por lo que sus actuales ocupaciones se mantendrían por un tiempo. La inflación había bajado hasta el 20% por año desde la última reforma monetaria, lo cual ya supuso un gran logro. El alimento aun era caro, pero al menos podías contar con él, y la electricidad era más barata desde que la nueva planta de energía solar se instaló la pasada primavera. En definitiva, las cosas marchaban.
"¿Cariño?" se oyó a Joe, llamando desde el salón. "Todo el mundo está listo".
"El pastel ya está. Ya voy," respondió mientras se quitaba la manopla para el horno y salía de la cocina hacia el salón donde Joe y los niños la esperaban.
Los recuerdos de la niñez de Jane chocaron contra la pequeña estancia en forma de cuarto de estar, con su única bombilla alumbrando desnuda y la radio sonando música navideña desde una esquina. Hasta entonces, Navidad significaba nieve, luces de colores, el aroma balsámico del árbol de Navidad, montones de familiares venidos de todos los sitios, ruido del entretenimiento de la televisión y los videojuegos como fondo. Todo eso se había acabado, por supuesto. Jane no había vuelto a ver la nieve desde el repunte del metano del año 24, que volvió al clima totalmente azaroso. La electricidad era demasiado cara como para gastar en luces navideñas, y nadie corta árboles estos días, aunque ya no supone un delito con penas en campo de trabajo, como cuando el fuel se agotó durante la guerra. Viajar atravesando el país era ya propio de soldados, prisioneros, agentes gubernamentales, y los muy ricos. La televisión también era demasiado cara para el común de la gente, el gobierno y el ejército acapararon lo que quedaba de internet después de la guerra electrónica y la escasez de energía eléctrica terminó con el resto. Aun así, había postales y decoración en el estante navideño, y calcetines para colgar de la chimenea.
Siempre abrían un regalo especial cada Nochebuena, pero los calcetines tenían que salir primero, lo que traía tristes recuerdos. Ella y Joe colocaron los suyos y se apartaron para dejar paso a Joe junior. Tenía tres calcetines en sus manos: uno para él mismo y dos para los niños que habían perdido. Con toda la solemnidad que un niño de doce años puede aparentar, puso los calcetines en sus ganchos: uno para él, otro para Cathy, que murió a los tres años de una neumonía resistente a los antibióticos y otro para Brett, que murió a la edad de ocho cuando unas fiebres hemorrágicas aparecieron en el año 45. También se apartó y se volvió para mirar a los cuatro que se encontraban allí.
Molly no era hija de Jane, aunque a veces les costaba tener que recordarlo. Ella era la hija de sus amigos Bill y Erica. Bill era broker de la bolsa de futuros financieros al que pillaron destruyendo información en el crack del 41, así que fue a un campo de trabajo y murió allí. Su mujer que estaba embarazada fue a vivir con Jane y Joe, dando a luz a Molly, y murió de la misma epidemia que Brett. Así que Molly tenía tres calcetines para colgar, también. Era muy pequeña a sus ocho años y tuvo que estirarse para poder colocar los calcetines en sus ganchos.
Una vez que los calcetines estaban todos en su sitio, Joe cruzó la habitación hacia su sillón, se sentó con una mueca, y cogió cuatro pequeños paquetes de debajo de la mesa del extremo con el mismo aire del mago que saca el conejo de la chistera. Cada una estaba envuelta en un trozo de tela brillante. Jane recordó el papel de regalo en su juventud, que se usaba una vez y se tiraba, y se preguntaba por qué nadie incluso en esos días ponía inconveniente a ese dispendio. ¿No tenía la gente nada mejor que hacer con todo el dinero que solían tener?. Jane era mas sensata; una vez que los regalos de la familia Mediano se habían desenvuelto, los envoltorios de tela volvían al cajón de donde habían salido.
Joe Junior fue el primero en desempaquetar su regalo. "Que chachi", expresó en tono comedido. "Míralo". La regla de cálculo relucía según desplazaba su parte móvil por entre los números. Tenía talento para las matemáticas, según decían sus maestros, y había ganado una regla de cálculo económica en un concurso cuando el Gobierno lanzó una Iniciativa Sostenible hace dos años. El Gobierno estaba siempre lanzando Iniciativas Sostenibles, pero esta tenía de hecho algún sentido: las calculadoras electrónicas de bolsillo cuestan más o menos lo que un mes de salario actualmente, y se dice que algunos de sus los minerales utilizados como componentes estaban a punto de alcanzar su cenit de extracción. Jane sabía lo que eso significaba, por lo que ella y Joe estaban trabajando horas extras para conseguir una profesional para Joe Junior. Necesitaría destrezas técnicas y un trabajo que le eximiera de ir al ejército, ya que los que iban al ejército volvían a casa mutilados o muertos con demasiada frecuencia como para conseguir alguna oportunidad.
Los envoltorios del regalo de Molly fueron abiertos poco después para descubrir dos libros con cubierta colorida pero endeble. Jane observó el atisbo de decepción antes de que la niña forzara una sonrisa. Molly no había alcanzado las notas de corte para acceder a la escuela normal, y desde la guerra, eso significaba no ir a la escuela a no ser que consiguiera aumentar su puntuación para el siguiente año. Era una chica muy brillante para las cosas prácticas, y buena para las matemáticas, pero la lectura era su asignatura pendiente. Una de las ancianas del lugar que se mantenían a base de cuidar y enseñar a los niños del barrio afirmaba que Molly sufría dislexia, pero lo que significaba y como tratarla, era algo totalmente desconocido para Jane. Le dio a Molly un fuerte abrazo, con la esperanza de que lo entendiera.
Ella y Joe abrieron sus regalos, sabiendo que cada uno de ellos contenía algo que ya tenían, una de las corbatas de Joe y unos pendientes de Jane, envueltos a última hora de la noche de forma que los niños no los descubrieran. Después de la regla de cálculo, los libros de Molly, y el jamón, ya no había dinero para más lujos. El resto de los regalos, los que estaban preparados para la mañana, era ropa y otras necesidades. Siempre lo eran; tendrían que llegar mejores tiempos para cambiar eso.
Un repique de la cocina captó la atención de todos. "Esa es la tarta", dijo. "Esa es la tarta", dijo. "El primero que ayude a poner la mesa recibirá una ración extra." La ración fue para Molly, claro, aunque Joe Junior siguió el juego, corriendo hasta la cocina y luego perdiendo a posta. Jane y Joe les siguieron a un paso menos acelerado. Entre los cuatro pusieron la mesa en minutos: melón con jamón, patatas asadas, repollo, puré de zanahoria, un plato de dulces caseros navideños, y la tarta de calabaza humeando aun sobre la encimera: había más comida reunida que todo lo que Jane pudo pensar que volvería a ver durante la guerra, suficiente para quedar todos más que llenos, para variar. La vajilla y los cubiertos de plata eran de Bill y Erica, todo recuerdos del siglo XX.
Dieron la bendición de rigor, un viejo hábito que no habían abandonado. Jane y Joe pertenecieron en su día a una de esas iglesias cristianas, pero lo fueron dejando a medida que lo que quedaba de religión se desvió hacia la propaganda política a favor de una de los partidos de preguerra, no recuerda cual de ellos. Ahora se podían ver muchas iglesias completamente vacías o reconvertidas hacia otros usos. La mayor parte de la gente realmente religiosa que conocía Jane pertenecían a alguna otra fe, Budista, Gaiana, Siete Poderes, o vete a saber. Se había planteado más de una vez ir a la iglesia Gaiana al final de la calle. Los Gaianos se cuidaban por sí mismos, y eso le atraía mucho.
Mientras llenaba los platos de comida, echó un vistazo por la ventana. La lluvia de este diciembre templado salpicaba los cristales, difuminando las ventanas del edificio de apartamentos al otro lado de la calle en una especie de rectángulos amarillos y convertía las calles sin iluminación en verdaderas tinieblas. Joe Junior charlaba sobre su regla de cálculo y sobre sus esperanzas de conseguir unas prácticas junto a un ingeniero algún día. Jane se fijó fugazmente en Molly al otro lado de la mesa, y vio como pasaba de la sonrisa forzada al aspecto más familiar de decepción en sus ojos.
De alguna forma algo así es lo que le traían los recuerdos que le afloraban: memorias de las Navidades durante la infancia de Jane, cuando su familia vivía un una casa de las afueras suburbanas y el mundo todavía parecía funcionar. Recordaba los muñecos de nieve en el patio y deslizamientos calle abajo; el gran árbol de Navidad en la esquina del cuarto de estar que era de por sí más grande que el apartamento donde vivían ahora, reluciendo con luces y decorado; cenas en las que las sobras eran más de lo que cualquiera podía comer; conduciendo, ¡en un coche como los ricos!, hacia una lugar muy iluminado y en las afueras denominado centro comercial, donde cualquier cosa que pudieras pensar se podía comprar con dinero que ni tan siquiera habías ganado aun; regalos que no tenía ningún uso en el mundo más allá del mero placer de llevarlo a la vista de un niño; todos los más extravagantes dones de un mundo que ya no existía más.
Sus ojos se le llenaron de lágrimas, pero eran lágrimas de ira. ¿Por qué, maldita sea?. Lanzaba la pregunta a sus recuerdos, a las caras limpias y bien alimentadas de su niñez. ¿Por qué tuviste que derrochar tanto y dejar tan poco?.
Joe vio las lágrimas, pero las malinterpretó. "Bonito, ¿verdad?, como en los viejos tiempos".
Le costó mantener la sonrisa. "Si. Claro que sí".
(*) John Michael Greer es Gran Archidruida de la Antigua Orden de los Druidas de América (AODA) y autor de una docena de libros.
Los humanos damos sentido a nuestras vidas contando historias, y las herramientas de la narrativa de ficción tienen un gran valor a la hora de poner los hechos en contexto, especialmente cuando el contexto es algo tan desconocido como las secuelas del cenit del petróleo para la mayor parte de la gente del mundo industrializado. Por eso he esbozado un par de ideas sobre como puede ser la vida para una familia media americana en el futuro desindustrializado. Nos encontramos en el 2050, unos 40 años después del cenit del petróleo, durante un respiro a una de las primeras olas de debacle catabólica.
*****
Jane metió el pastel en el horno, ajustó el cronómetro y se permitió una sonrisa. Aunque se apellidaba "Mediano", por cortesía de algún empleado de inmigración en la isla de Ellis, que confundió el apellido eslavo del tatarabuelo de su marido, se sintió mejor que la media en aquellas Navidades. De hecho se sentía afortunada. Habían conseguido un pavo para el Día de Acción de Gracias y un jamón navideño, por primera vez desde la guerra, y aunque habían tenido que ir ahorrando en cupones de racionamiento durante todo el año para poder lograrlo, tampoco se lamentaba de todas esas cenas a base de calabacines y alubias de la granja. Había regalos para los niños, velas en la mesa, y alimentos de sobra para todos: como en los viejos tiempos.
Por primera vez en años, todo parecía que iba bien y el futuro no parecía tan amenazador. Ella y Joe tenían buenos trabajos en una planta recicladora de metales; ella hacía labores contables, y a él le acababan de ascender para capataz en su turno de trabajo. Nada de lo que hacía su empresa estaba a punto de alcazar un cenit como el del petróleo años antes, por lo que sus actuales ocupaciones se mantendrían por un tiempo. La inflación había bajado hasta el 20% por año desde la última reforma monetaria, lo cual ya supuso un gran logro. El alimento aun era caro, pero al menos podías contar con él, y la electricidad era más barata desde que la nueva planta de energía solar se instaló la pasada primavera. En definitiva, las cosas marchaban.
"¿Cariño?" se oyó a Joe, llamando desde el salón. "Todo el mundo está listo".
"El pastel ya está. Ya voy," respondió mientras se quitaba la manopla para el horno y salía de la cocina hacia el salón donde Joe y los niños la esperaban.
Los recuerdos de la niñez de Jane chocaron contra la pequeña estancia en forma de cuarto de estar, con su única bombilla alumbrando desnuda y la radio sonando música navideña desde una esquina. Hasta entonces, Navidad significaba nieve, luces de colores, el aroma balsámico del árbol de Navidad, montones de familiares venidos de todos los sitios, ruido del entretenimiento de la televisión y los videojuegos como fondo. Todo eso se había acabado, por supuesto. Jane no había vuelto a ver la nieve desde el repunte del metano del año 24, que volvió al clima totalmente azaroso. La electricidad era demasiado cara como para gastar en luces navideñas, y nadie corta árboles estos días, aunque ya no supone un delito con penas en campo de trabajo, como cuando el fuel se agotó durante la guerra. Viajar atravesando el país era ya propio de soldados, prisioneros, agentes gubernamentales, y los muy ricos. La televisión también era demasiado cara para el común de la gente, el gobierno y el ejército acapararon lo que quedaba de internet después de la guerra electrónica y la escasez de energía eléctrica terminó con el resto. Aun así, había postales y decoración en el estante navideño, y calcetines para colgar de la chimenea.
Siempre abrían un regalo especial cada Nochebuena, pero los calcetines tenían que salir primero, lo que traía tristes recuerdos. Ella y Joe colocaron los suyos y se apartaron para dejar paso a Joe junior. Tenía tres calcetines en sus manos: uno para él mismo y dos para los niños que habían perdido. Con toda la solemnidad que un niño de doce años puede aparentar, puso los calcetines en sus ganchos: uno para él, otro para Cathy, que murió a los tres años de una neumonía resistente a los antibióticos y otro para Brett, que murió a la edad de ocho cuando unas fiebres hemorrágicas aparecieron en el año 45. También se apartó y se volvió para mirar a los cuatro que se encontraban allí.
Molly no era hija de Jane, aunque a veces les costaba tener que recordarlo. Ella era la hija de sus amigos Bill y Erica. Bill era broker de la bolsa de futuros financieros al que pillaron destruyendo información en el crack del 41, así que fue a un campo de trabajo y murió allí. Su mujer que estaba embarazada fue a vivir con Jane y Joe, dando a luz a Molly, y murió de la misma epidemia que Brett. Así que Molly tenía tres calcetines para colgar, también. Era muy pequeña a sus ocho años y tuvo que estirarse para poder colocar los calcetines en sus ganchos.
Una vez que los calcetines estaban todos en su sitio, Joe cruzó la habitación hacia su sillón, se sentó con una mueca, y cogió cuatro pequeños paquetes de debajo de la mesa del extremo con el mismo aire del mago que saca el conejo de la chistera. Cada una estaba envuelta en un trozo de tela brillante. Jane recordó el papel de regalo en su juventud, que se usaba una vez y se tiraba, y se preguntaba por qué nadie incluso en esos días ponía inconveniente a ese dispendio. ¿No tenía la gente nada mejor que hacer con todo el dinero que solían tener?. Jane era mas sensata; una vez que los regalos de la familia Mediano se habían desenvuelto, los envoltorios de tela volvían al cajón de donde habían salido.
Joe Junior fue el primero en desempaquetar su regalo. "Que chachi", expresó en tono comedido. "Míralo". La regla de cálculo relucía según desplazaba su parte móvil por entre los números. Tenía talento para las matemáticas, según decían sus maestros, y había ganado una regla de cálculo económica en un concurso cuando el Gobierno lanzó una Iniciativa Sostenible hace dos años. El Gobierno estaba siempre lanzando Iniciativas Sostenibles, pero esta tenía de hecho algún sentido: las calculadoras electrónicas de bolsillo cuestan más o menos lo que un mes de salario actualmente, y se dice que algunos de sus los minerales utilizados como componentes estaban a punto de alcanzar su cenit de extracción. Jane sabía lo que eso significaba, por lo que ella y Joe estaban trabajando horas extras para conseguir una profesional para Joe Junior. Necesitaría destrezas técnicas y un trabajo que le eximiera de ir al ejército, ya que los que iban al ejército volvían a casa mutilados o muertos con demasiada frecuencia como para conseguir alguna oportunidad.
Los envoltorios del regalo de Molly fueron abiertos poco después para descubrir dos libros con cubierta colorida pero endeble. Jane observó el atisbo de decepción antes de que la niña forzara una sonrisa. Molly no había alcanzado las notas de corte para acceder a la escuela normal, y desde la guerra, eso significaba no ir a la escuela a no ser que consiguiera aumentar su puntuación para el siguiente año. Era una chica muy brillante para las cosas prácticas, y buena para las matemáticas, pero la lectura era su asignatura pendiente. Una de las ancianas del lugar que se mantenían a base de cuidar y enseñar a los niños del barrio afirmaba que Molly sufría dislexia, pero lo que significaba y como tratarla, era algo totalmente desconocido para Jane. Le dio a Molly un fuerte abrazo, con la esperanza de que lo entendiera.
Ella y Joe abrieron sus regalos, sabiendo que cada uno de ellos contenía algo que ya tenían, una de las corbatas de Joe y unos pendientes de Jane, envueltos a última hora de la noche de forma que los niños no los descubrieran. Después de la regla de cálculo, los libros de Molly, y el jamón, ya no había dinero para más lujos. El resto de los regalos, los que estaban preparados para la mañana, era ropa y otras necesidades. Siempre lo eran; tendrían que llegar mejores tiempos para cambiar eso.
Un repique de la cocina captó la atención de todos. "Esa es la tarta", dijo. "Esa es la tarta", dijo. "El primero que ayude a poner la mesa recibirá una ración extra." La ración fue para Molly, claro, aunque Joe Junior siguió el juego, corriendo hasta la cocina y luego perdiendo a posta. Jane y Joe les siguieron a un paso menos acelerado. Entre los cuatro pusieron la mesa en minutos: melón con jamón, patatas asadas, repollo, puré de zanahoria, un plato de dulces caseros navideños, y la tarta de calabaza humeando aun sobre la encimera: había más comida reunida que todo lo que Jane pudo pensar que volvería a ver durante la guerra, suficiente para quedar todos más que llenos, para variar. La vajilla y los cubiertos de plata eran de Bill y Erica, todo recuerdos del siglo XX.
Dieron la bendición de rigor, un viejo hábito que no habían abandonado. Jane y Joe pertenecieron en su día a una de esas iglesias cristianas, pero lo fueron dejando a medida que lo que quedaba de religión se desvió hacia la propaganda política a favor de una de los partidos de preguerra, no recuerda cual de ellos. Ahora se podían ver muchas iglesias completamente vacías o reconvertidas hacia otros usos. La mayor parte de la gente realmente religiosa que conocía Jane pertenecían a alguna otra fe, Budista, Gaiana, Siete Poderes, o vete a saber. Se había planteado más de una vez ir a la iglesia Gaiana al final de la calle. Los Gaianos se cuidaban por sí mismos, y eso le atraía mucho.
Mientras llenaba los platos de comida, echó un vistazo por la ventana. La lluvia de este diciembre templado salpicaba los cristales, difuminando las ventanas del edificio de apartamentos al otro lado de la calle en una especie de rectángulos amarillos y convertía las calles sin iluminación en verdaderas tinieblas. Joe Junior charlaba sobre su regla de cálculo y sobre sus esperanzas de conseguir unas prácticas junto a un ingeniero algún día. Jane se fijó fugazmente en Molly al otro lado de la mesa, y vio como pasaba de la sonrisa forzada al aspecto más familiar de decepción en sus ojos.
De alguna forma algo así es lo que le traían los recuerdos que le afloraban: memorias de las Navidades durante la infancia de Jane, cuando su familia vivía un una casa de las afueras suburbanas y el mundo todavía parecía funcionar. Recordaba los muñecos de nieve en el patio y deslizamientos calle abajo; el gran árbol de Navidad en la esquina del cuarto de estar que era de por sí más grande que el apartamento donde vivían ahora, reluciendo con luces y decorado; cenas en las que las sobras eran más de lo que cualquiera podía comer; conduciendo, ¡en un coche como los ricos!, hacia una lugar muy iluminado y en las afueras denominado centro comercial, donde cualquier cosa que pudieras pensar se podía comprar con dinero que ni tan siquiera habías ganado aun; regalos que no tenía ningún uso en el mundo más allá del mero placer de llevarlo a la vista de un niño; todos los más extravagantes dones de un mundo que ya no existía más.
Sus ojos se le llenaron de lágrimas, pero eran lágrimas de ira. ¿Por qué, maldita sea?. Lanzaba la pregunta a sus recuerdos, a las caras limpias y bien alimentadas de su niñez. ¿Por qué tuviste que derrochar tanto y dejar tan poco?.
Joe vio las lágrimas, pero las malinterpretó. "Bonito, ¿verdad?, como en los viejos tiempos".
Le costó mantener la sonrisa. "Si. Claro que sí".
(*) John Michael Greer es Gran Archidruida de la Antigua Orden de los Druidas de América (AODA) y autor de una docena de libros.