El camino del espíritu y la autopista de la tecnología
Publicado: 23 Nov 2006, 17:10
Lo he encontrado en la lista urtica http://listas.nodo50.org/cgi-bin/mailma ... nfo/urtica
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LA CARRETERA DE LA TECNOLOGÍA Y EL SENDERO DEL ESPÍRITU
“Los pueblos tradicionales de las naciones indias han interpretado los dos caminos a los que se enfrentan los rostros pálidos: aquel que lleva a la tecnología y aquel que lleva a la espiritualidad. Presentimos que el camino que lleva a la tecnología … a conducido a la sociedad moderna a deteriorar y marchitar la tierra. ¿Será que la ruta que lleva a la tecnología significa una carrera a la destrucción, y la que lleva a la espiritualidad no es otra que el camino más lento, que los pueblos originarios nutridos por su tradición han frecuentado, y que siguen frecuentando hoy en día? En este camino la tierra no ha sufrido ninguna quemadura. Todavía crece allí la hierba” William Comanda, Mamiwinini, Canada, 1991,
Hace muchos años, necesitaba un poco de dinero, un campesino del lugar tenía trabajo para mi. Había dejado algunos de sus campos sin cultivar durante más de 10 años, de tal modo que había permitido a la tierra produjera libremente durante todo este tiempo. Mientras que la granja ordinaria es segada y laborada todos los años para asegurar que nada salvaje vuelva a la tierra, este campesino no había ejercido su actividad agrícola, de modo que los campos se habían cubierto de maleza. Álamos y sauces volvieron a ocupar una gran superficie, algunos entre ellos alcanzaban casi los 15 pies de altura. Yo debía ganar 9 dólares a la hora para retornar estos campos a la agricultura. Disponía como herramienta para ejecutar esta tarea de un gran tractor al que habían acoplado una desbrozadota de potencia industrial conocida con el nombre de “cerdo limpiador”. Tenía 9 pies de largo y llevaba unas cuchillas de acero de una pulgada de grueso. Podía tronchar y abatir no importa que arbusto, no importa que árbol, gracias a su tamaño el tractor podía trabajar pasándoles por encima, cosa que era capaz de hacer con árboles de un buen tamaño. El tractor tenía una cabina aislada del ruido, acondicionada y equipada de un reproductor de casetes. Pensaba que el trabajo sería agradable, pero comportó calor, polvo y embrutecimiento. Sin embargo, ni la climatización, ni el lector de casetes funcionaron muy bien.
Pase las dos semanas siguientes sentado 16 horas diarias en una caja tibia, traqueteante, privada del aire y apestando a diesel, escuchando rock ronco y el zumbido monótono del motor diesel del tractor. Hacía todo esto mientras que el mundo llevaba su vidilla tranquila, a siete kilómetros por hora, y mi pensamiento vagabundeaba a la búsqueda de la menor fantasía que era capaz de hacer nacer para salirme del aburrimiento que suponía mi situación. Me encontraba frente a un nódulo de maleza enmarañada y de arbustos. Detrás mío una devastación de madera astillada y de vegetales marchitos. Yo transformaba lo uno en lo otro al ritmo sostenido y constante de 30 áreas diarias. Cada atardecer, a las 10. paraba, encerraba el tractor y lo desembarazaba de los residuos de plantas acumuladas en el extremo del “cerdo”, y entraba en el granero a descansar un poco. Por la mañana, reemprendía mi trabajo al alba, a las 6, para engrasar al cerdo (la desbrozadota), arrancar el tractor y empezar de nuevo. Al final del noveno día de este jueguecito comencé a sentir algo más que una simple excitación. Por la mañana de décimo día, me acerque al “cerdo” armado con mi engrasador en la bruma de la aurora y me di cuenta de que había olvidado eliminar los residuos vegetales la noche anterior. Un lio de hierbajos, de ramitas y de hierbas locas sobrepasaban el extremo de esta pieza del equipo al menos en un pie de altura, y cuando me agaché para eliminarlas me di cuenta de alguna cosa. Me llamó la atención una delicada tela de araña construida la noche precedente sobre el cuadro de acero del “cerdo”, estaba toda llena de gotitas de rocío. La araña que la había tejido no se parecía a nada que hubiera visto antes. Sus colores y dibujos eran magníficos. Sintiendo una especie de atracción, miré de más cerca y observé otras arañas – primero unas decenas, luego centenares y miles. De todas las formas, de todos los colores, con todos los dibujos y de todos los tamaños. Al mismo tiempo observaba los insectos de los que se nutrían y miles de minúsculas vidas particulares ganaron mi conciencia. Había pequeños chinches verdes que saltaban, así como saltamontes, más grandes, marrón/verde. Había pequeñas arañas rojas, otras grandes de color marrón, arañas de patas largas, otras gruesas cubiertas de pelos y otras delgadas con ralladuras. A Algunos chinches estaban atrapados en las telas, y las arañas tejedoras les envolvían con su seda. Algunas acorralaban a sus presas antes de echárseles encima. Había vida y había muerte. Me abandoné completamente a este espectáculo, completamente fascinado, como en un sueño. No tenía en cuneta el tiempo. Los detalles y los dramas de este mundo minúsculo absorbían completamente mi conciencia. Alfil di un paso atrás para contemplar en su conjunto la escena que se presentaba ante mi. Me di cuenta de que sobre la pequeña plataforma de 9 por 6 pies que formaba la parte de abajo del “cerdo”, subsistía la presencia de más de cien mil almas minúsculas cada una llevando su propia vida. Pero esto era sólo una ínfima parte de refugiados de las 30 áreas que había desbrozado el día anterior. Allí sólo estaban aquellos que si pretenderlo habían quedado depositados en la misma máquina que había devastado su hábitat. Fui presa del vértigo y me estremecí pensando en la cantidad de vidas que había machacado cada una de las últimas nueve horas, insensible y mudo, encerrado en la cabina de aquella máquina zumbadora.
Me gustaría poder escribir que mi primer movimiento fue abandonar el “cerdo”, el tractor y mi trabajo, para no reencontrarlos nunca más. Me gustaría escribir que abandoné esta explotación en los campos para ganar las soledades, y que después de esto viví alimentándome solamente de vegetales silvestres y de la caza. Pero las cosas raramente son tan dramáticas, raramente son tan simples. Necesitaba dinero y no sabía hacer otra cosa; tomé esta experiencia vivida y la planté en lo más profundo de mi corazón donde sabía que podía empezar a crecer lentamente. Aparte de esto acabé de limpiar y a engrasar el “cerdo”, volví a mi tractor e intercambie valor de vida de un nuevo día por unos papelitos verdes. Cinco días más tarde estaba con un grupo de amigos recientes en un campamento primitivo rodeado por el Bosque nacional, en el margen de las tierras salvajes. Aprendíamos lentamente pero de una manera segura la difícil lección que implica el hecho de encontrarnos para vivir según las viejas costumbres y redescubrir lo que significa el hecho de ser humanos. Precisamente durante este día, un compañero y yo estábamos cansados de las difíciles lecciones, y enfilamos con su jeep en dirección al pueblo para tomar un desayuno en el restaurante del lugar.
En una curva, encontramos una cierva tumbada en medio de la carretera, bañada en su sangre, nos paramos. El vehículo que la había atropellado había abandonado el lugar solamente unos instantes antes. Estaba muy gravemente herida, pero todavía con vida, agonizante. Tenía las patas anteriores destrozadas, y respiraba dificultosamente bajo el sol de la mañana. Mi compañero y yo, al principio no sabíamos que hacer, pero enseguida nos dimos cuenta de que ella nos pedía ayuda, seguramente para morir. La llevamos al borde de la carretera, después mi amigo la mantuvo en el suelo mientras yo le cortaba la garganta con mi cuchillo. Durante este tiempo mi amigo le habló dulcemente para reconfortarla, mientras yo le pedía perdón por los sufrimientos que mi gente le había causado en su despreocupación. Nuestras miradas se encontraron y sentí lágrimas en mis ojos. “Gracias” susurre, después perdió más sangre y no tardo en morir en la cuneta, al borde de la ruta.
Pusimos su cuerpo en la parte de atrás del coche y la llevamos a nuestro campamento. Nos proporcionó la carne más fresca y deliciosa que habíamos comido desde hacía meses. Celebramos esta noche con una fiesta en su honor. Cada uno de nosotros o casi, recordó en un momento u otro que debíamos estar agradecidos por una caza tan buena. La había desollado cuidadosamente y guarde su piel en una caja para curtirla. El verano siguiente, transforme con cuidado su cuero en gamuza sedosa, para hacer mangas de camisa. Desde este día, cada vez que llevo esta comisa, las mangas me hablan, me recuerdan los dones que he recibido de aquella cierva , su carne y su piel, cierto, pero también una lección de vida.
A veces comparo la voz clara de esta camisa de gamuza con los sonidos sofocados que producen las camisas que compro en la tienda, aquellas marcadas “Made in México” o “Made in Indonesia”, aquellas que se confeccionan en talleres al otro lado del mundo, por gente sin nombre y sin cara, a partir de algodón recolectado por máquinas, transportado de una lado a otro por tractores en oscuras explotaciones. Y me pregunto si en alguna parte de estos campos las arañas tejen su tela…
Red-Wolf-Returns (el lobo rojo vuelve), vive en una cabaña en los bosques del norte de Wisconsim, donde participa en el equipo de la Teaching Drum Outdoor School. Se puede contactar con el en el correo redwolfreturns@teachingdrum.org.
Artículo aparecido en Green Anarchy 22, primavera 2006
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LA CARRETERA DE LA TECNOLOGÍA Y EL SENDERO DEL ESPÍRITU
“Los pueblos tradicionales de las naciones indias han interpretado los dos caminos a los que se enfrentan los rostros pálidos: aquel que lleva a la tecnología y aquel que lleva a la espiritualidad. Presentimos que el camino que lleva a la tecnología … a conducido a la sociedad moderna a deteriorar y marchitar la tierra. ¿Será que la ruta que lleva a la tecnología significa una carrera a la destrucción, y la que lleva a la espiritualidad no es otra que el camino más lento, que los pueblos originarios nutridos por su tradición han frecuentado, y que siguen frecuentando hoy en día? En este camino la tierra no ha sufrido ninguna quemadura. Todavía crece allí la hierba” William Comanda, Mamiwinini, Canada, 1991,
Hace muchos años, necesitaba un poco de dinero, un campesino del lugar tenía trabajo para mi. Había dejado algunos de sus campos sin cultivar durante más de 10 años, de tal modo que había permitido a la tierra produjera libremente durante todo este tiempo. Mientras que la granja ordinaria es segada y laborada todos los años para asegurar que nada salvaje vuelva a la tierra, este campesino no había ejercido su actividad agrícola, de modo que los campos se habían cubierto de maleza. Álamos y sauces volvieron a ocupar una gran superficie, algunos entre ellos alcanzaban casi los 15 pies de altura. Yo debía ganar 9 dólares a la hora para retornar estos campos a la agricultura. Disponía como herramienta para ejecutar esta tarea de un gran tractor al que habían acoplado una desbrozadota de potencia industrial conocida con el nombre de “cerdo limpiador”. Tenía 9 pies de largo y llevaba unas cuchillas de acero de una pulgada de grueso. Podía tronchar y abatir no importa que arbusto, no importa que árbol, gracias a su tamaño el tractor podía trabajar pasándoles por encima, cosa que era capaz de hacer con árboles de un buen tamaño. El tractor tenía una cabina aislada del ruido, acondicionada y equipada de un reproductor de casetes. Pensaba que el trabajo sería agradable, pero comportó calor, polvo y embrutecimiento. Sin embargo, ni la climatización, ni el lector de casetes funcionaron muy bien.
Pase las dos semanas siguientes sentado 16 horas diarias en una caja tibia, traqueteante, privada del aire y apestando a diesel, escuchando rock ronco y el zumbido monótono del motor diesel del tractor. Hacía todo esto mientras que el mundo llevaba su vidilla tranquila, a siete kilómetros por hora, y mi pensamiento vagabundeaba a la búsqueda de la menor fantasía que era capaz de hacer nacer para salirme del aburrimiento que suponía mi situación. Me encontraba frente a un nódulo de maleza enmarañada y de arbustos. Detrás mío una devastación de madera astillada y de vegetales marchitos. Yo transformaba lo uno en lo otro al ritmo sostenido y constante de 30 áreas diarias. Cada atardecer, a las 10. paraba, encerraba el tractor y lo desembarazaba de los residuos de plantas acumuladas en el extremo del “cerdo”, y entraba en el granero a descansar un poco. Por la mañana, reemprendía mi trabajo al alba, a las 6, para engrasar al cerdo (la desbrozadota), arrancar el tractor y empezar de nuevo. Al final del noveno día de este jueguecito comencé a sentir algo más que una simple excitación. Por la mañana de décimo día, me acerque al “cerdo” armado con mi engrasador en la bruma de la aurora y me di cuenta de que había olvidado eliminar los residuos vegetales la noche anterior. Un lio de hierbajos, de ramitas y de hierbas locas sobrepasaban el extremo de esta pieza del equipo al menos en un pie de altura, y cuando me agaché para eliminarlas me di cuenta de alguna cosa. Me llamó la atención una delicada tela de araña construida la noche precedente sobre el cuadro de acero del “cerdo”, estaba toda llena de gotitas de rocío. La araña que la había tejido no se parecía a nada que hubiera visto antes. Sus colores y dibujos eran magníficos. Sintiendo una especie de atracción, miré de más cerca y observé otras arañas – primero unas decenas, luego centenares y miles. De todas las formas, de todos los colores, con todos los dibujos y de todos los tamaños. Al mismo tiempo observaba los insectos de los que se nutrían y miles de minúsculas vidas particulares ganaron mi conciencia. Había pequeños chinches verdes que saltaban, así como saltamontes, más grandes, marrón/verde. Había pequeñas arañas rojas, otras grandes de color marrón, arañas de patas largas, otras gruesas cubiertas de pelos y otras delgadas con ralladuras. A Algunos chinches estaban atrapados en las telas, y las arañas tejedoras les envolvían con su seda. Algunas acorralaban a sus presas antes de echárseles encima. Había vida y había muerte. Me abandoné completamente a este espectáculo, completamente fascinado, como en un sueño. No tenía en cuneta el tiempo. Los detalles y los dramas de este mundo minúsculo absorbían completamente mi conciencia. Alfil di un paso atrás para contemplar en su conjunto la escena que se presentaba ante mi. Me di cuenta de que sobre la pequeña plataforma de 9 por 6 pies que formaba la parte de abajo del “cerdo”, subsistía la presencia de más de cien mil almas minúsculas cada una llevando su propia vida. Pero esto era sólo una ínfima parte de refugiados de las 30 áreas que había desbrozado el día anterior. Allí sólo estaban aquellos que si pretenderlo habían quedado depositados en la misma máquina que había devastado su hábitat. Fui presa del vértigo y me estremecí pensando en la cantidad de vidas que había machacado cada una de las últimas nueve horas, insensible y mudo, encerrado en la cabina de aquella máquina zumbadora.
Me gustaría poder escribir que mi primer movimiento fue abandonar el “cerdo”, el tractor y mi trabajo, para no reencontrarlos nunca más. Me gustaría escribir que abandoné esta explotación en los campos para ganar las soledades, y que después de esto viví alimentándome solamente de vegetales silvestres y de la caza. Pero las cosas raramente son tan dramáticas, raramente son tan simples. Necesitaba dinero y no sabía hacer otra cosa; tomé esta experiencia vivida y la planté en lo más profundo de mi corazón donde sabía que podía empezar a crecer lentamente. Aparte de esto acabé de limpiar y a engrasar el “cerdo”, volví a mi tractor e intercambie valor de vida de un nuevo día por unos papelitos verdes. Cinco días más tarde estaba con un grupo de amigos recientes en un campamento primitivo rodeado por el Bosque nacional, en el margen de las tierras salvajes. Aprendíamos lentamente pero de una manera segura la difícil lección que implica el hecho de encontrarnos para vivir según las viejas costumbres y redescubrir lo que significa el hecho de ser humanos. Precisamente durante este día, un compañero y yo estábamos cansados de las difíciles lecciones, y enfilamos con su jeep en dirección al pueblo para tomar un desayuno en el restaurante del lugar.
En una curva, encontramos una cierva tumbada en medio de la carretera, bañada en su sangre, nos paramos. El vehículo que la había atropellado había abandonado el lugar solamente unos instantes antes. Estaba muy gravemente herida, pero todavía con vida, agonizante. Tenía las patas anteriores destrozadas, y respiraba dificultosamente bajo el sol de la mañana. Mi compañero y yo, al principio no sabíamos que hacer, pero enseguida nos dimos cuenta de que ella nos pedía ayuda, seguramente para morir. La llevamos al borde de la carretera, después mi amigo la mantuvo en el suelo mientras yo le cortaba la garganta con mi cuchillo. Durante este tiempo mi amigo le habló dulcemente para reconfortarla, mientras yo le pedía perdón por los sufrimientos que mi gente le había causado en su despreocupación. Nuestras miradas se encontraron y sentí lágrimas en mis ojos. “Gracias” susurre, después perdió más sangre y no tardo en morir en la cuneta, al borde de la ruta.
Pusimos su cuerpo en la parte de atrás del coche y la llevamos a nuestro campamento. Nos proporcionó la carne más fresca y deliciosa que habíamos comido desde hacía meses. Celebramos esta noche con una fiesta en su honor. Cada uno de nosotros o casi, recordó en un momento u otro que debíamos estar agradecidos por una caza tan buena. La había desollado cuidadosamente y guarde su piel en una caja para curtirla. El verano siguiente, transforme con cuidado su cuero en gamuza sedosa, para hacer mangas de camisa. Desde este día, cada vez que llevo esta comisa, las mangas me hablan, me recuerdan los dones que he recibido de aquella cierva , su carne y su piel, cierto, pero también una lección de vida.
A veces comparo la voz clara de esta camisa de gamuza con los sonidos sofocados que producen las camisas que compro en la tienda, aquellas marcadas “Made in México” o “Made in Indonesia”, aquellas que se confeccionan en talleres al otro lado del mundo, por gente sin nombre y sin cara, a partir de algodón recolectado por máquinas, transportado de una lado a otro por tractores en oscuras explotaciones. Y me pregunto si en alguna parte de estos campos las arañas tejen su tela…
Red-Wolf-Returns (el lobo rojo vuelve), vive en una cabaña en los bosques del norte de Wisconsim, donde participa en el equipo de la Teaching Drum Outdoor School. Se puede contactar con el en el correo redwolfreturns@teachingdrum.org.
Artículo aparecido en Green Anarchy 22, primavera 2006