Los Black Panther, hoy en día, o están muertos, o en prisión, o son profesores de universidad . – Mireia Sentís

Las memorias de Elaine Brown son un libro a leer, por la transcendencia de la posición política de la autora: la única mujer que ocupó posiciones altas de mano en el Partido Pantera Negra, movimiento por la emancipación revolucionaria de los negros USA que fue clasificado como la mayor amenaza para las instituciones conservadoras de la gran superpotencia. Dadas las tremendas dificultades en medio de las cuales los barrios negros han de salir adelante hoy en ese país, cualquier mirada a la maquinaría del partido que a la postre no pudo revertir la situación ha de ser instructiva, y es bienhallada esta edición de Del Oriente y Del Mediterráneo en su imprescindible Biblioteca Afroamericana.

Desde 'Todo por Hacer' han hecho una promoción muy positiva del libro -al que, de forma equívoca, califican como novela-:

704 páginas que no te dejan descanso, cada palabra golpea sobre el pecho y retumba el pensamiento, solo cuando la rutina vital lo requiere, es preciso dejar el libro hasta el ansioso próximo encuentro. Elaine Brown es despiadada, escribe con una crudeza pasmosa. Nos habla de su vida; de crecer en los barrios marginados del norte de Filadelfia; de sus ansias de llegar a ser blanca algún día; de huir del barrio marginal para estudiar música en California; trabajar en The Pink Pussycat como camarera; de enamorarse de un “viejo blanco ricachón”, Jay Richard Kennedy, a quien conoció en la casa de Frank Sinatra. Describe con detalle como Kennedy fue la persona que le abrió las puertas al pensamiento comunista, con quien se politizó y radicalizó, y del que finalmente se separó. Nos habla de cómo se fue involucrando en el Movimiento de Liberación Negra, para finalmente formar parte del Partido Panteras Negras, asumiendo el papel de editora del periódico en la rama del sur de California, convirtiéndose en miembro del Comité Central del Partido como Ministra de Información. Nos habla de su música, de sus canciones y de cómo fue comisionada para grabar el álbum Hasta que seamos libres. Cuenta paso a paso su vida por el Partido hasta convertirse en la primera mujer, y única, en presidir el Partido de las Panteras Negras.

Pero su aventura no habla solo de ella, quien sepa poco o nada de la actividad revolucionaria de uno de los movimientos más potentes de EEUU se quedará pasmado, atónito, y no porque lo cuente una mujer, sino por cómo lo cuenta la propia Elaine Brown.

Por mi parte, no he quedado tan magnetizado por una obra que, por otro lado, vale la pena leer, tanto para quien sepa "poco o nada" del partido, como para quien ya haya hecho otras lecturas. A Elaine Brown no la he leído 'despiadada', sino más bien autoindulgente, muy autoindulgente. Tal vez el problema es mío por haber ido con unas expectativas altas y desorientadas respecto a la personalidad política de una persona que a finales de los setenta, después de haber  ocupado cargos determinantes, abandonó el Partido considerándose en peligro para su integridad tras el apalizamiento de la responsable de educación, Regina Davis:

Acababa de ser hospitalizada tras una brutal paliza, a consecuencia de la cual tenía la mandíbula rota. Se lo habían hecho los Hermanos.  Llamé a Huey [Newton]. Su respuesta fue un blando reconocimiento de que en efecto había dado su autorización para que disciplinasen a Regina. Le expliqué a Huey quién era exactamente Regina Davis, porque estaba segura de que no tenía ni la menor idea. Regina era la responsable de haber llevado a buen puerto el programa del que más orgullosos estábamos, nuestra escuela. Sin ningún reconocimiento por parte de los miembros del Comité Central, había trabajado más de quince horas diarias cada semana en los últimos dos años. "Ella es la puta escuela", le dije. Si Regina le había dicho a un hermano que hiciera determinada tarea en la escuela y este había rehusado, tenía toda la razón del mundo para reprenderle. Si ella había abusado verbalmente de él llamándole gamberro, y luego había comentado que sólo las mujeres del Partido trabajaban de verdad, debería haber sido a lo sumo amonestada verbalmente. Añadí que ninguna mujer -en realidad, ningún camarada- había sido disciplinado tan severamente en los últimos dos años. Yo había erradicado ese tipo de brutalidad.

Este atentado contra una responsable de los programas sociales del Partido Pantera Negra parece la culminación de un proceso en que los programas sociales y de fortalecimiento comunitario del Partido fueron las víctimas principales de la lucha por el poder en la cúpula. Lucha que Mumia Abu-Jamal ha reflejado en estos términos:

En febrero de 1971 se hizo evidente que estaba produciendo una escisión en el Partido, porque de una semana para otra los mismos camaradas que habían sido alabados se convertían en enemigos. A pesar de la pretensión ideológica de que el Partido funcionaba a partir del principio de la crítica y de la autocrítica, la jerarquía del Partido operaba, de hecho, de forma muy similar a la de cualquier otro grupo dentro de la sociedad burguesa, es decir, siguiendo el principio de la dinámica del poder: quienes tienen el poder hacen todo lo que está a su alcance para conservarlo (citado en José Manuel Roca, 'Nación Negra, Poder Negro', La Linterna Sorda, 2008).

Dejando aparte que el detonante para estas luchas por el poder viniera de provocaciones orquestadas por el FBI, la situación expuesta por Mumia era un claro caldo de cultivo gestado internamente. En un primer momento, el ataque a los programas sociales vino del sector más militarista, representado por Eldridge Cleaver, uno de los personajes más denostados y zaheridos en el libro de Brown -no ya políticamente, sino como inmaduro y machista violento-. En un medio tan poco clandestino como la revista 'Playboy', Cleaver declaraba desde su exilio en Argelia que

Hay que abandonar los programas de asistencia social y desde la clandestinidad pasar a la lucha armada, imitando a los grupos armados de América Latina. En este enfrentamiento, el gobierno actuará de forma brutal, pero esta respuesta educará a la gente. El gobierno se convertirá en el agente principal de esta educación, pues si intensifica la represión de los inconformes no podrá sino volverse totalitario tarde o temprano, y ni siquiera retoricamente se respetarán las libertades civiles de los negros o los blancos. Este gobierno no cuenta con fuerzas de represión ilimitadas; no puede tener bajo la bota al mundo entero. No aceptamos las conclusiones del análisis que dice que estamos condenados al fracaso porque somos una minoría. No creemos que la mayoría de ciudadanos de este país permita que se levanten campos de concentración (citado en José Manuel Roca, op.cit.).

Frente a esta posición se mantuvo la de Huey Newton, Bobby Seale y la propia Elaine Brown. Tras el asesinato de Jonathan Jackson en agosto de 1970, conocido durante un viaje diplomático por Corea, Vietnam y China, se atribuye en su relato la siguiente meditación:

Me pregunté por qué seguía involucrada en todo aquello cuando significaba la pérdida de tanta sensibilidad… Me pregunté qué sentido tenía estar allí y que Jonathan estuviese muerto. Había caído otro hombre que en realidad no era más que un crío. Sí, los vietnamitas habían sufrido y estaban sufriendo muchísimo más que nosotros: al igual que los angoleños y los negros de Sudáfrica y todos los demás pueblos oprimidos que luchaban por la libertad. Aún así era demasiado. Jonathan no era más que un niño. Un niño que se había quedado prendado de Angela Davis, un niño que era un genio en la asignatura de Ciencias, un niño que amaba las canciones, mis canciones, y, sobre todo, un niño que amaba a su hermano [George Jackson] más que a su propia vida… En Vietnam dormían jóvenes guerrilleras de 13 y 14 años… Había niños con los cuerpos desfigurados por el napalm, y otros que sólo tenían un brazo y una pierna, miembros amputados por las bombas estadounidenses. Y estaban las ancianas leales y comprometidas que habían perdido a todos sus familiares cuando las tropas de Estados Unidos destruyeron sus aldeas. Así pues, habría muchos Jonathan. Habría más matanzas y sufrimiento. Pensé que acaso Eldridge estaba en lo cierto. Acaso debíamos forzar las cosas hasta su inevitable y última confrontación.

No, decidí. Eldridge estaba equivocado. La nuestra era una verdadera organización de vanguardia, una pequeña unidad sumamente esforzada, cuyo propósito consistía en poner en marcha, paso a paso, el proceso revolucionario, clarificar las cuestiones, desarrollar la mente de la masa, cimentar una base de lucha, preparar a la gente para lograr la libertad de manera lo menos antagónica posible.

Esta posición fue defendida por el sector que a la postre se hizo con el control del Partido. 1971 comienza con la expulsión de Cleaver -a costa de iniciar una guerra con sus partidarios, a tiros por las calles y con trifulcas en prisión, y con una disputa entre las secciones de la costa oeste y la costa este por el patrimonio de la organización-. Huey Newton dio forma oficial a la posición triunfadora con estas palabras:

Bajo la influencia de Cleaver el Partido no ofrece a la comunidad otra alternativa que el uso de las armas. Esta propuesta es simplemente reaccionaria porque la comunidad no está preparada, hoy, para dar ese paso. La supervivencia del Partido depende de las relaciones con la comunidad negra, con mantener los programas de ayuda, con la aplicación del programa de los diez puntos. Si alguien dice que eso es reformismo, ese alguien ignora que la revolución empieza por ahí (José Manuel Roca, op.cit.).

A pesar de estas declaraciones, las decisiones que a partir de entonces toma la dirección resultaron más catastróficas para los programas comunitarios que la abortada clandestinidad.

Newton estaba muy preocupado por la deriva del Partido y por la ofensiva de la policía -ataques armados de los SWAT y un goteo de detenciones sin fundamento que, a pesar de la absolución a la postre, entorpecían el funcionamiento de la organización-. Sus conocimientos de derecho le llevaban a creer que la supervivencia del Partido residía en rechazar las formas insurreccionales y en aprovechar al máximo posibilidades ofrecidas por el marco legal. Propuso depurarlo de elementos poco seguros -pandilleros, confidentes- y volcarlo en las elecciones. Con el fin de dedicar el máximo de fuerzas a las elecciones municipales y regionales de 1972, el Partido ordenó cancelar todas las actuaciones para concentrarse en Oakland -ciudad vecina de San Francisco de mayoría negra-. La orden fue muy mal recibida por los militantes, pues implicaba cerrar los locales y abandonar los programas de supervivencia comunitaria, aquel trabajo que había granjeado el respeto al Partido en los barrios negros. Era liquidar su mejor patrimonio en aras de una aventura política que, finalmente, salió mal. Ante la orden de repliegue, muchos militantes abandonaron el Partido y otros lo hicieron acabadas las elecciones. Bobby Seale obtuvo un honroso segundo puesto en las elecciones que no justificó el altisimo precio pagado. Un gran número de militantes sintieron la atracción de la calle y regresaron a antiguas actividades que poco tenían que ver con la política. El vacío que dejaron los Pantera lo ocuparon los chulos de barrio, los jefes de pandilla, los matones y camellos, que se convirtieron en los modelos sociales que imitaron las generaciones siguientes (José Manuel Roca, op.cit.).

He puesto tantas citas del libro de José Manuel Roca porque me parecen un complemento necesario a la lectura de 'Una cata de poder'. Lo que sabía de la vida de Elaine Brown, lo que había leído de sus críticas al liderazgo macho y machista dentro del Partido Pantera Negra y conocer en qué condiciones se había producido el abandono del mismo, me hacía pensar en una persona comprometida con los programas sociales. También oír estas declaraciones suyas, coétaneas a los hechos citados, en el documental imprescindible The Black Power Mixtape (Göran Ollson, 2011):

No hay una nueva política de los Pantera Negra. Podemos decir que volvemos a nuestra visión original, que era servir al pueblo e impulsar a la mayoría de los negros y otros oprimidos a la liberación total. Lo nuevo es que hemos dejado de ser un grupo de culto revolucionario. No estamos aquí para crear imágenes heroicas de las personas que puedan ser usadas como iconos que puedan glorificarse. Se trata de librar una batalla entre oprimidos y opresores, no entre el partido y la policía.

Pues bien, para mi sorpresa inicial, todo lo que tiene que ver con el desmantelamiento de los programas sociales aparece de refilón, salvo error por mi parte, en las páginas de 'Una cata de poder' -incluso puede pensarse que lo contradice en la página 518 o en la 606, o que da una versión distinta con la historia delirante de las "brigadas de limpieza" de Bobby Seale y, menos delirante, la de la disputa con el hampa local por el "impuesto revolucionario" a los locales nocturnos-. En todo caso, su tercera parte es más bien un ir y venir de la autora por despachos -también de burocracias sindicales- y fiestas intentando muñir pactos electorales con su mejor sonrisa – incluso dar el éxito a una candidatura alternativa a la de Ronald Reagan como gobernador y promover una candidatura alternativa a la de Jimmy Carter –"nuestra agenda iría detrás… millones de dólares derivados de los gastos militares a los sociales, desmantelamiento del FBI, nuevos embajadores en China, Cuba y países afines…"-. La opción electoral la abrazó, más bien, con entusiasmo, y hace un balance positivo en términos sociales.

Fue más de un año de estrechar manos, hablar y cantar en iglesias, reuniones en clubes sociales, charlas en institutos y universidades, cenas y almuerzos de campaña, y por supuesto pasearse las calles de Oakland manzana a manzana. Todo eso estaba a punto de terminar, de una manera u otra, en la jornada electoral. Algunos de nosotros confiábamos en el milagro de la victoria. Observando los reportajes de televisión sobre las elecciones, estaba claro que Bobby y yo perderíamos. El recuento final confirmó que no nos sentaríamos en el salón de la clase dirigente. Pero en realidad ganamos. Conseguimos los votos de cerca del cuarenta por ciento del electorado. Conseguimos el sólido apoyo de la gente negra de Oakland. El territorio electoral de los Pantera se había expandido. Conseguimos plantar nuestras ideas a mayor profundidad. Forjamos los cimientos.

Y más adelante, en otra cita electoral:

Estábamos perdiendo las elecciones. Miles de personas se habían dado cita en la oficina del partido del centro de Oakland para celebrar el momento en que el espíritu del pueblo prevalecería. Su disgusto se hizo más profundo cuando quedó claro que tal momento no llegaría. Habíamos obtenido sólo un 6% menos de lo que habría forzado una segunda vuelta del candidato republicano. Aunque el sentimiento de derrota pesó en nuestra fiesta electoral, yo me sentía eufórica. Lo conseguiríamos dentro de cinco años. 44% era una fuerza que había que tener en cuenta. Colocaría a la gente trabajadora, a los pobres y a la gente de color de un lado, y al electorado capitalista de otro. Amigos y camaradas no se habían dado cuenta de lo conseguido. Al cabo de cinco años, Oakland se convertiría en una palanca de la liberación negra. Y al cabo de diez años, en una palanca para la revolución. Oakland era una ciudad en la que toda la población negra tenía una base económica a la que aferrarse, a diferencia de Detroit y Newark: tenía el puerto.

Cierto es que el relato que hace Brown de sus campañas electorales deja en paños menos que menores a las campañas de la izquierda progresista made in Spain:

Asuntos relativamente menores como la recogida de basuras y el transporte público ponían de manifiesto la precariedad de los servicios municipales. Problemas tan acuciantes como la penuria del mercado laboral en una ciudad erigida sobre la sólida economía de su puerto subrayaban el hecho de que una población pequeña fuese curiosamente sede de varías empresas incluidas entre las quinientas de la lista Fortune. Mostramos no sólo los fallos flagrantes del gobierno vigente, sino los ocultos, los medios por los cuales una cuadrilla de blancos ricos detentaba el control de toda la ciudad. Mostramos a nuestra gente que los vastos recursos del puerto eran técnicamente propiedad de la ciudad y por tanto de la gente. A través de una serie de maquinaciones legales, los fondos del puerto habían sido desviados hacia la autoridad de una junta de empresarios con intereses particulares en él. Si éramos elegidos, prometíamos que los beneficios económicos de la actividad portuaria regresarían a la ciudadanía en cuyo nombre fueron establecidos… Nuestro esfuerzo mayor consistió en un doble asalto al sistema educativo de Oakland… Denunciamos al consejo escolar por ocultarse a la gente. Después, proporcionamos a la gente comida y autobuses gratis para que pudieran asistir a las reuniones del consejo… Debido a la atención mediática que despertó nuestra campaña, no tardamos en conseguir que la gente negra se alzase para denunciar al consejo y su fracaso a la hora de fomentar planes decentes de estudio. Incluso se pidió la dimisión de Marcus Foster, el negro que ocupaba el puesto de superintendente para las escuelas de Oakland. Anunciamos el proyecto de fundar el Instituto Intercomunal de la Juventud, que demostraría cómo formar a los niños negros.

Con todo, no deja de llamar la atención la combinación de populismo y enfoque empresarial en este tramo de la carrera política de Elaine Brown:

El club capitalista de Oakland había revolucionado el puerto con las nuevas tecnologías… lo cual facilitaba un flujo comercial más libre. Facilitaba interpretaciones liberales de los reglamentos sobre tarifas, favoreciendo no sólo a las navieras, sino también a los importadores, exportadores, proveedores y fabricantes. Además, proporcionaba acceso desde el Pacífico a toda Norteamérica, y desde toda Norteamérica al otro lado del Pacífico. Era el segundo puerto del mundo. Orgánica y legalmente era parte de la ciudad de Oakland, y aunque sus beneficios iban a la comunidad comercial privada, nunca podría trasladarse o venderse a la iniciativa privada. Ningún capitalista de mentalidad conservadora podía siquiera plantearse la idea de abandonar Oakland, por muchos nativos airados que la poblasen.

… El Partido había respaldado durante años la interrupción de la ampliación de la autopista de Oakland. Nuestro periódico despellejó al ayuntamiento por desarriagar y desplazar a gente negra con la intención de hacer sitio a la autopista, fue la causa principal de que muchísimos negros de Oakland Oeste perdiesen su hogar. Pero su construcción era la condición de que bancos y almacenes se comprometieran a establecerse en la zona deteriorada del centro. Millones de dólares dispararían la rehabilitación económica de Oakland. El proyecto generaría al menos diez mil nuevos puestos de trabajo. Los puestos y los negocios podrían ser nuestros si nuestro candidato a la alcaldía se prestigiaba desenmarañando el proyecto de autopista, los negros correrían a votarlo. Mostraríamos a los votantes negros que los diez mil puestos de trabajo formaban parte del City Center. Yo me haría cargo de los pocos que pudieran protestar. Era inimaginable que lo desafiasen si el Partido Pantera Negra estaba de su lado.

A estas alturas, parece difícil para un paranóico aficionado o un determinista económico resistirse a atar cabos de la teoría de la conspiración sobre la moderación revolucionaria de los Pantera Negra oficiales: que las tablas del enfrentamiento entre Newton y Cleaver por el liderazgo se rompiesen a raíz de una visita oficial a China, y que todos estos esfuerzos por gobernar una ciudad que es puerta comercial al Pacífico coincidiesen en el tiempo con los primeros tiempos de la "diplomacia del Ping-Pong" (acuerdos entre Nixon y Mao contra la URSS) y los primeros pasos para convertir a China en "fábrica del mundo"… En todo caso, toda esta historía del puerto de Oakland muestra lo retorcidos que pueden llegar a ser  los cuentos de la lechera de los núcleos promotores revolucionarios. Y en fin, está para hacer la historia comparada de cómo les fue a las sectas maoistas de diversos países -del FRAP a Sendero, pasando por estos Pantera- después de su visita oficial a China.

En fin, no sabemos cómo habría acabado el proyecto si hubiera podido afrontar la oportunidad de diez años más -sí sabemos lo que vino a los pocos años, un Reagan ¡al que Eldridge Cleaver, entonces virado en promotor del cristianismo islámico, apoyó! (José Manuel Roca, op.cit.)-: a Elaine Brown se le rompió en el suelo el cántaro de leche no sólo por acabar reducido a un auxiliar de los candidatos negros del Partido Demócrata, sino a causa de la escalada de lucha por el liderazgo interno, de un partido que tendía a depender de 'impuestos revolucionarios' de la noche de los barrios y que caía en una espiral de demencia impulsada por sus líderes y su obstinado machismo. Factores que habrían autodestruido el Partido y con él la plataforma electoral, y que Brown describe con verosimilitud.

Había sido denunciada por colectivos feministas radicales como 'lacaya' de los hombres. Combatiendo esa etiqueta, me uní a la mayoría de mujeres negras estadounidenses en su denuncia del feminismo. Mantuve esa posición a pesar del exasperante machismo de los hombres del Poder Negro en general y de los hombres Pantera Negra en general. Pero al escuchar las repelentes palabras de mi oponente, temblé con una furia enterrada desde hace tiempo… me atacaban por valorar a las mujeres. Incluso los hombres oprimidos deseaban el poder sobre las mujeres. / No habría sobre mí más imposiciones de los hombres, incluidos hombres negros y Pantera Negra. Apoyaría todas las declaraciones de derechos humanos suscritas por mujeres negras – desde el derecho al aborto al derecho a la igualdad en los cargos-. Proclamaría mi feminidad y mi espacio. Si eso daba pie a que me volviesen a etiquetar de "lesbiana que odia a los hombres y zorra feminista", me convertiría en la más radical de todas. Actuaría con dureza con todo aquel que me cuestionase basándose en mis genitales.

A nivel del Partido Pantera Negra, autodestruido por venganzas y duelos de nabos, la cosa acabó tal mal como los proyectos electorales. La violencia contra Regina Davis fue la clave que mostró que el Partido se había vuelto incontrolable y que le dictó a Brown el abandono antes del hundimiento definitivo.

Yo conocía el mantra masculino con que se burlaban delante de Huey por lo débil que se había vuelto el Partido, refiriéndose a mujeres en puestos de poder. Huey y su entorno de agitados pistoleros no tardaron en merodear por los clubes nocturnos sin otro propósito que intimidar. La casa de Huey se convirtió en el cuartel general de los hombres, un santuario machista donde imaginaba el conclave de los Hermanos entregados día y noche al onanismo, regodeándose en la ausencia de zorras. Huey estaba atrapado entre el peso de la responsabilidad por un organismo que más que haber creado él lo había creado a él y la irresponsable facilidad de flotar en el interior de un mundo de hombres… Volvió a la cocaina…

Parte de las inexactitudes u omisiones desconcertantes del libro se pueden atribuir a su estilo películero, a estar escrito en una posición donde Brown, incluso en sus incertidumbres, juega el papel de una heroína fotogénica. Muchos hechos están expuestos mediante diálogos dramatizados en los que no es difícil imaginar a actriz o actor famoso dando la réplica a Brown – de hecho, parece que recientemente la HBO le tiró los tejos para una serie con cuyo final triste seguramente habría disfrutado la burguesía negra. Un sesgo propio de la literatura comercial yanki -incluso la autobiográfica-, con el que por el camino no sólo desaparecen las bases de los Pantera, sino que se ve turbiamente la situación de los presos -que, aún cumpliendo condena cuando se editó y se más que reeditó el libro, son objeto de acusaciones probablemente inoportunas- y se hacen retratos como mínimo ofensivos de las debilidades de algunas cabezas célebres que acompañaron al partido -¡Jean Seberg!-.

Para concluir, un par de enlaces a entrevistas a la Elaine Brown actual, que se quedó entre los Pantera Negra con carrera universitaria y, a mayores, alerta hacia lo que el complejo carcelario – industrial hace con su gente. Que lo que queda de historia nos sea propicio a todas y todos:

https://www.lasexta.com/noticias/sociedad/elaine-brown-defiende-que-feminismo-debe-pasar-accion-manifestaciones-solucionan-problema_201805115af6048d0cf2d53470677e34.html

https://info.nodo50.org/Entrevista-a-Elaine-Brown-ex.html

(Reseña de super8mm).