Tal como había amenazado, el Gobierno continúa su campaña en Cataluña, atacando la libertad de las personas para expresarse sin coacción, organizar sus asuntos, y elegir sus instituciones. El tema excede ya cuestiones nacionales, identitarias y económicas, que han sido reducidas al absurdo. Ya no se trata de Junqueras, de Puigdemont y del resto. El tema catalán se ha transformado en una cuestión de dignidad.
De cara a despejar las dudas, el Comité Confederal de la CNT ha hecho una declaración: CNT ante el 1-O: Frente a la represión, defender los derechos y libertades [1]. No queda más remedio que concordar con esta, y con otras organizaciones libertarias que se manifiestan en términos similares, y que muestran su rechazo a las fuerzas que el Estado está concentrando en Cataluña.
Existen una serie de Derechos Humanos, considerados inalienables, que están por encima de todo ordenamiento jurídico: todas las personas tienen derecho a expresarse, a estar exentas de temor, a disfrutar sus creencias, a sentirse dignas e iguales, a no sufrir discriminaciones de ningún tipo. Está establecido en derecho internacional, que se ha de promover el diálogo y las relaciones amistosas, como forma de resolver el conflicto en "la gran familia humana". El Estado se está pasando estas directrices por la piedra. No es un asunto irrelevante. Vulnerar estos sencillos derechos, ha llevado una y otra vez en el siglo XX, y sigue llevando en el XXI, a terribles situaciones de violencia. Barbarie cuya máxima expresión se encuentra en manos de Estados y Gobiernos, que han excitado discriminaciones nacionales, étnicas y económicas…, acabadas en tragedia colectiva.
Mostrando una evidente hipocresía, el Gobierno invoca la Ley que se salta a la piola. A mí me parece que una ley que precisa decenas de miles de policías, jueces, multas y calabozos para imponerse, es una ley indigna, brutal, despreciable. Un Estado que recurre a estas medidas, por una cuestión de genitales, es un artefacto que muestra su verdadera cara a la población: un rostro chungo, deformado, despótico…
¿Y cuál es el final de todo despotismo? El fin de los déspotas es siempre la rebelión del pueblo contra la opresión. Puede tardar, pero llega.