1.- Es probable que no haya demasiadas ni demasiado razonables dudas en cuanto a que la trayectoria del movimiento anarquista cubano, por lo menos desde los años 50 del siglo pasado hasta nuestros días, se ha transformado en una de las mayores intrigas y controversias en la historiografía de la isla caribeña. Los círculos oficiales y oficialistas -con su infaltable periferia cortesana- han construído sobre el punto una “leyenda negra” poco creíble y sin correspondencia alguna con lo que se conoce del movimiento anarquista internacional de aquí, de allá y de acullá. Esa “leyenda negra” no conoce desmayos y nace prácticamente con la revolución misma; momento en el que se genera, bajo los auspicios de la corriente hegemónica, una tradición según la cual los anarquistas cubanos serían una, o más de una, de tres, y sólo tres, cosas posibles: en primer lugar, criaturas altamente sugestionables y sin ideas propias que sucumbieron ideológicamente bajo los irresistibles encantos del “pensamiento único” isleño en formación; y/o, en segundo término, los últimos ejemplares de una especie en extinción, ausentes, desconocidos, irrelevantes y quizás inexistentes; y/o, por último, sujetos decididamente ubicados en el campo de la “contra-revolución” y que, en tanto tales, fueron barridos por la historia subsiguiente. Cada una de esas “exploraciones” conduce a una misma e inevitable conclusión: en el proceso cubano de cambios no se habría presentado en ningún momento una corriente definida de pensamiento y acción que interpretara y expresara a su modo un recorrido revolucionario, socialista y libertario y que representara, aunque en forma modesta y minoritaria, una alternativa reconocible, admitida y respetada como tal; esa corriente no habría sido necesaria ni pertinente en los mitificados tiempos fundacionales y, por extensión mecánica, tampoco lo sería ahora, medio siglo después. Así, la “leyenda negra” acaba siendo perfectamente funcional al discurso del poder político centralizado y de su partido único, monopólico y excluyente. La “leyenda negra”, por tanto, no es más que una creación ficcional, a tientas y a locas, que purga la historia real de sus complejidades, sinuosidades y variantes posibles; que acompaña y justifica -entre los fulgores rutilantes de operaciones supuestamente intelectuales- lo que no es más que una intervención quirúrgica de extirpación: la represión y la supresión de lo incontrolable, lo incomprensible, lo molesto y lo distinto.