Las invasiones bárbaras

El malestar existencial no es algo irremediable, como nos quieren hacer ver interesadamente por todos lados. La infelicidad no está en la naturaleza humana. No estamos condenados a la desdicha, ni abocados a la renuncia permanente.

Al contrario, la vida nos pertenece. Lo que ocurre es que el sistema diseñado para ejercerla, basado en alfabetizar a la gente en la dominación y la exploración ? poder y mercado -, impide la autodeterminación de las personas. Y el precio que se paga por esa brutal desnaturalización es la alienación. Un bonito caldo de cultivo, además, para la irrupción de las iglesias, con su carga de fanatismo (fanático viene de fanum, templo) y de terrorismo (terrorista es el que amenaza con el miedo a la muerte, un mensaje que está en la razón de ser de todas las sectas).

Freud llamó a esta claudicación narrada ?el malestar de la cultura?, pero se resignó a sus designios y, con ello, legitimó e institucionalizó las invasiones bárbaras. Pero no es eso. La plenitud humana se alcanza en sociedad no en soledad. Entre libres e iguales, y no entre siervos y esclavos, gobernantes y gobernados. Aceptar que para tener un puesto en el escalafón de la vida es necesario dominar y explotar al prójimo supone reconocer la magnitud del infortunio a que estamos sometidos. Víctimas y verdugos, dando tumbos; hoy tú y mañana yo. En palabras de Proudhon, una persona completa no necesita nunca ser una autoridad.

Esa es la razón de que el anarquismo goce de una mala salud de hierro: supone una comprensión racional del mundo y de la vida sobre la base de la ética solidaria. Más allá de supersticiones y asaltos a la razón. Por eso, frente a la claudicación de tantas ideologías alternativas, que cimentaban su lógica y su logística en formidables estructuras de poder, lo libertario prevalece. La simplicidad del anarquismo, que postula el más acá, la racionalidad, el sentido común y la fraternidad, lejos de escenarios autoritarios que terminan asimilando ?el malestar de la cultura?, es todavía una de las pocas ventanas que permanecen abiertas a la esperanza contra las invasiones bárbaras. Esas que hacen ver que la mentira es verdad, que la noche día y que la maldad bondad. Esas que, como en la mitología, para esclavizar a los hombres antes los vuelven locos.

Porque las verdaderas calamidades no llegan de las pateras subsaharianas ni de las tribus de Mahoma. Quienes propagan el integrismo como modelo de conducta son los poderosos del primer mundo. Ellos son los que intentan imponer la irracionalidad de que un veinte por ciento de la población mundial viva a costa del ochenta por ciento restante. Ellos son los Fórmula Uno del canibalismo realmente existente. Los que exportan fanatismo e irracionalidad como valor de cambio gracias a la presión de los medios de persuasión de masas y a la violencia de las necesidades.

El 11 de septiembre sigue sin una respuesta para adultos, pero ha servido para intentar borrar del mapa a un pueblo (Afganistán) y hacer tierra quemada de otro (Irak). Según la versión oficial, una docena de fanáticos islamistas estrelló dos aviones comerciales contra los edificios más emblemáticos de la primera potencia mundial. Sin usar armas. Con unos simples cuchillos de plástico procedentes del servicio de catering de a bordo. Como si los burros volaran. Parece que ya nadie se acuerda de los ataques con ántrax lanzados por una fantasmal organización terrorista que puso a aquel país en un estado de shock nunca visto desde la emisión de la ?guerra de los mundos?.

¿Quién ha sido?

La invasión de Irak con terribles mentiras. La destrucción programada de su economía. La esquilmación de su riqueza petrolífera. La reentronización en la vida política de teocracias superadas. La devastación de museos y ciudades patrimonio de la humanidad que atesoraban incunables de las primeras civilizaciones. La conversión del país en un archipiélago gulag. La tortura y la humillación como nuevo vector de evangelización en la democracia de mercado. La construcción de checas para arrancar confesiones y delirios. El levantamiento de murallas de cemento y metralla para separar a familias, pueblos y amantes. ¿Es esto racional o, como ha dicho el cineasta bosnio Kusturica, la obra de un bisturí puesto en manos de un loco?

El 11-M y sus oscuridades, que cuanto más lo remueven peor huele. ¿De dónde salieron las partidas de explosivos? ¿Quiénes manejaron los hilos de la masacre? ¿Por qué se autocondecoraron los dirigentes que fueron incapaces de prever la matanza? ¿Es eso racional? ¿Desde cuando se premia la incompetencia criminal? ¿Quién ha sido?

Y el esperpento de la boda irreal. Con su inconmensurable descaro. Convirtiendo a todo un país en comparsa de los privilegios de una familia. Con opulento derroche a costa del dinero de los ciudadanos. Para preservar el orden en la sucesión a la corona instaurada por el capricho de una dictadura. Con el desprecio y la sinrazón que significa en sí mismo que una casta que sólo responde ante Dios y ante la historia sea el referente de una democracia.

Elevando a categoría jurídica la sublime superstición de que hay seres providenciales que han venido al mundo para vivir del sudor de los demás y que encima se lo agradezcan.

Estas son las auténticas invasiones bárbaras que justifican hoy en día, en la violencia de las necesidades, que un hombre honrado, como decía Proudhon, sea un revolucionario (pero no un atropellador).

El Vaivén de Rafael Cid red-libertaria.net

Aviso Legal  |  Política de Privacidad  |  Contacto  |  Licencias de Programas  |  Ayuda  |  Soporte Económico  |  Nodo50.org