Stalin y la Casa Real Española

El despliegue informativo realizado en torno a «La Boda» puede ser calificado con toda tranquilidad de propaganda stalinista.

Los elogios que se le dedicaron al bigotudo «Padre de los Pueblos» son similares a los que se le están haciendo a la familia real (que es la que encarna al Estado Español). Es puro culto a la personalidad, un abyecto pelotilleo en el que a los profesionales de los medios de comunicación se les ha extirpado el cerebro en clínicas privadas, para que sean capaces de decir las estupideces que gorgorizan por horas y horas sin caer fulminados por algún piadoso mecanismo de autodestrucción celular. Un coro de adulaciones que desciende a los mismísimos infiernos para horror de condenados y demonios, y que hace huir a las ratas más encallecidas.

De Don Felipe y de Doña Letizia se habla como de seres extraordinarios, los mejor preparados y cultos de toda la historia de la monarquía española y mundial -dicen-. Elegantes, modestos, bellos y discretos, cumplen sus deberes regios con una campechanía y una simplicidad a juego con las joyas y diademas. El dichoso anillo de de compromiso de oro blanco con diamantes, ha adquirido una notoriedad mayor que el anillo de Sauron y Gollum. Espero con esperanza cada vez que se lo pone y se lo quita esa señorita ante las cámaras, que se vuelva invisible durante un rato. Pero cá. No cae la breva. En Asturias un coro ha elaborado una canción en la que hablan de la “sencillez” de la princesa (música de funeral, os lo juro), y un puzzle móvil gigante colgado de una percha de veinte metros de altura muestra a la pareja: a él vestido de oscuro, a ella con el uniforme ese de azafata de congreso. Un traje de chaqueta y pantalón blanco que ha hecho estragos entre las presentadoras de la tele, entes similares en la actualidad a clones de matrix. Más cosas: un nuevo dulce lleva ya el nombre de doña Letizia, así como un potaje de judías asturiano, un tipo de zapato, un vestido, un sombrero, un juego de lencería, el modelito de petición de mano, la forma del peinado, el bolso de mano y un puñal malayo, eso que yo sepa. También a la ex-presentadora se le hacen bustos en las que delicadamente se le elimina el mentón saliente que posee, similar al de Popeye el Marino. Se le dedican calles, se le escriben libros de poesías, se muestran sus fotos de niña... y todo ello mezclado con baboseo de la más baja calaña. Si hubiesen descubierto el esqueleto de Jesucristo dentro de un ánfora de vino no estarían más satisfechos. No sé si están más enfermos los que lanzan los elogios, o esa pareja por no impedirlos. ¡Que yo fuera el Príncipe! ¡Ja! ya hubiera mandado a la mazmorra al director de informativos por burlas a la corona. ¿Pero realmente se lo creen? Un ser extraordinario, excepcional, servicial, respetuoso, trabajador, gran lector, justo y comprometido... ¡Eso dicen de Felipe! ¡Y no se ríen! ¡Qué grandes profesionales! Ella es bella, española, asturiana, de enorme espíritu de responsabilidad y de trabajo e inmenso coraje que ama a los niños. Lo ha dicho Paco Lobatón y Antonia Dell’Atte... ¡Cielo santo!, creo que voy a vomitar, ahora vuelvo.

¿Qué decir del banquete de bodas? ¡Un mes! Un mes llevan ensayando los cocineros el menú del día, repitiendo los platos una y otra vez para evitar el más mínimo fallo el día de la comilona. Más de venticinco mil bogabantes cocidos llevan ya. Un auténtico desastre ecológico para esos desdichados crustáceos, regados una y otra vez con vinagreta de mango. ¿Qué hacen los cocineros con tanta comida al cabo del día? ¿la tiran? ¿se la comen? ¿la dan a los pobres? ¿dónde hay que apuntarse?

Mientras tanto, los empresarios españoles continúan haciendo «regalos». Ya han caído mantones de seda, vinos, libros raros, un cerezo del Jerte, caballos, joyas, juegos de sábanas, retratos, cuadros, esculturas, muebles, copas labradas en plata, bandejas, marcos, la orfebrería Letizia con flores de plata y oro y sus iniciales marcadas, vajillas de porcelana, juegos de desayuno, cubiertos, escribanías, maquetas de veleros y carabelas, rubís de “sangre de pichón”, una réplica enorme de la estatua de Chillida “Elogio del Horizonte” que pondrán en uno de sus latifundios, murales, canciones para la boda de diversos intérpretes (duración media nueve minutos), campanas de bronce de la altura de un hombre, mármol esculpido, abanicos de púrpura, encajes de bolillos, de almagro, tapices, baúles, buzos de búsqueda de tesoros hundidos, monedas de oro puro de 350 gramos, billetes de lotería, papiros egipcios, pergaminos, amuletos gallegos, ánades chinos, un cochino extremeño (virgen) como símbolo de fertilidad... Cada regalo vale sus buenos miles de euros.

Es de suponer que no serán los únicos regalos. Las asociaciones de comerciantes de bichos exóticos habrán regalado anacondas, tortugas gigantes, murciélagos albinos...; el gremio de pompas fúnebres algún ataúd de lujo acolchado; los comerciantes de armas, que menos que un misil con las iniciales de los novios; la Iglesia católica alguno de los múltiples prepucios de Cristo; los de los sindicatos... ¡buf! ¿qué pueden regalar esos?; los trabajadores manuales, carretillas, ladrillos, cascos de obra, machotas, soldadoras eléctricas, monos de trabajo, los horrorosos chalecos amarillos reflectantes, y demás objetos exótico-misteriosos a ojos de la nobleza de sangre rancia.

Los anarquistas..., los anarquistas podrían regalar algo clásico, soñador, fugaz: ¡un ramo de flores!

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