Mayo del 68, hace tan solo cinco décadas...

Si me resisto a hablar de Mayo del 68 desde cualquier otro lugar que no sea el de la pasión es porque Mayo fue algo así como un torrente. Un torrente emocional, afectivo, político, que nos arrastró con una fuerza increíble. De hecho, transformó para siempre, y en muy poco tiempo, a muchísima gente, como por ejemplo a la entrañable Emma Cohen quien afirmó, años más tarde, que para ella: “Mayo, nunca concluyó del todo”, y debo decir que para mí tampoco.

Aunque se contaron por miles las personas que entonces resultaron heridas, y algunas lo fueron de gravedad, la suerte quiso que los muertos fuesen muy pocos. Sin embargo, cuando aquella efervescencia remitió, fueron bastantes más quienes no soportaron tener que renunciar a las promesas de Mayo, y no pudieron resignarse a regresar a“la normalidad”. Así que dejaron que se les escapase la vida, cada cual a su manera, en los meses, o en los años inmediatamente posteriores.

No pretendo dramatizar, pero ese hecho nos permite intuir cuál fue la pasión que despertó Mayo del 68, cuál fue la intensidad de las vivencias que suscitó, y la potencia de los sueños que logró despertar.

Mayo fue, ciertamente, un fenómeno heterogéneo, múltiple... Múltiple porque existen varios Mayos en cada uno de sus momentos, y porque también afloran diferentes Mayos a lo largo de su desarrollo. Pero, desde esa multiplicidad resulta que ese acontecimiento también reviste una singularidad inconfundible, y es de esa singularidad de la que quisiera hablar aquí.

En realidad, esa singularidad ya empezaba a manifestarse en lo que fue su acontecimiento inaugural. Un acontecimiento que podemos situar en el viernes 3 de mayo, cuando el conflicto salta fuera del recinto universitario y se expande por las calles de París.

Ese día los dirigentes y los principales militantes estudiantiles, tanto de París como de Nanterre, estaban confinados en el patio de la Sorbona, cercados por un impresionante dispositivo policial que los iba introduciendo uno a uno en sus lecheras camino de las comisarías. Pues bien, aunque parezca paradójico ese “secuestro” de los militantes y de los dirigentes estudiantiles ayudó a que la revuelta explotara con tanta fuerza en las calles del Barrio Latino.

En efecto, cuando empezamos a hostigar a la policía, los escasos militantes que no habían sido apresados intentaban apaciguar la situación, clamando contra la tremenda irresponsabilidad de provocar a la policía. Nos gritaban: “Pas de provocations, camarades!”. Pero eran insuficientes para contener a quienes estaban reaccionando desde su propia sensibilidad, sin consignas, ni directrices, ni liderazgos.

Y ocurrió que sin proponérselo la gente la armó, la lió y desencadenó espontáneamente lo que a lo largo de Mayo se convirtió en un auténtico terremoto.

Ante la violencia de unos enfrentamientos, que se saldaron con decenas y decenas de heridos, y con unas 600 personas identificadas, y algunas detenidas, la Sorbona fue clausurada ese mismo viernes 3 de mayo al atardecer. Eso provocó la inmediata convocatoria de una huelga general de universidades y se encendía de esa forma y en ese momento la mecha de lo que iba a ser una larga lucha.

Ahora bien, cuando estábamos hostigando a la policía, el grito de “liberad a nuestros compañeros” era más un grito de guerra que una petición. Actuábamos contra los furgones policiales para liberarlos, no montábamos un desfile para pedir su liberación. Esa solidaridad activa, inmediata, ya se empezaba a incorporar en la identidad de Mayo; desde su mismo inicio, la acción directa —sin mediaciones— y la autoorganización —sin directrices venidas desde arriba, o desde donde fuese— se hicieron presentes.

Así fue como se inició Mayo del 68 y se propagó rápidamente por toda Francia, sumiendo el país en un esplendoroso periodo de multitudinarias manifestaciones, de ocupaciones de universidades y de fábricas, y de duros enfrentamientos con la policía. Incluyendo, además, algunos momentos épicos, como la famosa noche de las barricadas donde ardió, literalmente, el Barrio Latino, y donde París pudo contemplar, al despertarse, el dantesco escenario de una encarnizada lucha que había durado toda la noche.

Es bien cierto que en los años sesenta, Mayo no fue un hecho aislado. Se insertó en el ajetreado contexto compuesto por una multitud de focos de agitación. Movilizaciones contra una guerra del Vietnam que, a nivel informal, federó internacionalmente muchos movimientos de protesta. Solidaridad con Cuba, con el Che, con las guerrillas latino-americanas. Radicalización de las luchas antirracistas en EEUU, con el Black Power y los Black Panthers. Multitudinarias marchas anti-nucleares cada semana santa en Inglaterra. Acciones subversivas de los Provos en Holanda o de los ácratas en la universidad madrileña. Y si miramos hacia el Este, revueltas en Praga, o en Varsovia, mientras que desde China llegaban los ecos (finalmente engañosos) de la Gran Revolución Cultural.

Toda esa agitación se traducía en violentos enfrentamientos en diversas ciudades del mundo. En Berlin, donde el 11 de abril del 68 el líder estudiantil Rudi Dutschke resultó gravemente herido de bala, desencadenando manifestaciones de protesta en toda Europa. En Roma, donde a principios de marzo del 68 la “Batalla de Valle Giulia” se saldó con 400 heridos. En Londres, donde el 17 de ese mismo mes de marzo 30.000 jóvenes protagonizaron una batalla campal frente a la Embajada de los EEUU. En París, donde el día 22 de marzo un explosivo cóctel de anarquistas, trotskistas, maoístas y situacionistas ocupó el edificio administrativo de la Universidad de Nanterre, creando el famoso Movimiento del 22 de Marzo que protagonizaría en buena medida Mayo del 68. O incluso en Tokio, donde el potente movimiento Zengakuren se mostraba capaz de hacer retroceder las fuerzas policiales.

Al mismo tiempo, simultáneamente, se desarrollaban en Francia unas luchas obreras marcadas por una radicalidad inusitada. Por ejemplo, en febrero del 67 empezó una huelga de cinco semanas de duración en una de las más importantes fábricas textiles, que fue ocupada, en un contexto de duros enfrentamientos. Y lo mismo ocurrió en enero del 68, cuando, en el marco de otra larga huelga, cientos y cientos de trabajadores invadieron la ciudad de Caen, y se enfrentaron a la policía hasta altas horas de la noche con numerosos heridos.

La verdad es que en 1968 el mundo conocía una impresionante acumulación de conflictos. Sin embargo no se puede diluir Mayo en las multiples revueltas del 68. Nada de lo ocurrido en Tokio o en Berlín, ni tampoco en Roma, en Berkeley, en Londres, o en México, o en las fábricas francesas, culminó en algo parecido a aquel acontecimiento.

Enclavada en ese turbulento contexto, la potente, potentísima, deflagración que representó Mayo superó de muy lejos, superó con mucho, el eco de cualquier otro evento de esos años, y revistió una singularidad irreductible.

Lo cierto es que nada dejaba presagiar que un conflicto iniciado por los estudiantes, pudiera propagarse con tanta rapidez en el tejido social, abrasando todo un país y paralizándolo por completo durante largas semanas.

Sin duda, Mayo fue un acontecimiento absolutamente inesperado, totalmente imprevisible, que no se podía intuir, ni a partir de la situación entonces existente, ni de lo que antes había acontecido.

No solo causó una enorme, una colosal estupefacción en el mundo entero, sino que dejó atónitos a sus propios protagonistas, que se sorprendían cada día de lo que había acontecido durante ese día, y que se preguntaban, nos preguntábamos, con verdadera ilusión, que más podía pasar al día siguiente, en un combate del que no se sabía cual iba a ser su rumbo en las próximas horas, y que parecía no querer detenerse nunca, como lo proclamaba ese eslogan que gritábamos en todas las manifestaciones: “Es tan solo un inicio, continuemos el combate”. Ce n’est qu’un début continuons le combat…, y eso nos hacía soñar con que todo, todo era posible.

Ahora bien, aunque Mayo se inició en las universidades, fueron las ocupaciones de fábricas y la huelga general las que le dieron continuidad después de una primera semana de violentos enfrentamientos cotidianos. Una semana que culminó con aquella fantástica, increíble noche de las barricadas donde no menos de cincuenta barricadas florecieron, eso sí, de forma totalmente desordenada, caótica, en el Barrio Latino.

En el patio de la Sorbona, reabierta y ocupada gracias a la presión de las barricadas, aun resuena en mis oídos el inmenso clamor con el que acogimos el 14 de mayo el anuncio de que la fábrica Sud Aviation, cerca de la ciudad de Nantes, había sido ocupada y su director secuestrado.

Ese clamor auguraba que era el movimiento obrero el que iba a dar continuidad y fuerza al estallido inicial del viernes 3 de mayo, pese a los denodados esfuerzos de las centrales sindicales y del Partido Comunista para levantar un muro infranqueable entre los estudiantes y los trabajadores. Y, en efecto, la huelga se propagó como un reguero de pólvora. En torno al 20 de mayo se contabilizaban cerca de diez millones de huelguistas y se contaban por decenas las fábricas ocupadas de manera indefinida.

Fueron esas ocupaciones, y esos millones de trabajadores en huelga, lo que potenció la resonancia que tiene Mayo en la historia contemporánea, evitando que se quedase en una violenta, pero intrascendente, revuelta estudiantil, o en un brillante ejercicio subversivo poético/político al estilo situacionista.

Sin embargo, también hay que decir, y esto es importante, que no fue, en absoluto, esa potente movilización obrera la que le dio a Mayo sus señas de identidad, ni la que dibujó su singularidad. La prolongada paralización de la economía francesa no habría sido posible, ni habría dejado una huella histórica tan profunda, si no se hubiese insertado en ese singular y complejo fenómeno social y político que fue Mayo del 68.

No era una reivindicación laboral la que movía la revuelta del 68. Más que de una reivindicación concreta, se trataba de un auténtico estallido social que cuestionaba el todo de la situación y sus reglas del juego. De hecho, era una sublevación contra el sistema social instituido y contra el tipo de vida que este ofrecía. Lo que cuestionaba Mayo era directamente el tipo de vida, gris y vacío, que la gente estaba condenada a vivir. Una vida que no era vida sino mortífera rutina. No en vano uno de los eslogan más populares era “Metro, boulot, dodo” (metro, curro, lecho).

Lo que palpitaba en las energías dinamizadoras de Mayo era fundamentalmente una sed de libertad en todos los planos, una enorme sed de libertad. Y en lo que tuvo de más propio, de más singular, Mayo emergió como una revuelta radical contra la autoridad. Tanto la que se manifestaba en las aulas, como la que imperaba en los talleres, en las fábricas, o en el seno de las familias y saturaba toda la vida cotidiana.

Bajo el lema “Prohibido prohibir”, Mayo fue un fabuloso estallido anti-autoritario, y es en ese sentido que fue, y aquí radica su singularidad, un fenómeno genuinamente libertario, aunque no se reclamase, ni mucho menos, del anarquismo.

Para captar esa singularidad conviene recordar que en los años sesenta el anarquismo estaba prácticamente desaparecido de la faz de la tierra y que mencionar la palabra anarquía en un sentido que no fuese el de caos, el de desorden, resultaba tan anacrónico como exótico. Lo cierto es que si exceptuamos el nutrido exilio libertario español, en 1968 habían muy pocos anarquistas en Francia, poquísimos, por ejemplo, tan solo algunas decenas en París, y está claro por lo tanto que Mayo no tuvo el anarquismo como fuente de inspiración, ni tampoco fue protagonizado por la escasa militancia anarquista, y sin embargo...

Pues, sin embargo, eso no impidió que Mayo fuese una auténtica explosión libertaria. Una explosión libertaria que volvió a hacer aflorar el anarquismo en el plano internacional, inyectándole además elementos de renovación. Y eso ya nos indica que no son necesariamente los y las anarquistas quienes imprimen tonalidades libertarias a los movimientos sociales, sino que, a veces son las propias dinámicas de las luchas las que crean prácticas libertarias, y construyen sensibilidades anarquistas, como lo hemos podido comprobar durante estas últimas décadas, aquí y en diversos países.

Mayo fue una lucha, por momentos violenta, áspera, tensa, extenuante, exigente, y llena de sin sabores, como lo son todas las luchas. Pero, también fue una gran fiesta revolucionaria que hizo florecer banderas rojas y banderas negras, fue una experiencia de lucha que proporcionaba al mismo tiempo placer y un enorme sentimiento de felicidad. No se posponía al final de la lucha el momento de saborear sus eventuales resultados, sino que las recompensas surgían desde el seno de la propia acción, formaban parte de lo que esta nos proporcionaba diariamente.

De esa forma, Mayo nos mostraba que son los resultados concretos y palpables, los que son capaces de motivar a la gente y de incitarle a ir más lejos. Pero también nos indicaba que para que eso suceda la gente necesita sentirse protagonista, decidir por ella misma, y es entonces cuando su grado de implicación puede dispararse hasta el infinito.

Es por eso, por ese protagonismo de la gente de a pie, desde la base, de forma autónoma, que los “Comités de Acción”, aunque no tienen el glamour mediático de las barricadas y de los coches en llamas, son la autentica figura emblemática de Mayo del 68.

En efecto, a partir del 4 de mayo, día siguiente al estallido inicial, esos comités fueron proliferando en los barrios, en los institutos, en las universidades, en los gremios profesionales, y en las empresas, sin que ninguna autoridad los tutelase. En su seno se desplegaba una intensa creatividad subversiva impulsada por innumerables activistas, hombres y mujeres que en la mayoría de los casos carecían de cualquier experiencia política anterior.

Por otra parte, Mayo puso el acento sobre el hecho de que, como el anarquismo no se había cansado de repetirlo, pero predicando en el desierto, la dominación no se ciñe al ámbito de las relaciones de producción, sino que se ejerce en una multiplicidad de planos, y que las resistencias deben manifestarse en todos y cada uno de esos planos.

Cuando el horizonte de la política antagonista se ensancha hasta abarcar todos los ámbitos donde se ejerce la dominación, son, entonces, todos los aspectos de la vida cotidiana los que entran a formar parte de su campo de intervención. Y lo que queda configurado de esa manera es una nueva relación entre la vida y la política, que dejan de ocupar espacios separados.

Mayo también nos enseñó que las energías sociales necesarias para que se constituyan potentes movimientos populares surgen desde dentro de la creación de determinadas situaciones conflictivas, no les preexisten necesariamente. Se forman en el propio desarrollo de esas situaciones, retroalimentándose, perdiendo fuerza por momentos y, volviendo a crecer de repente, como ocurre con las tormentas. Se trata, por lo tanto, de unas energías que pueden aparecer en cualquier momento, aunque en el instante anterior no existan en ninguna parte.

Fueron los propios sucesos de Mayo, las prácticas que allí se desarrollaron, lo que dio cuerpo a un multitudinario y variopinto sujeto colectivo que no existía en lugar alguno antes de que los propios acontecimientos lo fuesen construyendo día a día. Quedaba claro que el “sujeto revolucionario” no preexiste a la revolución, sino que se constituye en su propia andadura.

Ahora bien, se ha hablado mucho, muchísimo, acerca de si aquello fue realmente una revolución o si se quedó tan solo en un simulacro de revolución, donde, finalmente, no ocurrió prácticamente nada, nada verdaderamente relevante. Tan solo unos slogans, unas pintadas y unos carteles.

La realidad es que Mayo fue una auténtica efervescencia revolucionaria que revolucionó la propia revolución, clausurando la forma leninista de entenderla, y dando alas a la utopía, y a las formas libertarias del imaginario radical.

El gran acontecimiento de Octubre del 17 había instituido un concepto de revolución que impregnó el imaginario emancipador durante medio siglo. Ese concepto presuponía un proyecto revolucionario, y una vanguardia bien organizada, capaz de impulsar las masas hacia la victoria final. Es ese concepto el que inspira la reiterativa pregunta acerca del fracaso final de Mayo. Una pregunta que, sin embargo, se torna totalmente irrelevante tan pronto como se extirpa del concepto de revolución la idea de un proyecto y de una vanguardia.

En efecto, se puede hablar del éxito, o del fracaso, de un proyecto diseñado para alcanzar tal o cual resultado, lo consigue o no lo consigue, pero nunca hubo ningún proyecto de Mayo, este simplemente aconteció. No cayó del cielo, por supuesto.

Tuvo múltiples causas, cadenas de pequeñas causas entrelazadas donde no se debe menospreciar en absoluto el papel del azar y de las casualidades totalmente fortuitas, pero fue, literalmente, un acontecimiento. Es decir, algo que no está precontenido en sus condiciones antecedentes, sino que se crea de forma original a partir de esas condiciones, pero sin estar determinado por ellas, o sea, innovando, y abriendo una discontinuidad en el tiempo socio-histórico.

Si Mayo sigue rondando la memoria colectiva es porque demuestra que una irrupción desestabilizadora e innovadora, siempre puede acontecer, aun cuando nada permite anticiparla. No surge como el desenlace de un proyecto. De hecho, si los grandes acontecimientos subversivos siempre nos sorprenden, es porque nunca acuden a la cita fijada por un proyecto.

Por decirlo de alguna forma, cuando son auténticos, los estallidos revolucionarios son como una página en blanco. Una página en blanco que hay que rellenar sobre la marcha, y si esa página ya está escrita, es entonces cuando no se produce absolutamente nada, nada que sea verdaderamente relevante; como mucho, unas simples substituciones en la cadena de mando.

Se han expresado fuertes críticas a la improvisación reinante, y a la espontaneidad de las actuaciones. Se ha argumentado que si el movimiento hubiese contado con una agenda clara, unas metas preestablecidas y unas sólidas estructuras organizativas, se hubiese podido encauzar las energías en una dirección que habría permitido derrotar finalmente al enemigo.

Claro, pero lo que esa forma de plantear las cosas no alcanza a entender es que fue, precisamente, porque carecía de esos elementos por lo que el movimiento pudo ir avanzando hasta donde llegó —que no fue poco—, en lugar de estancarse en sus primeros pasos.

Mayo pudo progresar hasta topar, finalmente, con sus límites porque sabiendo mantenerse en constante movimiento fue construyendo su agenda sobre la marcha: una agenda que no preexistía al inicio de la movilización, sino que se construía, y se rectificaba en el seno del quehacer cotidiano.

Fue ese hacer haciendo el que dio vida al movimiento y le permitió sortear con inventiva, uno tras otro, los obstáculos que iban surgiendo en su camino, hasta abrir una brecha en lo instituido para crear espacios de resistencia, de lucha y de una vida distinta.

Bien es cierto que Mayo no desembocó en la toma del poder, pero resulta que la cuestión de la toma del poder político nunca estuvo en su agenda porque se trataba de luchar contra el poder, no de conquistarlo, y en eso residió sin duda uno de los elementos clave de su singularidad.

Finalmente, si tuviese que resumir en dos palabras cual fue la principal aportación de Mayo, diría que fue, simplemente, la de “haber acontecido”. Porque demostró de esa forma que acontecimientos de ese tipo no eran imposibles, aunque todo indicase lo contrario.

Jean-Paul Sartre escribió en 1968, lo cito: “Lo importante, es que la acción tuvo lugar, aun cuando todo el mundo la consideraba impensable. Si ha tenido lugar esta vez, puede reproducirse…”.

Por supuesto, reproducir no es repetir, y sería absurdo soñar con una repetición de Mayo del 68. Este no puede acontecer nuevamente porque su repetición negaría su singularidad. No se puede repetir algo que se define precisamente, como lo hizo Mayo, por haber escrito su propio guión, sin tomarlo prestado de ninguna fuente externa.

Definitivamente irrepetible, lo realmente importante es que Mayo del 68 se reinventa, sin embargo, en cada gesto de colectiva rebeldía. Aunque, en consonancia con lo que fue su singularidad, es decir, en consonancia con su talante libertario, hay que precisar: “en cada gesto de colectiva rebeldía", sí, pero siempre que ese gesto reivindique su plena autonomía, rechazando cualquier supeditación a instancias dirigentes, o cualquier subordinación a planteamientos surgidos desde fuera de su propia andadura.

Está claro que hoy nos hacen falta uno, dos, tres... decenas de Mayos, pero cada uno será sui-generis, será singular y único.

Y, ya para concluir, solo me queda desear que alguno de ellos, alguno de esos mayos, no tarde demasiado tiempo en estallar, sea donde sea, aunque, claro, muchísimo mejor si es por aquí cerquita, porque uno ya no está para muchos trotes.

***

Tomás Ibáñez. Intervención en la mesa redonda Vivencias del mayo francés, en las jornadas de debate sobre Mayo del 68 organizadas por la Fundación Anselmo Lorenzo (24-26 de mayo de 2018)

Comentarios

Imagen de Acratosaurio rex

Yo recuerdo que el titular del periódico Solidaridad Obrera de 1978 decía: "10 años desde mayo del 68".

O algo así.

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