Muertes abominables por un mundo mejor

Allá por los años de finales de los sesenta, que la televisión era minoritaria, la radio más bien aburrida, y los periódicos de la cadena del Movimiento Nacional, me distraía de diversos modos creativos: emborrachándome, haciéndome pajas y esas cosas. Pero también tenía la costumbre de leer novelas baratas, que cambiaba en un quiosco de segunda mano todas las semanas. Lecturas efímeras puede decirse, de los que se leen y se olvidan. Pues resulta que hubo un relato que recuerdo todavía. El autor, desgraciadamente, no se me ha quedado, discúlpeme maestro (1). El argumento es el siguiente:

Por motivos desconocidos, un día del mes, a una hora concreta, muere el hombre más poderoso de la tierra. Muerte natural, la palma un jefe. Tal vez fuera una vez a la semana. La cuestión es que, claro, muerte el presidente de los EEUU, luego el de la URSS a la misma hora del mismo día, después el sustituto de EEUU, más tarde el de la URSS… Hay un mosqueo que te cagas, porque se dan cuenta de que la Pelona se lleva al tipo más poderoso que haya de guardia, así que todos esos tipejos empiezan a recular, a no señalarse, a nombrar direcciones colegiadas donde todos procuran pasar desapercibidos… Pacificado el mundillo político comienzan a fallecer millonarios y gente así, de forma que se empiezan a deshacer de sus caudales… Y así sucesivamente, de manera que en un año tal vez, está el planeta como una seda.

Yo, viendo el panorama que tenemos actualmente, dudo que una muerte natural, sencilla, indolora, fuese capaz de disuadir a la banda de trepas que nos dominan. Buscarían subterfugios, trampas, enredos, para engañar a la Niveladora. O sencillamente, no les importaría morir con tal de mandar durante una semana o un mes. Así que tal vez el autor de mi juventud, podría reescribir el relato, adaptándolo a la modernidad, con internet y youtube, de manera que hoy a las doce de la noche, cataclás, Trump se electrocuta haciéndose una tostada. Pero cuando digo electrocutado, me refiero a un montón de rayos saliendo de la tostadora, envolviéndolo en llamas y convirtiéndolo en un churrasco carbonífero que viene un viento y lo dispersa como en la Momia. Todo esto, por supuesto, grabado por las cámaras de seguridad y difundido por doquier, miles de millones de visionados y "me gusta". Mañana a las doce de la noche, Putin cuando pasea por palacio, le cae una lámpara en la coronilla. No una lámpara cualquiera del Ikea, si no una lámpara de los zares con montones de cristales y de hierros, de unos mil doscientos kilos, que lo aplasta y lo convierte en puré. Pasado mañana a las doce de la noche en China, el presidente Xi Jinping es atacado por un oso panda que –de manera sorprendente–, abandona la dieta vegana de bambú, lo descuartiza y se lo traga ante los horrorizados guardias rojos que no atinan a atacar a una especie protegida. Y así van cayendo Ángela Merkel, ahorcada con el cable de un altavoz que se le enrosca en el cuello y la asfixia muy despacio, mientras la escolta tira ora de una pierna, ora de los pelos, intentando desenredarla. Maduro, digerido por una anaconda gigante, el reptil fermenta y todo estalla. Rajoy, decapitado por las palas de un helicóptero que entra por accidente en su dormitorio. Amancio Ortega, succionado por el retrete es transportado a una dimensión infernal. Inda haciendo footing cae en un pozo de brea y se hunde lentamente hasta que solo quedan las manitas glú glú glú. Mira por dónde el Hombre Lobo se tropieza con Neymar justo en la Luna Llena, y no deja ni un pellejo. El tipo de Mercadona, el Roig ese, visita detergentes Persán y una fórmula se transforma en un ácido poderosísimo que lo corroe entre alaridos indescriptibles. El Presidente del Supremo ingresa por error en un hospital psiquiátrico y la enfermera loca le inyecta formol en la yugular. Y el Papa Francisco, reventado por un obispo pederasta justamente cuando estaba meditando sobre los angelitos… La marabunta, terremotos, cocodrilos, hornos de hierro fundido, erupciones volcánicas, pirañas, tiburones, toxina botulínica, caníbales de las Islas Salvajes, perros cimarrones, una horda de feminazis zombis salida de ninguna parte, queso radiactivo de vacas de Chernobyl...

Eso, en fin, todas las noches, uno o dos o tres dirigentes mundiales, plaf: muertes violentas e inexplicables, dependiendo de lo inspirada que esté la Morena. Y en un año, lo mismo esa gentuza se lo pensaba un poco antes de solicitar un cargo. Pensadlo, cundiría el pánico, y lo mismo tú piensas que estás seguro en tu puesto, sin destacar, y van los cuatro que están por delante de ti, reculan y te dejan fuera de juego, y catacrás, estalla la bombona de butano cuando te vas a preparar un puré de patatas dejando un cráter de puta madre.

Esa es una de las grandes ventajas que tiene escribir cosas de ficción: puedes matar a todos los cabrones que vayan saliendo en la trama, sin que te metan una multa o diez años de cárcel. Porque, al fin y al cabo, ¿quién puede creer que ejecutando diariamente de forma muy cruel a un capitoste, el mundo se convertiría en un paraíso?

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(1) Tal vez fuera un cuento de Dino Buzzati. No lo recuerdo. Si alguien lo conoce, favor de darme la referencia. Pasados cincuenta años, cualquiera sabe.

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