No le laves la cabeza al burro

En esta vida, hay veces que discutir no vale para nada. Esta mañana me encontré con un anarquista muy formado al que no veía desde hace años. Tras los saludos de rigor y de preguntarme si seguía con "lo mismo", iniciamos un monólogo en el que él me explicó –durante el tiempo que duró el café–, que las huelgas generales no sirven para nada, que las organizaciones son nidos de corrupción, y que los servicios sociales son el mecanismo que emplea el sistema para comprar a las multitudes. 

En todo el tiempo que duró la arenga, no dije ni una sola palabra, limitándome a emitir unos sonidos inarticulados que escuché una vez a unos cerdos que acababan de comer. Y es que, ¿para qué hablar? Resultaba evidente que la persona ante mí, lanzaba un discurso que no esperaba respuesta, que solo aspiraba a ser escuchado…, tal vez por algunos graves traumas indefinidos sufridos en la infancia. Yo, ante una persona así, es que pierdo toda esperanza de abrirle los ojos, porque ya le puedo poner por delante cifras y letras, que él seguirá erre que erre con su mierda.

Porque vamos a ver… Los servicios sociales puede que sean un arma del sistema. Pero entonces…, ¿por qué los desmantelan? ¿Y por qué mientras más jodido está el pueblo, menos se hace? Es que si los servicios sociales fueran el arma total, los tendríamos tan bien montados, que no les faltaría un detalle. Y si las huelgas generales no sirven para nada (único día del quinquenio sin producción ni plusvalía), ¿por qué la huelga está tan perseguida, que el convocar una hace que de inmediato los medios de comunicación, los portavoces de los partidos, las organizaciones patronales, los jueces y la policía, las circunscriban de tal modo que doscientas personas acaban procesadas, multadas o encarceladas? Y si las organizaciones son tan horribles, ¿cómo es que la gente una y otra vez montan estructuras estables como pueden serlo las familias, clubs deportivos, cofradías religiosas y espacios de sociabilidad que procuran medios para conseguir fines? 

De hecho, tal vez esos discursos, que se podrían  calificar de derrotistas, son funcionales al sistema, ya que justifican que se ataque la sanidad pública, que hacer una protesta sea un calvario, o que montar un puto sindicato sea una obra llena de desconfianza y aprensión. Es más, en medio de una guerra, al que en la trinchera llegase a asegurar, que "las armas que tenemos son una porquería", se le fusilaba de inmediato, aunque fuese con tirachinas.

"Conserva la energía –me explicaba brevemente mi abuela–. No discutas con malafondingas, porque es como lavarle la cabeza a un burro".

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