El retorno de la autonomía como estrategia en cuatro tesis

Por @unaposicio

No luchamos por el desarrollo del capitalismo, ni por alguna pseudorreforma que pase por encima de nuestras cabezas, de esas por las que salimos a la calle, sino para destruir nuestra función de mujeres tal y como nos viene impuesta en el día a día, en lo «privado», en lo «social» […]. Nos negamos a ser arrojadas de nuevo a nuestras casas […]. Rechazamos la liberación a través del trabajo […]. Organicémonos autónomamente para transformar nuestra rabia en un programa de liberación. No luchamos por el desarrollo del capitalismo, ni por alguna pseudorreforma que pase por encima de nuestras cabezas, de esas por las que salimos a la calle, sino para destruir nuestra función de mujeres tal y como nos viene impuesta en el día a día, en lo «privado», en lo «social» […]. Nos negamos a ser arrojadas de nuevo a nuestras casas […]. Rechazamos la liberación a través del trabajo […]. Organicémonos autónomamente para transformar nuestra rabia en un programa de liberación.
Coordinadora feminista de Via dellʼOrso de Milán, panfleto distribuido el 8 de marzo de 1977

Este texto nace de una necesidad de clarificación, de ciertas dificultades, también de las luchas y experiencias en las que estuvimos, de sus charlas, debates y trabajos. Nace también del nacimiento de nuestra hija, de algunas lecturas y de un viaje al sudeste mexicano. La propia dificultad del mundo en que vivimos y sus encrucijadas hace que la primera de las tesis exija una longitud mayor que las demás. En realidad, el resto de tesis derivan de la primera, guía y contexto de un ocaso que oculta su alumbramiento. Toda la negatividad que destilan estas líneas se debe a que, antes de celebrar ensayos incipientes, una analítica del presente tiene que desvelar sus flaquezas.


Tesis 1. Autonomía es creación de mundos

Escolio:
El mundo terminó para el futuro. Es decir, ya ha terminado para nosotras en algún lugar del pasado. El punk profetizó el fin del futuro de un mundo que aniquiló la potencia espiritual de la audacia, del juego, de la sutil sensibilidad, a cambio de las migajas existenciales de la planificación económica, de la expertise tecnológica, de la eficacia en el trabajo. Un mundo metafísicamente acabado, que se arranca a una cotidianidad deprimente con solitarios jueguecitos electrónicos y mensajitos enternecedores, se aboca, según todas las estadísticas, a su propia destrucción tecnológica, es decir, ambiental. La tecnología capitalista y occidental que funciona creando «ambientes construidos», esto es, controlados, ha creado en algunas visionarias la ilusión de que se podrá sobrevivir, en ciudades burbuja, a un aire, un mar y una tierra envenenados. La parte inconsciente de esta ilusión proviene del delirio de totalidad que la metafísica imperial occidental se arroga, pensando que el fin de las relaciones imperiales es el final de una Tierra que ya solo sabe ver desde el espacio. Sin embargo, los pueblos amerindios, que ya vivieron su Apocalipsis en 1492, saben que otra Tierra solamente significa otra manera de vivir. Allí se le llama Autonomía comunal.


Glosa 1
El mundo se acaba pero no sabemos cómo. Entre, por un lado, las burbujas inmobiliarias y de activos, la deuda impagable general, los bancos zombis, y por otro, la acidificación de los océanos, las sequías que siguen a huracanes, la extinción masiva de especies o la venta de aire puro embotellado; una degeneración paulatina, continua, inexorable. El choque entre los límites del sistema Tierra y una profunda Depresión económica nos arroja a una orgía de la confusión, donde el impulso mayoritario puede calificarse de negacionismo. No pasa nada, la normalidad circular nos abruma, los rituales de necesidad nos salvan de informativo en informativo presentado con música de peli de aventuras. La intermitente animación espectacular oculta una plaga de tedio y depresión, salpicada de exaltaciones químicas y adicción. No hay salida, paráfrasis del thatcheriano «there is no alternative».
Existe otro impulso, más hipster, con pretensiones de ser más entendido y más avanzado, se llama «aceleracionismo»; acelerar las tendencias internas del capitalismo tecnológico, financiero, global, para que sus contradicciones internas acaben con él lo antes posible y pasemos a otra cosa, pero, atención, manteniendo las redes tecnológicas globales, los últimos avances cibernéticos y llevando la biotecnología a su exacerbación, por si la rebelión del clima planetario llega demasiado lejos y hay que pasarse sin mundo, es decir, en medio de una naturaleza podrida. Existe una versión de derechas de esta teoría, llamada singularitarianism, californiana y cibernética, la diferencia es que no quieren superar el capitalismo, aunque, como señalan acertadamente unos antropólogos brasileños, la diferencia es borrosa. Ambas teorías son también formas de cierto «negacionismo»: a) niegan que haya nada más allá del mundo moderno occidental; b) niegan una buena parte de la población mundial, excedentaria respecto a estos presuntos avances salvadores, ya que ni les llegarían ni podrían pagarlos, viviendo en ecosistemas tóxicos y degradados en los arrabales exteriores de la galaxia metropolitana; c) niegan la tierra en nosotras mismas, creyendo poder introducir metrópolis enteras dentro de pseudoestaciones espaciales, viviendo a base de proteínas sintéticas, reciclando la orina y respirando bits.

Glosa 2

Mientras tanto, otros se entretienen con el cadáver del Estado del bienestar. Una pulsión embalsamadora recorre las izquierdas del mundo, aunque en el Estado español y en la Catalunya del procés, con el típico delirio patrio del «llegar siempre tarde», la obcecación es sorprendente: mientras el centro y el norte de Europa tienden hacia la derecha —ya que no vamos a abandonar el capitalismo, por muy socialista que se pinte, por lo menos elegimos a alguien que quiera defendernos—; mientras Grecia asume su impotencia reeligiendo a Tsipras,el Humillado, y Venezuela vuelve al redil global; nosotras, más listas que nadie, queremos darle un último lustre al cadáver del welfare, como si aún estuviera vivo, o estuviera vivo el flujo sanguíneo de billetes que lo hacía brincar por el planeta. El neosocialismo keynesiano nos salvará, esta vez sí, esta vez será diferente. Tomaremos el poder, redactaremos una nueva Constitución, nos reapropiaremos de los medios de producción. Ni siquiera hará falta una revolución, los propietarios de los grandes medios se harán a un lado democráticamente y podremos construir un mundo nuevo.
Solo que no es así como las cosas suelen suceder, ni como lleva más de quince años sucediendo en América Latina. Básicamente lo que ocurre allí son dos cosas: a) Los gobiernos progresistasno hacen gran cosa aparte de repartir algunos subsidios y elevar grandes deseos, es decir, no se producen grandes expropiaciones ni grandes reformas agrarias, sino que se continúa con una lógica del «desarrollo económico» basada en el extractivismo y en el agrobusiness. Esto puede ampliar la base de la clase media, como en Brasil, pero no modificar sustancialmente las reglas del juego capitalista, con su despojo rampante, su destrucción de formas de vida animales, vegetales o humanas, y sus vidas capturadas en una producción artificial de necesidades —que es una producción real de consumidoras, de soñadoras de mercancías, producción que nos desquicia y que nos agota—. La segunda opción, b) consiste en acudir algo más al enfrentamiento, expropiando por ejemplo grandes empresas de hidrocarburos, como se hizo en Venezuela, poniéndose en contra no solo a todas las empresas del ramo, también a los amos del sistema financiero y a la prensa global en sus manos. Aquí también se distribuyeron subsidios y se incitó a la autoorganización, pero también a la obediente construcción del socialismo estatolátrico basado en un siempre triste y falso estajanovismo. La contrapartida es que, como las enormes cadenas tecnológicas, industriales y logísticas —que transforman la extracción del hierro en el tenedor que te llevas a la boca, o la extracción de hidrocarburos en el plástico del interruptor de casa, o en la carcasa del ordenador y del móvil— están fuera del control de un solo Estado, y más si este es Latinoamericano, el boicot implícito contra Venezuela, que afectaba al flujo «normal» de capitales que recrea nuestro mundo a través del planeta, lo que hizo fue castigar a las clases populares y angustiar a las clases medias venezolanas. A esto se le añade toda la guerra sucia imaginable. Al final, como nada sustancial había cambiado, se seguían consumiendo telenovelas, películas sobre los héroes capitalistas, zapatillas de deporte globales y el deseo del último BMW, lo que ha ocurrido es que se ha tumbado democráticamente la revolución bolivariana.

El mundo se ha hecho demasiado horrible. Entrar en las Instituciones es entrar a negociar con los carceleros, con los torturadores, los acaparadores. The art of killing en Indonesia; ganas de vomitar leyendo las páginas sobre África poscolonial en Por el bien del Imperio, de Josep Fontana, o estudiando la historia de la contrainsurgencia latinoamericana. La única transparencia posible es la del mar lleno de cadáveres. La cantidad industrial de dinero necesario para dar un paso verdaderamente reformista hace que solo se puedan repartir migajas mientras no se disponga de una potente capacidad financiera y del control sobre las cadenas logísticas planetarias. Pero, entonces, manteniéndolas en marcha, ¿no se estaría manteniendo vivo el capitalismo que son ellas mismas? En cuanto organización técnica de la actividad mundial, ellas constituyen el corazón del capitalismo que late dentro de cada una de nosotras. Por eso nos da tanto miedo destituir el capitalismo, pues a la vez nos destituiríamos a nosotras mismas. Por eso la humillación de la Grecia de Syriza no ha sido suficiente, porque nos engañamos, porque la ilusión es ciega y la imaginación pobre en el reino de la necesidad. Entrar en las Instituciones es pretender cambiarlo todo para que todo siga igual. Porque no es que hoy el gobierno no gobierne, un gobierno siempre puede empeorar las cosas con una reforma laboral, o paliar un poco la miseria con una ley hipotecaria, puede cambiar algunas cosas, pero no puede cambiar lo fundamental, como dicen los zapatistas: el que hay pocos arriba y muchos abajo, y el que los de arriba lo están a costa de los de abajo. Aunque esto ha alcanzado una dificultad mayor en los espacios metropolitanos. Aquí, lo que ocurre es que el dominio del Capital y del Estado, elgobierno propiamente hablando, se ha objetivado, se ha encarnado en las infraestructuras que sostienen la vida en las metrópolis, se ha convertido en la organización misma del mundo, como han demostrado los amigos del Comité Invisible. Pero, pongamos un ejemplo: la energía nuclear; la energía nuclear necesita de una centralización intensiva, necesita de la organización estatal y capitalista de orden financiero, logístico, ingenieril, securitario. Lo mismo pasa con el modelo actual de la industria, el comercio, los hidrocarburos o el Internet googleizado. Enormes granjas de servidores, cables interoceánicos, autopistas, satélites, tendido eléctrico de alta tensión, oleoductos, puertos y aeropuertos sostienen una vida metropolitana que no llega a percibir —o no sabe qué hacer con— la violencia, la destrucción y el horror que se encuentran al inicio de la cadena global que pone en nuestra mesa un filete de perca africana, maíz americano o tejanos fabricados en China. El libre comercio, el flujo que habita estas largas cadenas, que por mucho que lo critiquemos nos sustenta existencialmente, lleva años actuando como un tsunami sobre las múltiples formas de vida que habitan un planeta cuya reducción de tamaño parece proporcional al golpe que prepara.


Glosa 3
El Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC, en inglés) nos da dos grados centígrados de aumento de temperatura. Dos grados antes de la catástrofe. Lo que ignoran estas y otras buenas gentes es que el fin del mundo está ya detrás de nosotras y no delante. El fin del mundo ya ocurrió, solo que no nos hemos enterado, igual estábamos viendo las noticias. Las imágenes, como objetivación tecnológica de la visión del mundo capitalista, no nos dejan ver hasta qué punto estamos ya rodeados de basura, los peces se vuelven venenosos, o Chernóbil y Fukushima siguen rezumando una nada metafísica cuya virtualidad engulle el futuro de toda la hybris occidental. Pero, sobre todo, no nos dejan ver la destrucción interior, todo lo que hemos perdido con el triunfo de los mass media y de la civilización del consumismo después de la Segunda Guerra Mundial. Estamos hablando, parafraseando a Pasolini, de la tradición rebelde e insubordinada que aleteaba esencialmente libre en las culturas subalternas,verdaderamente populares, en la cultura obrera, en la cultura campesina o en la cultura subproletaria, allí donde las mujeres siempre han trabajado igual o más que los hombres, donde robar y no trabajar era cuestión de orgullo, donde las buenas historias ancestrales de audacia y valentía contra poderosas y malvadas pasaban de generación en generación, donde a la mínima una podía tomar las armas e irse al monte, o donde las comunidades se organizaban para resistir y para devolver los golpes. Hablamos del mundo «de abajo» que el EZLN caracteriza como «rebelde, hereje, grosero, irreverente, molesto, incómodo». No se trata de romanticismo o de «esencialismo», como querría la débil doctrina posmoderna, se trata de la fuerza comunal alegre y salvaje que no teme a las ruinas porque nadie sino ella puede crear mundos, por eso los indígenas han sido siempre tan «obstinadamente comunitarios».
Evidentemente que la vida de antes no era mejor, o que el patriarcado llegó con los indoeuropeos al final del neolítico. Pero esto no nos impide afirmar todo lo que hemos perdido a manos de la megamáquina capitalista que ha llevado hasta el último rincón en Occidente la metafísica imperial propia de las clases dominantes y letradas. Lo que queremos decir es que «arrancadas del conformismo», como sugería Walter Benjamin, las tradiciones verdaderamente populares —no el folclore disecado—, con sus múltiples ritos, mitos, lenguajes y éticas son un recurso contra la uniformización moderna de nuestras sociedades, sometidas a la redundancia de los mensajes de orden, a un régimen de trabajo infame y a la producción de necesidades imaginarias vía fibra óptica, cuyo objetivo es producir no solo insatisfacción, sino seres insatisfechos, paralíticas existenciales.


Glosa 4
En Latinoamérica, de la mano de las comunidades indígenas, la Autonomía como estrategia se discute en todo el subcontinente. Además, entre los zapatistas, con un desprecio absoluto por todo el politiqueo que quiere vender el último proyecto reformista como la idea más avanzada de la galaxia. Apoyar la investidura de un gobierno en Catalunya con una camiseta del EZLN, o apropiarse de las consignas zapatistas para hacer campaña electoral es, o no entender nada, o pura mala fe. El subcomandante Marcos, poco antes de su desaparición, en su correspondencia con el filósofo Luis Villoro, no podía dejarlo más claro: «Todos […] se plantean un imposible: mantener, rescatar o regenerar los escombros del Estado nacional», demostrando «la evidente debilidad estratégica de quienes se proponían y proponen […] reciclar a los de arriba para exorcizar la rebelión de los de abajo». Para Marcos, «una reflexión crítica profunda debiera tratar de apartar la mirada del hipnótico carrusel de la clase política y ver otras realidades». Es algo que podríamos aplicarnos en vista del cansino último ciclo electoral novoizquierdista yprocesista.
Autonomía quiere decir allí creación de mundos, significa dotarse de medios para la destitución de lo intolerable, significa volver a creer en el mundo y en el pueblo que lo habita, volver a creer en que tenemos las capacidades para habitar la tierra. Visitar el CIDECI-Universidad de la Tierra en San Cristóbal de las Casas es una experiencia difícil de olvidar. Un lugar de encuentro, de reflexión, de confrontación de ideas, entre veinticuatro talleres autoconstruidos para formar a chavales y chavalas indígenas en todas las técnicas, desde forja y soldadura, agricultura, construcción, informática y mecánica hasta música, pintura, cocina y todo lo demás, con una sala de actos para dos mil personas que emite en streaming y un seminario de «filosofía y teología para la liberación de los pueblos». Allí, en diez años, han construido una base que existe ya después del fin del mundo. Quizá lo más extraño para nosotras, y al mismo tiempo estremecedor, es el edificio dedicado a templo, herejía de todas las religiones o sincretismo delirante, donde se reúnen todas las personas del CIDECI cada tarde a las ocho para pasar un rato juntas y en silencio. Ningún cura leyendo u ordenando. Comparémoslo con lo que hacemos en Barcelona a las ocho de la tarde. Una animada cacofonía de cervezas, o una asamblea que es siempre de individuos. Cuando es de un nosotros es un puro milagro que nunca ya olvidamos. Individuos en busca de reconocimiento, en competencia inconsciente, deseando ser alguien por encima de quien sea. No es culpa de la «práctica de la asamblea» el que aquí hayamos construido tan poco durante los últimos diez años, es en razón de la destrucción total de casi cualquier forma de vínculo comunitario tradicional, advenida durante los últimos cuarenta años, con el triunfo de la contrarrevolución neoliberal cabalgando los últimos avances de transporte, comunicación y organización. A veces, reuniéndose en silencio se comparte más verdad sobre el mundo que con un sinfín de turnos de palabra.


La autonomía se vive allí naturalmente ligada a la tierra y los recursos comunales —ellas y ellos se llaman muchas veces «comuneros» y «comuneras»—, ligada por lo tanto al comunal y a la comuna, que constituyen no solo los medios principales para sostener una vida digna, sino la forma de vida comunitaria o comunista donde el apoyo mutuo es una práctica vital cuya fuerza ha inflamado todas las rebeliones. Esta apuesta se ve alimentada por tradiciones ancestrales reinventadas en clave rebelde, conservadas ocultas en la tradición oral. Desde luego, desde las izquierdas se levanta siempre la cantinela de que la apuesta por lo local no va a solucionar los problemas de las megametrópolis, que se trata de poblaciones insignificantes y exóticas, que «el mundo no va hacia atrás». Sin embargo, desde posiciones autónomas, también cada vez más voces se levantan con una hipótesis diferente. Por ejemplo, los antropólogos brasileños de los que hemos hablado antes, Déborah Danowski y Eduardo Viveiros de Castro, en el increíble ensayo al que este artículo debe mucho, arrêt de monde:

[L]os colectivos amerindios, con sus poblaciones comparativamente modestas, sus tecnologías relativamente simples pero abiertas a agenciamientos sincréticos de alta intensidad, son una «figuración del porvenir» y no una supervivencia del pasado. Maestros del bricolaje tecnoprimitivista y de la metamorfosis político-metafísica, son una de las opciones posibles, en verdad, de la supervivencia del futuro.

De todas maneras no se trata de lo local, se trata de querer vivir en la tierra y con la tierra, partiendo de una tierra que solo una ilusión nos hace pensar que elegimos. Se trata de darnos una forma de vida. Hoy no tenemos una manera de vivir, tenemos necesidad de dinero para seguir viviendo. Si tuviéramos una vida tendríamos una solución de continuidad entre las tres generaciones de la vida, a cuatro patas, a dos y a tres, como decía el enigma de la vieja esfinge. No sabemos convivir con niñas ni con abuelas, no se tienen hijas hasta los cuarenta años, pagando a mujeres del color de la tierra para que cuiden de ellas y de nuestras madres, no porque trabajemos, sino porque no sabemos qué hacer con ellas. La falsa juventud narcotizada y precaria que llamamos vida —fuente de todas las frustraciones y de todo un malestar que es, además de un estar-mal, un malvivir o un vivir-mal— no es más que el reflejo de la impotencia, de la incapacidad de imaginar, de crear, de construir y pelear. Porque seguimos empeñadas enquerer elegirlo todo, cuando la vida, por ejemplo en nuestra relación con un bebé o con una abuela, no tiene nada de elección y todo de compromiso, es decir, de aceptación de la coerción y la dependencia mutua de lo que vive, dentro de un ámbito de deliberación y de comunidad. No se elige vigilar que nuestra abuela no se caiga o prestar atención a nuestra hija, están ahí. Toda la dificultad que sentimos para vivir significa que la verdad del individuo metropolitano es que no tiene vida. Es el mundo de la mercancía el que vive a través de cada una, es él quien nos impone esta imagen de falsa juventud eterna. Eterna, porque está ya muerta.


Glosa 5
En Occidente, todas estas otras tradiciones, ritos, mitos, lenguajes han sido arrasadas. Nos queda la sugerencia de las feministas autónomas revolucionarias de la Italia de los Setenta: hay que partir de sí, de lo que sentimos como intolerable y de todo lo que podemos imaginar como deseable contra el Estado y el Mercado. En Occidente, algunos y algunas, que nos sentimos herederas de la Autonomía y del mundo anarquista, hemos también «empezado a caminar». Dotándonos de los medios necesarios tanto para desplegar otra manera de vivir como para destituir lo intolerable. Empezar de a poco y desde abajo, retramando relaciones de amistad y de amor, de camaradería y de confianza, no porque sean una panacea, sino porque se trata de partir de sí, del mundo que habitamos, de la vida que vivimos y de cómo queremos vivirla. Eso quiere decir «creación de mundos», partir desde nuestra propia vida en cuanto dimensión común que cuidar y sostener. Comunizar medios materiales, estructuras, conocimientos, talleres, tierras, reinventar, desde las ruinas, un espíritu comunal encarnado en una manera de habitar juntas una geografía distinta, antagonista con la estatal, encarnado en nuevas canciones y nuevos ritos ligados a un tiempo que aprende de nuevo a retornar sobre sí mismo, quebrantando su linealidad abstracta, encarnado en la inteligencia que exige cualquier autodefensa y cualquier ofensiva.
Contra todo lo que pretenden los historiadores de una Autonomía solamente obrera, todos estos intentos a uno y otro lado del océano entroncan con lo mejor de la experiencia autónoma, sobre todo italiana. Cuando la «centralidad obrera» ya se había desplazado hacia la «centralidad en la vida» de una autonomía difusa. El extrañamiento respecto al trabajo y respecto al mundo capitalista, el deseo de liberar territorios donde vivir de otra manera, el empezar aquí y ahora, partiendo de sí, de reinventar toda una vida común. Que la transmisión de la experiencia nos haya sido escatimada por la distancia que impone la Historia es solamente otro signo de la pobreza de experiencia en nosotras, y no de la absoluta distancia de unos años Setenta que marcan el despegue de nuestra metropolización intensiva, de nuestra derrota y de la victoria de la contrarrevolución neoliberal. Nuestra derrota es en verdad la interrupción del proceso revolucionario, el lugar a partir del cual se vuelve a comenzar. [Continuará]

Enlaces relacionados / Fuente: 
http://unaposicio.org/article/el-retorno-de-la-autonomia-como-estrategia-en-cuatro-tesis/

Comentarios

Imagen de Octavio Alberola

 

Efectivamenta, la emancipación es autonomía y comienza por la toma de conciencia de que ella parte de lo local y de lo cotidiano; pero también de que solo se consolida al universalizarse y al asumir la necesidad de preservar la sostenibilidad del mundo en el que vivimos todos y todas.

 

 
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