Verduras y empatía

De todas las maldiciones con que me adornó el cabrón del Creador, como la indolencia, la apatía, el aburrimiento, el miedo, la credulidad… La peor de todas fue la empatía. La empatía me hace reaccionar ante el sufrimiento de los demás, comprendiéndolo y en cierto modo sintiéndolo, y además deseando no sentirlo, en definitiva, huyendo. Eso, entre otras muchas cosas, me hizo convertirme hace varias décadas, en vegetariano compasivo.

 

Como creyente vegetariano, soy indolente. Nunca he hecho proselitismo, ni he criticado lo que comen los demás, por vagancia y temor al rechazo. Y encima, como soy bastante benevolente con los defectos ajenos, suelo transigir más aún con los míos, que hacen que cuando salgo por ahí y no me preparo yo mi comida, acepte lo que me echan sin rechistar, intentando no llamar la atención, o aduciendo lo del colesterol. Pero, en líneas generales, soy vegetariano (lo digo bajito), y mi consumo de productos animales es, comparado con el resto de los civilizados españoles, bastante escaso.

 

Hay muchos motivos por los que uno puede adscribirse a esta doctrina: por salud, por economía, por ética, por estética, por alergia al pescado… En mi caso lo soy por compasión. La compasión, por ser un sentimiento ajeno a la implantación de la Justicia, suele ser criticada por algunos veganos éticos. Comer verduras –dicen–, es un imperativo categórico. La compasión lleva implícito un sentimiento de superioridad, no tiene que ver con la ética y la justicia. Pero a mí la ética, me parece –en líneas generales–, una demostración de poder, una coartada para imponer a los demás un determinado comportamiento. Además, a mí me ha pillado por banda algún vegano irascible, y me ha puesto la cabeza así de grande con lo de la ética. Para luego ver al cabo de los años, que se adopta otra ética, y el mismo tipo se come un pedazo bocadillo de jamón. Por eso mi coherencia es personal, y no rinde cuentas éticas a nadie.

 

La compasión, en mi caso, proviene de una reflexión existencial, de un sentimiento, al comprobar que todo cuanto vive tiene que morir, que para que yo exista, la parca ha de segar muchas otras vidas. Esta cadena de vidas y muertes se me antoja absurda, dolorosa e incomprensible. Ya pueden contarme películas sobre la belleza del ciclo de la vida, el canto del esquimal ante la foca arponeada, el rey león y la luz al fondo del túnel, que si yo pudiese poner un poco de orden, acabaría con ese circo de gladiadores de inmediato. Pienso también en los miles de millones de animales sacrificados de mala manera para ponerlos en un plato, y me estremezco. Afortunadamente carezco de poder, así que no tendréis que comer pasteles de cáscara de soja deshidratada.

 

En fin, yo no doy consejo. No pretendo nada. Tan solo comparto mi empatía con ustedes. Lo que es de uno es de todos, lo que es de todos es de nadie, lo que es de nadie es de uno.

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