Ivan Miró: Para hacer la revolución hay que poner el cuerpo

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Ivan Miró es una de las inteligencias más lúcidas surgidas del despertar de las luchas de los movimientos sociales de los años noventa. Sociólogo de formación, indígena del barrio de Sants, es uno de los intrépidos impulsores de La Ciutat Invisible, una librería que es mucho más que una librería: también es centro de documentación e investigación y laboratorio ideológico del nuevo cooperativismo catalán. Ahora debuta como novelista con 'La revolta que viurem' (Tigre de Papel, 2015), un volumen que pone una de las primeras piedras en la configuración de un relato alternativo a la marca Barcelona de los últimos 40 años. Un libro que es –sobre todo– una instigación a la revuelta permanente.

El libro se llama ‘La revolta que viurem’, pero habla sobre todo de revueltas que la gente de tu generación ya ha vivido y otros de muy lejanas que ni siquiera vivió. ¿Todavía tienen que venir revueltas?

La revuelta es un respirar cíclico en el centro de la ballena. Habrá revueltas mientras haya un orden social injusto, que mantenga vidas organizadas a partir de la violencia, del dinero y de la imposibilidad de autogestionar colectivamente la existencia. Todavía tienen que venir nuevas oleadas de lucha; estoy convencido. Seguramente las hemos intuido el 15-M, y, cuando pasen algunos ciclos que tienen que venir, volverá la calle.

Últimamente, sin embargo, parece que una parte de las personas que tomaron parte en las luchas de los movimientos sociales de los años noventa están enfocando su actividad hacia el abordaje de las instituciones. Serían ejemplos la CUP, Podemos o Barcelona en Comú. ¿Esta apuesta institucional no deja la calle en un segundo término?

No podemos reducir el reflujo de la calle sólo a la orientación de una parte del movimiento hacia la política institucional clásica. Hay dos esferas institucionales. La política es una. Pero también hay institucionalización en un segundo sentido: la creación de instituciones de lo común. Muchas energías que se visibilizaron y eclosionaron durante el 15-M están creando instituciones autónomas propias en el campo de la economía social y solidaria, de la comunicación… Hay quién invierte energías en el ámbito electoral, pero también hay un impulso muy fuerte en otra dirección: el trabajo cotidiano y la creación de estructuras autónomas y de poder popular.

El título del libro está escrito en clave de futuro, pero sobre todo habla de revueltas del pasado.

La novela habla de cuatro trayectorias vitales que son cuatro revueltas singulares hibridándose y generando una revuelta colectiva. El título es una apelación a la frase de Yerre De Luca que abre el libro: “No te sé explicar la revuelta. Si te encuentras una, la harás y no se asemejará nada a esta que te cuento”. De Luca, a ‘La palabra contraria’, dice que el trabajo del escritor es instigar. La revuelta que viviremos es una instigación a que cada generación viva su propia revuelta.

“La literatura es un espacio para generar sentido colectivo y organizar la memoria, los recuerdos y las experiencias. Nos hacen falta relatos que den sentido a vivir en común”

‘La revuelta que viviremos’ parece tejer un relato alternativo en la marca Barcelona oficial. “Es más cinematográfica que la apología terrorífica que significó ‘Vicky Cristina Barcelona’, escribe el poeta David Caño al prólogo refiriéndose a la novela. Lo ves así?

No estoy dispuesto a seguir llorando por la marca Barcelona, asumiendo a la vez que es un relato inamovible de futuro incuestionable. La alternativa pasa por deconstruir la marca hegemónica, deconstruir incluso el mismo concepto de marca de ciudad, que empobrece la complejidad de la identidad cultural y política. La literatura y la narrativa tiene la función de dar sentido a quien lo escribe y quien la lee: son un espacio de organización de la memoria, de los recuerdos y de las experiencias. Son espacios para generar sentido colectivo e interiorización de los procesos históricos. Tenemos que crear relatos que den sentido a vivir la ciudad en común. Querría pensar que ‘La revuelta que viviremos’ es una aportación más en la construcción del relato de las otras Barcelonas de las cuales hablaba Vázquez Montalbán: la ciudad subterránea, la del conflicto, la Barcelona de los barrios y de las vidas sepultadas por el imaginario hegemónico. Todos estos relatos, en otros tiempos silenciados, están emergiendo y cada vez serán más numerosos.

Los movimientos sociales alternativos a menudo han planteado una crítica radical a todos los partidos de izquierdas que han gobernado Barcelona desde la restauración democrática. ¿Realmente es así? ¿No podemos salvar nada?

Es probable que durante los primeros años los gobiernos de izquierdas barceloneses aplicaran el programa que se había gestado en los movimientos populares del tardofranquismo y de la Transición. Por lo tanto, en un primer momento parece que podemos ser condescendientes y decir que sí, que la izquierda contribuyó a hacer una ciudad más igualitaria, más democrática en el sentido económico y urbanístico. Después, hay cierto consenso en los movimientos en el hecho que esto cambia y que el neoliberalismo acaba tomando la ciudad, con los Juegos Olímpicos de 1992 como apogeo de todo esto. Me gusta, sin embargo, introducir otro elemento en el debate donde quizás no hay tanto consenso: desde mi punto de vista, el neoliberalismo toma la ciudad porque la izquierda institucional decide optar desde un buen comienzo por el monopolio de la acción política, y desarma el conjunto de las clases populares que habrían podido tener un papel contra la mercantilización de la ciudad. La izquierda que subió al poder el 79 quiso evitar, en palabras de un conocido militante socialista, que las asociaciones de vecinos fueran “ayuntamientos paralelos” y que el movimiento popular tuviera capacidad de decidir y aplicar políticas. Este es el problema de fondo: la concepción del monopolio del poder que ha tenido la izquierda. Es una lección que no tenemos que olvidar, ni las personas que forman parte de los movimientos sociales ni las que ahora han impulsado candidaturas con anhelos de ruptura.

“Si las nuevas candidaturas llegan al poder, tendrán que entender que no podrán gobernar contra la autoorganización política: la tendrán que potenciar”

Una de estas candidaturas es Barcelona en Comú, que ha incorporado en su seno partidos políticos como Iniciativa, que han participado de la gestión de Barcelona durante los últimos 30 años, o Podemos, que parece tener una visión muy vertical de la política. ¿Esto es compatible con la creación de la ciudad común?

El principal sujeto de cambio tiene que seguir siendo la ciudad que se autoorganitza y se autogestiona, la que protagoniza el relato de los barrios cooperativos y la ciudad común. Al mismo tiempo, pienso que también es positivo que haya candidaturas que quieran contribuir a expulsar la oligarquía local y los mercados financieros que tienen capturada la ciudad en el ámbito institucional. Es interesante que haya fórmulas electorales que planteen la acción institucional en el sentido de destituir el poder actual. Lo que pasa es que, en todo caso, estas fórmulas tienen que estar al servicio de las instituciones populares que surjan, y que quién tiene que dirigir la transformación socioeconómica y política de la ciudad tiene que ser la gente y los barrios. Estas candidaturas, si llegan al poder, tendrán que entender que nunca más se podrá gobernar contra la autoorganización política, sino al contrario: habrá que potenciarla.

“La revuelta exige poner todo el cuerpo”, dice Caño en el prólogo. La novela habla de cosas muy reales, palpables, físicas: cargas policiales, disturbios, también hay mucho sexo… Últimamente, pero, las revueltas parecen haberse desplazado en las redes. ¿La revuelta 2.0 no es una revuelta real?

La dicotomía no es entre las redes y el cuerpo, sino entre la ideología y el cuerpo. Últimamente hemos dado demasiada importancia a la noción de hegemonía ideológica como herramienta para generar cambios sociales y políticos. Las hegemonías son buenas para conquistar el poder. Pero logrando la hegemonía no hay bastante para hacer la revolución. La revolución se materializa cuando hay gente que pone el cuerpo. No porque haya teóricos que lo expliquen y propagandistas que lo estimulen, sino cuando hay decenas de miles de personas que realizan una apuesta colectiva, configurando formas de vida diferentes de las que prefigura el capitalismo.

Algunos de aquellos jóvenes de los movimientos sociales de los noventa parecen haber descubierto ahora las virtudes del cooperativismo y la economía social y solidaria y han impulsado proyectos empresariales propios. ¿Es una transición lógica? ¿Hasta qué punto es acomodo?

No es acomodo, al contrario: es maduración. Una vez que has probado las mieles de la autoorganización política y te has convertido en un sujeto maduro capaz de autodeterminar tu actividad, es lógico querer trasladar esta actitud al ámbito de la actividad económica. Lo veo como un paso más en la construcción de este mundo que llevamos dentro. Trabajar para un amo genera muchas contradicciones. En este sentido, imagino que explorar proyectos cooperativos es desarrollar formas colectivas que superen la alienación y la explotación, persiguiendo siempre generar alternativas en todos los ámbitos de la vida. Esto no quiere decir aparcar u olvidar la lucha sociopolítica, porque los proyectos que impulsamos tienen una parte de implicación ética y política de primer orden.

“Se ha dicho que a partir del 15-M la sociedad ha descubierto la protesta, pero nosotros durante los noventa estábamos en la calle y no éramos irrelevantes. Hay que ponerlo en valor”

Las referencias a episodios concretos de las luchas sociales aparecen hasta cierto punto mitificadas: el Princesa, la okupación de Can Vies o más recientemente el Banco Expropiado de la plaza de Cataluña durante la huelga general de 2010… ¿Hasta qué punto es necesaria la mitificación del pasado para la elaboración del relato?

Creadores de literatura colectiva como Wu Ming o Luther Blissett han basado su estrategia en la mitopoesis, es decir, la creación de mitos alternativos relacionados con una comunidad concreta. La novela no pretende hacer una mistificación de nuestro pasado como se ha hecho, por ejemplo, con las luchas de Mayo del 68, pero sí que veo importando recuperar y dar valor a nuestra experiencia vital. Se ha dicho mucho que a partir del 15-M la sociedad ha descubierto la crítica social y la protesta… Pero nosotros durante los años noventa estábamos luchando en la calle, ocupando centros sociales y ETT, dándonos de hostias con la policía, sufriendo detenciones y juicios… Éramos muy pocos comparados con la gente que salió el 15-M, pero no éramos ni mucho menos irrelevantes. La ciudad se sintió interpelada cuando en el 97 el movimiento okupa plantó –literalmente– la bandera okupa en el Ayuntamiento. A menudo presentamos aquel momento como un ciclo de luchas marginal o insignificante, y no lo fue. Hay que darle el valor que merece.

En algún momento hablas de una “exploración desesperada de los rastros”. ¿Los movimientos sociales de los noventa desconectaron de los precedentes de la Barcelona obrera y popular de los años treinta y de la Transición?

Nuestra generación nació políticamente a mediados de años noventa. Para contextualizarlo a escala global, entre la caída del Muro de Berlín en 89 y la revuelta zapatista de 1994. En este interludio hay un cambio de paradigma: el neoliberalismo parece que ha ganado la batalla y no hay alternativa, pero los zapatistas, en cambio, nos dicen que sí que habrá. Este contexto, que comprendemos ‘a posteriori’, tiene una declinación local: nosotros somos los hijos de la derrota de los movimientos populares y de las aspiraciones de cambio y de ruptura de la Transición. Cuando los movimientos sociales de los noventa empiezan a configurarse, no hay una continuidad: con 18 años nos tenemos que inventar nuestros barrios y nuestras propias instituciones. Hay una ruptura con la genealogía rebelde anterior. Este vacío es consecuencia de las fugas de los años ochenta, que tomaron varias formas: la fuga de la heroína, la del dinero fácil, la de la cooptación institucional… Ha sido la propia práctica de la lucha que ha desenterrado esta historia anterior. Fue la propia dinámica de las luchas la que hizo que nos reencontráramos con quienes fueron protagonistas minorizados de la Transición: libertarios, feministas, ecologistas… Es entonces cuando nos explican su historia. Sí: éramos una generación sin memoria. Posteriormente hemos avanzado y no hemos descubierto sólo las historias de la Transición escondida, sino que, cuando hemos querido poner en práctica los valores de la autogestión en materia económica, hemos descubierto la historia del cooperativismo obrero, la de la Barcelona de los años treinta… Luchando, hemos descubierto la memoria, y no al revés.

No todos los protagonistas de la novela son aquellos “jóvenes de la revuelta” de los 90. También hay el personaje de Amèlia, la madre de uno de ellos, que representa, en cierto modo, los desencantados de las luchas de la Transición. ¿Hasta qué punto han sido importantes las madres en la toma de conciencia política de nuestra generación?

No es casual que en otro relato de nuestra generación, el que hace Xavi Sarriá a ‘Todas las canciones hablan de tí" (Sembra Llibres, 2014), la madre también tenga un papel muy destacado como transmisora de valores y de prácticas de lucha a través de la experiencia personal. La figura de la madre ejemplifica una forma de hacer política en primera persona, aquello que las feministas denominaron política relacional. El feminismo ha hecho una crítica muy acertada de las formas verticales e ideológicas, contraponiendo la transformación de la vida cotidiana y el cuidado de las personas a la figura del militante patriarcal, aquel dirigente con un gran discurso que es líder de masas pero en cuanto a las relaciones humanas es incapaz de generar transformaciones emancipatorias. De las grandes luchas a menudo restan tan sólo los nombres de los hombres. En cambio, las mujeres fueron las grandes protagonistas del movimiento popular que sacudió los barrios durante la Transición. Son quienes sostuvieron de una forma más cotidiana y invisibilizada las propias estructuras del movimiento. No subían a la tarima a hacer el gran discurso final, pero fueron las que generaron cambios reales en la vida en los barrios populares, en las luchas del movimiento obrero o por la educación pública.

“La fuerza colectiva es una herramienta de las clases populares para abrir camino, pero las tácticas de autodefensa pueden generar especializaciones en la violencia sin efectos positivos”

La violencia es un tema muy presente en la novela. Con referencia a los hechos del Doce de Octubre en Sants en 1999, dices: “Aquellos disturbios nos dieron una fuerza que llevará más de diez años, bendecidos sean a nuestras vidas y bendecidos nosotros que supimos pararlos a tiempo”. A raíz de los hechos de mayo de 2014 a Can Vies o de estallidos como el de Gamonal, el debate de la violencia ha vuelto a tomar fuerza.

Es importante entender que la fuerza colectiva ejercida espontáneamente o en momentos puntuales es una herramienta de las clases populares para abrir camino. Con un límite muy claro e infranqueable: la integridad de la vida humana. En todo caso, hay que tener cuidado a la hora de criminalizar este tipo de expresiones, que seguramente se desencadenan cuando todas las vías de resolución de conflictos más tranquilas están bloqueadas. Este tipo de luchas de calle, a menudo a lo largo de la historia, han servido para abrir camino y desbloquear los blindajes de la política institucional. Han sido un mecanismo para romper cadenas que de alguna manera dificultaban la creación de proyectos de emancipación. Pasa, sin embargo, que la propia táctica de la autodefensa puede generar especializaciones en la violencia, y este es un camino que en el ámbito personal y colectivo no tiene tantos efectos positivos. De aquí viene la bendición de saberlos parar. Sería deseable que los aprendizajes en clave de autodefensa generados en este tipo de episodios fueran transmitidos generacionalmente. Si lo miras en perspectiva, te das cuenta que hay una ruptura con la transmisión de conocimientos sociales que hace que la gente joven que se incorpora a las luchas esté más desamparada ante el poder cuando hay este tipo de abusos. Sí hubiera una transmisión de estas capacidades más acumulativa, saldríamos adelante de una forma más exitosa.

En algún momento hablas de determinadas acciones como resortes para la acción de los movimientos sociales. ¿Hasta qué punto tener que depender de este tipo de dinámicas es un lastre para los movimientos?

Desgraciadamente, vivimos en la sociedad en que vivimos y a veces los movimientos tienen que hacer uso de recursos que parecen que contribuyan a la sociedad del espectáculo. Si hablamos de resortes que facilitan acciones, hay un caso muy concreto, que es la okupación del antiguo Banco Español de Crédito a la plaza de Cataluña durante la huelga general del 27 de septiembre de 2010. Veníamos de un periodo en que la crisis se estaba viviendo de una manera muy individualizada e interiorizada: el sentimiento colectivo era de impotencia, miedo y desesperación. No había una respuesta que estuviera a la altura de las circunstancias: tan sólo unas movilizaciones muy ideológicas, de la vieja escuela. Hacían falta acciones fuertes que representaran un grito colectivo. La ocupación del Banco fue una. Lo que es importante de estas acciones es que generen un nuevo protagonismo social, una confluencia de personas que pongan en común sus impotencias y malestares, su dolor en contextos muy diferentes. La ocupación del Banco no fue tan sólo una acción espectacular, sino que perseguía el objetivo concreto de crear una fuerza material. Aquella huelga, la del 29 de septiembre, ya no fue leída desde la impotencia y la ritualitzación. Si lo miramos en perspectiva, pocos meses después estalló el 15-M. Muchas cosas se empezaron a gestar aquellos meses previos.

“La emancipación nacional no tiene que pasar necesariamente por el pacto, por la movilización interclasista y por la consecución de un Sido capitalista catalán”

La criminalización de los medios, muy presente en la época que narra el libro, ahora parece haberse superado. De hecho, uno de los protagonistas de aquel ciclo de luchas, David Fernàndez, es ahora el político más muy valorado del Parlamento.

Es evidente que ha habido una evolución del tratamiento que los medios hacen de los movimientos sociales. Se ha pasado de la invisibilización y la criminalización a una cierta sobreexposición. También es cierto que desde el punto de vista cuantitativo las luchas sociales han crecido mucho en este país. El 15-M ha sido uno de los apogeos del comienzo del siglo acá. Los medios, sin embargo, rescatan sólo una dimensión de los movimientos sociales. No presentan su dimensión integral como creadores de política y propuestas para cambiar la realidad: para los medios, los movimientos son como un tipo de gasolina porque otra persona represente y ejecute los cambios políticos. Es una lectura interesada y parcial. No podemos fiarnos de la buena voluntad de los medios: si hacemos una lectura más integral, lo que habría que decir es que hacen una lectura interesada y parcial, y no nos podemos fiar de la buena voluntad de los medios. La lectura más integral de los movimientos la harán los medios de propiedad colectiva y gestión democrática, organizados por los propios trabajadores de la comunicación con sus lectores y lectoras. La cooperativitzación de los medios es un elemento fundamental.

Hablas mucho la ciudad, del ámbito metropolitano, pero hablas poco del país. ¿Las movilizaciones por el derecho a decidir que hemos vivido los últimos años, de carácter más transversal, tienen algún tipo de vinculación con las luchas sociales que relatas?

La especificidad de las luchas urbanas barcelonesas puede aportar otra lectura del que es la emancipación nacional, que no pasa necesariamente por el pacto o por la movilización interclasista, o por la consecución de un Estado capitalista catalán. Estas luchas aportan un elemento muy sano de recelo a cualquier tipo de Estado, y también el poso de esta catalanidad social u obrera de la cual habla Josep Termes. Seguramente también nos emparentan con experiencias internacionales como el confederalismo democrático del Kurdistán, que entiende la emancipación nacional como un proceso de autoorganización basado en la democracia directa y otras experiencias políticas que también cuestionan que el Estado capitalista sea una forma de liberación. Al mismo tiempo, hay unas contradicciones que muchas de las personas que forman parte de estas luchas no se querrán tragar. No todos iremos detrás del presidente del Gobierno que nos esposa.

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http://www.elcritic.cat/entrevistes/ivan-miro-per-fer-la-revolucio-cal-posar-hi-el-cos-3561
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