Euskal Herriak 2013, repensándonos en movimiento [Juantxo Estebaranz, Argelaga 2]

Artículo de Juantxo Estebaranz acerca del papel condicionante del soberanismo en la escena social vasca y de las dificultades en sostener un discurso alternativo no determinado por éste. Destacaríamos la propuesta de comedores escolares como práctica a ser tenida en cuenta, muy relacionada con los huertos urbanos, la agroecología y la alimentación sana. El autor es sobradamente conocido en los ambientes radicales, en sus múltiples facetas de editor, investigador, conferenciante y analista. Sus trabajos sobre los comandos autónomos y el anarquismo vasco son meritorios, así como su labor editorial en Muturreko burutazioak y en la revista Resquicios. A su pluma se deben libros importantes para comprender momentos cruciales de la época como Tropicales Radicales y Los Pulsos de la Intransigencia, así como numerosos artículos aparecidos en publicaciones alternativas y libertarias. Publicado en Argelaga 2.

1. Sobre el espacio político vasco a tres

En los pasados comicios, la coalición eh Bildu formulaba un discurso tendente a disputar la hegemonía del discurso nacionalista al Partido Nacionalista Vasco, con una campaña en la que se mezclaban golpes publicitarios (como la presentación de la candidatura en el balcón del hotel Carlton, efímera sede del Gobierno Vasco del 37 presidido por Aguirre), con un discurso prioritariamente nacionalista. La estrategia aspiraba al menos a igualar los resultados de 1998 (sumar los votos de entonces de Eusko Alkartasuna y Euskal Herritarrok), y recuperar así los votos nacionalistas que bajo el concepto de «voto útil» se habían traspasado durante los años de ilegalización de la izquierda abertzale y la paralela debacle de la opción ea. El objetivo a la luz de los datos, no se ha conseguido.

El espacio electoral vascongado se había simplificado de cuatro opciones en liza (izquierda/derecha + españolistas/vasquistas) tras la asunción del gobierno de la CAV por el PSE en 2009 a tres (españolistas (PSE + PP) y vasquistas de derechas (PNV) o izquierda (EA + Izquierda abertzale unidos luego en Bildu). La apuesta de eh Bildu, en la que se alardeaba incluso con optar a la lehendakaritza, consistía en forzar el espacio a dos (PSE + PP + PNV) que encarnarían la vía autonomista, contra la independentista y de izquierda encarnada en EH Bildu. Tampoco el reparto de escaños ha dado razón a esta apuesta estratégica, reflejándose un avance del tercio vasquista de derechas, un retroceso del tercio españolista (desgastado por su propia simplificación como espacio político) y una irrupción nítida del último tercio, el independentista. Espacio político a tres en el que el futuro manejo de un Gobierno Vasco de la mano del PNV, jugará no sólo con variar sus alianzas de cara a garantizar la estabilidad de un gabinete en minoría parlamentaria, sino que también será una importante opción para romper cualquier veleidad de aparición de ese escenario político a dos sobre el que sueña eh Bildu en el que el PNV terminaría (como ha sido el caso de PP y PSE) difuminado y fagotizado. Bien se sabe que en política 1+1 no son 2, sino 1.

Del nuevo escenario post-ETA

La desaparición de eta como organización armada en 2011 pero también y principalmente su progresiva difuminación como agente político, constituye un fenómeno insoslayable para la presente década.

Por un lado, su desplazamiento como vanguardia política del espacio independentista para constatarse la hegemonía de un sector sinceramente socialdemócrata en este bloque, desplaza el eje de la intervención de este sector hacia los espacios de la democracia formal, centrándose éste en conquistar y rentabilizar una importante parcela del espacio institucional. La disciplinada comunidad nacionalista radical se encamina así, más por fidelidad a la misma que por una íntima convicción, hacia los pagos de la normalización democrática. La persistencia de una fuerte cultura movilizatoria en su seno, queda ahora más como un hándicap para sus dirigentes, pese a que siga siendo utilizada por estos dentro del guión del proceso de pacificación en curso.

Por otro, tras 25 años en los que la izquierda independentista ha mantenido en solitario los repertorios de la lucha armada a través de ETAm, y el cruel corolario de los actuales 700 presos (el resto de opciones armadas vascas de izquierda desaparecieron para 1985), se va imponiendo en la actualidad un discurso que rechaza el uso de la violencia ya no desde parámetros de utilidad u oportunidad, sino principalmente esencialista que se añade cómodo a los parámetros habituales de la cultura de la democracia formal, defendiendo como vía única el ejercicio de una desobediencia civil prioritariamente como consigna. Con ello, se encuentra una relectura del pasado periodo histórico de luchas en similar clave, que, utilizando claves equívocas como reconciliación y una visión patrimonial del periodo, redunda en una simplificación histórica que borra con ella la diversidad y profundidad de este periodo de resistencia.

Así, quienes en la actualidad persisten en defender y utilizar ocasionalmente repertorios violentos en función de los parámetros éticos de la violencia revolucionaria, argumentos que hasta 2010 eran considerados claudicantes por el bloque soberanista, son vistos ahora como irredentistas. Y quienes lleguen a practicarla como enemigos del proceso de paz puesto en marcha a quienes se les garantiza como mínimo el desamparo de una comunidad nacionalista radical, que había sido conformada mediante su conciencia antirrepresiva.

De este modo, la desaparición de ETA como organización armada para 2010, contribuye a la marginación de los repertorios violentos de la cultura movimentista no sólo independentista, además de ser factor de vigorización de la nueva élite socialdemócrata del soberanismo vasco.

2. Escenario social desafecto. Las tres sensibilidades

En marzo de 2012 un joven bilbaíno era asesinado de un pelotazo por los antidisturbios de la policía autonómica vasca a la salida de un partido de fútbol. Apenas cuatro meses después de los incidentes por el desalojo del centro social ocupado Kukutza, la ciudad aún estaba caliente. Tras una agonía hospitalaria que se prolongó durante varios días (cuestión que mantenía en tensión principalmente a los hinchas locales), se produjo la muerte del joven e inmediatamente las movilizaciones de protesta. Mientras la izquierda independentista y los colectivos alternativos se dilataban en pactar una manifestación conjunta, se produjeron diversas concentraciones en el lugar del asesinato o en el estadio local, convocadas por las peñas futbolísticas y los amigos del finado. Días más tarde, tenía lugar una concentración frente a una comisaría, bajo el lema de «prohibición del uso policial de las pelotas de goma» (convocada anónimamente mediante las redes sociales), y en el fin de semana, la manifestación de colectivos y partidos centrada en el rechazo de la violencia policial.

Pocas fueron las personas que se prodigaron en los tres ambientes de rechazo que nacieron del hecho (el ligado al espacio del propio asesinado centrado en el duelo, la concentración «autoconvocada» con un lema centrado en la moderación de los excesos policiales y la manifestación que giraba alrededor de la memoria antirrepresiva de las luchas locales); la falta de una imbricación de los tres ambientes y la tardía respuesta desde los colectivos alternativos e independentistas que no supieron recoger a tiempo el guante de la indignación, provocó de este modo la falta de articulación de una respuesta en los términos que el asesinato policial requería, en un tempo en el que las inmediatas movilizaciones pro-squatt servían de caldo de cultivo para que el malestar social pudiera haberse materializado en una vigorosa protesta.

Este proceso, al que se sumaban otros de similares características (como los recelos desde la izquierda independentista e incluso desde los colectivos alternativos frente al estallido local del 15M en 2011), visualizaban de nuevo así la existencia en el tejido reivindicativo vasco de tres espacios desafectos diferenciados, capaces de cada cual de movilizar distintos segmentos sociales bajo parámetros también distintos.

Por lo tanto y a la luz de los hechos, en los últimos años pueden diferenciarse en Hegoalde tres espacios sociopolíticos, que plantan cara al proyecto del capitalismo neoliberal, a los que llamaremos convencionalmente soberanista, alternativo e indignado. Trazaremos un mapa de tensiones de los tres.

El espacio soberanista, pone su énfasis en la construcción de un marco nacional vasco para abordar desde allí la puesta en marcha de un proyecto social diferente. Tiene como origen el bloque rupturista que se pusiera en marcha durante el periodo de transición, con una rica tradición movimentista y con un fuerte componente antirrepresivo, derivado de la continuidad de la vía armada. Su paulatina transformación desde casi sus orígenes a través de un largo proceso de disciplinización de corte leninista, le ha restado viveza y por tanto capacidad de incidencia social, hasta estabilizarlo en una comunidad nacionalista radical, quien no obstante ha sido capaz de resistir embates tan fuertes como una década de ilegalización política.

El último ejemplo de disciplinización se daría a finales de la época de ilegalización (2009) y en pleno proceso de convergencia con la escisión nacionalista EA de cara a la puesta en marcha de una opción electoral común independentista de izquierda (posteriormente Bildu y EH Bildu), cuando desde la dirección política de la «izquierda abertzale» se abortara el crecimiento de un movimiento independentista de base (ya en marcha) articulado alrededor de la red Independentistak, de cara a supeditarlo a un guión ordenado y dirigido por su futuro partido político, Sortu.

Los últimos resultados electorales (autonómicas CAV 2012) reflejan una importante abstención en las zonas del interior rural vasco, zonas que coinciden con los feudos tradicionales de las expresiones políticas de este espacio. Esta abstención se debe interpretar como un alejamiento de un segmento de la sensibilidad soberanista con la esfera de la política tradicional y una falta de entusiasmo con la sincera apuesta de EH Bildu por una vía socialdemócrata, vía que ya ha demostrado en estas zonas de tradicional administración abertzale sus límites.

Queda la incógnita sobre el comportamiento en este espacio soberanista de su segmento expresamente revolucionario (lo que queda del bloque Ekin) y el tradicionalmente movimentista. Hoy ambos libran la batalla por garantizarse un lugar en el actual proceso de construcción y caracterización de Sortu tras su relegalización, o en los equilibrios internos de la coalición Bildu mediante la puesta en marcha de otras nuevas marcas como Eusko Ekintza.

Sin embargo, la política de sumisión interna puesta en marcha durante las inmediatas décadas por el segmento del KAS antes mayoritario, juega ahora radicalmente en su contra. E idem, la fidelidad a la comunidad nacionalista radical del segmento soberanista y movimentista lastra las nuevas líneas de fuga.

Pese a todo lo expuesto, la caracterización hasta la fecha de este espacio como de voluntad de ruptura con el proyecto capitalista, choca inevitablemente con una normalización socialdemócrata anhelada por sus élites. Así, la última de las generaciones políticas del espacio soberanista (la que realizó el esfuerzo militante durante el periodo de ilegalización de la primera década del dos mil), es la que acusa una esquizofrenia cada vez más evidente, esquizofrenia que en estos momentos y para esta generación militante, bascula entre la fidelidad y el desencanto.

A falta de un mejor vocablo podemos afirmar que durante la última década ha emergido una nueva sensibilidad que llamaremos «indignada». Desde las movilizaciones de 2013 tras el hundimiento del petrolero Prestige hasta el 15M de 2011, se ha ido perfilando un espacio sociopolítico que se mueve en claves de respuesta al proyecto capitalista pero que no se identifica con los ítems del espacio soberanista ni alternativo aunque comparta ciertos perfiles. Puede caracterizarse por una desafección con la esfera política convencional, pero con una sintonía con el ideal democrático en su concepto profundo y que desarrolla un repertorio de acción centrado en las prácticas de desobediencia civil.

Hijos indirectos del desencanto con el periodo neorrepublicano del primer mandato socialista (2004-08), este sector presenta aún una cierta querencia a los discursos ciudadanistas (que desdibujan su potencial revolucionario), aun cuando sus políticas han ido variando de la exigencia de las promesas de la democracia formal (participación efectiva en la política, derecho a la vivienda,…) a un ejercicio de reinvención colectiva de la misma (15M). Crecidos al calor del periodo de hipertecnologización capitalista global (lo que le hace querentes al uso de artefactos y lenguajes tecnológicos), se muestran permeables para su movilización a los efectos virales de procesos y acontecimientos globales. Por el contrario, esta sensibilidad es reacia a las cuestiones teñidas de problemática o planteamiento reivindicativo nacionalista, de las que le separa su urticaria ante lo que consideran política formal, además su carencia de conciencia histórica antirrepresiva.

Su candidez política aun les procura ser objeto de la seducción de proyectos de corte parlamentario (Equo, Escaños en blanco, Partido pirata et alia), proyectos a quienes avalan circunstancialmente con su voto. Alejados de la vía de la socialdemocracia vasquista puede considerárseles como exponentes del malestar de las clases medias empobrecidas y urbanas, clases que arropan y simpatizan con sus iniciativas. El desarrollo de este espacio sociopolítico en Hegoalde queda lejos de retóricas como la desarrollada en otras latitudes (como la enarbolada en el 25S madrileño de 2012 alrededor del destituyente-constituyente), aunque al igual que en otros territorios es capaz de fluir hacia procesos de marcado carácter social, como es el caso del malestar alrededor de la multiplicación de los desahucios en viviendas. Así sigue siendo notable su rápida capacidad de movilización (como ocurrió ante el suicidio de una desahuciada en la ciudad Barakaldo en 2012), pese a que haya que destacar igualmente lo fugaz de la misma.

El espacio alternativo, que se consolida durante la década de los noventa, se mantiene desarrollando mayormente expresiones y lenguajes políticos provenientes de aquella época, basados sobre todo en la construcción de pequeñas experiencias de contrapoder expresivo, reivindicativo o simbólico. La asunción de parte de sus repertorios por la fracción juvenil del espacio soberanista e incluso la adopción por parte de la misma de sus estéticas contraculturales, ha aportado fortaleza pero le ha restado identidad. De este modo, algunas de estas expresiones alternativas, se mantienen con las mismas retóricas fundacionales pero frecuentemente adoptan prácticas de fidelidad o sumisión a las expresiones políticas del espacio soberanista, perdiendo así su condición de alteridad para tomar la apariencia de correas de transmisión de consignas o campañas supeditadas a los vaivenes de la política formal. Como reacción, el sector anticapitalista asambleario busca en demasiadas ocasiones nuevos territorios de incidencia, abandonando expresiones alternativas tradicionales o refugiándose en prácticas autorreferenciales de corto recorrido político.

Pocas veces, entonces, movimientos que surgen de este espacio son capaces de condicionar las agendas políticas vascas, contentándose con una existencia en los márgenes de la tolerancia que refleja, como poco, marginalidad. Sin embargo, apuestas continuadas como la oposición al TAV (2006-2010) o explosiones como la defensa del gaztetxe de Kukutza en 2011 rompen con esta tendencia y visibilizan el potencial de un espacio que no tiene miedo a emplear los repertorios violentos o al uso sistemático del potencial de agitación de las técnicas de la desobediencia civil.

Además, el espacio alternativo es fácil víctima de la identificación mediático-sistémica con las expresiones políticas del espacio soberanista, a la que se suma el fácil exabrupto de las calificaciones de turno (actualmente «antisistema») basadas en procesos ya clásicos de criminalización. La falta de una táctica clara por parte de los movimientos o acontecimientos procurados por este espacio alternativo, en cuanto a cuestiones como visibilidad pública o identidad política, les sustrae de la posibilidad de comunicar una identidad diferenciada al resto del cuerpo social, impidiendo los procesos de simpatía y dificultando su crecimiento. Pese a todo y en clave de resistencia, el espacio alternativo se mantiene como una sensibilidad sociopolítica a tener en cuenta.

La existencia de estas tres sensibilidades desafectas con el orden neoliberal en EHk, no significa, por desgracia, que comúnmente se perciba el que se haya perdido el diente para conmocionar desde las mismas el status quo local.

A las tensiones propias del momento de readecuación interno del espacio soberanista, tanto en cuanto a su identidad política como a su articulación organizativa, se les une una actuación pública centrada, en lo social, en la defensa de una política institucional que sea capaz de contener el proceso de desclasamiento y de responder con suficientes ayudas a paliar el estado de necesidad de los míseros. Esta senda (en algunos territorios, localidades e instituciones vascas puestas en marcha en primera persona), está produciendo no pocas tensiones con los sindicatos nacionalistas tradicionalmente aliados o con asociaciones como las de los desahuciados, y no deja de ser un escaso torniquete. Además, las alusiones a un «hecho diferencial», centrado ahora en la solvencia financiera y la solidez de la estructura económica vasca frente a la endeble situación del Estado español, suenan demasiado parecidas a la melodía de seducción que entona la derecha vasquista en el poder autonómico.

Del lado de la sensibilidad indignada, ante la progresiva consciencia desde el mismo de la vacuidad de la demanda del significado radical de democracia en su vertiente económica (basada en una supuesta existencia de garantías de supervivencia dignas en el marco de una democracia radical), se percibe una tendencia progresiva a prestar oídos y brazos al «regeneracionismo» hoy de nuevo en boga, cuestión que está difuminando sus contornos emancipatorios.

En cuanto al segmento alternativo, atrincherado en sus propios espacios y justificado por una actividad dirigida mayormente a sí mismo, este sector refleja especialmente el desajuste entre la continuidad de unas actividades y reivindicaciones que aún se enmarcan en un contexto de abundancia material y la garbancera realidad. En este sentido, su falta de adecuación con los nuevos tiempos de carencias, hace que sus iniciativas sean socialmente percibidas como meras ofertas de ocio ampliado, y equiparadas así en la práctica, con la ceguera voluntaria de las iniciativas de los gestores locales.

3. Una mirada al mundo y un horizonte estratégico

Si el plan de la vieja izquierda consiste únicamente en esperar a la recomposición del capitalismo tras esta última crisis y minimizar (desde la acción institucional o desde el plano de la reivindicación) los efectos de la misma en clave de defensa de derechos y ventajas adquiridas, desde el plano de quienes identificamos esta crisis como un desmoronamiento de una sociedad que ha vivido bajo el horizonte de un crecimiento sostenido que le ha visto quintuplicar su capacidad adquisitiva en los últimos cincuenta años, la cuestión radica en convertir esta obligada reducción de la capacidad de consumo en la que se ha estado inmerso y a la que empuja el devenir propio del capitalismo, en una escuela de radicalidad que recomponga las destrezas para el conflicto, mientras a la vez articula la trama comunitaria imprescindible para garantizar la mera supervivencia.

Si ese es, entonces, el horizonte estratégico en el plano emancipatorio, de cara a la elaboración de una táctica de actuación inmediata, nuestra mirada puede tomar lecciones de similares procesos ocurridos durante el pasado inmediato en otras latitudes.

Así, ante una crisis de parecidas dimensiones, sucedida ahora hace una década en el cono sur americano, en sociedades urbanas como la argentina o tan desiguales como la brasileña, los momentos de creatividad y ruptura revolucionaria supieron combinar las insatisfacciones de una clase media empobrecida junto con las carencias de un considerable número de excluidos. Mientras los primeros centraban su protesta en denunciar la pérdida de su anterior estatus económico, y la incompetencia de la clase política, en el segundo de los espacios sociales, el de los míseros, se desarrollaban prácticas ancladas en el territorio, que combinaban el enfrentamiento reivindicativo con la recomposición de la comunidad.

Esta pinza entre las protestas de empobrecidos y desposeídos fue capaz de tambalear seriamente aquellas sociedades. Con todo, el momento de ruptura, se topó con el horror vacui al salto revolucionario que privó del apoyo del primero de los segmentos sociales mientras el segundo no consiguió desplegarse como vehículo de la nueva articulación social. Y la pérdida de este impulso, posibilitó una recomposición de las élites políticas locales que desplegaron una estrategia a medio plazo basada en la reprimarización de sus economías, mientras destinaban importantes recursos a la asistencia social hacia los desposeídos, a través de la cooptación de no pocos líderes y estructuras reivindicativas barriales.

A pesar de que las diferencias de EHk con estas sociedades son innegables, esto no quita para que puedan extraerse de esa experiencia histórica algunas premisas para los actuales tiempos. En cuanto a las diferencias, y atendiendo a la estructura social es evidente que en nuestra sociedad no existe una capa empobrecida similar ni en grado de necesidad ni en porcentaje poblacional. Pese a caminar claramente hacia una estructura social en la que los empobrecidos superen el tercio, cuesta creer que el grado de necesidad material llegue a asemejar a los niveles de mera supervivencia de las bidonville de las metrópolis americanas. No se puede afirmar lo mismo, en cuanto al proceso de empobrecimiento y desclasamiento que está afectando a la antigua clase obrera y media local.

Por el lado de la estrategia de reprimarización que ha conseguido levantar las economías de aquellos países, impulsando de nuevo actividades como la extracción de crudo u otras materias primas o el cultivo de nuevas demandas (como la generada por el biocombustible), apoyadas en las técnicas transgénicas, resulta evidente lo inviable de la receta para un pequeño país con una gran densidad poblacional y manifiestamente carente de yacimientos ya no explotados y de dimensiones suficientes como para impulsar cultivos extensivos capaces de incorporarse al ciclo de las nuevas demandas.

Todo ello coloca a nuestras élites locales ante el callejón sin salida de proseguir con apuestas como la atracción de un turismo cultural o el impulso de una industria auxiliar de alto contenido tecnológico, cuestiones ambas que chocan con una escasa demanda que mermará aún más con la inmediata obligada reducción de la movilidad y, por el lado de la producción industrial, con la condición periférica del tejido productivo vasco en la economía europea y global. Con todo y pese a ser conscientes del fracaso en el que se empecinan, desplegando el discurso de la regeneración social y el horizonte de una sostenibilidad basada en la eficiencia energética, las élites locales pretenderán la seducción del segmento empobrecido y desclasado con la promesa de la recuperación en ese horizonte del nivel adquisitivo previo y de sus derechos adquiridos, mientras que de cara al creciente segmento de los míseros, se tratará de gestionar su estadio de necesidad con una asistencia social invisibilizada y parca.

Sin embargo, el recurso a la reprimarización de algunas sociedades como única salida sistémica a la anterior crisis, esta vuelta a lo meramente básico y material, debería ser también un estímulo para que desde el plano emancipatorio encaminemos nuestros esfuerzos, tras una década de delirio hipertecnológico, a la construcción de una resistencia basada en la premisa de la gestión de la supervivencia y en la reconstrucción de los lazos comunitarios a través del propio proceso de lucha.

Así, proponemos la construcción de estructuras de lucha que basen su actividad en esta senda, con vocación de entroncar con las crecientes necesidades materiales de los míseros y con el proceso de decepción de los empobrecidos. Para ello es previo apartarse no sólo en lo político de cualquier ilusión en clave socialdemócrata, sino abstenerse de cultivar el terreno de la reclamación de los derechos y niveles de renta adquiridos, y centrarse con exclusividad en construir desde los márgenes experiencias de confrontación social y de recomposición comunitaria.

Una propuesta de línea de acción

Conscientes de que los niveles de carencia no serán tan severos como en otras latitudes, el crecimiento del segmento desposeído junto con la inaplazable necesidad de gestionar la supervivencia en el ámbito urbano en claves emancipatorias, empujan no obstante, a llevar a cabo nuevos tipos de colectivos que sepan combinar enseñanzas provenientes del ámbito local de la agroecología, los ensayos de redes provenientes de los entornos decrecentistas y a sacar mayor partido a las infraestructuras y formas comunitarias puestas en marcha por el espacio alternativo.

Así consideramos inaplazable el impulsar nuevas experiencias organizativas que (en clave de conflicto pero también resaltando un lado eminentemente práctico y por qué no, incluso nutricio), proyecten una actuación orientada hacia la creación de bastiones locales, donde se organice y remodele la supervivencia bajo claves comunitarias y de resistencia.

Articulando desde el espacio local urbano las redes necesarias para el abastecimiento material, basado éste en la materialización de canales de comunicación estables entre productores locales fuera de la lógica de la segunda revolución verde, y espacios comunitarios, espacios donde la distribución y consumo de los mismos sea tanto garantía de supervivencia de míseros y empobrecidos, como un aprendizaje colectivo de las destrezas necesarias para sobrevivir en un mundo cuya población ha de olvidar los modos y maneras parejos a este modelo de capitalismo en los que ha sido desposeído y domesticado.

La existencia de estos bastiones, que pueden comenzar su andadura sobre las infraestructuras de un espacio alternativo desnortado ante los nuevos tiempos que corren, y atraer en su composición militante a individuos integrantes de las tres sensibilidades desafectas al capitalismo (posiblemente en sus comienzos con mayor intensidad a oriundos de la alternativa y a la indignada), no debería desarrollar ni una labor asistencial mayormente enfocada hacia los míseros, ni quedarse en las fronteras de un club de empobrecidos ideologizados. De esto ya hemos tenido suficientes ejemplos en los últimos años, atendiendo a la extensión de las actividades de los Bancos de Alimentos o a la aparición de numerosos grupos de consumo ecológico.

La propuesta concreta trataría de poner en marcha en un primer momento comedores sociales en el espacio urbano, gratuitos o no, donde el suministro se consiguiera a través de las redes de producción local ecológica y cuya elaboración fuera comunitaria, tanto para posibilitar el aprendizaje de las destrezas de su transformación, como constituirse en un espacio de confluencia en clave de resistencia de los segmentos sociales necesitados, empobrecidos o ideologizados.

Pero ello debería simultanearse con la aparición en y desde esos mismos espacios, de grupos de choque y agitación que protagonicen actividades como la expropiación pública y colectiva de alimentos u otros bienes básicos o la acción directa contra instituciones del capitalismo. Grupos militantes más reducidos y decididos pero en íntima participación y presencia con los bastiones locales de supervivencia, que sepan desarrollar acciones decididas, pero fácilmente imitables y por lo tanto extensibles, y que amplíen el campo de lo posible mediante la trasgresión de lo políticamente correcto o lo legalmente no punible.

Esta actividad no trataría de generar un calco risible de los esquemas de actividad político militar, cambiando este último por un activismo de carácter público. Tampoco de actuar en clave de vanguardia militante de una base asistencialista. Se trataría, por el contrario, de dar cauces a la inaplazable necesaria de una práctica ofensiva anticapitalista que posea también el reverso de una labor constructiva y regenerativa, tanto en el plano comunitario como desde la consciencia de que su savia militante será mermada por una implacable y metódica represión.

Para concluir puede que la propuesta táctica que aquí esbozamos pueda ser solamente una de las que puedan resquebrajar el suelo que pisamos, pero la adecuación de nuestras prácticas a la realidad de una situación radicalmente distinta, exige la puesta en marcha de iniciativas enmarcadas en el momento de desmoronamiento económico en el que ya estamos inmersos.

Trascendiendo las prácticas y discursos reivindicativos que corresponden a los quince años de abundancia (1992-2007), teniendo en cuenta para ello las sensibilidades desafectas y generaciones militantes surgidas en este y anteriores periodos, y aspirando a trenzar las mismas en un nuevo horizonte de actividad emancipatoria.

A más de un lustro del final de sus «quince gloriosos», un nuevo esfuerzo creativo y reivindicativo exige, en Euskal Herriak a 2013, repensarnos en movimiento.

Juantxo Estebaranz

Más información:
http://argelaga.wordpress.com/
argelaga@riseup.net

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