Propuesta de organización popular autónoma

PROPUESTA DE ORGANIZACIÓN POPULAR AUTÓNOMA

 

EL PUEBLO

El pueblo somos todxs y no es nadie. Como el mar: cada ola igual y distinta a la siguiente. Pues el pueblo sólo puede ser definido afirmativamente recurriendo al lenguaje de la poesía, de la mística o del humor. En lo demás, sólo puede definirse por lo que NO ES, por todo aquello a lo que se opone, por sus múltiples antagonistas. Ha existido siempre, existirá siempre, irreductible al poder que desde el inicio le aplasta. Irreductible a la historia – ese relato de poder impuesto, ese invento de la burguesía decimonónica –, a espaldas de la cual vive. Incluso lxs que reniegan de él, los que se niegan a serlo, lo son desde el momento en que las estructuras del poder caen sobre ellxs. Por tanto la indefinición es su definición; es invisible, imperceptible, hasta que la fricción con el poder, con la injusticia y con la opresión le manifiesta de nuevo, le arroja a la luz.  A diferencia del poder establecido, que basa su fuerza en su visibilidad, en su espectacularización, en su ostentación de dominio, en su manifestarse como forma hecha, como ley escrita, como código visible y tangible, el pueblo ama ocultarse, elude todo propósito de ser fijado, evita toda presión para catalogarlo, para someterlo a las jerarquías y las normas del número, de la tecnologización y de la estandarización. Frente al poder, que es siempre lo muerto (letra muerta, estructuras muertas, anclaje en el pasado) el pueblo es lo vivo inconstante, la vida que escapa a la gestión mortuaria de los estados e incluso de la civilización. Siempre, constantemente, allí donde acaba el poder empieza el pueblo, y a la inversa. El pueblo no es nada, no es nadie: somos todxs.

PUEBLO Y DEMOCRACIA REPRESENTATIVA

La democracia representativa constituye el monstruoso proyecto histórico – comenzado y reelaborado en estos últimos siglos – de integrar al pueblo entero en el estado, de ingerirlo al completo en sus inhumanas estructuras. Por la propia naturaleza del pueblo este proyecto estaba abocado desde sus inicios al fracaso, pero ha traído consigo un largo reguero de opresión, de injusticias y de muertes. La democracia representativa – como toda estructura jerarquizada de poder – sólo se representa a sí misma, y como tal el pueblo queda siempre al margen de ella, fuera de su órbita, objeto separado de su dominación. Los “representantes” del pueblo – como si el pueblo pudiera o quisiera ser representado – son ya, desde el momento en que actúan como tales, una escisión abrupta con respecto a él. Votar a esos representantes es, por tanto, una paradoja, el comienzo de la opresión. En el acto originario de votar el votante se desprende automáticamente de su naturaleza de pueblo, para disolverla en la maquinaria sin vida del estado. La legitimidad de la representatividad, forzada por el aparato estatal y sus tecnócratas, queda abolida por completo desde el momento en que el pueblo ni debe ni puede ni quiere ser representado. La trampa de los “representantes del pueblo” es sólo un truco de prestidigitación para, una vez más, imponer al pueblo un dominio ajeno a él.        

LA SOBERANÍA POPULAR, ESA MENTIRA PELIGROSA 

Dentro de ese aberrante proyecto histórico de la democracia representativa – eufemismo para la democracia totalitaria que padecemos –, y a la luz de relatos de la Ilustración, surgió el concepto de soberanía popular. La idea de soberanía – heredada de regímenes de poder del pasado como la monarquía o los estados burgueses y su soberanía nacional – es de nuevo esencialmente incompatible con el pueblo como realidad. Soberano es quien acumula el poder y lo ejerce sobre otrxs. Pero el pueblo, como ya explicamos, es lo antagónico al poder, lo naturalmente opuesto a él. La soberanía, por otra parte, es lo opuesto a la autonomía, palabra clave para definir los anhelos del pueblo como tal. El invento de la soberanía popular se nos revela entonces con claridad como el intento de restar autonomía al pueblo, por un lado, y de introducirlo, implicarlo y borrarlo en las estructuras del estado. No es de extrañar que el primer intento de instaurar la soberanía popular en España –  la constitución liberal de 1812 – trajese consigo, en su texto, la eliminación de los concejos abiertos y comunales y de otras asambleas populares. En un intento desesperado e infructuoso de homogeneizar al pueblo y de convertirlo en burguesía, se va imponiendo sistemáticamente la mentira de la soberanía popular, implementada en la práctica a través de las elecciones y la representatividad política. El pueblo es autónomo, no soberano. La vía de la soberanía es la vía de la dominación y la opresión. La vía de la autonomía se nos presenta como la única alternativa hacia la libertad.

EL PAPEL DE LA ESCOLARIZACIÓN EN ESTE PROCESO

La tradición popular es la tradición de la oralidad, del cuento, de la canción y del poema, del mito, de la improvisación y la provisionalidad. Se mantiene al margen de la Historia, del Tiempo y de la Ciencia, ajena a ellos, en el limbo de la atemporalidad. Frente a esto, el estado moderno, desde sus propios presupuestos burgueses, quiso imponer por la fuerza el dominio de lo escrito, de lo fijado de antemano, de lo inmutable, de lo prefabricado: la ley, la ciudad, el orden institucional y su relato – la novela, la Ciencia, la Historia, el informe –. El instrumento utilizado fue la escolarización de la población entera. En un proceso sistemático de “lucha contra el analfabetismo” se buscó desposeer al pueblo de su bagaje e imponerle la visión del mundo, las actitudes y las prácticas del opresor. El propósito era evacuar de la escena todo aquello que no interesaba o estorbaba al proyecto ilustrado, tecnológico y tecnocrático y científico: las inmemoriales formas de pensar y de sentir, de compartir y de asociarse, de percibir y de vivir. Lo que había detrás, sin duda, era el proyecto de eliminar la comunidad – por muy iletrada que fuera – y convertirla en ciudadanía, con todo lo que esta última implicaba: una colectividad urbana estructurada desde arriba de sujetos aislados, conectados entre ellos únicamente a través de instituciones, y pertrechados de derechos y deberes creados ad hoc y que únicamente tenían validez en tanto en cuanto reforzaban y realimentaban el sistema. Mientras la ciencia y la tecnología impregnaban paulatinamente los saberes y los poderes del estado, la escolarización – con su panoplia de planes de estudio, libros de texto, proyectos curriculares, etc. – se constituyó como una propedéutica del ciudadano, una pedagogía integral que fue convirtiendo a individuos de una comunidad anterior en ciudadanos votantes. No se trataba sólo de configurar desde la infancia los cerebros de los votantes, de dirigirlos de manera unívoca a la trampa de a la representatividad, sino también y ante todo de desproveer la vida de su sentido anterior y de todo sentido, de aniquilar por completo la comunidad de sentido que el pueblo es al margen del poder y sus inventos. El programa histórico del poder es propugnar e imponer desde arriba y en todos los ámbitos – el económico, el político, el existencial - una carencia, una carencia irreal, inventada – pues nadie carece de lo que no necesita –.   

CREAR COMUNIDAD: UNA LABOR PRIMORDIAL Y URGENTE

En tanto que lo natural en lo político, es imposible crear pueblo. El pueblo está ahí de antemano, ajeno e invulnerable a todo propósito de creación o recreación. El pueblo se crea a sí mismo. Por la misma razón, tampoco se trata de rescatar lo popular. Es cierto que en los últimos tiempos, dentro de nuestras sociedades, notamos una alarmante falta de pueblo, y su presencia es sistemáticamente cercenada por los mecanismos de poder, en beneficio de una hipertrofia de las “clases medias”. Pero que el pueblo y lo popular sigan presentes en nuestra realidad cotidiana se consigue creando comunidad. Hemos de entender que lo popular es una esfera de experiencia totalmente distinta a la del estado y la ciudad, a la de las instituciones y su ciudadanía. También es otra esfera de sentido y de lenguaje distinto, al margen de los lenguajes de la manipulación, la codificación, la cataloguización y el examen científico.  Como hemos indicado, su lenguaje es ante todo expresivo-poético: el lenguaje del canto, del poema, del cuento, de la narración oral, del chiste, del lema y de la endecha. Y en tanto que diferente esfera de la experiencia, cuenta con sus propias formas de reunión, de asociación y de contacto, enfrentadas al poder: los concejos, las asambleas, las reuniones, el apoyo mutuo, la solidaridad, la autogestión, el compañerismo, la pertenencia a lo común – por muy leve, por muy instintiva y tosca que sea –. Frente a la dialéctica de la carencia (y por tanto de la miseria) que el poder impone, lo popular es el ámbito de la abundancia, del compartir, del exceso y del gasto.

Es necesario por tanto incidir constantemente en el acto de crear comunidad popular, de ensancharla y abrirla a todxs, de manera siempre autónoma y autogeneradora, al margen siempre de la heteronomía que el poder busca. Y la base para esta creación de comunidad han de ser la asamblea o concejo, la autogestión autónoma de los recursos disponibles – fundamentalmente hospitales y centros de salud y sanidad, colectivizaciones agrarias y centros de producción y de transporte – y las escuelas populares, como centros de irradiación esenciales. La asamblea y la escuela popular – una escuela al margen del estado, de las instituciones y de los adoctrinamientos ideológicos, tecnológicos y religiosos, antiautoritaria y que dé cabida a la comunidad entera que lo desee – son sin duda la base pedagógica para crear comunidad, para ir extendiendo las prácticas y las experiencias comunes y comunales, los sitios donde empezar a hacer vida común y en comunidad. Junto a ellas, el resto de espacios comunes, como hospitales y centros productivos, han de organizarse siguiendo esas mismas líneas de horizontalidad, reparto igualitario y común.  El trabajar en estas estructuras y en su coordinación es el fundamento para una vida distinta: la asamblea como espacio ya constituido de debate y razonamiento público; la escuela popular como espacio de aprendizaje para los nuevos miembros de la comunidad, y como espacio de generación, de recreación y de perpetuación de unas experiencias al margen del poder; y los centros de producción como creadores de bienes y recursos para todxs como constructores de una economía propia y al mismo tiempo como consolidación en la práctica de esas experiencias y líneas pedagógicas liberadoras. La educación, cuando es popular, no es servidora del pueblo del que surge, sino su creadora. Es la forma en que el pueblo se afirma y se mantiene a sí mismo en su humanidad y su libertad, la forma en que puede autoconstruirse como ser libre.

Es ante todo una labor educativa, es decir, creadora – y por tanto también destructora y transformadora de lo otro – la que tenemos por delante si deseamos cambiar este mundo que se nos ha impuesto históricamente. La educación popular no inventa al pueblo, pero sí lo reinventa, constantemente. Y esa es la labor urgente que nos espera, pacientemente: frente a la disgregación, la separación, el individuo y los yoes multiplicados hasta el infinito que el poder propugna, la creación futura de un “nosotrxs”, es decir: empezar a ser nosotrxs y no únicamente yo, crear un nosotros fuerte, cohesionado y libre al que el poder, necesariamente, en toda circunstancia, y por su propia naturaleza, le sobra.               

Lecturas recomendadas: “Alfabetización escolarizadora y educación popular”, de Francisco Jódar, en: Alteraciones pedagógicas. Educación y políticas de la experiencia, editorial Laertes, Barcelona 2007.

“Nada para siempre”, de Luis Navarro,  en el catálogo del proyecto "Soberanía popular" del colectivo Democracia (ver texto en red en http://nohabiafuturo.blogspot.com/2011/12/nada-para-siempre.html.).

Grupo de Política a Largo Plazo de Acampada Sol.

Especial: 
15 M
Enlaces relacionados / Fuente: 
http://madrid.tomalaplaza.net/2012/05/05/propuesta-de-organizacion-popular-autonoma/
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