ELL escribió:Los anarquistas frecuentemente proclaman su rechazo ante la idea de liderazgo o dirección. Es comprensible. En la sociedad capitalista, la clase dominante siempre se ha considerado a sí misma como una clase nacida para dirigir, y el "liderazgo" es una de las cualidades que trata de inculcar con más ahínco en sus hijos, mediante una serie de diversos centros educativos de élite. En este contexto, el liderazgo se asocia con arrogancia, abuso de poder y privilegio. Los anarquistas tienen razón al reaccionar en contra de ello.
El liderazgo de la izquierda en los movimientos sindicales tampoco presenta un cuadro atractivo. A lo largo de este siglo, convertirse en líder "socialista" o socialdemócrata ha sido sinónimo de moderación y ascenso en la escala social.
La trayectoria habitual de un activista, comienza con el intento de ganarse el apoyo de las bases con retóricas y políticas que suenan radicales para después ascender gradualmente, desechando los principios conforme avanza, hasta que surge como un miembro de la élite política en toda regla, con sus trajes elegantes, coche con chófer, salario elevado, contactos en el mundo de los negocios y muchas otras ventajas, un prisionero total del orden de cosas que se proponía cambiar.
Más o menos lo mismo ocurre con el líder sindical. Desde el momento en que él -normalmente es él- obtiene un cargo de responsabilidad abandona las sombrías condiciones del taller por la comodidad de la oficina. Su paga y horas de trabajo dejan de estar en relación con las de los trabajadores que representa y comienza a acumular privilegios. Su trabajo consiste en hacer de intermediario entre los trabajadores y la dirección de la empresa y, poco a poco, pasa más tiempo en compañía de la última que de los primeros. La corrupción en sentido político, sino en el económico, es más o menos inevitable. Pronto empieza a ver los conflictos y las huelgas como problemas que hay que resolver, no batallas que hay que ganar, y la mejor manera de resolverlos es negociar los niveles mínimos con los que se pueda engatusar o forzar a los trabajadores para que acepten.
Un "liderazgo" de este tipo es políticamente desastroso. En momentos de gran agitación, cuando amplias masas de trabajadores empiezan a comprometerse, a tomar las riendas de la situación, el instinto inmediato de tales líderes es tratar de calmar las cosas y restablecer la normalidad. Incluso si esto, implica traicionar la causa que supuestamente ellos representan.
Los acontecimientos de mayo de 1968 son un ejemplo clásico. Este movimiento extraordinariamente espontáneo de estudiantes y trabajadores desafió al régimen gaullista con batallas de masa en las calles de París, ocupaciones estudiantiles y una huelga general nacional de diez millones de trabajadores, combinada con numerosas ocupaciones de fábricas. Los "líderes" -lo que en estos momentos significaba fundamentalmente la dirección del Partido Comunista y la CGT- no pudieron pensar en nada mejor que limitar este movimiento potencialmente revolucionario a una serie de peticiones modestas sobre salarios y condiciones de trabajo y hacer volver a todo el mundo a sus puestos de trabajo lo antes posible.
De experiencias como ésta, que se han repetido una y otra vez en la historia de la lucha de la clase trabajadora y en el movimiento revolucionario, es fácil sacar la conclusión de que el liderazgo como tal, es un fracaso y que debería acabarse con él. Desafortunadamente hay un problema insuperable en esta postura. El liderazgo es un hecho. Además es un hecho que proviene no de una idea errónea en la gente, de la maldad innata de ciertos individuos o de unas determinadas estructuras organizativas, sino del hecho de que las personas difieren en sus experiencias.
Incluso los disturbios, manifestaciones, huelgas y levantamientos más espontáneos, de los que la historia no ha dejado constancia de dirección u organización formales, si se los mira al microscopio se podrán observar momentos informales y estructuras de liderazgo: la persona que grita "adelante" en el momento clave, aquellos que se adelantan a la primera línea de la muchedumbre, la persona que lanza la primera piedra…
El anarquismo -y esto es crucial- también se ha visto afectado por este hecho. No importa cuántos anarquistas puedan renegar del liderazgo; el hecho es que los movimientos anarquistas siempre han tenido dirigentes y que la historia del anarquismo, al igual que la del socialismo o la del conservadurismo, es, en parte, la historia de sus figuras dirigentes: Proudhon, Bakunin, Kropotkin, Makhno, Goldman, Voline, incluso Daniel Cohn-Bendit. El hecho de que los movimientos anarquistas son particularmente vulnerables a los líderes autodesignados, autoperpetuados o incluso al líder designado por los medios de comunicación -los espontáneos movimientos estudiantiles de los sesenta sufrieron considerablemente a este tipo de "estrellas" promovidas por los medios-.
Si el anarquismo es incapaz de resolver el problema de su propio liderazgo, lo es aún menos en el caso del conjunto de la clase trabajadora. Históricamente, este liderazgo ha residido o bien en la socialdemocracia o en el estalinismo, lo que ha llevado a innumerables traiciones y derrotas, desde la descomposición de la II Internacional ante la influencia del "interés nacional", hasta la vergonzosa connivencia del Partido Socialista Obrero Español con el racismo de la ley de extranjería de hoy en día. El anarquismo, con su simple existencia, representa un reto a la hegemonía de dichas fuerzas en el movimiento obrero. Por el mero hecho de producir libros, folletos, octavillas o incluso charlas, el anarquismo combate por su influencia en la izquierda y la clase trabajadora. Sin embargo, en la medida en que rechaza el liderazgo como tal y, por lo tanto, fracasa en la lucha política y organizativa por la dirección de la clase, contribuye, no a la liberación de la clase trabajadora de sus líderes, sino a la perpetuación del dominio de los embaucadores dirigentes socialdemócratas y estalinistas.
Tampoco ayuda el tratar de barrer el problema bajo la alfombra con frases como "la dirección no importa, es lo que las masas hacen lo que cuenta". La concepción burguesa de la historia, en línea con su elitismo e individualismo generales, exagera indudablemente el papel de los dirigentes fuera de toda proporción, hasta hacer de ella una sucesión de reyes, emperadores, generales y presidentes, y un marxista, menos que nadie, no puede permitirse olvidar esto. Pero las acciones de los líderes tienen incidencia real. Los dirigentes no pueden conjurar revoluciones, no pueden inventarse o crear movimientos de masas. De hecho, no pueden hacer revoluciones en absoluto, sólo las masas pueden hacerlo. Pero dada la existencia de un movimiento de masas y una situación revolucionaria, el papel que juega la dirección de este movimiento puede afectar el resultado de una manera importante, e incluso en ocasiones ese papel puede ser decisivo para la victoria o el fracaso del movimiento revolucionario.
En Alemania, en los años del ascenso de Hitler al poder (1929-1930) existía un movimiento obrero de masas cuyas lealtades se dividían entre el SPD socialdemócrata y el Partido Comunista (KPD). Si este movimiento hubiera unido sus fuerzas habría podido parar a los nazis. El hecho de que los líderes socialdemócratas, como de costumbre, evitaran una confrontación y de que los líderes comunistas, bajo las órdenes de Stalin, concentraran sus ataques en los socialdemócratas y no en los nazis, impidió que se forjara dicha unidad y ayudó en gran manera al ascenso de Hitler al poder.
De este modo, puesto que el problema del liderazgo o dirección no puede ser ignorado o pretender que no existe, sólo queda una alternativa para quienes de verdad quieren cambiar la sociedad: trabajar por construir una dirección genuinamente revolucionaria que esté bajo el control democrático de los que la apoyan, que se resista a la corrupción por el sistema y que sea capaz de identificar el camino correcto a seguir en la lucha. La confusión teórica del anarquismo en este tema y su oposición obsesiva a cualquier tipo de dirección lo incapacita para llevar a cabo esta tarea.