Comentario a “¿Qué es el Estado?” de Agustín García Calvo

Confrontación e intercambio de ideas entre las diferentes tendencias del Anarquismo, así como crítica desde un prisma libertario a otras corrientes ideológicas e información sobre éstas.
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Cualquiera
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Comentario a “¿Qué es el Estado?” de Agustín García Calvo

Mensaje por Cualquiera » 04 Sep 2015, 19:34

Comentario al libro “¿Qué es el Estado?” de Agustín García Calvo (Barcelona, La Gaya Ciencia, 1977; reeditado en “Actualidades”. Madrid, Lucina, 1980; y disponible en: http://bauldetrompetillas.es/agustin-ga ... as-varias/

“¿Qué es el Estado?” de Agustín García Calvo es un librillo brillante pero que quizá no responda del todo a la pregunta que plantea. Trata de mostrar que “las ideas son el fundamento del Poder” e insiste en cómo una idea abstracta como la del “Estado” influye en nuestra realidad cotidiana hasta detalles irritantes, como por ejemplo “pasarse media vida delante de semáforos y ventanillas”. Al margen de si ésta u otras cuestiones de horror administrativo son “cuestiones de Estado” resulta interesante destacar la imposición de esta “realidad” cotidiana frente a los intentos de estandarización de los “problemas políticos”.

El autor presenta al Estado como “una idea mentirosa y real”. La gracia de la conjunción es que solemos sacar de los “real” a lo que se descubre como “mentira”. Como el hecho de que sea “falsa” no elimina su vigencia, la “realidad” misma deja de servir como criterio de referencia convirtiéndose en ambigua y compleja. Aún así, el autor tiene tendencia a seguir usando la “realidad” quizá como provocación. Por ejemplo, afirmando que lo más “real” es precisamente la “idea” de algo. El truco sería que, a pesar de sus incansables invocaciones a un lenguaje común, utiliza aquí “lo real” para designar no a las cosas, sino a las afirmaciones sobre ellas, que habitualmente serían falsas. Es decir, que al llamar “reales” a las “ideas”, y mientras parece sumido en el “idealismo”, en realidad las está criticando. La crítica al Estado de Agustín García Calvo enlaza mejor con la crítica anti-idealista que niega las pretensiones de una “autoridad” filosófica o política que con la tradición revolucionaria a la que todavía a menudo se reprocha su “idealismo”.

Para él, la “realidad” es como una imposición de falsas definiciones a las cosas, algo convencional cuya efectividad suele revelarse como una opresión. Podríamos objetar que García Calvo adopta contra el Estado la misma posición que contra la “realidad” misma, y que la tendencia “metafísica” a vincular la idea del Estado al problema de la determinación de las cosas de alguna forma lo naturaliza. Excepto por su actitud de rechazo, no se distinguiría de alguna de las apologías cínicas del Estado a que estamos acostumbrados. También podríamos objetar que mientras podemos considerar al Estado como un producto “histórico”, la realidad está siempre en todo caso “por determinar”. Es decir, que conocemos mucho mejor las mentiras de las que surge el Estado que las que puedan “definir” la realidad.

Esta imbricación le permite a García Calvo, desatendiendo la actividad concreta del Estado, “ampliar” su crítica política, evitando convertir su rechazo en nuevas determinaciones como “idealismo” o “moral”. Cuando luego agudiza su crítica subrayando la amplia connivencia de los individuos con las imposiciones del Poder (lo que antes llamaban “falta de conciencia de clase”) y declara con Foucault al “sujeto” imagen de las determinaciones del Estado, sume a los militantes en la más dura indigencia política.

Sólo le queda la certidumbre de su rechazo. Pero si, como dice el autor, “el lenguaje y la práctica política vienen a ser la misma cosa”, quizá podríamos sugerir que lo mismo que el lenguaje no está concluso, ni se limita a decir lo que ya está dicho (como debería demostrar la Literatura, en la que parece que García Calvo aún confía), tampoco la “realidad” ni el Estado constituyan el Sistema que a menudo se pretende. El autor dice que “Si hablas de una cosa, hablas contra ella”; y es cierto que ante un panorama totalitario como el que sufrimos parece sensato pensar que uno no puede equivocarse diciendo que “No” (lo que tampoco evita que nos incluyan en sus cuentas); pero quizá no tendríamos que retirarnos hasta la indefinición para resistirnos a la obediencia, ni limitar nuestro discurso a la negación o al silencio para no ser “colonizados” por una “naturaleza” o un “lenguaje” que represente los intereses de una “totalidad” (que es sólo una idea, y además falsa). Quizá si la cuestión era evitar las determinaciones que constituyen la “realidad” falsa, acaso habría que empezar con no darla por supuesto, ni conceder a los discursos dominantes la centralidad que se otorgan.

Es muy posible que en efecto todas las determinaciones de las cosas sean falsas; pero acaso el mundo está en todo caso aún “por determinar” (y esto no significa, como quizá objetaría el autor, relegarlo al futuro, sino constatar las carencias del presente). El mundo sigue abierto a nuestra consideración a pesar de nuestras determinaciones; y recordamos de la antigua filosofía escéptica que la falsedad de la “realidad” puede intuirse pero no deducirse. Es decir, que aunque descubramos falsas todas las cosas que consideremos, eso no quiere decir que todas las cosas sean falsas. Lo que si se puede tratar de demostrar es la falsedad de cosas más concretas como las determinaciones del Estado.

Según el autor, aunque solemos reconocer la “efectividad” o “realidad” del Estado, apenas sabemos lo que es. Además, hablamos de él de forma contradictoria, confundiendo, por ejemplo, nuestros vínculos afectivos locales con la legitimidad de “nuestras” autoridades. Pero ni la ignorancia ni el mal uso del lenguaje explican suficientemente la falsedad del Estado. Ni siquiera sirve descubrirle en contradicciones flagrantes (porque la Lógica lo es de las “determinaciones” que tratábamos de evitar). Su falsedad se hace patente sobre todo cuando sentimos el abuso de sus imposiciones. Según el autor, “gracias a la sangre del pueblo –para decirlo con la retórica de los viejos revolucionarios- consigue plasmarse en realidad palpable la abstracción mentirosa del Gobierno”. Cuando desmentimos al Poder de las ideas que son su fundamento, éste se nos revela como pura represión. Algunos sitúan el origen mismo del Estado en la violencia ejercida para mantenerlo.

En general, García Calvo parece más preocupado en criticar esa connivencia nuestra con las ideas dominantes que la coerción directa que sufrimos de las instituciones (y que probablemente la provoca). Y se echa de menos en el libro mayor mención a esta violencia cuyo monopolio se reserva el Estado y que por tanto le caracteriza. Aunque es cierto que conseguir nuestra complicidad y que la ejerzamos en su nombre puede considerarse acaso todavía mayor manipulación y violencia.

Esto explicaría también la permanente guerra del Estado contra el pueblo. Esta desavenencia, que el marxismo explicaba con la distinción entre clases sociales, aparece en García Calvo como un problema conceptual, la incompatibilidad entre las determinaciones de la política y la indeterminación del mundo. Según García Calvo, la “mentira” del Estado consiste precisamente en la identificación interesada entre “gobierno” y “pueblo”, que para el autor son términos antagónicos, y cuya culminación sería la “Democracia” que une en una misma palabra ambos términos. (Otros prefieren en cambio denunciar lo mismo apoyando a la “democracia” como una demanda incumplida). Para el anarquismo clásico, que más que sobre sus diversas formas históricas, se interesa precisamente por la idea del Estado como estructura de dominación, también son antitéticos, pero la cuestión no sería tanto entonces si un pueblo ha de gobernarse, como de si “gobernar” significa justificar el abuso de poder. Y en sus halagüeñas expectativas de futuro, tan criticadas por García Calvo, acaso convergen con su valoración de lo “indeterminado” en la marginalidad del presente.

Siguiendo con su consideración del Estado como “idea”, García Calvo tiende de alinear todas las instituciones (Estado, Dios, Capital, Familia, incluso la propia “identidad” de la Persona, etc.) en un frente único al que oponerse como si fueran una misma idea. Pues una característica principal del Estado, que ocupa el lugar del Todo o de Dios, sería abarcarlo todo. Por eso, por ejemplo, sitúa el origen del Estado moderno en el Imperio, en vez de al contrario. Y es cierto que acaso esa sea su vocación, pero precisamente si el modelo del Estado se reproduce infinitamente, a pesar de pretender ser completo, eso demuestra que no lo abarca todo. Como señala el autor al final del libro en un paréntesis: “si el éxito no es total, cualquier dudoso ámbito de infinitud que por fuera del Todo quede será una duda de infinitud dentro del Todo que baste para resquebrajar la construcción entera”.

Así que quizá si no aceptamos la pretensión del Estado de abarcarlo todo, intento en el que incluso Dios fracasó, sino que lo describimos en el estado “histórico” y maltrecho en el que se mantiene, no tan diferente del nuestro (pues algunos sostienen que somos su imagen tanto como antes decían lo éramos de dios), quizá tampoco el Estado sea lo que pretende ser (una “realidad” que se impone a su propia falsedad).

Si le consideramos como un producto histórico -y el Estado es un memorial de agravios contra el pueblo que merecerían enumerarse-, su muerte habría de ser también histórica. Por ejemplo, si observamos las propias “determinaciones” del Estado en las que sería tan vulnerable como nosotros, como las que el mismo García Calvo destaca: la estandarización de la lengua; la unificación política de la religión; la delimitación de la geografía y el control de sus habitantes; la construcción de una estructura centralista de poder, facilitada por el tamaño desmedido de los Estados; el sometimiento a una ley escrita (por ellos); el super-desarrollo de la burocracia; la planificación de la vida social; el establecimiento del capitalismo; y la difusión de una ideología para justificarse y de una cultura nacional para tratar de dirigir las iniciativas creativas. (De todas estas características parece que también podríamos prescindir).

Por eso resulta quizá un exceso de García Calvo, incluso a pesar de las repetidas experiencias que parecerían probarla, su suposición de que cualquier lucha contra el Estado contribuye a afianzarlo. Pues hay otros horizontes que los del Estado, y no tendríamos porqué renunciar a lo que en nuestra voz haya de legítimamente “popular” (por decirlo con un término que el autor se resiste a asimilar al poder). Y además afortunadamente la desobediencia es irreductible.

geronimo355
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Re: Comentario a “¿Qué es el Estado?” de Agustín García Calvo

Mensaje por geronimo355 » 01 Oct 2018, 16:12

Este libro de García Calvo será reeditado próximamente por la editorial El Salmón : https://edicioneselsalmon.com/catalogo/en-preparacion/


Un texto fundamental sobre la idea del Estado, las formas que éste adopta frente a la sociedad, y cómo los distintos nacionalismos han utilizado esta idea para consolidarse frente al Pueblo, la gente común y los de abajo.

En las circunstancias políticas actuales, donde se multiplican los deseos de crear muchas españitas, la lectura de este texto no dejará indiferente a nadie.
Michel Bounan, La loca historia del mundo

geronimo355
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Re: Comentario a “¿Qué es el Estado?” de Agustín García Calvo

Mensaje por geronimo355 » 02 Dic 2021, 05:39

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Presentación de Miguel Amorós ;

Agustín García Calvo es un pensador subversivo verdaderamente original. Causa todavía estupor entre los militantes el hecho de que su reflexión no parta de la Revolución Francesa, o de las comunas medievales, o incluso de la guerra civil española, de todo lo cual sabía poco, sino de mucho más atrás, del mundo griego, que conocía al dedillo. Más concretamente, del momento en que el legado del pensamiento presocrático era combatido por un saber enciclopédico desordenado que pretendía explicar y ordenar la naturaleza y la conducta humana en todos sus aspectos. Sócrates, respondió a tales excesos -a la hybris sofista-  apelando al autoconocimiento, es decir, al reconocimiento de las limitaciones del saber propio. Platón, su discípulo, intentó cerrar el asunto mediante la sugerencia de un conjunto de reglas racionales con las que codificar la vida social; así dio con una teoría dialéctica del Estado que soliviantó a nuestro erudito greco-latinista. Para Platón, los individuos alcanzaban su plenitud en un Estado perfecto, donde todos cumpliesen a rajatabla una función fijada de antemano. No podía estar Agustín más en desacuerdo con la aberración de que las personas y las cosas se fueran conformando en moldes reglamentarios hasta parecerse a ideas. Las ideas eran el fundamento del Poder, entidad exterior y opuesta al pueblo; no había Poder sin ideología que lo justificara. Y así leemos que en su opúsculo ¿Qué es el Estado? califica al Estado como idea dominante “dispuesta a usarse como arma”, a la vez mentirosa y real. Mentirosa en cuanto que abarca un montón de conceptos incompatibles como, por ejemplo, “gobierno” y “pueblo”; la mentira es la base de la realidad política. Real, por desempeñar en tanto que mentira un poder reconocible que ejerce contra la sociedad. Para Platón, las ideas constituían el mundo verdaderamente auténtico, del que el otro, el sensible, era una mala copia. En el mundo platónico, el Estado era el ideal de organización política, algo necesario para elevar el pueblo informe e inaprensible a la categoría de “Hombre”, “Ciudadano” o “Súbdito”, otras tantas ideas -que Agustín escribe siempre con mayúsculas- con que remodelar al indefinible ser popular y componer la “Realidad”, es decir, lo que el Estado y sus medios presentan como tal. Pues bien, la reflexión anti-ideológica agustiniana, consistirá en deshacer tamaña mistificación y mostrar que detrás de la abstracción estatista no hay más que renuncia, sumisión, trabajo, resignación y muerte.

El razonamiento agustiniano revela la evidencia de la esencia totalitaria del Estado, puesto que su realización perfecta como organización política concreta solo es posible si constituye un espacio cerrado mensurable, un Todo cuantificado. Cuando este aparece, el pueblo –que define en negativo como “lo que no es gobierno”- se anula. Sigue después señalando la relación intrínseca entre el Estado y el Capital, para terminar concluyendo que todo Estado es capitalista, puesto que toda la riqueza bajo su dominio toma forma de Dinero, y, por consiguiente, de Tiempo, “la verdadera moneda del Capital”. Mediante un ejemplo de Fe como es el Crédito, el Estado se confunde con la organización religiosa, con Dios, otro proyecto totalitario. El hecho de que ambos, Estado y Capital, necesiten de un público creyente, es la prueba de que no son más que “las epifanías política y económica de Dios mismo.” La libertad y el disfrute de la vida solamente serán posibles fuera del alcance de todas esas abstracciones esclavizadoras. Hete aquí un punto de contacto con otro enemigo del Estado cuya crítica partía de posiciones tan alejadas de Heráclito como la filosofía idealista alemana; hablamos de Bakunin, para el cual “la idea general” era siempre “una abstracción, y por eso mismo, en cierto modo, una negación de la vida real.” Con el fin de demostrar que el Estado moderno es la institución más adecuada para el Poder -o para la “megamáquina” como diría Mumford- Agustín recurre a ejemplos históricos de fracasos de otras tentativas unitarias como fueron los Imperios por no contar con fronteras definidas, una única lengua oficial construida mediante una combinación arbitraria de variedades dialectales, y una cultura nacional tipificada, o sea, una ideología patriótica –una idea de Pueblo- que se justificara con la Ciencia y el Derecho, mejor que con la Religión. De nuevo, una coincidencia con la advertencia bakuniniana contra el gobierno de los hombres de ciencia. Llegados a ese punto, es obligado tomar posición frente a los regionalismos y separatismos actuales, que Agustín contempla como intentos de constituir nuevos Estados –españitas- en todo semejantes a los originales y, por lo tanto, capitalistas y totalitarios aunque fuese a menor escala.

Necesidad esencial para la constitución del Estado es la del Centro, la capital, desde donde se dirigen las operaciones de vigilancia y unificación, sobre todo lingüística. Como recordó Agustín en alguna parte, la normalización no es más que la cárcel donde se mete a las palabras para asegurar la Fe en la Realidad. En efecto, la importancia de la fabricación desde arriba de la lengua es enorme, pues un pueblo que acata una norma fija para siempre en algo tan fundamental como el habla, ya no es pueblo, y un Estado que no posea una jerga propia –una lengua oficial- difundida en las Escuelas y los Medios, no puede desarrollar una burocracia capaz de ordenar la vida de los ciudadanos en todo detalle. Tengamos en cuenta que sin burocracia no hay Estado que valga. Nada ha de haber que escape al control, a la medida, y en suma, a la definición. Agustín termina su exposición acerca de la idea metafísica de Estado confesando que su intención primera era desmontar la ideología estatal, “parte necesaria de su Realidad”, a fin de que lo que quedara de pueblo vivo orientara su actitud contra el Orden real, especialmente las mujeres, pues en lo femenino radica la escandalosa verdad de abajo: “el miedo a vuestro amor desordenado fue el cimiento y el comienzo de este Orden de los Padres y las Patrias.”

Miguel Amorós, abril de 2021
Michel Bounan, La loca historia del mundo

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