Trabajos de mierda. Una teoría

Presente y futuro de la Lucha Obrera, así como la validez, aciertos y contradicciones de las formas de organización de la Clase Trabajadora. Seguimiento de conflictos laborales, huelgas, etc.
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adonis
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Trabajos de mierda. Una teoría

Mensaje por adonis » 08 Nov 2018, 21:22

No se si es el sub adecuado, pero me he decidido a ponerlo aqui. Ultimo libro de David Graber, donde habla sobre la inutilidad de una gran parte de los trabajos que hacemos, y me incluyo, hoy en dia y que en realidad no aportan mucho a la sociedad.

https://elcultural.com/revista/letras/T ... oria/41546
¿Qué hacen realmente durante el día todas esas personas que se amontonan en los vagones del metro, esperan en atascos durante la hora punta y caminan por las calles de las ciudades con trajes formales? Aparentemente trabajan en algún sitio y los datos dan a entender que muchas de ellas trabajan en oficinas. Los trabajos manuales representan ahora menos de 14% del empleo total, lo que supone un descenso del 31% desde 1970. Pero entender a qué se dedican estos oficinistas requiere un poco de imaginación.

Eso se debe a que, según David Graeber (Nueva York, 1961), muchos de ellos no hacen nada en absoluto. En Trabajos de mierda, el catedrático de antropología en la London School of Economics aplica una mirada crítica al mundo laboral en Occidente, donde, afirma, las empresas pagan a las personas para realizar un abanico interminable de tareas que no aportan nada significativo a la sociedad. Graeber amplia un ensayo de 2013 que publicó en la revista Strike! y que posteriormente se hizo viral. En él, citando un famoso pronóstico del economista John Maynard Keynes, sostenía que la tecnología debería haber hecho a los trabajadores más productivos, y derivar en una semana laboral de 15 horas, pero en vez de eso se ha utilizado para hacer que las personas trabajen más, en empleos inútiles que detestan.

El trabajo ha experimentado un cambio fundamental en el último siglo. Mientras que antes los trabajadores fabricaban cosas, ahora la mayoría de ellos sirve a personas. El aumento de los empleos de servicios atañe no solo al tipo de trabajo que las personas desempeñan en restaurantes o tiendas de ropa; los empleados del sector servicios incluyen a administradores, asesores, contables y agentes de centralitas. Entre 1910 y 2000 en Estados Unidos, la proporción de personas en empleos profesionales, de gestión, administrativos, ventas y servicios aumentó desde una a tres cuartas partes del empleo total, según Graeber.

El autor no afirma saber qué trabajos son inútiles y cuáles no, sino que pide a los trabajadores que lo ponderen ellos mismos. Tras la publicación de su ensayo, recabó comentarios de gente que pensaba que su empleo era absurdo, y el libro se basa en varios centenares de testimonios de personas que respondieron en Twitter a sus peticiones de ejemplos de trabajos inútiles. Graeber utiliza estas respuestas para entender qué tipos de empleos innecesarios existen. Están los “esbirros”, a los que se contrata para hacer que otra gente se sienta importante, como el recepcionista de la editorial cuyas responsabilidades se limitaban a llenar la jarra de caramelos y a coger el teléfono unas cuantas veces al día; los “matones”, que agresivamente venden a la gente cosas que no necesita ni quiere, como los empleados de centralitas que venden informes de crédito caros a gente que los podría obtener gratis; y los “parcheadores”, que existen solo por un “fallo” en una organización, como la mujer que tenía que revisar los informes de investigación escritos por un estadístico que era un pésimo escritor. Graeber afirma que, posiblemente, hasta el 40% de la mano de obra de los países ricos tiene que soportar estos empleos inútiles, aunque su única prueba deriva de un sondeo de YouGov de 2015 que preguntaba a los británicos si su empleo hacía alguna “contribución relevante” al mundo; el 37% respondió que no.

La idea de hastío del despacho no es nueva. En 1853, Melville escribió sobre Bartleby, el escribiente que un día decidió que prefería no hacer más su trabajo. Pero Graeber sostiene que hay más trabajos de oficina inútiles que nunca. Él achaca gran parte de la culpa al auge de los sectores financiero y de la información y a lo que él llama “feudalismo administrativo”, en el que las empresas no paran de añadir supervisores y oficinistas, en vez de compartir con los obreros los frutos de su creciente productividad. Las empresas no se deshacen de estos puestos inútiles, afirma el autor, porque la política económica se basa en la premisa de que crear más empleos debe ser la máxima prioridad.

Graeber no es un economista; es un antropólogo que ha realizado trabajos de campo en las tierras altas de Madagascar y que se define como un anarquista a quien le gustaría que los gobiernos y las corporaciones tuvieran menos poder. Con todo, su argumento pide a gritos pruebas económicas más fuertes. Sobre todo porque un economista le encontraría varios fallos, entre ellos su teoría de que la automatización ha provocado el desempleo masivo, pero que las empresas “salvaron la situación añadiendo trabajos ficticios que, de hecho, son inventados”. La relación entre automatización y empleos no es tan sencilla: es posible que las máquinas hayan sustituido a algunos trabajadores, pero también los complementan, haciéndoles más productivos y creando nuevos tipos de trabajos. El aumento de la productividad es un motor clave del nivel de vida de un país; los occidentales podrían efectivamente tener semanas laborales de 15 horas si quisieran retroceder a la forma en que vivían hace un siglo. También resulta difícil creer que muchos puestos de trabajo inútiles no se hayan eliminado durante la Gran Recesión.

Esto no equivale a decir que el argumento de Graeber carezca de mérito. Durante mi propia investigación no científica, me topé con unos cuantos amigos que aseguraban que sus empleos encajaban perfectamente con la descripción de Graeber. La mirada antropológica del autor y su escepticismo hacia el capitalismo son útiles para cuestionar algunas partes de la economía que Occidente ha aceptado como normales. ¿Por qué los profesores preescolares ganan tan poco dinero, por ejemplo, mientras que a la gente que diseña anuncios publicitarios irritantes le va bastante bien? ¿Por qué se enorgullece la gente de trabajar tan arduamente cuando apenas tienen tiempo fuera del despacho? ¿Por qué tantas personas tienen que hacer hueco en su tiempo libre para las cosas que les encantan y se pasan horas interminables bajo las lámparas fluorescentes de un despacho haciendo tareas irrelevantes? Como mínimo, este libro les plantea a los lectores si no existirá una manera mejor, y más eficaz, de organizar el mundo laboral. Es una pregunta que merece la pena hacer.

© NEW YORK TIMES BOOK REVIEW
Saludos

Violeta_Yakova
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Re: Trabajos de mierda. Una teoría

Mensaje por Violeta_Yakova » 11 Nov 2018, 21:31

Graeber ha estado cayendo bajo últimamente, me preocupaba que se transforme en un Onfray americano.

adonis
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Re: Trabajos de mierda. Una teoría

Mensaje por adonis » 10 Dic 2018, 18:58

Otro articulo sobre el libro: https://www.yorokobu.es/trabajos-de-mierda/
Hace tiempo que asistimos a la era en la que las máquinas parecen tomar el mando, supuestamente para que las personas no tengan que trabajar tanto. Es más, en España, muchos empleos están en riesgo de automatización, y eso viene generando bastante incertidumbre entre buena parte de la población. Aquí entrarían oficios como el de barrendero, auditor de cuentas o taxista. Otro tipo de empleos, en cambio, parecen proliferar por todas partes, aunque muchos consideren que estos trabajos no tienen ningún sentido para la sociedad.

Una de esas personas es el antropólogo y activista David Graeber que, en la primavera de 2013, decidió escribir sobre la existencia de lo que él consideraba los trabajos postureo. El resultado de su corazonada fue un provocativo ensayo titulado Sobre el fenómeno de los trabajos de mierda y publicado en una nueva revista de políticas revolucionarias. El artículo se volvió viral y el debate cogió mucha fuerza.

A raíz de esta especie de investigación crítico-social, Graeber recibió cientos de testimonios y descubrió que hay millones de personas perdiendo el tiempo con trabajos inútiles y que, además, ellos lo saben. Pasarse la vida trabajando en algo totalmente innecesario. ¿Es esta una nueva forma de esclavismo? Puede que sí.

En su último libro, Trabajos de mierda (Ariel), el autor explica que la tecnología ha avanzado en los últimos años lo suficiente como para permitir que muchos trabajos duros y laboriosos sean realizados por máquinas. Sin embargo, ese avance no ha servido para liberar a la gente de jornadas semanales de 40 horas y, por el contrario, se han venido «inventando» toda una serie de trabajos estúpidos y profesionalmente insatisfactorios para mantener a la gente ocupada de alguna forma y perpetuar el sistema económico irracional en que vivimos.

Graeber habla de curros perniciosos. Trabajos moral y espiritualmente corrosivos. El profesor de Antropología en el Goldsmiths College de Londres argumenta que, desde pequeño, a uno le meten en la cabeza la idea de que las personas quieren algo a cambio de nada. Considera que se demoniza y denigra a los pobres (y también al sistema de asistencia social), porque se considera que las personas que recurren a este tipo de ayudas son vagas por naturaleza y solo quieren gorronear. Aprovecharse de los honrados, de esos que sí trabajan y se ganan el pan con el sudor de su frente. Pero esto le parece una falacia. Tiene claro que muchas personas reciben dinero por no hacer absolutamente nada.

El antropólogo considera que somos una civilización basada en el trabajo (ya no en el productivo, sino en el trabajo como un fin en sí mismo). «Es como si hubiésemos dado nuestro consentimiento colectivo para nuestra propia esclavización», expone en un libro que explora de forma brillante la delgada línea que separa el poder del sometimiento. «El resultado es que el resentimiento, el odio y la sospecha se han convertido en el pegamento que mantiene unida a la sociedad».

Lo peor de todo es que muchas de las personas con trabajos de mierda se sienten fatal por currar en cosas que consideran totalmente innecesarias. Como si no tuvieran energía. Y, para colmo, una gran sensación de vacío les invade. Es más, el influyente autor piensa que los niveles de depresión de la sociedad están vinculados con eso. Esta es, al menos, una de las conclusiones que extrae de los numerosos testimonios que recibió durante la elaboración de su trabajo.

¿Cómo puede uno saber si el trabajo que desempeña pertenece a la apestosa categoría? La generosidad de los desmotivados ciudadanos que respondieron a su llamada le permitió establecer una clasificación de cinco tipos de empleos sin sentido.

Lacayos. Estos empleos existen simplemente para hacer que alguien, como un jefe, se luzca o se sienta importante. Por ejemplo, un recepcionista mal pagado en un lugar que no necesita realmente tal puesto. Lugares donde, con suerte, sonará el teléfono una vez al día, pero donde queda muy bien, de cara a la galería, decir que se cuenta con una o dos personas para tal tarea.

Esbirros. Trabajos que tienen rasgos agresivos y, sobre todo, que solo existen porque otras personas los contratan. «El ejemplo más obvio son las fuerzas armadas nacionales», explica el autor. «Los países necesitan ejércitos solo porque otros países tienen ejércitos; si nadie tuviera un ejército, no serían necesarios». Y lo mismo puede decirse de la mayoría de los grupos de presión, especialistas en relaciones públicas, vendedores telefónicos y abogados corporativos.

Parcheadores. Esos «empleados cuyo trabajo solo existe porque en las empresas se producen defectos de funcionamiento o fallos, y estos trabajadores están allí para resolver problemas que no deberían existir». Un ejemplo claro de esta categoría serían los subalternos cuyo trabajo consiste en intentar arreglar el daño causado por superiores descuidados o incompetentes.

Marca-casillas. Empleados contratados única y principalmente para permitir que una empresa pueda afirmar que está haciendo algo que, de hecho, no hace. Un ejemplo serían las llamadas comisiones de investigación que se forman ante determinadas situaciones como el destape de un caso de corrupción política, para (supuestamente) llegar al fondo del asunto.

Supervisores. Aquí entran dos categorías: la de aquellos «cuya labor solo consiste en asignar tareas a los demás» (algo poco útil), y el de aquellos supervisores «cuyo cometido consiste en crear tareas de mierda para los demás, supervisar esas tareas, o incluso crear trabajos de mierda del todo nuevos». Un ejemplo clásico sería el de los (habitualmente poco productivos) mandos intermedios.

Graeber, que se considera anarquista desde que tenía 16 años, asegura que los trabajos postureo son tan innecesarios que incluso la persona que los desempeña es incapaz de justificar su existencia. Pero tienen que pretender que existe alguna razón para que exista dicho empleo. Y ese sería, justamente, «el elemento de mierda».

Ahora bien, Graeber advierte que no hay que confundir los trabajos postureo con los curros de mierda. Estos últimos son malos por diversas razones —son difíciles de realizar, tienen condiciones terribles o están muy mal pagados—, pero muchas veces son muy útiles para la sociedad. Por ejemplo, el de un obrero de la construcción. Los trabajos de mierda, en cambio, suelen ser muy respetados (y pagan bien), pero son completamente inútiles y las personas que los realizan lo reconocen (secretamente, eso sí).

De hecho, estos trabajadores de postureo nunca hacen huelga. No lo necesitan. Graeber pone como ejemplo de esto último el paro de seis meses del sector bancario irlandés en los años 70. ¿Hubo algún impacto en el país? Ninguno. Pero una huelga de enterradores o de enfermeros sí puede sembrar el caos en una ciudad en cuestión de días.

El escritor comenta a Yorokobu que parece que hay que mantener estos empleos imaginarios y hacer que la gente trabaje ocho horas al día, haya algo que hacer o no. Algo que, tal y como también apunta, resulta un tanto paradójico en el actual sistema de economía capitalista, donde se supone que lo último que haría una empresa con ánimo de lucro sería pagar a trabajadores que en realidad no necesita.

«Siempre que escucho a la gente quejarse de que “los robots vienen para quedarse nuestros trabajos” y predicen graves consecuencias, pienso “espera, ¿estás diciendo que es simplemente imposible que un sistema capitalista de libre mercado maneje el problema de la abundancia?”», explica con cierta ironía. «Si hay mucho menos trabajo por hacer y mucha riqueza, ¿no hay manera de que podamos simplemente distribuir el trabajo necesario, de tal manera que todos puedan compartir la recompensa? ¡Pensé que el capitalismo debía ser eficiente!».

¿Sigue creyendo que reducir las jornadas laborales es más fácil de lo que parece, y que se trata de una cuestión de voluntad política? «Las compañías que han experimentado el pasar de una jornada de ocho horas a una de cinco (con el mismo salario) encuentran que la productividad aumenta, por lo que el régimen de trabajo no se puede explicar por la eficiencia económica», comenta sin rodeos.

Según el antropólogo, todo obedece a una cuestión política y moral. Está convencido de que los miembros de la clase dominante han llegado a la conclusión de que una población feliz y productiva con tiempo libre en sus manos es un peligro mortal. «En los años 70, y sobre todo a principios de la década, cuando todos daban por hecho que el trabajo industrial estaba a punto de desaparecer por completo, hubo un gran pánico por parte de los ricos y poderosos. Todo está bastante bien documentado», argumenta.

Pero, además de las políticas, esgrime razones morales para explicar todo este guirigay. Cree que resulta muy conveniente para la clase dominante la creencia de que el trabajo es un valor moral en sí mismo, y de que todo aquel que no esté dispuesto a someterse a algún tipo de intensa disciplina laboral durante la mayor parte de sus horas de vigilia no merece nada.

Por eso, afirma, una de las cosas en las que tanto la izquierda como la derecha parecen estar totalmente de acuerdo es en eso de que la existencia de más puestos de trabajo es siempre algo bueno. «Pueden estar en desacuerdo sobre la mejor manera de crear empleo, pero dan por sentado el hecho de que la gente debería estar en todos los puestos de trabajo y trabajar arduamente en ellos, o no merecerían nada desde el punto de vista moral», reflexiona algo resignado. «Incluso los políticos radicales tienden a hablar de familias trabajadoras. ¿Qué pasa con aquellos que solo trabajan con intensidad moderada? ¿No merecen nuestra simpatía o apoyo?».

¿Teoría paranoide o descripción bastante acertada de la dinámica moral de nuestra propia economía? ¿Acaso es posible, por ejemplo, medir de forma objetiva el valor social? Es difícil responder de forma taxativa. Ahora bien, si hay algo seguro para Graeber —que a finales de 1999 se involucró en el mundo de la política participando en las manifestaciones contra la cumbre de la OMC en Seattle— es que jamás se atrevería «a decir a nadie que está convencido de que realiza una contribución significativa al mundo que en realidad no es así».

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Re: Trabajos de mierda. Una teoría

Mensaje por Cenetista » 07 Abr 2020, 09:42

Violeta_Yakova escribió:
11 Nov 2018, 21:31
Graeber ha estado cayendo bajo últimamente, me preocupaba que se transforme en un Onfray americano.
Se ve que no le pillaste la ironía...
"Queremos personas capaces de destruir, de renovar sin cesar los medios y de renovarse ellas mismas; personas cuya independencia intelectual sea su mayor fuerza, que jamás estén ligados a nada... aspirando a vivir vidas múltiples en una sola vida".

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Re: Trabajos de mierda. Una teoría

Mensaje por colmerei15 » 20 Abr 2020, 08:04

me ha gustado

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