El movimiento futurista

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nekrosis
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El movimiento futurista

Mensaje por nekrosis » 22 Ago 2004, 17:33

Back to the Future

Filippo Tommaso Marinetti (1876-1944)

Up to now, literature has exalted a pensive immobility, ecstasy, and sleep. We intend to exalt aggressive action, a feverish insomnia, the racer's stride, the mortal leap, the punch and the slap. We affirm that the world's magnificence has been enriched by a new beauty: the beauty of speed. . .We will destroy the museums, libraries, academies of every kind, will fight moralism, feminism, every opportunistic or utilitarian cowardice.
— F.T. Marinetti, Futurist Manifesto, February 1909


Filippo Marinetti (1876-1944) was born in Alexandria, the son of a rich Italian merchant. For all his revolutionary nationalism, he was an international figure; educated in Egypt and France he published his first poems in French, and the Futurist Manifesto appeared for the first time in Le Figaro. Marinetti's energy, optimism and charm made him a great impresario; he spent his fortune on the movement he created.

It was in February 1909 that Marinetti, together with three painters, drew up the Futurist Manifesto. First identified as an artistic movement, Futurism quickly developed into an all-embracing worldview. There was Futurist music, painting, and architecture, even Futurist science and cuisine. Futurism advanced the love of energy, of dynamism, of speed, of instinct and intuition, of willpower and youth. It had absolute contempt for the old bourgeois world and praised the purity and beauty of violence.

Early in 1918 Marinetti took the Futurist Manifesto a step further by formulating a political programme for a revolutionary ‘Futurist’ state, the Manifesto of the Partito Politica Futurista [Futurist Political Party]. Uncompromisingly opposed to the Italian monarchy, he advocated, instead, a “technical government of thirty or forty competent young directors with no parliament, to be elected by the whole nation through the trade unions.” There was to be nationalisation of mines and water, confiscation of uncultivated or ill-cultivated land and its redistribution. Conscription was to be gradually abolished and a small volunteer army created. Workers were to have the right to strike and organise public meetings. Freedom of the press was stipulated, as was free education for all. The Manifesto demanded the eight-hour working day, equal salaries for men and women, collective bargaining, social welfare, “the gradual abolition of marriage through easy divorce, the vote for women and their participation in national activity.”

Marinetti’s political programme demanded a revolutionary transformation of every aspect of Italian political, social and economic life. Transcending both the ‘right’ and the ‘left’ of the political spectrum, the Futurists challenged all the accepted old ideas about Man and society. Marinetti also recommended the abolition of the police and prisons. “Prisons,” he wrote, “are ghastly traps which presuppose the most savage Cat-order directed against extremely agreeable and ingenuous Rat-temperaments.” And finally, he urged “the most intransigent anti-clericalism to liberate Italy from churches, priests, friars, nuns, candles and bells.”

The short-lived Futurist party was absorbed in 1919 by Benito Mussolini’s Fasci di combattimento. After standing as a candidate in the 1919 elections, however, Marinetti left the fasci in protest against their willingness to compromise with the Church and the monarchy. He strongly denounced the reactionary tendencies in Mussolini’s movement, in particular the failure to break with those jaded vestiges of the past. By 1920 Mussolini was courting conservative elements in the bourgeoisie and declaring opposition to “political Socialism”. In response many of the Futurists, along with former Socialists, syndicalists, anarchists and Republicans withdrew their support from Mussolini. To these revolutionaries and dissidents, Mussolini’s Fascist party in compromising with the ruling classes and the Church had forfeited any chance of overthrowing the existing order. In fact it had become an instrument, at the service of the reactionary bourgeoisie, used to safeguard the old order.

Mussolini’s rise to power saw the Italian Futurists, in the words of their 1924 congress, “more than ever devoted to ideas and art, far removed from politics…” Although Marinetti repeated his Futurist slogans and upheld the Futurist Manifesto, he accepted election to the Italian Academy created by Mussolini in 1929, declaring “it is important that Futurism be represented in the Academy.”

In 1938, hearing that Hitler wanted to include Futurism in an exhibition of “degenerate art” to be held in a railway carriage that would travel through Europe, Marinetti persuaded Mussolini to refuse to let the train enter Italy, and that December he protested publicly against anti-Semitism. In spite of his age, Marinetti volunteered for active service in the Second World War.

It is only with violence that we can restore the idea of justice…that hygienic, healthy idea which consists in the right of the bravest, of the most disinterested: only then can we restore heroism. — F. T. Marinetti

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Curioso
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Re: El movimiento futurista

Mensaje por Curioso » 23 Ago 2004, 11:14

Ya que leo este texto y que te pillo por aquí, Nekrosis, comento lo que he encontrado de los Strasser y Röhm, que creo que viene muy bien para definir un poco más el contexto histórico de todos estos "fascistas revolucionarios". No creo secuestrar el hilo.

Por lo que he leído en los libros que tengo en casa, la purga de las SA se justificó como una forma de acabar con una milicia que se estaba desvinculando cada vez más del partido y respondiendo a los intereses personales de sus jefes, no al del partido ni al ideario nazi.
Lo que el mismo régimen nazi no podía dejar de reconocer era que los jefes de las SA no consideraban que la "revolución nacional" (enfrentada a la "revolución marxista" y al demoliberalismo) hubiese acabado con la toma del poder estatal por el partido. Los jefes de las SA demandaban una "segunda revolución", en la que, desde el poder estatal y con el apoyo militar de las milicias, el partido expropiase a finacieros, grandes empresarios, y aristócratas terratenientes. Pero el partido (Hitler), controlando ya el aparato del estado, advirtió que no se toleraría ninguna subversión del orden.
El partido acusaba a los jefes de las SA de ir sólo a hacer sus ajustes de cuentas personales y a tomar todo el botín que pudiesen, camuflándolo bajo una retórica revolucionaria. O, todo lo más, de dejarse llevar por un falso romanticismo revolucionario, o de dejarse influir por el "golpismo marxista". El discurso de "orden" del partido proclamaba que la "revolución nacional" había acabado, y que era el momento de iniciar una evolución. El movimiento nazi, habiendo tomado el poder, debía mantenerse en él, no alterando el régimen económico existente desde el poder estatal, sino reforzándolo por la coordinación desde el poder estatal.
Los enfrentamientos entre las SA y el partido llegaron hasta tal punto que se tuvo que disolver formaciones de las SA insurrectas. El conflicto se intentó superar nombrando a Röhm ministro sin cartera. Este sólo aprovechó su nuevo puesto para usarlo de tribuna nacional e internacional, proclamando que la "revolución nacional" debería ser "nacional-socialista", esto es, enfatizando el elemento socialista, y que no se completaría hasta que se hubiera derribado a la reacción alemana, empezando por su puntal más firme, el ejército (el Reichswehr), apolítico y aún profesional, que sería sustituido por un ejército popular y nacional-socialista construido a partir de las SA.
En cierto modo, la idea de la organización política de Alemania de los jefes de las SA sería similar a la de la cúpula del Reichswehr (a los que les saldría el tiro por la culata), un ideal político pretoriano, en el que el poder militar determinaría al gobierno. El carácter del ejército sería la diferencia.
Así las cosas, la jefatura de las SA estaba enfrentando al partido con los militares, al tiempo que los antiguos militantes de los partidos católicos y conservadores se alineaban también contra las SA, a los que veían como "bolcheviques nacionalistas", esperando poder inclinar la balanza a un régimen de carácter anti-parlamentario, corporativista y confesional dirigido quizás por el vice-canciller Von Papen, del estilo del que Salazar había implantado en Portugal o del que Dollfuss implantaría a poco en Austria (no eran entonces los Strasser los que abogaban por esto).
El partido resolvería la crisis el 30 de junio de 1934, en la "noche de los cuchillos largos". En una serie de golpes de mano realizados por toda Alemania por las SS, se eliminó no sólo a la jerarquía de las SA, sino a destacados políticos del disuelto partido católico (el Zentrum; Von Papen se salvó al estar bajo aviso), a opositores al nazismo, y a militares sospechosos de conspirar contra Hitler o de apoyar a la oposición. También se aprovechó para hacer ajustes de cuentas, llegando a caer jefes locales de las SS a manos de sus subordinados, o antiguos militantes nazis alejados del partido por diferencias con el rumbo que este había tomado. Uno de estos fue Gregor Strasser. Antisemita, como Hitler y Röhm, compartía con este último la oposición al ejército y los industriales, a la reacción. Su idea de reorganización futura de Alemania era la de la toma por el poder por el partido que, desde el gobierno, redistribuiría la riqueza de los grandes propietarios a toda la nación alemana. Si Röhm era un "bolchevique pardo", podría decirse que Strasser era un "socialdemócrata pardo". Además, parece ser que Strasser se oponía al imperialismo, más allá de los límites de la nación alemana (que, para todos los nazis, no se identificaba con los límites del estado alemán tras Versalles).
Strasser, que había roto en 1932 con Hitler, afirmando que la dirección del partido había olvidado el ideal de la "revolución nacional" por el medro personal, había sido reclamado por este tras acceder al poder, y se rumoreaba que iba a ocupar algún ministerio de la máxima importancia, el de Gobernación o el de Economía. Parece ser que su asesinato fue ordenado por Goering y Himmler. Si Strassery su hermano Otto (que huiría de Alemania) accedían al poder, quizás la definición del régimen nazi como uno "poliárquico", en el que el poder se repartía entre las diferentes secciones del partido y el bloque militar-industrial, estaría amenazada.
De un sólo golpe, se eliminó el peligro de las SA al descabezarlas, se diezmó al movimiento político católico impidiendo que llegara a resurgir, se aplastaron las últimas resistencias internas al nazismo, se solucionaron las luchas por el poder en el partido, y se logró la subordinación del bloque militar-industrial al presentarse Hitler como una figura de orden. El partido había resuelto esta lucha entre facciones del régimen nazi como accedió al poder, por la violencia política.

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nekrosis
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Mensaje por nekrosis » 23 Ago 2004, 15:23

Muy interesante tu escrito, gracias por las aclaraciones. Ahora tengo una idea un poco más amplia del este fenómeno llamado "nazismo de izquierdas".
La página de donde he sacado este escrito tiene artículos interesantes sobre d'Annunzio (incluidos fragmentos del TAZ de Hakim Bey), el misticismo que hubo detrás del triunfo de los bolcheviques o el Catecismo de revolucionario de Sergei Nechaev. No tiene desperdicio.
http://www.alasbarricadas.org/blackblog ... php?blog=5

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Mensaje por nekrosis » 23 Ago 2004, 16:06

Futuristas y anarquistas

Del primer manifiesto de Marinetti a la entrada en guerra de Italia (1909-1915)

Laura Iotti


El objeto de mi Memoria de Licenciatura ha sido la relación entre futuristas y anarquistas, desde la fundación del movimiento artístico hasta el ingreso italiano en la primera guerra mundial.

Futuristas y anarquistas se han analizado en un cotejo que ha pretendido examinar críticamente dos movimientos que encarnaron con vehemencia el deseo de una nueva sociedad en los primeros decenios del novecientos.

Puede parecer fuera de lugar el acercamiento entre futuristas y anarquismo, pero mi elección no ha sido casual porque los dos movimientos compartieron algunos factores como la lucha contra el "pasadismo" (clásico, clerical o borbónico), el ímpetu subversivo, el amor por la violencia, el disgusto por el parlamentarismo que indujeron, sobre todo a los futuristas, a buscar convergencias con el anarquismo, del que, sin embargo, debieron ignorar o infravalorar los insuperables prejuicios antipatrióticos y antimilitaristas.

El futurismo, por su parte, fue un movimiento compuesto por distintas individualidades adheridas a diferentes posiciones políticas, aunque la impronta de su fundador fue pregnante es, precisamente por esto, fundamento de muchos equívocos en quien, en la época, expuso juicios y críticas en frente a aquel turbulento movimiento artístico.

El error residió en interpretar el futurismo como un bloque homogéneo sin establecer una distinción en su interior de las distintas e importantes energías que lo formaron.

Una lectura actual de la historiografía futurista debería, por el contrario, conducir al lector curioso a considerar tal movimiento como un conjunto heterogéneo de ideas, de personalidades y de tendencias, impidiéndose así llegar a una apresurada sentencia sobre la unilateralidad política del futurismo.

Precisamente por eso he querido profundizar en la experiencia futurista de los pintores Carrà y Boccioni, cuyas obras han ofrecido un buen punto de unión entre futurismo y anarquismo.

Invito a los curiosos a consultar mi investigación donde se podrá descubrir un Carrà en contacto con los círculos anarquistas londinenses y milaneses, Un Carrà que prestará, además, su propia obra artística a la propaganda anarquista (por ejemplo a la revista de Parma La Barricata, redactada por el anarco-futurista Renzo Provinciali). Pero sobre lo que he querido focalizar la atención es sobre un olvidado Boccioni que intentó una experimentación socioartística verdaderamente revolucionaria. Parece que la mayor parte de la literatura futurista se haya olvidado de los principios boccionianos en los que el pintor propuso a la animadora de las actividades de la Casa del Lavoro de Milán, Alessandrina Ravizza, la organización de una Exposición de Arte Libre en Milán. Aquella petición se convirtió en realidad, en mayo de 1911, en los pabellones abandonados de la fábrica Ricordi en la avenida Vittoria: fue rescatado, pues, un lugar de trabajo y habilitado para el contacto entre el pueblo y la cultura, visto como ocasión y posibilidad de emancipación social, de ruptura con esquemas clasistas. Se abre así un espacio cultural alejado de los circuitos institucionalizados del arte oficial de la burguesía y, en el interior de aquel espacio, el papel innovador de los futuristas habría debido representar la consecuencia más natural, proponiéndose, de hecho, como fuerza que arrastra y fermento revolucionario. Para Boccioni el proyecto no significó sólo concesión de cultura y de arte al pueblo, sino que significó convocar al pueblo mismo a la creación artística que, bien visto, representa el camino más auténtico para una efectiva emancipación humana y social o, al menos, la única vanguardia coherente que se puede concebir con el dictamen anarquista de sus ideales revolucionarios.

En este trabajo se dedica un espacio más que digno a la figura de Filippo Tommaso Marinetti, que hizo subir al carro futurista a pintores, literatos, arquitectos, músicos e intelectuales en general, implicándolos en la que debería haber representado una gran empresa revolucionaria de ruptura con los tradicionales cánones artísticos y con los valores morales, ideológicos y políticos de la época. Esto sucede, o habría debido suceder, en el encendido clima de una Italia de comienzos de siglo, cuya intrínseca tensión representó, sin duda, una ocasión histórica óptima potencialmente favorable para un encuentro entre revolución artística y revolución social. La posibilidad de realizar esa convergencia se manifestó, efectivamente, en una fase virtualmente revolucionaria y densa de esperanza. La historia, sin embargo, ha demostrado que aquél encuentro fracasó o faltó por completo.

Mi trabajo, por otra parte, ha querido demostrar que, en los años que precedieron a la fundación del futurismo hasta el ingreso italiano en la primera guerra mundial, hubo una cierta disponibilidad, sobre todo en las filas de los intelectuales "subversivos", para acercarse a los ideales futuristas, obviamente sin los aspectos más reaccionarios de la ideología y de la política marinettianas. Marinetti intuyó las exigencias de una nueva y revolucionaria identidad cultural-artística sentida por el extremismo intelectual y supo excitar hábilmente , al menos, la curiosidad de aquellos ambientes: de lo dicho la propaganda anarquista es un claro testimonio.

El futurismo no pudo dejar indiferente a aquella tribuna, al menos no se explicaría porqué, sólo por poner un ejemplo, un dirigente sindical como Alberto Meschi, secretario de la Camara del Lavoro de Carrara y en absoluto inclinado a ocuparse de diatribas sobre versolibrismo y dinamismo plástico (aunque es preciso no olvidar que Meschi fue amigo de otro artista "subversivo" brillante, el pintor y escritor, Lorenzo Viani), sintiera la necesidad, comprometido como estaba en guiar las luchas económicas de los trabajadores del mármol y en aclarar las batallas políticas entre la Confederación general del trabajo y la Unión Sindical Italiana, de dar a la prensa una seca nota contra el futurismo .

Pero poco importa si desde la tribuna anarquista se realizaron más críticas que beneplácitos: una chispa, de cualquier modo, escapó, aunque no consiguió nunca explotar en una implicante llamarada revolucionaria que fraternizara anarquismo y futurismo.

Pasando a la vertiente proletaria, también aparece en un cierto punto de la historia en espera del futurismo. Así, en la revista mensual La Blouse, "compilada exclusivamente con escritos originales de auténticos trabajadores manuales" encontramos muchos ejemplos interesantes:

«Yo no entiendo por arte lo que deleita y divierte, cosa de vagos y de ociosos; sino como algo más alto y más importante, que haga pensar seriamente y estremecerse, que conmueva y dé el sentimiento de rebelión contra todo el cúmulo de porquerías y de iniquidades políticas y sociales que afligen la vida humana en todas sus variadas y multiformes manifestaciones [...]» .

O también:

«¡El arte verdadera, fúlgida, sentida, original, no puede más que ser hija genuina de la libertad!

¡Someter el arte a una escuela filosófica, a un preconcepto político, a un prejuicio social, significa degenerarla, matarla!

[...] Las mejores y más espléndidas obras de arte fueron realizadas cuando surgieron por voluntad del pueblo, períodos de verdadera y propia libertad... La libertad sin lo necesario para la existencia no sería libertad y un pueblo que vive en la inanición, entre los sufrimientos del hambre, no puede comprender el arte y no puede ser artista, porque luchando como la bestia por la existencia, como el animal se embrutece y queda exhausto! Así, pues: el arte verdadera... debe estar reanimada por un objetivo sublime de libertad y de bienestar social... ¡Lo bello que tiene también una finalidad justa y buena es efectiva e indispensablemente mejor!

[...] El artista absolutamente libre podrá esparcer su propia fantasía en las obras que cree, que ya no tendrán el objetivo de uniformarse al gusto de quien paga ni de contentar a la turba de críticos gruñones [...]»

Se podrían citar aún numerosos ejemplos, por lo que remito al lector interesado a consultar La Blouse, pero también, por citar otro de los múltiples ejemplos posibles de El proletariado anarquista, donde un sorprendente lenguaje incendiario acerca al proletariado anarquista al futurismo. Firmado por «El proletario» encontramos, en efecto, un eslogan bien conocido en los ambientes futuristas: «... y si es bello edificar es más bello destruir», o incluso: «edificar es bello, pero destruir es sublime».

Al menos en el plano formal, encontramos, pues, un lenguaje que mancomunó a los dos grupos.

La violencia y el revolucionarismo del lenguaje y de la gráfica del futurismo parecieron y parecen de verdad representar los medios expresivos ideales del anarquismo, «mensajeros» de los principios y de las acciones libertarias. Pero el problema fundamental residió en una diferencia sustancial que se puede sintetizar en una frase de Molaschi: «Admito la violencia como medio de liberación y lo juzgo indispensable para llegar a la emancipación del trabajo».

Estos conceptos no difieren mucho de los tonos de la conferencia marinettiana «Belleza y necesidad de la violencia», pero la disonancia reside en el hecho de que, el futurismo enfatizó de la violencia el lado estético, viendo en ella una infinita belleza; sin embargo, para el anarquismo, la violencia significó sólo necesidad.

Masini, a propósito del Nosotros queremos glorificar el gesto destructor de los libertarios, sostiene: «Cuando se desencadena la violencia en las formas tradicionales de guerra, primero con el conflicto balcánico y después con la empresa de Trípoli, Marinetti correrá inmediatamente en apoyo del más desenfrenado belicismo, después de haberse enfrentado, incluso físicamente, con los anarquistas».

Los datos concretos, en cualquier caso, nos dicen que las mismas componentes del movimiento obrero no estrecharon acuerdos, ni siquiera tácticos, con el futurismo. Las razones de la falta de encuentro descansan en la hegemonía nacionalista marinettiana, ejercida sobre el movimiento e inconciliable con el anarquismo antimilitarista.

¡Lástima! Una verdadera pena, porque ante una vanguardia que, a través de un lenguaje revolucionario, supo desquiciar, en pocos años, cánones artísticos y culturales, el anarquismo hubiera podido contar con una válida compañía para sus propios proyectos sociales: pero el anarquismo tenía sus positivas razones, una tradición, una historia, un programa social que eran ajenos y, a la postre, antagonistas del futurismo.

Lo que puedo mantener es que la complicada, pero posible, relación arte-política se hubiera podido realizar por el hecho de estar situado en un preciso tejido socio-histórico que, en mi caso específico, tanto los anarquistas como los futuristas querían revolucionar. Sobre todo para Marinetti es válido lo que sostiene Accame: «Una de las más sentidas y recónditas ambiciones del artista es la de modificar el mundo dándole ‘poesía’». Sin embargo, si ambos movimientos auspiciaban la venida de una sociedad libertaria, los medios y los principios fueron decididamente distintos, si no diametralmente opuestos, pues,: «Anarquismo y futurismo estaban hechos para encontrarse y desencontrarse, para hacer una parte de camino juntos, molestándose y provocándose para, después, extraviarse irreversiblemente»

Memoria de Licenciatura en Ciencias Políticas

Universidad de Milán, curso académico 2000-2001

Traducción del italiano E.G.W.
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