Re: El apoyo mutuo, Kropotkin contra el darwinismo social.
Publicado: 15 Feb 2011, 21:50
Llego tarde al debate pero quizás interese:
MOYA, Eugenio. Crítica de la razón tecnocientífica. Biblioteca Nueva. 1998. Madrid. ISBN: 84-7030-563-8
MOYA, Eugenio. Crítica de la razón tecnocientífica. Biblioteca Nueva. 1998. Madrid. ISBN: 84-7030-563-8
Página 163-166: Ahora bien, para comprender la naturaleza primero tenemos que decidir cómo vamos a analizarla. En este sentido, solemos verla como un organismo en el que cada parte tiene una función definida. Mas, es la función la que hace al órgano y no al revés; es decir, en ese organismo cada parte tiene su sitio porque ha sobrevivido en su particular lucha frente al medio. Cada especie tiene sus estrategias para explotar los recursos, pero, tarde o temprano la escasez de los mismos crea tensiones entre la oferta y la demanda. Precisamente, es esta ordenación económica – como suele pensarse habitualmente- la que hace marchar la naturaleza. El leopardo o el león, los grandes carnívoros, son los que en este orden mantienen el control de los componentes vegetativos del sistema, como las pequeñas aves la población de insectos. En la economía de la naturaleza todo parece tener una función específica. Más aún: en ese orden sólo sobreviven los más aptos. La vda es una dura prueba. Se compite con éxito o se perece. Ésta es la regla de la tierra. O, al menos, es la forma que hemos tenido de conocer la naturaleza en los últimos doscientos años. La naturaleza ha sido vista como un sistema económico; así es como creemos poder predecirla. Vemos productores y consumidores; individuos y especies que compiten. El resultado es un orden económico saneado, pues, el éxito en un mercado tan competitivo se mide por la supervivencia.
Insistamos en que este análisis económico forma parte de una forma de entender la complejidad de lo natural; es, en este sentido, una proyección de nuestras formas de vida social. El cristianismo vio al hombre a imagen de Dios; nosotros concebimos a la naturaleza a la imagen del ser humano. Es así como las ideas de lucha, de competencia despiadada, de pugna por el rango o el territorio se han abierto camino a la hora de explicar la naturaleza. Es de este modo como ellas son concebidas como mecanismos de progreso. Como reza el subtítulo de una de las obras que más juego han dado en la cultura europea, La fábula de las abejas (1729), de Bernard Mandeville, <<los vicios privados hacen la prosperidad pública>>. Es posible, sin embargo, cambiar la perspectiva y ver la naturaleza bajo la idea de armonía, de cooperación. Muchas veces hemos visto como un animal corre detrás de otro y hemos creído que luchaban, no que jugaban; hemos escuchado alaridos y hemos creído que eran gestos de amedrentamiento y no de reclamo. Pero, ¿por qué habría de ser de un modo y no de otro? ¿Qué interpretación es la verdadera? Como hemos visto en otras partes de este trabajo, preguntas como éstas no pueden tener una respuesta taxativa; lo que en un tiempo y unas circunstancias es verdadero se torna falso a poco que cambie la situación. Pero, justamente, porque somos conscientes de esa dependencia social de nuestras creencias, hemos defendido la naturaleza social del conocimiento científico. Nuestras respuestas a esas preguntas estarán condicionadas así por nuestras formas de ver el mundo e instalarnos en él; dependerán, en definitiva, de nuestros valores. Y uno de los más arraigados en la historia ha sido el antropocentrismo. Pensamos que todo está al servicio del hombre, que la naturaleza no es, como sostenía Heiddegger, más que nuestra despensa, nuestro almacén. Proyectamos también, desde esa visión antropocéntrica, la idea de que lo natural es la feroz lucha por unos recursos limitados. Es ese antropocentrismo el que justifica pensar que la especie humana tiene derecho al dominio, a la explotación de los recursos naturales porque es más importante. Nos vemos como fieles seguidores de la Ley de la naturaleza, porque, al fin y al cabo, imponemos el dominio del más fuerte. El cristianismo alimentó la idea de un orden jerárquico impuesto por Dios. La ciencia moderna lo vio de otro modo, pero coincidió en algo esencial: pensó que evolución significaba progreso. Así lo creyó Darwin, a quien debemos en gran parte esa concepción belicosa de la naturaleza que hemos expuesto. En el Origen de las especies, nos presenta a unos reptiles que se elevan sobre los peces; a unas aves que aventajan a los reptiles, a unos mamíferos que suponen un avance sobre los ovíparos y así sucesivamente. Aunque en realidad la filogénesis no puede ser pensada con un modelo lineal de progreso, el hombre aparece en el naturalista inglés como apareció, en los primeros cristianos, en el pináculo de la existencia. El evolucionismo, que pudo haber preparado al espíritu occidental para ir más allá del mecanicismo, terminó concibiendo la naturaleza como una reserva, como un bien para el hombre. La razón hay que buscarla en el androcentrismo. Pero, ¿es posible ver una naturaleza sin dominadores y dominados, sin vencedores y vencidos? ¿Podemos verla como un sistema de cooperación? No cabe duda de que la teoría de Darwin, aparentemente nacida de las observaciones cuidadosas en las Islas Galápago, no fueron más que una extrapolación de la convulsa vida social británica del siglo XIX. A principios de este siglo la élite dominante, de acuerdo con los principios del liberalismo, creía que la sociedad mejoraba con la competencia. Competencia entre los individuos, entre las clases, entre las naciones. Las Islas Galápago fueron vistas por Darwin como un mercado abierto en el que las formas más recientes son las más perfectas. Aunque las especies superiores tienen su origen en las inferiores, sigue habiendo un orden jerárquico, ya no eterno, pero sí producto de la selección natural. El evolucionismo volvía a una imagen orgánica, viva, no mecanicista, de la naturaleza, pero dejaba intacta la idea del rango natural, la idea de una cadena de la existencia que se eleva desde el polvo hasta el ser humano. De nuevo, antropocentrismo. La naturaleza podía seguir siendo vista como un recurso para el hombre.