La sociobiología ha hecho su agosto intentando naturalizar conductas y atribuirlas a milenios de selección natural, como que si las mujeres son más sensibles a víboras y arañas es porque milenios de epigenética y de cuidar el hogar las han hecho así (suéltale tú un arañón a según qué hombre
) y su configuración cerebral es diferente. Afortunadamente cuanto más avanzan las técnicas más se puede ver que ese sesgo según el cual "somos diferentes a nivel de neuroconfiguración" no son más que prejuicios a los que se les ha buscado justificación aparentemente científica.
Os dejo una recensión de uno de los libros más interesantes que he ojeado últimamente sobre este tema,
robada a la web "Mujeresconciencia", donde se puede consultar la bibliografía (y así de paso también se puede hablar de Mujeres en Ciencia sin tener que tirar de Marie Curie, la pobre ya
)
En el año 2010, salía a la luz un libro que ha tenido un notable impacto en la neurociencia actual. Bajo el título: Brain Storm: The Flaws in the Science of Sex Differences (Tormenta cerebral: Los fallos de la ciencia sobre las diferencias sexuales), su autora, la respetada profesora de Estudios de las Mujeres del Barnard College (Barnard College in New York), Rebecca Jordan-Young, siembra serias dudas sobre los numerosos trabajos publicados a lo largo de casi un siglo donde se afirma que los cerebros humanos están organizados de manera distinta en los hombres y en las mujeres.
Analizando el enorme cuerpo de literatura neurocientífica que ha visto la luz desde la década de 1920 hasta 2010, Rebecca Jordan-Young, doctorada en ciencias médicas, ha realizado una excelente labor de investigación. Con notable meticulosidad, la investigadora ha examinado innumerables artículos, libros y otros trabajos, tanto especializados como con fines divulgativos, que esgrimen los más variados argumentos en apoyo de las convencionales diferencias existentes entre el cerebro masculino y femenino. Además, la científica no solo dedicó años a indagar en cientos de estudios comparando métodos y resultados, sino que también entrevistó a casi dos docenas de figuras líderes en este ámbito.
En diversas conferencias, Rebecca Jordan-Young ha declarado que desde hacía ya un tiempo sospechaba que la mayor parte de la investigación científica sobre el sexo del cerebro era incorrecta, y fueron precisamente esos recelos los que la impulsaron a escribir su libro. La estudiosa tenía conciencia de que algo no funcionaba y desafinaba en estas investigaciones; por ejemplo, podía verificar que esos estudios que se utilizaban como base de lo publicado, de hecho se contradecían unos a otros, ya que no tenían los controles adecuados y, además, sus resultados parecían débiles e inconsistentes.
En definitiva, la «teoría de la organización del cerebro» estaba ampliamente aceptada con el fin de demostrar que debido a la exposición a ciertas hormonas prenatales, el cerebro se diferencia en sexualmente femenino o masculino. Una interpretación que según R. Jordan-Young, se apoyaba en cimientos muy poco sólidos. Las señales de alarma insinuando una clara falta de rigor científico, convenció a la investigadora de que debía indagar en el tema e intentar hacer algo al respecto.
En una interesante reseña del libro de Rebecca Jordan-Young, la profesora de Sociología del Trinity College y experta en Women’s & Gender Studies, Alyson K. Spurgas, elogia la rigurosa manera en la que Jordan-Young fue capaz de demostrar con lucidez que casi todos los experimentos llevados a cabo por los defensores de la teoría de la organización del cerebro, simplemente «no se ajustan a los estándares científicos de fiabilidad y validez». Con una «precisión devastadora», continúa Spurgas, Jordan-Young expone que «los estudios no miden las mismas variables o comparan las mismas poblaciones, y debido a estas cuestiones de definición y medición, igual que a los poco cuidados diseños en los «modelos», no ofrecían nada más que una pose folklórica carente de evidencia empírica».
En esta reseña, Alyson Spurgas concluye que Brain Storm, que representa el resultado de más de una década de investigación y análisis, «es una crítica feroz y veraz con capacidad para aniquilar una idea que ha estado tan firmemente entrelazada en nuestro pensamiento colectivo que llegó a ser considerada como un hecho indiscutible de la vida».
Por su parte, la editora científica Sara Lippincott, también ha publicado un interesante artículo sobre el libro de Rebecca Jordan-Young, donde apunta sin tapujos que «en su exhaustiva revisión de la bibliografía existente, la investigadora ha encontrado una mezcla de muestras demasiado pequeñas, controles inadecuados, datos conflictivos y conclusiones extravagantes, sacando a la luz investigaciones con demasiados fallos escondidos detrás de la teoría de organización del cerebro».
Lippincott relata asimismo que en su libro Jordan-Young apuntaba que las investigaciones sobre la organización del cerebro humano están confinadas a «cuasi-experimentos». Esto significa (simplificando en gran manera), que mientras es posible bombear hormonas en el cerebro de una rata y observar lo que sucede, no se puede hacer tal cosa con las personas. Los investigadores deben por tanto «obtener sus datos de forma no invasiva, y al mismo tiempo han de extremar su rigurosidad».
En este contexto, Jordan-Young escribe que estaba muy interesada «en averiguar cómo los científicos resolvían el problema de medir algo tan complejo como la sexualidad o el género, de manera que […] pudieran asociarse con la estructura del cerebro o con la exposición a las hormonas». Igualmente, la científica destaca que «lo significativo no es si el efecto de las hormonas es o no “real”. Éstas figuran en el desarrollo humano de diversas maneras importantes, incluyendo el proceso neuronal». Lo destacable era conocer si tenían suficiente poder como para generar dos tipos de cerebros distintos.
Según Jordan-Young: «El problema está en la forma en que la teoría sobre la organización del cerebro […] atribuye una especificidad no real y permanente a los efectos de las hormonas prenatales, así como a la inevitable uniformidad de las diferencias sexuales, algo que se ha demostrado falso […]. Incluso en las ratas, la exposición a las primeras hormonas (o las hormonas prenatales) no genera unos cimientos sólidos que indiquen que el comportamiento debe permanecer para siempre».
La conclusión de Brain Storm es evidente, apunta Lippincott, «las historias estándar sobre cerebro femenino y cerebro masculino han quedado obsoletas y no son científicas; a menudo incorporan asunciones sin fundamento sobre cómo y cuando surgen las diferencias, y dan saltos prematuros que llevan, por ejemplo, a conclusiones firmes a partir de pequeños y no repetidos estudios».
La reseña de esta conocida editora, termina afirmando que «el libro de Jordan-Young añade peso a la literatura científica que gradualmente se está acumulando sobre este tema. [Muestra] que los argumentos sobre un cerebro femenino distinto son cada vez más débiles». Y concluye: «Este libro es una visión refrescante y sensata ante el comportamiento de un área de la ciencia que quizás no es tan empírica como debería ser».
Con una reflexión final: ¿y no sería más fácil preguntarle a las mujeres que ya están en esos ámbitos STEAM o los han abandonado porqué les ocurre? Así escucharían a Arquitectas contar cómo las desprecian a pie de obra y les hacen chistecitos, a Desarrolladoras Web con vida familiar además de cárnicas, a Ingenieras Químicas que en vez de conseguir una cátedra acaban dedicándose a la docencia en niveles no universitarios porque de algo hay que comer...