F.3.2 ¿Puede haber armonía de intereses en una sociedad inicua?
Igual que el liberalismo de derechas del cual deriva, el “anarco”-capitalismo está basado en el concepto de la “armonía de intereses”, que fue anticipado por los adláteres de Frédéric Bastiat en el siglo XIX y por el mentor de Rothbard, Ludwig von Mises, en el XX. Para Rothbard, “todas las clases viven en armonía mediante el intercambio voluntario de bienes y servicios en beneficio mutuo”. Esto significa que capitalistas y obreros no tienen intereses de clase antagónicos [Classical Economics: An Austrian Perspective on the History of Economic Thought, vol. 2, p. 380 y p. 382]
Para Rothbard, el interés y el conflicto de clase no existe en el capitalismo, excepto si es mantenido por el poder estatal. Era, según afirmaba, “falaz emplear términos tales como 'intereses de clase' o 'conflicto de clase' a la hora de discutir sobre la economía de mercado”. Esto era así por dos motivos: “la armonía de intereses entre distintos grupos” y “la falta de homogeneidad entre los intereses de una clase social cualquiera”. Es tan sólo en “relación con la acción estatal que los intereses de distintos hombres se ven encuadrados en 'clases'”. Esto significa que la “homogeneidad emerge de las intervenciones del gobierno sobre la sociedad”. [Conceived in Liberty, vol. 1, p. 261] De modo que, en otras palabras, el conflicto de clase es imposible en el capitalismo merced a la maravillosa coincidencia de que hay, simultáneamente, ¡tanto intereses comunes entre individuos y clases como absoluta ausencia de éstos!
No es necesario ser anarquista o cualquier otro tipo de socialista para ver que este argumento es un sinsentido. Adam Smith, por ejemplo, se limitó a registrar la realidad cuando señaló que obreros y patronos tienen “intereses [que] en modo alguno son los mismos. Los trabajadores desean obtener cuanto más mejor; los empleadores dar lo menos posible. Aquéllos han de asociarse para alzarse, éstos han de disminuir los salarios”. [La Riqueza de las Naciones, p. 58] El Estado, reconoció Smith, era un medio clave mediante el cual la clase propietaria mantendría su posición en la sociedad. Como tal, (el Estado) refleja pues el conflicto entre clases, antes que crearlo (no pretendemos por esto inferir que la clase económica es la única forma de jerarquía social, por supuesto, pero sí una extremadamente importante). Los proletarios americanos, a diferencia de Rothbard, se daban buena cuenta de la verdad contenida en el análisis de Smith. Por ejemplo, un grupo arguyó en 1840 que los patronos “nos tienen a su merced, y nos hacen trabajar tan sólo para su propio beneficio... El capitalista no tiene otro interés en nosotros que obtener la mayor carga de trabajo posible. Somos hombres alquilados, y los hombres alquilados, como los caballos alquilados, no tienen alma”. En consecuencia “sus intereses como capitalista, y los nuestros como trabajadores, son directamente opuestos” y “son, en la naturaleza de las cosas, hostiles e irreconciliables”. [citado por Christopher L. Tomlins, Law, Labor and Ideology in the Early American Republic, p. 10] También puede observarse el análisis de Alexander Berkman:
Es fácil comprender por qué los patronos no desean verte organizado, por qué temen una verdadera unión entre los trabajadores. Saben bien que un sindicato fuerte y combativo puede obligarlos a mayores salarios, lo cual significa menor beneficio para los plutócratas. Es por eso que hacen cuanto está en su mano para evitar la organización de los obreros...Los patronos han encontrado un modo muy efectivo de paralizar la fuerza de la organización obrera. Han persuadido a los trabajadores de que tienen los mismos intereses que sus empleadores... y de que lo que es bueno para unos lo es también para los otros... Si tus intereses son los mismos que los de tu jefe, ¿por qué combatirlo? Eso es lo que te dicen... Es conveniente para los magnates industriales hacer que sus empleados crean esto... puesto que así no pensarán en luchar contra ellos por unas mejores condiciones, sino que serán pacientes hasta que el empleador pueda 'compartir su prosperidad' con ellos... Si escuchas a tus explotadores y a sus voceros serás 'bueno' y no tendrás en cuenta más que los intereses de tus amos... pero nadie atiende a tus intereses... 'No seas egoísta', te amonestan, mientras el jefe se va enriqueciendo por tu conducta buena y altruista. Y se ríen por lo bajo, dando gracias a Dios por tu idiotez.
Pero... los intereses de trabajo y capital no son los mismos. Jamás fue inventada mayor mentira que la de la autoproclamada 'identidad de intereses'... Está claro que... son enteramente opuestos, de hecho antagónicos los unos respecto a los otros
¿Qué es el Anarquismo? Alexander Berkman, pp. 74-75
Que Rothbard niegue esto dice mucho sobre el poder de la ideología.
Rothbard fue claro respecto al papel de los sindicatos, a saber, limitar la autoridad del patrón y asegurar que los trabajadores retengan la plusvalía que producen. En sus propias palabras, los sindicatos “intentan persuadir a los obreros de que pueden mejorar su condición a expensas del empresario. En consecuencia, tratan indefectiblemente de establecer normas de trabajo que obstaculizan las directivas de los gerentes... Dicho de otra forma, en lugar de acatar las órdenes de la dirección a cambio de su salario, el obrero ahora no sólo establece salarios mínimos, sino también normas de trabajo sin las cuales se niega a trabajar.” Esto hace “bajar la producción”. [The Logic of Action II, p. 40 y p. 41] Nótese la asunción de que los ingresos y la autoridad del patrono son sacrosantos.
Para Rothbard, los sindicatos merman la productividad y dañan los beneficios porque se enfrentan a la autoridad del empresario para actuar a su antojo en su propiedad (aparentemente, el laissez-faire no es aplicable a los trabajadores mientras están en horas de trabajo). Y así y todo esto reconoce implícitamente la existencia de conflictos de intereses entre obreros y patronos. No requiere gran esfuerzo mental descubrir posibles conflictos de intereses susceptibles de presentarse entre obreros que tratan de maximizar sus salarios y minimizar su labor y empleadores que buscan minimizar los costes salariales y maximizar la producción de sus asalariados. Podría argüírse que si los trabajadores salen finalmente victoriosos de este conflicto, entonces sus jefes quebrarían, de modo que se perjudican a sí mismos al no obedecer a sus amos industriales. El obrero racional, según esta perspectiva, sería aquel que mejor comprendiera que sus intereses se han tornado los mismos que los de su patrono porque su propia prosperidad dependerá de lo bien o mal que le vaya a la empresa. En tales casos, antepondrá el interés de la compañía al suyo propio, y no obstaculizará a sus jefes cuestionando su autoridad. Si éste fuera el caso, entonces la “armonía de intereses” se traduciría más bien en “los jefes son los que saben” y “haz lo que se te mande” – ¡y tal obediencia es una espléndida “armonía” para el que ordena y manda, estamos bien seguros!
De modo que lo interesante es que la perspectiva de Rothbard produce una conclusión significativamente servil. Si los trabajadores no se encuentran en conflicto de intereses con sus jefes, entonces, obviamente, lo lógico para el empleado es cumplir a rajatabla cualquier orden que provenga de sus superiores. Sirviendo a sus amos se beneficia automáticamente a sí mismo. Por contra, los anarquistas siempre han rechazado semejante postura. Por ejemplo, William Godwin rechazó la propiedad privada capitalista precisamente debido al “espíritu de opresión, el espíritu de servidumbre, y el espíritu de fraude” que produce. [Investigación acerca de la Justicia Política, p. 732]
Más aún, deberíamos señalar que la diatriba de Rothbard contra el sindicalismo también reconoce implícitamente la crítica socialista del capitalismo, que acentúa el hecho de que es la sumisión a la autoridad del empresario durante las horas de trabajo la que hace la explotación posible (ver sección C.2). Si los salarios representasen la contribución “marginal” de los obreros a la producción, los patronos no necesitarían asegurarse del cumplimiento de sus órdenes. De modo que cualquier empresario real combate a los sindicatos precisamente porque limitan su habilidad para extraer tanto producto como sea posible del obrero a cambio del sueldo convenido. Como tales, las relaciones sociales jerárquicas en el mundo del trabajo son el garante de que no hay “armonía de intereses”, en la medida en que la clave para que tenga éxito una empresa capitalista pasa por minimizar los costes salariales y maximizar los beneficios. Igualmente debería incidirse en el hecho de que Rothbard recurre a otro concepto que los economistas “austriacos” rechazan en el curso de sus comentarios antisindicalistas. En cierto modo irónicamente, apela al análisis del equilibrio por cuanto que, aparentemente “los salarios, en un mercado libre de sindicatos, siempre tenderán al equilibrio de un modo suave y armonioso” (en otro ensayo, opina que “en la tradición austriaca... el empresario ajusta de modo armónico la economía en el sentido del equilibrio”). [Op. Cit., p. 41 y p. 234] Cierto, no dice que los sueldos alcanzarán el equilibrio (¿y qué los detiene, al menos en parte, sino la acción perturbadora del patrono sobre la economía?), sin embargo, ¡es extraño que el mercado laboral pueda aproximarse a una situación de la que los economistas austriacos afirman su inexistencia! No obstante, como se indicó en la sección C.1.6, se requiere esta ficción para camuflar el evidente poder económico de la clase empresarial en el contexto capitalista.
De nuevo irónicamente, dados sus cantos a la “armonía de intereses”, Rothbard se daba buena cuenta de que los terratenientes y los capitalistas siempre han empleado al Estado para profundizar en sus intereses. Sin embargo, prefería llamar a esto “mercantilismo” antes que capitalismo. De esta manera, es incluso divertido leer su breve artículo Mercantilismo: ¿Una lección de nuestros tiempos?, puesto que se aproxima enormemente al clásico concepto de Marx de la “Acumulación Primitiva”, contenido en el volumen 1 de El Capital. [Rothbard, Op. Cit., pp. 43-55] La diferencia principal es que Rothbard sencillamente se negó a ver esta acción estatal como la creadora de las condiciones necesarias para su amado capitalismo, ni parece que tenga impacto alguno en su mantra de la “armonía de intereses” entre clases. A pesar de haber documentado con exactitud cómo la clase capitalista y propietaria utiliza al Estado para enriquecerse a costa de los trabajadores, rechaza considerar cómo refuta esto cualquier pretensión de “armonía de intereses” entre explotador y explotado.
Rothbard acierta al darse cuenta de que el mercantilismo implica el “uso del Estado para paralizar o prohibir la competencia contra uno”. Esto es de aplicación tanto a capitalistas extranjeros como a la clase obrera que es, lógicamente, competidora en cuanto a cómo se reparte la riqueza. A diferencia de Marx, él simplemente falló en ver cómo las políticas mercantilistas son instrumentos para la construcción de una economía industrial y la creación de un proletariado. En consecuencia, clama contra el mercantilismo por “disminuir las tasas de interés artificialmente” y por promover una inflación que “no beneficia a los pobres” puesto que “habitualmente los salarios andan a la zaga de las subidas de precios”. Describe los “intentos desesperados de la clase gobernante por mantener los sueldos por debajo de sus precios de mercado”. De un modo paradójico, dado el rechazo “anarco”-capitalista hacia las vacaciones pagadas y estipuladas por ley, apuntó que a los mercantilistas “no les gustan las vacaciones, por las cuales la 'nación' queda privada de cierta cantidad de trabajo; el deseo de descanso del trabajador individual nunca se consideró digno de atención”. Entonces, ¿por qué se imponían leyes económicas tan “malas”? Simplemente porque los propietarios y los capitalistas eran quienes controlaban el Estado. Como Rothbard señala, “ésta era una legislación claramente favorable a los terratenientes feudales, en detrimento de los obreros”, pues el Parlamento “estaba fuertemente dominado por dichos propietarios”. En Massachusetts la cámara alta se componía “de los comerciantes y terratenientes más ricos”. Los mercantilistas, apunta aunque no analiza, “estaban francamente interesados en explotar el trabajo [de los obreros] al máximo”. [Op. Cit., p. 44, p. 46, p. 47, p. 51, p. 48, p. 51, p. 47, p. 54 y p. 47] El hecho es que estas políticas tenían perfecto sentido desde su perspectiva de clase, eran esenciales para maximizar una plusvalía (beneficios) que era consiguientemente invertida en el desarrollo de la industria. Tomados en este sentido, tuvieron mucho éxito, y sentaron las bases para el capitalismo industrial del siglo XIX. El cambio clave del mercantilismo al propio capitalismo radica en que el poder económico se magnifica a medida que la clase trabajadora es desposeída de sus medios de vida y, de esta forma, el poder político no necesita intervenir tan a menudo, pudiendo aparecer, al menos retóricamente, como meramente defensivo.
Disertando sobre los intentos de los empleadores de Massachusetts en 1670 y 1672 por forzar al Estado a establecer un salario máximo, Rothbard opinó que “parecía no comprenderse cómo se establecen los salarios en un mercado libre de trabas”. [Conceived in Liberty, vol. 2, p. 18] Al contrario, estimado profesor, los empleadores se daban perfecta cuenta de cómo se establecen los sueldos en un mercado en el que los obreros tienen fuerza y, consecuentemente, trataban de ampararse en el Estado para que regulase dicho mercado. Tal y como siempre han hecho desde el alborear del capitalismo y, puesto que a diferencia de ciertos economistas, están bien informados sobre la falsedad de la “armonía de intereses”, actuaron en consecuencia. Como referimos en la sección F.8, la historia del capitalismo está repleta de casos en que la clase burguesa utiliza al Estado para garantizar el tipo de “armonía de intereses” que siempre han buscado los amos – la obediencia. Esta intervención estatal ha continuado hasta el día de hoy dado que, en la práctica, la clase capitalista nunca ha confiado totalmente en el poder económico como garante de su dominación, debido a la inestabilidad del mercado – ver sección C.7 – así como los efectos destructivos de sus fuerzas (del mercado) sobre la sociedad, y el deseo de reforzar su posición en la economía a expensas de la clase trabajadora – ver sección D.1. Que la historia y la práctica actual del capitalismo no fueron suficientes para hacer abandonar a Rothbard su postura de la “armonía de intereses” es significativo. Pero, puesto que Rothbard siempre albergó el deseo de descollar como buen economista “austriaco”, la comprobación empírica no prueba ni refuta una teoría, y de este modo la historia y la práctica del capitalismo importan poco a la hora de evaluar las ventajas e inconvenientes de dicho sistema (a no ser que la historia respalde la ideología de Rothbard; en tal caso suministra numerosos casos empíricos).
Para Rothbard, la evidente necesidad de clase que hay de tales políticas es invisible. En lugar de eso, leemos el patético comentario de que sólo “ciertos” mercaderes y manufactureros “se beneficiaban de estas leyes mercantilistas”. [The Logic of Action II, p. 44] También aplicó esta misma perspectiva miope al capitalismo “actual”, por supuesto, lamentándose del uso del Estado por parte de ciertos capitalistas como producto de la ignorancia económica o de intereses particulares de los capitalistas en cuestión. Sencillamente, los árboles le impedían ver el bosque. Esta miopía tan apenas se limita a Rothbard. Bastiat formuló su propia teoría de la “armonía de intereses” precisamente cuando la lucha de clases entre obreros y burgueses se había convertido en una amenaza para el orden social, cuando ideas socialistas de toda clase (incluyendo el anarquismo, al que Bastiat se oponía explícitamente) se hallaban en fase de expansión y el movimiento obrero se organizaba clandestinamente debido a las prohibiciones propias de muchos países. De esta manera, estaba propagando la noción de que obreros y patronos tienen intereses comunes cuando, en la práctica, era más obvio que nunca que esto no era así. Cuanta “armonía” pudiera existir era fruto de la represión estatal contra el movimiento obrero, que en sí sería una necesidad bastante extaña si trabajo y capital compartiesen intereses realmente.
La propia historia del capitalismo causa problemas al “anarco”-capitalismo, pues este último afirma que todos sin excepción se benefician de las transacciones comerciales, y que esto, en lugar de la coacción, resulta en un crecimiento económico más rápido. Si éste fuera el caso, ¿por qué algunos individuos rechazaron el mercado para enriquecerse a título personal por medios políticos y, lógicamente, empobrecerse a largo plazo (y ha sido un plazo extremadamente largo)? ¿Y por qué ha sido la clase dominante en lo económico generalmente la que también se ha situado al control del Estado? Después de todo, si no existen los intereses o el conflicto de clase, ¿entonces por qué han buscado siempre las clases propietarias la ayuda del Estado para inclinar la economía hacia sus intereses? Si las clases tuvieran intereses armoniosos, entonces no tendrían necesidad alguna de reforzar su posición, ni tratarían de hacerlo. La política estatal siempre ha reflejado las necesidades de la elite propietaria – sujeta a presiones desde abajo, por supuesto (tal y como Rothbard señala, si bien defectuosamente, sin ponderar las evidentes implicaciones, el “campesinado, los trabajadores urbanos y los artesanos nunca fueron capaces de controlar el aparato del Estado y se vieron relegados en consecuencia al fondo de la pirámide estatal, siendo explotados por los grupos dominantes” [Conceived in Liberty, vol. 1, p. 260]). No es ninguna casualidad que las clases trabajadoras no hayan controlado jamás el Estado, ni que la legislación sea “extremadamente favorable al rico, contra el pobre”. [ William Godwin, Op. Cit., p. 93] Son ellos quienes legislan, después de todo. ¡Esta prolongada y continua intervención antiobrera sobre el mercado encaja, sin embargo, en la opinión de Rothbard de que el gobierno constituye una conspiración contra el hombre superior que habrá de traer una nueva luz!
Así que cuando los libertarianos proclaman la “armonía de intereses” entre clases en un mercado sin restricción alguna, los anarquistas simplemente responden señalando que el solo hecho de que tengamos un mercado “restringido” muestra que tal cosa no puede existir en el contexto del capitalismo. Se argüirá, por supuesto, que el libertariano está en contra de la intervención estatal incluso en favor de los capitalistas (omitiendo la defensa de su propiedad, lo cual es un uso del poder estatal en sí y para sí), y que sus ideas políticas tratan de detenerla. Empero, el hecho de que la clase burguesa haya vuelto su mirada al Estado habitualmente para reafirmar su poder económico, es precisamente la demostración de que la “armonía de intereses” libertariana (sobre la que tanto inciden como fundamento de su nuevo orden) sencillamente no existe. Si la hubiera, la clase propietaria nunca hubiera recurrido al Estado en primer lugar, ni hubiera tolerado que “algunos” de sus miembros lo hicieran.
Si hubiera armonía de intereses entre las clases, entonces los patronos no recurrirían a bandas de matones para asesinar a trabajadores rebeldes, tal y como han hecho habitualmente (y debería remarcarse que varios animadores de sindicatos libertarios han sido asesinados por sus jefes y vigilantes, incluyendo el linchamiento de miembros de la IWW o los pistoleros organizados por la patronal contra la CNT en Barcelona). Este empleo de la violencia pública y privada no debería sorprender, pues como mínimo, tal y como indicó el anarquista mexicano Ricardo Flores Magón, no puede haber fraternidad real entre clases “porque la clase propietaria está siempre dispuesta a perpetuar el sistema económico, político y social que garantiza el tranquilo disfrute de su botín, mientras que la clase obrera se esfuerza en destruir este sistema inicuo”. [Sueños de Libertad, p. 139]
El evidente odio de Rothbard hacia los sindicatos y las huelgas puede explicarse por su dedicación a la “armonía de intereses”. Esto es así porque las huelgas y la necesidad que tienen los trabajadores de organizarse prueba la falsedad de la “armonía de intereses” entre obreros y empresarios que los defensores del capitalismo como Rothbard sostienen que subyace a las relaciones industriales. Peor todavía, dan credibilidad a la noción de que existen intereses opuestos entre las clases. Extrañamente, es el propio Rothbard quien suministra pruebas más que suficientes para refutar sus propios dogmas cuando investiga la intervención del Estado en el mercado.
Cada clase dominante trata de negar que tenga intereses distintos de los del pueblo sobre el que reposa. Curiosamente, aquellos que niegan la lucha de clases con mayor énfasis son habitualmente quienes más la practican (por ejemplo, Mussolini, Pinochet y Thatcher proclamaron el fin de la lucha de clases mientras, en América, la derecha republicana denuncia a cualquiera que califique los resultados de su guerra de clases como “guerra de clases”). La elite siempre ha estado al tanto, en palabras del activista anti-apartheid Steve Biko, de que “el arma más poderosa que el opresor tiene en sus manos es la mente del oprimido”. Los defensores de la esclavitud y la servidumbre se amparaban en la voluntad de Dios y en que el deber del amo era tratar bien al esclavo del mismo modo que el del esclavo era obedecer (al tiempo que, obviamente, culpaban al esclavo si el amo no cumplía su parte). De este modo, todo sistema jerárquico tiene su propia versión de la “armonía de intereses”, y cada sociedad jerárquica que reemplaza a la anterior se burla de sus versiones previas mientras, al mismo tiempo, anuncia solemnemente que ésta es la sociedad que verdaderamente satisface la armonía de intereses como principio fundamental. El capitalismo no es ninguna excepción, con sus muchos economistas repitiendo el mantra que los patronos han proclamado desde el principio de los tiempos, a saber, que obreros y empresarios tienen intereses comunes. Como es habitual, vale la pena citar a Rothbard a este respecto. Él asume como tarea (acertadamente) la defensa de la versión de la “armonía de intereses” propia del amo frente al esclavo y, al hacer esto, expone el papel de la economía en el capitalismo. Citando a Rothbard:
La creciente alienación de esclavos y sirvientes llevó... a la oligarquía a intentar ganarse su lealtad presentando su miseria como algo en cierto modo natural, justificado y divino. Siempre han intentado los tiranos embaucar a sus súbditos para que aceptasen – o al menos se resignasen a – su suerte... Los siervos, según el marcadamente rico [Reverendo Samuel] Willard, estaban atados por el deber a reverenciar y obedecer a sus señores, a servirlos con diligencia y jovialmente, y a ser pacientes y sumisos incluso hacia el más cruel de los amos. ¡Una ideología verdaderamente conveniente para los amos, de hecho!... Todo cuanto los súbditos debían hacer, en suma, era someter su derecho natural a la libertad y la independencia, someterse ellos completamente a los caprichos y órdenes de otros, quienes de este modo podían hacer pensar que “cuidaban” de sus siervos permanentemente... A pesar de los mitos de tal ideología y de las amenazas del capricho, los siervos y los esclavos encontraron muchas vías para la protesta y la rebelión. Los amos no dejaban nunca de denunciar a algunos de ellos por desobedientes, hoscos y vagos
Conceived in Liberty, vol. 2, Murray Rothbard, pp. 18-19
Cámbiese al Reverendo Samuel Willard por el marcadamente no obrero Profesor Murray Rothbard y tendremos ante nosotros una definición muy sucinta del papel que juegan sus planteamientos económicos en el capitalismo. Hay diferencias, no obstante. La principal es que mientras Willard anhelaba la servidumbre permanente, Rothbard dio con una forma temporal, permitiendo al trabajador cambiar de amos. Mientras Willard se amparaba en el látigo y el Estado, Rothbard lo hacía en la propiedad privada absoluta y en el mercado capitalista, para asegurarse de que todos los obreros tuvieran que vender su libertad a la clase dominante (no sorprende que, puesto que Willard vivió en un modelo económico cuyos trabajadores tenían acceso a la tierra y a las herramientas, mientras que en tiempos de Rothbard la monopolización de clase de los medios de vida es completa, y los trabajadores no tienen más alternativa que vender su libertad a los propietarios).
Rothbard no tenía intención de prohibir el sindicalismo o las huelgas. Argüía que su sistema de derechos de propiedad absolutos simplemente haría casi imposible que los sindicatos se organizasen o que cualquier forma de acción colectiva tuviese éxito. Incluso el piquete más sencillo sería impensable pues, como Rothbard indicó más de una vez, el pavimento que circundase el lugar de trabajo sería propiedad del patrono, que se mostraría tan poco inclinado a tolerar un piquete como un sindicato. En consecuencia veríamos al poder económico y a la propiedad privada convertir la lucha colectiva en ilegal de facto, en lugar de la ilegalidad de iure que el Estado ha promulgado en nombre de los capitalistas. Tal como él lo presentaba, mientras que los sindicatos serían “teóricamente compatibles con la existencia de un mercado libre puro”, dudaba que esto fuese realmente posible en la medida en que consideraba que los sindicatos dependen de la “neutralidad” del Estado al tolerar sus actividades, puesto que “adquieren casi todo su poder a través del uso de la fuerza, concretamente contra los rompehuelgas y contra la propiedad de los empresarios”. [The Logic of Action II, p. 41] De este modo nos encontramos con libertarianos a favor de la violencia “defensiva” (esto es, limitada a la defensa de la propiedad y el poder de los capitalistas y los terratenientes), mientras que denuncian como violenta cualquier acción de los que viven sometidos.
Rothbard, por supuesto, daba permiso a los trabajadores para dejar su empleo y buscar otro si se sentían explotados. Pero por todo su evidente odio hacia sindicatos y huelgas, Rothbard no se hace la pregunta más básica – si no hay un choque de intereses entre trabajo y capital, ¿entonces por qué existen siquiera los sindicatos, y por qué los patronos tratan siempre de resistirse a ellos (a menudo brutalmente)? ¿Y por qué ha recurrido el capital siempre al Estado para afianzar su posición en el mundo del trabajo? Si hubiera una verdadera armonía de intereses entre clases, entonces el capital no hubiera acudido repetidamente al Estado para aplastar al movimiento obrero. Para los anarquistas, las razones son obvias, como lo son las que impulsan a los patronos a negar la existencia de conflicto alguno de intereses, puesto que “entra en los intereses del capital evitar que los obreros comprendan que son esclavos del salario. La añagaza de la 'identidad de intereses' es uno de los métodos para lograrlo... Todos aquellos que se benefician de la esclavitud del salario tienen interés en mantener el sistema, y todos ellos intentan naturalmente evitar que los trabajadores entiendan la situación”. [ Berkman, Op. Cit., p. 77]
El antisindicalismo vocinglero de Rothbard y su patente deseo de hacer cualquier acción colectiva de los trabajadores imposible en la práctica, si no directamente en la ley, muestra cómo la economía ha reemplazado a la religión como mecanismo de control. En cualquier sistema jerárquico, tiene sentido para los amos adoctrinar a la clase sometida con tamaño sinsentido autocomplaciente, pero sólo los capitalistas cuentan con la ventaja de llamarlo “ciencia” en lugar de religión. Y a pesar de todo, los paralelismos son cercanos. Como señaló Colin Ward, el “llamado libertarianismo de la derecha política” consiste simplemente en “la adoración de la economía de mercado”. [Hablando de Anarquía, p. 76] De manera que al igual que Willard apelaba a Dios como la base de su orden natural, la apelación de Rothbard a la “ciencia” constituye algo similar, dado el apriorismo ideológico de la economía “austriaca”. Como bien dijo un recensor de una de sus obras especialmente mordaz, el “principal objetivo del libro consiste en mostrar que el 'Nunca Jamás' de la economía de mercado perfecta representa el mejor de todos los mundos pensables, al dar la máxima satisfacción a todos sus participantes. Todo lo que existe, está bien en el libre mercado... Se diría que el libro del Profesor Rothbard es más afín a la teología sistematizada que a la economía... su verdadero interés pertenece al estudiante de sociología de la religión”. [D.N. Winch, The Economic Journal, vol. 74, Num. 294, pp. 481-2]
Para concluir, nada mejor que citar el incisivo rechazo de Emma Goldman por el individualismo de la derecha liberal, del que la ideología de Rothbard no es más que una variante más. Muy acertadamente, ella atacó el “'tosco individualismo' que no es más que un intento encubierto de reprimir y vencer al individuo. Este autodenominado individualismo es el laissez-faire económico y social: la explotación de las masas en función de la clase, por medio del engaño, la flaqueza anímica y el adoctrinamiento sistemático del espíritu servil... Ese 'individualismo' corrupto y perverso es la camisa de fuerza del individuo... Este 'individualismo tosco' ha devenido inevitablemente en la gran esclavitud moderna, la distinción de clases... El 'individualismo tosco' ha significado todo el 'individualismo' para los amos, mientras el pueblo es regimentado en una casta esclavizada para servir a unos pocos autoconsiderados 'superhombres'... y en cuyo nombre la tiranía política y la opresión social son defendidas y sostenidas como virtudes mientras que cada aspiración y cada intento del hombre para ganar libertad y la oportunidad de vivir en la sociedad es denunciada como... vil, en nombre de ese mismo individualismo”. [Habla Emma la Roja, p. 112]
En suma, tanto la historia como la actual práctica del capitalismo nos muestran que no puede haber armonía de intereses en una sociedad inicua. Cualquiera que afirme lo contrario no ha prestado suficiente atención.